¿Tiene usted, lector que se dispone a sumergirse en este reportaje, más de 30 años? Si la respuesta es afirmativa, es posible que recurra de manera relativamente frecuente a los medios de comunicación para informarse. Si por el contrario se encuentra en la franja de edad de entre 18 y 24 años, es probable que ni siquiera haya pinchado en el enlace.
Las últimas investigaciones científicas, como la publicada en 2023 por Ana Pérez Escoda y Luis Miguel Pedrero Esteban, de la Universidad de Nebrija, apuntan a que entre un 40 y un 60% de los jóvenes en esta edad no consumen habitualmente radio, prensa o televisión online. Por el contrario, más de la mitad de los casi 500 encuestados (52,7%) aseguraron usar siempre las redes sociales.
Estos hechos enfrentan a la población a un nuevo paradigma comunicativo en el que los medios están perdiendo protagonismo en favor de plataformas como Facebook, Twitter o TikTok, que a su vez implican un riesgo de magnitudes todavía en estudio. ¿Qué pasa con las fake news y la desinformación entre la población más joven?
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Arancha Tejero es periodista y desde hace unos años colabora con la Asociación Malagueña para el Apoyo a las Altas Capacidades Intelectuales. El taller que ella imparte tiene como gran protagonista a la profesión que ejerce en Málaga; por eso, en cada sesión, persigue el objetivo de “despertar la curiosidad” en personas que más temprano que tarde tendrán que enfrentarse a un mundo en el que la verdad y la mentira pelean constantemente.
“Me gusta enseñarles a hacer una noticia para radio, prensa o que se pongan delante de un micrófono. Eso les ayuda a entender cómo funciona nuestro sector”. Sin embargo, la estrategia principal pasa por intentar aprender a desmentir los bulos que reciben a diario: “Ellos usan TikTok como su buscador natural; de hecho, no ponen algo en Google, sino en se dirigen directamente a esta red social enfocada principalmente a los vídeos”, expone.
De esta forma, intenta enseñar pautas que les lleven a una dieta mediática más “sana”. Actitudes tan sencillas como seguir a los perfiles de Newtral o Maldita pueden convertirse en un salvavidas ante situaciones de riesgos.
“Ellos ven las stories y, casi sin darse cuenta, les aparece un resumen diario con los temas que se han analizado. Hay que tener en cuenta que el periódico lo conocen porque lo han visto en casa de sus abuelos, pero nada más. El máximo exponente del salto generacional está en la concepción que tienen de los medios; se piensan, por ejemplo, que los periodistas cobran de Google”, argumenta.
12 alumnos por taller, de una hora y media cada 15 días y durante todo el curso escolar. Durante este periodo, los estudiantes han de asumir una idea fundamental: que el mundo está repleto de “temas serios” que les afecta. “Nuestro objetivo es mostrarlo con un formato atractivo, siempre teniendo presente que es fundamental cuestionarlo todo”, describe.
Falta de apoyo familiar
Aunque el concepto de alfabetización mediática lleva en las aulas desde los años 80, lo cierto es que las dos últimas décadas han supuesto un totum revolutum. El fenómeno de las nuevas tecnologías, las redes sociales y los medios de comunicación en plataformas digitales han puesto en alerta a instituciones como la UNESCO. Este organismo se ha pronunciado en numerosas ocasiones a favor de introducir en las aulas una disciplina que uniera ambas materias.
El objetivo principal es acabar con un fenómeno que los investigadores Alba Ambrós y Ramón Breus han definido como “analfabetismo funcional”. Pero no es el único: la desigualdad digital o los retos a los que se enfrenta una sociedad altamente digitalizada siguen estando muy presentes.
“Ya no es solo la familia la que educa en valores, sino que los medios de comunicación y las redes sociales están haciendo un trabajo que complementa con demasiada fuerza ese trabajo, incorporando conceptos negativos”, asegura Laura López.
Esta profesora de Alfabetización mediática en la Universidad de Málaga explica que la educomunicación se sostiene gracias a la colaboración de medios, escuelas y familias; un triángulo que en los últimos tiempos ha comenzado a deformarse debido a la poca implicación de este último estamento: “Es el ámbito al que más nos cuenta llegar. Son conscientes de la importancia que tiene; incluso se ven ahogados en muchas ocasiones, pero no siempre podemos llegar a los padres”, añade esta investigadora.
López recuerda que los primeros trabajos científicos tenían a la televisión y la publicidad como principales marcos de estudio. Eran los años 90; las redes sociales no eran una realidad en el imaginario colectivo y el gran peso de la comunicación de masas lo llevaba la pequeña pantalla: “Ejercía la mayor influencia. Es cierto que también había talleres de prensa escrita, pero el gran trabajo estaba en luchas contra los estereotipos que proyectaba la televisión”.
Ya no solo ha cambiado la plataforma en la que estos clichés se transmiten, sino que los riesgos actuales han obligado a poner en el centro del debate cuestiones como la salud mental, la nutrición y la imagen. Son los patrones con los que se rige el siglo XXI, con especial énfasis en las redes sociales. Por eso, esta profesora incide en uno de los objetivos básicos que persigue la educomunicación: que la sociedad tome distancia y conozca mejor los entresijos de los medios y las redes.
Es por ello por lo que pide que desde los gobiernos se regulen plataformas como TikTok o Instagram, ambas con una prominencia destacable de la imagen y del fenómeno scroll (deslizar para ver contenidos), perfectos estimuladores de dopamina: “Hay que acotarlas porque crean contenidos dañinos; es necesaria una legislación que vele por la seguridad de sus ciudadanos. Una primera medida ha de pasar por evitar que alguien que no tiene la edad reglamentaria pueda utilizarla”.
Menos edad para acceder a la tecnología
El I Estudio Xplora publicado en 2019 arrojó un dato determinante: el 60% de los niños han pedido un teléfono móvil antes de los 9 años. Esta cifra se corresponde con los datos manejados por el Instituto Nacional de Estadística, que apunta a que casi el 70% de los menores de entre 10 y 15 años cuentan con uno de estos dispositivos, superando el 90% en los últimos dos tramos.
La presión, la necesidad de una sociedad hiperconectada, el miedo a que los hijos se puedan ver apartados de su entorno escolar por no contar con estas herramientas… Estos son los principales factores que han desembocado en una situación compleja por el ecosistema digital al que han de enfrentarse los niños.
Vito Contrera es experta en el desarrollo de proyectos de alfabetización mediática en escuelas. Fue en 2015 cuando esta periodista malagueña enfocó su vida profesional al campo de la educación y actualmente elabora talleres como Prensa en mi mochila (junto a la Asociación de la Prensa de Málaga) y Desenreda (implementado por la Junta de Andalucía).
Su labor, explica en conversación con EL ESPAÑOL, se centra en acercar los medios de comunicación a estudiantes del último ciclo de primaria –11 y 12 años– y de secundaria –15, 16 años–. Tras haber trabajado con una media de 50 centros escolares al año (2.500 alumnos desde que empezó su andadura), la conclusión es clara: “Cada vez necesitamos abordar antes las cuestiones que tratamos”, subraya.
Las aulas a las que se enfrenta están repletas de niños con cuentas en Instagram o TikTok, aunque la propia política de empresa registra que es necesario tener 14 años para poder acceder a ellas: “En los últimos tiempos se ha convertido en el regalo de comunión”.
La dinámica en estos grupos busca despertar el “espíritu crítico”: “Queremos que no se crean todo lo que cae en sus manos”. Para ello, a través de bloques temáticos (como desinformación, fake news, uso y abuso de redes, periodismo enfocado a la mujer en los medios y la inmigración…) van desgranando las claves que les van a permitir discernir por ellos mismos.
“Ellos mismos interactúan y debaten cuando los exponemos, por ejemplo, a un bulo enviado en cadena por WhatsApp, un auténtico “coladero” según definen los científicos y con el riesgo añadido de ser privado; es decir, sin capacidad de acción para los verificadores. Enseguida sacan casos similares que le suenan porque lo han visto en casa”, aseguran.
Tanto López como Contreras coinciden con el balance: los centros educativos están viendo lo importante que es esta formación. Prueba de ello es que los nuevos planes y programas planteados desde la Junta de Andalucía ya incluyen materia de alfabetización mediática.
Del New York Times a Ibai Llanos
Uno de los talleres puestos en marcha por la Fundación Cibervoluntarios (especializada en el acercamiento de la tecnología a la sociedad) es Verifica2. La iniciativa, elaborada a al alimón junto a Newtral, busca ofrecer a los jóvenes herramientas para poder “romper con las cadenas” de las fake news en la red.
El profesor de Periodismo de la Universidad Carlos III y portavoz de Cibervoluntarios, Óscar Espiritusanto, reflexiona sobre la importancia que tiene luchar contra los bulos: “La desinformación puede llevarnos a sitios a los que no queremos ir; como sociedad, puede cambiar la estructura de la colectividad y de las democracias”, relata.
El futuro en el que esta transformación puede darse cuenta con problemas añadidos, como la inteligencia artificial, capaz de generar noticias falsas a “alto nivel”. Pese al “peligro”, Espiritusanto se muestra optimista. Según desarrolla, hay una posibilidad alta de combatirlo bajo el paraguas de la alfabetización mediática: “Tenemos que implantar el espíritu y pensamiento crítico”.
La idea generalizada de que los más jóvenes, en proceso de maduración, pueden ser los que más expuestos estén por su condición de nativos digitales. Aunque esta afirmación es cierta, verificadores profesionales de Maldita, Newtral o RTVE Verifica han afirmado en varias ocasiones que esta nueva generación “ya convive” con herramientas para desmontar los bulos: “Ya las conocen a nivel técnico. Lo que les falta es la duda”, abunda el periodista.
A nivel nacional, Verifica2 ha llegado a más de 4.000 estudiantes con 190 talleres. En el caso de Andalucía, la cifra supera las 600 personas en dos años gracias a los centros educativos de primaria y último año de secundaria en los que se imparte este curso gratuito. Pese a que la edad en la que se imparte coincide con la de otras dinámicas de índole similar, este profesor incide en la importancia de empezar “cuanto antes”: “Lo veo vital para que no haya más Trumps”, apunta.
La hoja de ruta busca exponer una serie de conceptos más teóricos (la diferencia entre misinformation, disinformation y malinformation –cuya principal distinción está en el objetivo que se persigue con las informaciones erróneas–) para acabar con casos prácticos. En estos últimos años, explica el experto, la hegemonía del vídeo y la imagen obliga a centrarse mucho en ejercicios como la búsqueda inversa de fotografías en Google.
Pese al alcance tan enorme de las fake news, el espíritu con el que estos académicos se enfrentan al reto se podría resumir en ese clásico dicho que afirma estamos rodeados, esta vez no se nos escaparán: “El problema que veo es que el desmentido no llega. Incluso en algunos focus group hemos visto que los generadores del bulo no quieren rectificar en el grupo al que lo han mandado”, destaca.
Otro problema vigente es el descrédito al que han caído los Legacy media (marcas tradicionales y con prestigio) entre las nuevas generaciones: “Ya no es que les den exactamente igual temas como la política, sino que prefieren a los TikTokers, huyendo de plataformas que les pueden ofrecer más imparcialidad en favor de lenguajes más cercanos a ellos”. Así, cabeceras como el New York Times o The Guardian han pasado a un segundo lugar. Ahora el ritmo lo marcan Auronplay e Ibai Llanos.
Sesgo familiar
La figura paternal sigue siendo una referencia en los niños; por eso, desempeñan un papel clave como verificadores, con el consiguiente “sesgo” preexistente en todas las familias. Pese a lo asentado que se encuentra esta práctica, los modelos analizados han demostrado que los jóvenes suelen ser “mejores verificadores” que los progenitores: “Se ven empoderados con las herramientas, pero tienen que establecer la duda y el pensamiento crítico. Muchas veces no lo vemos ni en Periodismo”, incide.
El gran problema, en su opinión, es que se asume la desinformación bajo el dicho de “todos mienten”: “No podemos pensar en eso porque vamos a un tipo de sociedad en la que no se va a generar ningún tipo de cambio”.