"Voy a dar un pregón cofrade". Lo había avisado y así lo hizo. A Paquito Jiménez Valverde le brotaron ramas de alegría. Su voz, la voz del exaltador, fue el canto a una Semana Santa de Málaga que venía huérfana de poetas. Todo estuvo dispuesto para el éxito. Fue poner un pie sobre las tablas del teatro Cervantes y el público ya se había levantado de sus asientos, calentado unas palmas que no dejarían de sonar en toda la tarde. Pocas ovaciones tan largas se recuerdan en esta cita cofrade como la que recibió antes de que cayera el telón.
Fueron casi una veintena durante la hora y cuarto que duró la anunciación de aquello que está por venir. Pero esos números no responden a la calidad (y calidez) que embriagó el patio de butacas, gallinero y plateras de este epicentro cofradiero. Ese fue el final de una historia que tuvo como hilo conductor la niñez y las vivencias del gran protagonista.
“Eres muy grande, Paquito”, gritó alguien del público después del primer torrente de emoción. Si hay alguna palabra que defina el arranque, ese es apoteósico (quizá este término se repita varias veces a lo largo de la crónica; resulta difícil encontrar una mejor descripción). Fue lírico hasta en el saludo protocolario, en verso, sin nombres propios, pero con el sentimiento de pertenencia de todos los presentes.
Entre azucenas, uvas viñeras, romero y una escenografía con claras alusiones a sus hermandades (Viñeros, Salutación, Rocío y Esperanza), Jiménez Valverde arrancó con su particular definición del ser cofrade: "Es el alma que nace como semilla de amor buscando la mecida de la existencia en las esquinas nazarenas por donde Dios camina. una cofrade es la simiente que brota como brillo en los ojos de una chiquilla cuando mira frente a frente a una Madre que llora y es la última hora de un repique de entusiasmo cuando el corazón se acelera porque va pasando por su vera una eterna gota de cera que se viste de terciopelo”.
Su camino vital le llevó hasta la Salutación, narrando el encuentro con la Virgen del Patrocinio de la Salutación, hermandad que cubrió sus horas de juventud, reconstruyendo sus pasos por una feligresía de San Felipe Neri que ahora adolece del alma que otrora le dio vida.
Defendió al nazareno, como portador de la túnica que es "coraza del aire de la penitencia y una promesa el alma que camina revestida con ella, deshojaron la infancia y coger el cordón de tu abuelo, la mano de tu padre, el regazo de tu madre y volver de arriba abajo tu sonrisa nazarena y ser orgulloso infante que va abriendo caminos a la sombra de una cruz que guía los destinos".
Su rezo a la Semana Santa
Paquito jugó con las estrofas de míticos himnos que tiene la Semana Santa. Así, transformó el Novio de la muerte en una oración triunfal al Cristo de la Buena Muerte y la Virgen de la Soledad: "Por ir a Tu lado a verte conté las puntadas que te cubrían, vestí de blanco las ánforas con la luz de Tu mantilla de toca y entre Tus manos se conmovía la oración que se apasiona, porque una mirada subía al cielo que te corona”.
Sonaban de fondo los compases de la icónica pieza por piano y chelo que cada Jueves Santo llena las calles de Málaga: “Cuanto más duro sea el fuego y la batalla más fiera, esta es nuestra bandera, pues sin temor al empuje de cualquier enemigo exaltado, sabremos morir a Tu lado, para volver junto a los nuestros. Esta es nuestra suerte, que no hay quién nos hiera si estamos siempre a Tu lado, este es el lazo fuerte con la cruz leal compañera. Pues cuando al fin nos recojan, en nuestro pecho encontrarán una oración y un retrato de una divina Soledad”.
Lo mismo hizo con el Padrenuestro y el Cristo de Viñeros, viajando hasta una calle Andrés Pérez que le vio crecer: "Padrenuestro Nazareno que estás en el lagar de los cielos/ santificado seas Viñero/ venga a nosotros Tu vendimia/ en esta tierra que acaricia el mar”.
El público en pie
Al varal, profesión que le ha acompañado durante décadas (este año hace 25 como hombre de trono de la Esperanza), le dedicó uno de los capítulos más vibrantes: "Aquí está la gloria de pasar a la historia, de unos varales de sangre como madero al hombro, del metal de las lágrimas como llanto de esfuerzo, aquí el compás es infinito y los sueños rezan hincando riñones, haciendo palanquita, agarrándose al varal, grabando el hombro a fuego de pasiones". Y es que tantos años después, los tangaos siguen sin entrar por las puertas de los cielos.
Comentaban los compañeros de la prensa que pocas veces se ha vivido una interrupción tan arrebatadora como la que culminó el capítulo dedicado a los que ya no están. Repasando los más de 100 años de la Agrupación, hubo hueco para volver a sacar a flote aquellos nombres ilustres que han dado forma y fondo a lo que la Semana Santa es hoy.
No estuvieron todos, pero sí fueron todos los que estuvieron. Baena, Triviño, Casielles, Pepe Atencia, Fefe González, Pepe Tirado, Juan Antonio Bujalance… Fue difícil contener las lágrimas. No dio tiempo a que acabara: los cofrades rompieron en aplauso después de escuchar los nombres de Ribot y Zumaquero. Acabó el público en pie.
Esperanza se llama la Madre de Dios
No dio tiempo a bajar la intensidad. Con su parte dedicada a la Esperanza, Paquito acuñó una de las frases que quedarán grabadas para la posteridad: Esperanza se llama la Madre de Dios.
"Que Para vestirte quisiera ser alfiler de brillos y resbalar sin tocarte en la medialuna de Tu cuello y flor que en encaje es blonda y se mece en Tu carita y lágrima que de romero pinta el dolor en esta imagen bendita. Y vestirte tocada de ondas que te dibujan, que perfilan en rostrillo el amor de los amores, como versos de encajes de aguja en estribillo. Vestirte entre mantos con el color de Tu nombre o azul inmaculado y quisiera ser el aire en el universo de tus labios y la primera palabra que te dice que Esperanza se llama la Madre de Dios".
Y así se despidió, pidiendo que el sueño que mantuvo en vilo a Málaga se acabe convirtiendo en realidad. Pero para ello queda todavía una semana.