Alberto Rodríguez Mora —o don Alberto, como le conocen varias promociones de alumnos— quiere que los niños le recuerden como uno de los suyos. "Cuando yo me jubile, me gustaría que los estudiantes me recuerden de su parte, no en contra de ellos", afirma. Él empezó a estudiar Ingeniería por presiones familiares, pero rápidamente se dio cuenta que no había mejor camino para él que Magisterio.
En 2014, se convirtió con menos de 40 años en el primer director titular del colegio San Estanislao de Kostka proveniente de Primaria. En sus manos quedó una institución centenaria, la de los Jesuitas de El Palo, por la que pasaron como alumnos el poeta Manuel Altolaguirre, el pintor Félix Revello de Toro o el filósofo José Ortega y Gasset, entre un largo etcétera. Desde su perspectiva, el centro sigue siendo un referente en la ciudad y no tiene miedo a estar "adelantados al camino que va marcando la sociedad".
¿Cómo nació en ti la vocación docente?
En mi casa, siempre dije que quería ser maestro. Mis tías son prácticamente todas maestras y puede ser que lo llevara un poco en el ADN, lo decía desde los cinco años. Mi padre me intentaba convencer para que hiciera otra cosa, pero al final la cabra tira al monte.
Lo que amaba de esta profesión era no solo intentar acercar la educación de forma más divertida. Pensaba que la metodología podía ser mucho más activa, que los niños disfrutaran en el aula. En mis tiempos, eran otras formas. También me ha apasionado muchísimo siempre el transformar generaciones: saber que vas a educar a un niño o una niña al que estás dejando huella. Probablemente, algo de lo que tú siembre germinará después y transformará un poquito el mundo en el que vivimos.
¿Cómo llegaste al colegio San Estanislao?
Yo había hecho las prácticas de Magisterio en el Gamarra y tenía clarísimo que quería un colegio religoso concertado. Empecé a buscar en las páginas amarillas y echar los currículums en todas partes. Domingo (el histórico portero del colegio San Estanislao) me dijo que el currículum no había que echarlo allí, sino enviarlo a Sevilla en tal fecha. San José se adelantó y me llamó para hacer unas pruebas. Para el curso siguiente me llamaron a una sustitución, y ya me enganché. Empecé a trabajar en el colegio de El Palo en noviembre del 98.
¿Recuerdas por qué tenías tan claro que querías un colegio religioso concertado?
Siempre he tenido mucha identidad religiosa. He hecho vida en la parroquia, he estado apuntado en el sacramento de la Confirmación y tenía muy buenos recuerdos de los colegios religiosos en los que había estado. Cuando hice las prácticas en Gamarra, descubrí un tipo de educación distinta, con valores. Para mí, el modelo de vida cristiana es el básico y el sostén de la convivencia, de la vida espiritual y personal. Empiezo a descubrir a los jesuitas y me enamoré de la identidad ignaciana.
¿Cómo fueron los primeros años con ese entusiasmo por las nuevas metodologías en una institución con tantos años como San Estanislao?
Los jesuitas siempre han sido innovadores en la educación y han ido en la vanguardia. Si se lleva hablando cuatro o cinco años de renovación metodológica, en el colegio llevamos ya 10 o 15 años luchando por eso. Es verdad que existe esa educación un poquito más tradicional de la clase magistral, pero ya había profesores en el colegio que llevaban un montón de años y hacían cosas distintas: me acuerdo de Felisa o Miguel Ángel Delgado, gente que intentaba romper los esquemas.
Yo llegué siendo el más joven de un claustro bastante mayor que yo. Tenía 23 años y a lo mejor el siguiente tenía treinta y tantos. Mucha gente empezó a jubilarse, y es cierto que yo era entonces muy prudente. Llegas, primero aprendes de dónde estás, estudias cómo se hacen las cosas y vas poco a poco proponiendo ideas. Me dejaban hacer más en unas áreas que en otras: en Educación Física, que era mi especialidad, podía hacer todo lo que me diera la gana. Introduje los cross de orientación; en mi tutoría hacía un Trivial en Lengua con premios por equipos, que le encantaba a los niños...
¿Qué respuesta notabas?
Yo veía a los niños felices, y yo estaba feliz. Creo que siempre he transmitido que me encanta la enseñanza; aunque llevo 25 años como profesor y, si volviera a empezar, cambiaría muchas cosas. Es verdad que tenía muchas ideas, pero también he aprendido mucho. Los jesuitas han sido los que me han ayudado en mis inquietudes, mis ganas y mi curiosidad; pero también se han preocupado en formarme bien. Es verdad que siempre he tenido muchas ganas y creo que eso lo he transmitido. Con algunos niños habré acertado más que otros. Seguro que si le preguntas a todos mis alumnos, alguno te dirá que conmigo estuvo fatal.
¿Qué notas que has aprendido con los años?
En metodología, evidentemente, muchísimo. Me noto una soltura a la hora de explicar y saber cómo lo van a entender los niños fundamental; después, en el tema de la educación especial, en hacerla inclusiva y llegar a niños que realmente les cuesta, que sea individualizada. La educación especial existía, pero era muy light. Hoy día, tú vas a una clase y hay bastantes niveles y dentro, subniveles.
También el romper los esquemas que tenemos en la cabeza de que los niños tiene que saber estos contenidos. Escucho a diario que la educación ya no es que era y los niños saben menos. Yo pienso que los niños saben cosas distintas, y quizás debamos plantearnos qué cosas aprendíamos antes que eran útiles en la vida y cuáles no. Se trata de que sean niños que, cuando terminen sus estudios, sepan hacer. Que transformen la sociedad para mí es lo principal; pero, además, que sepan hacer. Y a lo mejor, para algunos, aprender ciertas cosas de memoria no sirve tanto.
¿Cómo has vivido como profesor y como director ese reto de la adaptación continua a una sociedad que ha cambiado tanto en 25 años?
Una de las cosas que tiene trabajar en educación es que vives actualizado, directamente. A lo mejor los padres que trabajan en otra cosa no; pero los maestros nos conocemos todas las expresiones que dicen los niños. No he tenido nunca miedo a los cambios. Entiendo que últimamente han cambiado más las cosas y tenemos que estar muy actualizados. Al día siguiente sale una aplicación distinta, o los niños te hablan de una expresión que lo cambia todo... El maestro tiene que saber dónde está el niño y en qué se mueve.
En ese cambio total de paradigma metodológico, el más fuerte se ha producido hace muy poquito. La educación pública está intentando promulgar ese cambio metodológico en la actualidad, ya se habla de situaciones de aprendizaje en las clases, que es algo nuevo de la ley actual. Desde los jesuitas, llevábamos inmersos en ese cambio lo menos diez años porque veíamos que el modelo educativo ya no daba respuesta ni a los niños ni a nosotros. Es una reflexión que pusieron en marcha algunos colegios, que habían bebido de la fuente del padre Piquer. San Estanislao fue pionero, junto al Portaceli de Sevilla, en romper los esquemas hace 5 años. Cuando viene ese cambio metodológico tras una profunda reflexión del profesorado y de ti mismo, y tú crees en el cambio porque sabes que el modelo educativo ya no sirve... Sabes que te equivocarás, que tendrás piedras en el camino, lo que sea; pero estás en el camino. Fue una inversión de tiempo y económica bastante importante; pero creo que somos más felices los profesores, los alumnos y las familias. Digo esto sabiendo que los cambios son cada vez más rápidos y que a lo mejor dentro de cuatro años tenemos que volver a replantearnos. Nosotros estamos en continua formación y renovación en todos los sentidos.
¿Cómo fuiste ganando espacio en el colegio hasta convertirte en director?
¡Eso digo yo! Los jesuitas dicen una frase de San Ignacio: "Según circunstancias de personas, tiempos y lugares". Creo que era el perfil que ellos pensaron que necesitaban en ese momento. Empecé siendo director de Primaria e Infantil, y luego lo de la dirección titular sí que me pilló de sorpresa. Yo no pensaba siquiera que pudiera acceder a la dirección titular, pensaba que solo era para profesores de Secundaria. Soy el primer director venido de la etapa de Primaria. Me dio un poco de vértigo, pero confiaron en mí y empezamos a trabajar.
Cuando llegas por primera vez de Primaria a la dirección titular de un colegio con 140 años de historia, ¿cuesta poner en marcha en una institución así tus ideas?
Son muchos trabajadores. Nada más que en el claustro hay más de 100 y en el colegio completo, 200 y pico personas entre monitores y demás. Siempre hay gente más afin a los cambios que otra, pero no he encontrado... Yo tengo un claustro que es un espectáculo. Muchas veces puede haber diferencias de opiniones, pero el claustro va a una. Hay gente que se ilusiona con todo, como yo; hay gente que te hace críticas constructivas y hay gente que tú sabes que manifiestamente no está de acuerdo con algo; pero no estar de acuerdo no significa no hacerlo. Uno de mis éxitos para mí es que he tenido un gran equipo directivo, que tengo una gran dirección central detrás y que tengo un claustro que para mí es el número 1.
De repente, pasas de ser un profesor a representar una figura institucional y casi simbólica. Mucha gente realmente importante de Málaga ha estudiado allí y sigue recordando con cariño el colegio, ¿cómo se representa hoy día a una institución así?
Con la preocupación de meter la pata siempre. Yo pienso, de todas maneras, que las instituciones sobreviven a las personas. La institución es la institución. En estos años, habré tomado decisiones muy afortunadas y otras muy desafortunadas.
Sobre llevar ese peso... Te das cuenta de que de repente mucha gente en la ciudad sabe quién eres. Yo no me creía que tenía tanta importancia ser director de un colegio de la Compañía; pero recuerdo que, cuando me nombraron, de buenas a primeras tenía muchísimos mensajes en el Twitter, que ni usaba. Mucha gente ha pasado por el colegio, lo quiere y sigue sus noticias. Yo intento no pensarlo, pero siempre tengo encima que tengo que ser el reflejo de lo que estoy representando. No me puedo permitir hacer ciertas cosas, ¡que también las hago! Pero intento estar a la altura, y no es algo que me pese.