Málaga

Ignacio Calderón es profesor en la facultad de Educación de la Universidad de Málaga y uno de los grandes referentes en la educación inclusiva, un área en la que trabaja codo con codo con expertos mundiales como Mel Ainscow. Defiende que la inclusión en los colegios no es solo cuestión de recursos económicos, sino también de querer transformar el sistema de forma que sea "acogedor" para todos los alumnos, especialmente para aquellos que han sido tradicionalmente excluidos por su raza, condición sexual o por tener una discapacidad, entre otros motivos.  

Su currículo es extensísimo. Ha impartido más de un centenar de conferencias por medio mundo, entre ellas en la sede de la ONU en Nueva York, y está inmerso en numerosos proyectos de investigación a escala internacional, haciendo especial énfasis en Latinoamérica. De hecho, en abril acaba de participar en el mayor congreso mundial de educación en Chicago junto a una veintena de alumnos de secundaria pertenecientes a varios colectivos, entre ellos varios con discapacidad.  

Nos reunimos en su despacho en la facultad de Educación, en la octava planta, a primera hora de la mañana. Entra una ligera brisa por la ventana y unos rayos de sol que invitan a la conversación. 

¿Por qué decidió especializarse en el mundo de la educación inclusiva?

Fundamentalmente por la experiencia personal que tengo en mi familia. Mi hermano pequeño tiene síndrome de Down y tuvo una experiencia escolar distinta a la mía pese a haber estado en la misma escuela. Eso me hizo pensar por qué una escuela valora a unas personas y no a otras.

Estudió con Pablo Pineda en la facultad de Educación en Málaga.

Sí, coincidimos en una asignatura aunque no creo que me recuerde. Es un referente.

Escribe usted en su web que investiga “la diversidad y los procesos de exclusión e inclusión educativa para contribuir a que la escuela sirva a todas las personas”. ¿Estamos muy lejos de conseguirlo?

Estamos lejos, pero nos vamos acercando. En realidad la inclusión no es un estado al que se llega y ya está sino que es siempre un proceso que nunca se agota. Siempre se puede ser más inclusivo como se puede ser más justo o más sabio. Estamos en el camino, pero a veces vemos que hay retrocesos y ahora mismo estamos en un momento de gran complejidad por como están proliferando las escolarizaciones en unidades segregadas dentro de los centros ordinarios como si fueran educación inclusiva y eso no lo es. Hay discursos que están diciendo que la educación inclusiva es lo que no es. Convirtiendo lo blanco en negro.

El profesor de la UMA Ignacio Calderón. Amparo García

Hay niños y niñas con necesidades especiales o que son excluidos por otros motivos integrados en aulas ordinarias, en aulas específicas o en centros específicos. ¿Qué considera usted que es mejor?

El movimiento de integración pretende que las personas excluidas puedan estar dentro del contexto ordinario o común. El problema de la integración es que el contexto no cambiaba, por lo que aunque estuvieran dentro todo el esfuerzo por la adaptación lo tenían que hacer los niños y las niñas. La educación inclusiva no quiere solo que las personas excluidas estén y se adapten sino que los entornos educativos sean acogedores para todas las personas, por lo que tiene que cambiar en gran medida el ADN de la propia escuela. Eso significa poner en cuestión la organización de los centros, la forma de enseñar y de aprender, qué se enseña, los libros de textos que uniformizan las dinámicas de los centros… Todo tiene que cuestionarse y supone un trabajo intenso por parte del profesorado, de las administraciones, del alumnado y de las familias. Es una responsabilidad compartida. Estamos hablando, por tanto, de modificar el sistema y de tener un sistema que atienda mejor a todas las personas.

Cuando habla de exclusión, ¿cuáles son los colectivos más afectados?

Hay colectivos que históricamente han sido más oprimidos como las personas inmigrantes, de etnias minoritarias, discriminadas por sus razas o su capacidad, de bajos recursos… Son personas que han acumulado más fracaso escolar. ¿Quiénes suspenden en las escuelas? Hay perfiles que sabemos que tienden a tener peores resultados que otros y eso tiene que ver con la clase social, con la nacionalidad, la capacidad, etcétera. La educación inclusiva pone el foco en esas personas porque nos pueden ayudar a entender mejor cómo hacer el sistema más acogedor para todos y así también se acoge mejor a los que sí estábamos bien tratados por el sistema. Que mi hermano estudiara en mi escuela la hacía también mejor para mí.

¿Habrá una sociedad más inclusiva si los alumnos sin necesidades especiales se habitúan a convivir con los que sí la tienen?

Cuando una persona que había sido excluida históricamente entra en un contexto ordinario no solo está siendo favorecida ella sino que el resto de las personas están aprendiendo a vivir con personas que habían estado fuera de su propio ecosistema. La discriminación se aprende. No se nace con ella. Es algo que ocurre a lo largo de nuestro desarrollo. Los niños más pequeños, los de la guardería o infantil, no discriminan por el color de la piel. Lo mismo ocurre cuando pensamos en las capacidades. Pensar que una persona que no habla es menos valiosa que tu es algo que se construye en gran medida en la escuela, cada vez que la escuela dice que eso está mal, que el niño o niña no está haciendo lo que debe y que no sigue el ritmo de los compañeros. Esa devaluación de la persona se produce en muchos contextos, pero uno fundamental es la escuela.

Para favorecer la inclusión, ¿es solo cuestión de dinero o falta también interés o motivación por parte del profesorado?

Es falta de inversión económica, pero fundamentalmente inversión en deseo. Hasta qué punto tenemos voluntad de que eso ocurra. Trabajo desde hace años con el profesor Mel Ainscow, que es uno de los grandes referentes mundiales en educación inclusiva, y él dice que “sabemos cómo hacerlo, el problema es la voluntad de hacerlo”, es decir, primero hay que tener claro si queremos una educación inclusiva y, si lo queremos, cuánto estamos dispuestos a dedicar para que eso ocurra.

Calderón es uno de los mayores expertos en educación inclusiva. Amparo García

A menudo pensamos que es un problema de recursos, pero no es solo eso. Es fundamentalmente un problema de cómo entendemos la diversidad y el sentido de la escuela. Cuando te planteas para qué es la escuela, a quién le sirve, su finalidad, cómo podemos trabajar para que los niños se eduquen en igualdad. Cuando eso se transforma, todo lo demás comienza a funcionar. No depende solo de que pongan, por ejemplo, una logopeda en un colegio sino de cuánto se transforma la cultura de ese centro educativo, que entienda que ese alumno o alumna que es visto como extraño o incluso ilegítimo dentro de la institución comienza a ser una persona con pleno derecho, un igual a los demás. La educación inclusiva es un derecho humano fundamental reconocido en nuestra legislación. Y debe estar defendido fuertemente por las Administraciones Públicas y ahora mismo no lo está.

Hay profesores que se vuelcan, por ejemplo, en ayudar a un niño con una discapacidad y otros que los ponen en una esquina para que no les molesten.

Así es, de todo hay. Quiero pensar que hay mucho más profesorado competente y que desea acoger a todos sus alumnos, pero también es cierto que ese profesorado necesita formación, apoyo institucional para que puedan desarrollar procesos de investigación/acción en los que ellos mismos vayan reconstruyendo el saber de la escuela y sus prácticas. Eso tiene que ser con el apoyo de la administración. No puede ser puro voluntarismo.

Usted forma a los futuros profesores de infantil y primaria. ¿Qué les dice para que apuesten por una formación inclusiva?

Hay asignaturas específicas pero para mí la educación inclusiva debe permear todas las asignaturas en la formación de maestros, pedagogos y educadores sociales. Ahora hay una especialización en educación inclusiva, pero eso es un sinsentido. No puede ser una especialización sino algo de raíz de todos los maestros. No se trata de que haya maestros especialistas, sino que todos los profesores entiendan que todo el alumnado es suyo.

A cambiar la escuela se aprende cambiando la escuela. Vamos a ir con un autobús lleno de alumnos de la facultad a un colegio en Almáchar para que ese alumnado se ponga manos a la obra en un proceso de cambio de una escuela real.

¿Hay más concienciación ahora que hace por ejemplo 30 años?

Bueno, la edad no garantiza nada. Conozco a personas muy mayores muy inclusivas y jóvenes al contrario. Pero sí es cierto que no es lo mismo como se están socializando hoy los niños y niñas respecto, por ejemplo, a la diversidad sexual, de género o funcional. No hace tanto que se escondía a las personas por esas causas. Pero veo a mis hijos y veo un avance respecto a mi época.

¿Cuáles son las principales barreras que se encuentra ahora mismo un niño o niña con discapacidad cuando entra en un colegio en infantil?

La escuela sigue teniendo un molde que está muy centrado en eso que llamamos la normalidad. Cuanto más te sales de ese molde, más resistencia tiene la escuela a que formes parte de ella. Por ejemplo la escuela tolera mal, en general, a personas que no se comportan como la escuela espera que se comporten. Cuando la escuela es capaz de construir un camino paralelo para determinadas personas, el camino troncal no se modifica. A la escuela lo que le preocupa es todo aquello que le hace repensarse y transformarse.

Si la escuela se propone mejorar y cambiar no se cuestiona si un niño o una niña debe estar en una clase sino que defiende que ese alumno es un legítimo estudiante, independientemente de sus características, y tiene que poder participar, aprender y progresar.

Uno de los grandes problemas que tiene ahora la escuela es cómo entiende la diversidad. Y una de las formas de afrontar la diversidad del alumnado es catalogar las diferencias, construyendo los caminos paralelos. Esos pasan por un informe psicopedagógico que ahora tienden a ser de tipo clínico y no de tipo educativo. Hacen un etiquetado, que se convierte después en un dictamen de escolarización que conlleva diferentes caminos. La propia ONU ya denunció a España por esos diferentes caminos, que son la escolarizaciones en aulas y centros específicos. Esos caminos son contrarios a la educación inclusiva.

¿Ve mucha dejadez en los colegios privados a la hora de matricular a niños con discapacidad?

La gran mayoría de las personas que han sido catalogadas con discapacidad están en la escuela pública. Y buena parte de la que están en centros privados están en centros segregados. La educación inclusiva está mayoritariamente en la pública. Eso es innegable. La educación pública es la que no puede escoger al alumnado, sino que asume que toda la población es su alumnado. Otra cosa es lo que ocurre dentro, que también en la pública pasa lo que estamos contando.

Calderón reflejado en el ordenador de su despacho. Amparo García

Usted acaba de llegar de EEUU de presentar un proyecto con varios estudiantes de secundaria en exclusión que ha sido premiado en el mayor congreso mundial de educación. Deme más detalles.

Acabamos de finalizar un proyecto de investigación financiado por el ministerio que ha tratado de localizar y promover narrativas de familias, profesionales, estudiantes y activistas por la educación inclusiva en torno a ella. Queríamos buscar el valor genuino de la educación inclusiva más allá de todo este lenguaje políticamente correcto que ahora mismo rodea a la educación inclusiva. Qué es lo que significa para toda esta gente. Hemos ido desarrollando biografías de estudiantes, familias o profesionales, se ha hecho una campaña, se han construido nuevas ideas… Por ejemplo, durante la pandemia un montón de gente se puso a pensar cómo estaba la escuela y cómo podría mejorarse. Esto llegó hasta el Congreso de los Diputados.

Se hizo una guía con medidas, hay una guía en marcha para orientadores sobre como hacer una evaluación psicopedagógica inclusiva que no sea de tipo clínico, en la que no se evalúa al niño sino cómo se puede mejorar la propuesta educativa. De entre todas las propuestas que se han desarrollado, está la de un grupo de estudiantes diverso que nace de estas conversaciones. Son una veintena de alumnos de diferentes partes de España con diversidad de nacionalidades, de clase social, sexual y algunos con diferentes capacidades. Empezamos a hacer reuniones telemáticas en las que pensar cómo hacer más inclusiva la escuela.

Los estudiantes diseñaron una guía para que otros estudiantes puedan hacer más inclusivas sus escuelas. El Ministerio de Educación publicó la guía y los estudiantes se la presentaron a la ministra de Educación. Fue el punto de inicio de un trabajo de promoción de la educación inclusiva en España y han participado en congresos, medios de comunicación, etcétera. Este proyecto ha sido el único que se ha seleccionado de toda España para ser presentado en el congreso de la American Educational Research Association (Aera) que este año se ha celebrado en abril en Chicago, un congreso enorme con más de 2.000 sesiones con investigadores de todo el mundo.

¿Se puede obtener un rendimiento mucho mayor del esperado de las personas con discapacidad o con otro tipo de exclusión si se trabaja pronto con ellas?

Creo que este programa del que estamos hablando es un buen ejemplo. Dentro del grupo había personas de todo tipo y entre ellos no han tenido la necesidad de categorizarse. Para las escuelas parece que es fundamental saber cuál es el diagnóstico del niño o la niña porque si no no puedo trabajar con él o con ella. Eso no es real. Lo que necesitamos es saber cómo podemos hacer nuestras metodologías accesibles para todas las personas, hablen o no hablen, aprendan más rápido o más despacio, se muevan de una u otra forma… En esas metodologías tiene que caber todo el mundo.

La educación inclusiva es cómo hacer que la colaboración prime sobre la competitividad en las escuelas. Muchos de estos niños y niñas han vivido cómo la escuela desprecia sus saberes. Y en todo este proceso han visto cómo sus saberes tienen valor hasta el punto de llegar a informar a la ministra o de irse a un congreso mundial en Chicago después de obtener un premio. ¿Quién tenía razón? ¿Quiénes decían que estas personas no podían aprender, que no tenían cabida en la escuela ordinaria, o los que le han dado ahora un premio internacional?

De hecho, tenemos un sistema educativo basado en la competitividad, en sacar la mejor nota posible.

Sí, además lo mejor es el sobresaliente, sobresalir respecto al otro. No es pensar que crezcamos juntos, sino que la idea es que tiene que haber alguien por debajo tuya y esa idea la vamos aprendiendo en la escuela. Nos la enseña a fuego. Pero podríamos pensar en otra escuela y aprender a vivir de otra manera. Cuando alguien me dice que la inclusión es imposible digo que esa inclusión ya está en un montón de familias de nuestro país hoy. ¿Por qué las escuelas no aprenden de cómo lo hacen las familias? Mi familia era muy grande, cuando nació mi hermano pequeño con síndrome de Down era un miembro más. ¿Podrían pensar las escuelas así, como un espacio en el que todo el mundo es legítimo? A ningún padre o madre se le ocurre decir que no tiene recursos para un hijo y sí para los demás. Pero las escuelas sí se permiten decir eso. Hay una serie de recursos y esos son para todos y todas. La clave es ver cómo hacemos para que esos recursos lleguen para que todos puedan aprender, participar y obtener logros.

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