Las pisadas de José Antonio Ruiz por los pasillos de Luces son zancadas silenciosas. No emiten ruido, no se oyen, pero están ahí. Deslizándose entre los más de 33.000 volúmenes que sostienen el alma de este universo al que algunos llaman librería.
No sabemos bien el motivo de este sigilo en su caminar. La razón podría estar en las tablas del parqué, perfectamente ajustadas unas con otras; o en su propia forma de ser, discreto detrás de un mostrador; o en las zapatillas negras de corredor que en esta fría mañana lleva puestas y que lo convierten en una suerte de Kipchoge de biblioteca.
La RAE dice que un librero es aquella persona encargada de vender libros. Y aunque el gerente de este espacio cultural que ya suma dos décadas de historia coincide con la definición, se permite el lujo de añadir un matiz. Una acepción más: “No somos mozos de almacén, sino que aspiramos a ser conversadores de un lugar en el que las personas puedan hablar contigo y perder el tiempo”.
Luego añadirá que esto es lo bonito de su trabajo, que Jacobo Bergareche le ha dejado un vacío que no ha sido capaz de llenar con ningún otro título, que quiere comprar unas ruedas de carbono para su bicicleta y que en su día a día no puede permitirse el lujo de pasar el plumero por los anaqueles, porque eso supondría convertir un ente vivo en un museo. En un espacio de contemplación.
José Antonio pregunta, reflexiona y olvida. Esto último, confiesa, lo hace con una facilidad pasmosa. Durante la entrevista no es capaz de recuperar el nombre con el que quiso bautizar a Luces hace 20 años, pero tampoco le preocupa porque conserva lo único que puede sobrevivir al paso del tiempo, la ilusión: “La memoria es pura invención”, explicará después.
Lo que sí recuerda es que su gran sueño de juventud era ser periodista en una época en el que la vida estaba por descubrir. Esto último no lo dice durante la grabación, pero deja que conste en las notas escritas en la libreta, que es la única forma que tienen las ideas de pasar a un lugar mejor.
La estadística dice que un aficionado a la lectura puede llegar a enfrentarse a lo largo de su vida a entre 3.000 y 5.000 volúmenes. Cuando día a día recorre estos pasillos repletos de libros, ¿no le entra cierta angustia al tener que ver constantemente lo que se va a perder porque no le va a dar tiempo?
Esa es la sensación que hemos tenido muchos lectores cuando eres consciente de todo lo que se ha escrito. Tienes una crisis o colapso en el que te preguntas si merece la pena seguir leyendo porque la cantidad que se produce es mayor que la que puedes digerir. La primera vez que me enfrenté a ese dilema fue en la universidad, cuando estudiaba Biblioteconomía. Ahí comencé a ser consciente de lo extensos que eran los catálogos en las grandes librerías del mundo, por lo que sufrí esa crisis. De algún modo, supone asumir lo pequeño que somos y, sobre todo, lo pequeños que vamos a ser siempre porque no vamos a poder leer 10.000 libros.
¿Aceptar una especie de derrota?
Exacto. Eres minúsculo; no vas a poder asumir experiencias lectoras infinitas, ni un disfrute infinito. No vas a ser el tipo más culto del mundo por mucho que leas, sino una pobre criatura.
Me encantó la frase de Enrique Rojas, que decía que para tener salud mental y felicidad tienes que tener una gran capacidad de olvidar y ser siempre un poco niño. Tienes que olvidar lo que comiste ayer. Yo no sé lo que se publicó hace un año; solo voy disfrutando del día a día y viviendo el ahora. No puedes pensar en lo que te vas a perder, sino en lo que puedes ganar.
¿No es triste abandonar un pasado en el que también hay escenas buenas?
Mi modesta experiencia vital me dice que no. Soy como los peces de los acuarios, que se les olvida todo continuamente; hasta lo que tienen enfrente. Pensar en el disfrute pasado también es doloroso porque no va a volver y a veces los recuerdos son invenciones. Los psicólogos dicen que la memoria es pura invención; ni aquello fue tan bueno, ni la ropa que llevabas era del color que pensabas.
Su trabajo le permite pasear continuamente entre obras de grandes nombres de la literatura universal. Siguiente este paralelismo, ¿no guarda similitud el trabajo de librero con el de un conservador de museo?
No creo (Piensa durante más de 10 segundos). No creo. ¿Cuál es el objetivo principal de un librero? Vender libros para poder cumplir con unas cifras; todo lo que hay aquí es un inmovilizado que cuesta mucho dinero. Cuando veo a algún compañero usar varios libros como alfombrilla de ratón, siempre pienso que son las alfombrillas más caras del mundo. A una media de 15 o 18 euros, con dos volúmenes… ¡Figúrese! Aquí no podemos permitirnos el lujo de cuidar libros, sino que tiene que ser a la inversa.
Es inviable tener en estas instalaciones volúmenes que no se vendan porque no somos un museo, sino un negocio que ante todo tiene que evitar pasar el plumero por las estanterías. Que cojan polvo las baldas, quiere decir que nadie ha estado por allí. Esto nos obliga a tener una materia viva, buscando continuamente aquello que le pueda interesar a la gente.
Como un paisaje, que es diferente en verano que en otoño.
La librería es el tono del ánimo de la sociedad en un momento dado, y debe ser así. No podemos tener libros de política de hace 20 años porque no le interesa a nadie. El color emocional de los ejemplares son los mismos que las circunstancias en las que vivimos.
¿Hay que saber leer el ritmo de la gente?
Hace un tiempo, un tipo más inteligente que yo me enseñó que todo lo que hagamos en la librería tiene que ser por y para los lectores. Si uno se plantea hacer una mejora, primero tiene que preguntarse en qué le beneficia al que viene. Enlazo esta reflexión con su pregunta: por supuesto, hay que dar lo que nos piden.
Han cerrado el año de su 20 aniversario. Remontémonos por unos minutos a los orígenes. ¿Dónde nos encontramos?
En un momento de mucha ilusión. Se me ha olvidado todo menos eso, la ilusión que teníamos en el momento de empezar. No me interesa en absoluto Luces de hace 20 años. De hecho, si se me pasa por un momento el recuerdo por la cabeza, me doy cuenta de que era más parecida a una librería de los años 60. ¡Utilizábamos el fax! ¡Algo infame! Nunca sabíamos si había llegado el texto o no…
No era el siglo XXI.
Al revés. Era el XIX.
¿Pero porque estaba condicionado por el romanticismo del pasado?
No, no, porque era la forma de trabajo que había antes. La gestión interna del negocio es muy diferente, y le pongo un ejemplo: estas Navidades hemos podido vender el mismo número de libros que en 2016, el último año bueno antes de que llegaran las obras del Metro y la Alameda. Entonces teníamos 20.000 libros más que ahora. Es decir, teníamos que tener mayor cantidad para conseguir lo mismo. Imagínese el volumen de cajas y cajas que había. ¡Un derroche! Quizá era la tecnología disponible del momento…
¿Cuántos libros hay ahora mismo aquí?
Físicos, entre 33.000 y 34.000. Hace siete años, en el otro local, 54.000 o 55.000. Eso nos demuestra que, siendo la misma librería, hay una trascendencia diferente.
¿A qué se refiere?
Se lo explico. La persona que atiende al comprador dedicaba un porcentaje muy alto de su tiempo a ser mozo de almacén. No hay una varita mágica que, tras hacer un par de movimientos, consiga que cada ejemplar esté en su balda, ordenado por temas o alfabéticamente. Sin embargo, el librero de ahora ha reducido ese tiempo de carga y lo dedica a recomendar libros, que es lo bonito de la profesión y lo que debe ser. Aconsejar, buscar… Ha intercambiado una parte de su tarea para convertirla en otra diferente. Eso es a lo que aspiramos, a ser una librería en la que las personas que atienden puedan hablar contigo y perder el tiempo contigo.
Y que el lector le desobedezca. Gracias a que no le hice caso, pude descubrir lo extraordinario que es La utilidad de lo inútil.
Exacto. Que si le recomiendas un libro de Nuncio Ordine, se lleve justo el otro (ríe).
Ahora que estamos recordando los principios, le quería preguntar. ¿Por qué Luces?
Si le soy sincero, ni me acuerdo. Entiendo que era una especie de metáfora de que los libros iluminan, pero no sé ni quién ni en qué momento lo propuso. Lo que sí puedo asegurar es que mi propuesta era otra.
¿Cuál era?
Algo así como… No caigo ahora. Sé que una operadora telefónica de Estados Unidos lo utilizó después (por la tarde, a través de un WhatsApp, José Antonio envía su opción: Librería Singular. "Tampoco es que tenga un gancho especial", añade en el mensaje).
Estamos hablando de una de las librerías más importantes de Málaga. Al menos en lo que a volumen de compra y venta respecta…
Voy a hacer una declaración de intenciones. A las librerías, cada uno le da la importancia personal que tiene. Para cada lector, la suya es la más importante. Este término es relativo y depende de cada uno. Lo que sí es verdad es que la consecuencia de nuestro trabajo es que Luces sea la que más libros vende en Málaga. Son cifras objetivas.
¿De qué cantidad hablamos?
Este año hemos vendido alrededor de 110.000 libros, con una facturación que ha superado 1.850.000 euros.
¿Con cuánta gente?
14 personas, pero no son jornadas de 40 horas. Si sumamos todas las horas de trabajo y computamos, estaríamos en torno a 12 empleados. Haciendo una ratio de productividad por trabajador, vemos que tenemos unas cifras buenas dentro del sector. Entre 160 y 170.000 euros, salen ya valores positivos.
Dejemos a un lado las cifras, ¿qué impacto tiene Luces dentro de la red cultural local?
Hace unos meses estuve en un encuentro en Zaragoza maravilloso, organizado por la librería Cálamo, en el que participó gente de sudamérica y de otros puntos de España. Digo todo esto porque, cuando sales fuera es cuando te das cuenta de lo que haces dentro. Había un debate sobre las librerías como espacio de combate cultural y reflexión, pero uno nunca es consciente de eso hasta que lo ve en otro sitio.
Uno estaba leyendo a una autora de Málaga, Proletaria Consentida (muy compartido en varios club de lectura) y me di cuenta de que estábamos generando debate, intercambio de ideas con autores locales… Es algo muy interesante de lo que no era consciente, pero así se valora fuera.
Parece que solo se habla de sinergias cuando nos referimos al sector tecnológico, pero esto también se da en el mundo de la cultura.
A mí me encanta la palabra stakeholder. Uno no va solo por la vida, sino que tiene que ser consciente de quiénes son los compañeros de camino en una empresa. Si hacemos ese análisis, vemos que tu empresa de transporte no es uno que pasa por aquí y ya, sino que forma parte de tu estructura de forma muy importante. Lo mismo pasa con librerías de distintos puntos de España, que te pueden aportar ideas. O los institutos y los centros de educación, que no son clientes, sino una parte fundamental de nuestro ser.
Hay gente que dice que su objetivo en la vida es ganar dinero, pero ese no puede ser el final, sino la consecuencia de que estás cumpliendo con aquello que te has propuesto y aquello en lo que crees, que en mi caso es vender libros para que el entorno que me rodea sea mejor.
El concepto de Málaga cultural parece asentado, pero muchas veces se usa como sinónimo de Málaga museística. ¿Qué pasa con la escena independiente, musical, de los libros…?
Claro, es que a veces uno no sabe si está en la Málaga de Pedro Sánchez, de Juanma Moreno o de Francisco de la Torre. Hubo un proyecto en el que me sentí muy cómodo que fue el de la Málaga de la Térmica, con Salomón Castiel. Me sentí muy valorado por una institución que ha sido dirigida políticamente, pero no sé dentro de cuáles de estas Málaga se incluye. Dicho eso, creo que la Málaga de los libros está muy bien apreciada.
¿También entre las administraciones?
No lo sé. Es que desconozco cómo funcionan muchas cosas. Por ejemplo, no sé cómo va la concejalía de Cultura del Ayuntamiento. Me han hablado bien de Mariana Pineda y del trabajo que ha hecho, pero lo único que sé de ella es que ha ido a Múnich, a un hermanamiento con esta ciudad, porque lo he visto en un portal de transparencia. Cuando hay un edil nuevo, no sé si somos nosotros los que tenemos que llamar en su puerta o la inversa, siendo ellos los que se acerquen a hablar con nosotros, pedirnos consejos, o lo que sea.
En el caso de la Térmica, sí sé que Salomón Castiel nos convocó a la masa crítica de libreros. Con el nuevo director de este enclave, un querido amigo, no ha sido necesario ese paso porque tenemos comunicación continua, pero en el caso de la concejala, me encantaría que me llamase. Quizá el protocolo es a la inversa. No lo sé. Pero lo que sí sé es que Luces aporta mucho a la marca Málaga y a su entorno. Este local es una de las primeras puertas de los visitantes, que se acercan incluso con maletas justo después de haber llegado a la capital. Por nivel de facturación, inversiones, trayectoria y producto, debe estar bien considerada y atendida.
Ahora que menciona el entorno. ¿De qué manera les han afectado las obras del Metro y la Alameda?
La Alameda está magnífica, evidentemente, pero Luces lo ha sufrido. Antes de las obras vendíamos más libros y ahora, tras siete años, volvemos a la casilla de salida: 2016. Que una empresa lleve ocho años de retraso… Es algo que se ve en primero de carrera: si el IPC sostenido en estos años ha sido tanto, deberíamos vender 2,7 millones de euros; si facturamos lo mismo, es que hemos perdido.
Primero llegaron los centros comerciales; después, las grandes empresas de distribución online. Apareció el libro digital… Tras tantos ataques por los flancos, ¿cómo se encuentra el batallón?
Yo estoy super en forma (ríe). Cuando uno mira para atrás, se da cuenta de lo mal que lo ha hecho en este tiempo, aunque afortunadamente ha ido aprendiendo. La competencia no es mala porque te pone las pilas y te hace espabilar. Los malagueños, ante lo mismo, te prefieren a ti, pero no les des menos. Si tardas 24 horas en que te compren un libro, pues se quedan contigo. Esto cambia cuando el tiempo se demora varios días, porque entonces se van a otro lugar. ¡Y es normal! No se han casado contigo.
Es decir, que ha supuesto una oportunidad de mejora.
En efecto. Es más, ante la polémica de Amazon puedo decir que vienen clientes con la referencia del libro en el móvil después de haberlo consultado en la página de Bezos. ¿Nos está quitando entonces o nos está ayudando? De lo que tenemos que ser conscientes es de que tenemos que hacerlo mejor.
En este debate conceptual sobre la ciudad no podemos olvidar uno de los grandes temas: la construcción en altura que se proyecta en Repsol y en el Dique de Levante, o la que ya se ha hecho en Martiricos. ¿Cuál es su opinión?
Yo soy librero y pienso en los lectores, que están por encima de cualquier apetencia personal. Si fuese político, ¿en quién pensaría cuando veo una torre en Martiricos? Pues no sé si en los ciudadanos o en los promotores. ¿Y si hablamos de Repsol? ¿En quién pensamos? Cuando veo el hotel del Puerto me surge la misma pregunta: ¿los malagueños o el grupo catarí? Habría que preguntar qué sentido tiene para los ciudadanos y si son capaces de justificarlo con un argumento sólido, yo entenderé el propósito.
¿Tiene la política que escuchar más a los libreros? ¿O debería haber más libreros en política?
He de decir que la política y los políticos son fundamentales para la prosperidad de un pueblo. No soy de los que echan pestes de esta profesión; de hecho, los ciudadanos tendríamos que hacer cursos de política, ser conscientes de lo importante que es ir a votar y enterarnos de lo que nos proponen cuando sacan una ley. A veces, la culpa es nuestra por dejarnos guiar por emociones o por no estudiar en profundidad los programas.
Con respecto a lo que me pregunta… No lo sé. Tampoco los libreros son la hostia (ríe), sino unos pobres ciudadanos. Lo que sí sé es que los libreros tenemos los mejores clientes que hay en cualquier comercio. Cuando esa persona llega al establecimiento, se transforma en lo que realmente es: gente culta, inquieta, con ganas de aprender, entendiendo el espacio como un punto de conversación y tranquillo... No pasa así, por ejemplo, en un banco, donde es mucho más fácil estar mosqueado.
Creo que la respuesta no pasa porque los libreros se incorporen a la política, sino porque los políticos pisen más las librerías para entender cómo es el pulso de la ciudad. Aquí va a encontrar conversaciones muy interesantes que le pueden aportar estímulos importantísimos.
¿Se puede conocer a alguien por lo que lee?
Siempre. Cuando ves a una persona con los libros que lleva, ya sabes de qué pie cojea. Incluso si lleva un volumen que te parece interesante, eso da pie a entablar una conversación que sabes de antemano que te va a aportar y va a ser bienvenida.
Dice Pedro Simón que la literatura es el único territorio en el que la palabra fin significa que hay un nuevo principio. ¿Cuál es el siguiente principio en la vida de José Antonio?
Tengo que buscarme la vida porque Jacobo Bergareche me ha dejado ahí… No he encontrado otro que me enganche.
¿Y como proyecto de vida?
Nunca estamos asentados. Librería Luces está en un momento muy especial con el proyecto de club de lectura, machine learning… No tengo otro proyecto personal, más allá de participar en la serie mundial de triatlón el año que viene.
Y ahora, en este final de la conversación, uno entiende por qué las pisadas de José Antonio no hacen ruido: son las zancadas de un corredor, que no han de dejar rastro en la misión de explorar nuevos caminos.
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