Clientes que entran y salen sin descanso. Mientras, el sol del mediodía aprieta en Málaga y dispara las temperaturas por encima de los 30 grados. Y pese a ello, hay quien pide alguna que otra zapatilla aterciopelada, "que esas salen muy buenas". Las mismas paredes que estaban repletas de zapatos, muestran ahora algunos desconchones en la pintura y no más de una veintena de modelos. Apenas quedan un par de números de cada uno. De los de señora, el 38 y el 39 "han volado". De los de caballero, quedan números grandes, de esos que son más propios jugadores de baloncesto.

La familia Hinojosa cierra este mediodía la persiana de su centenaria zapatería de la calle San Juan para no volver a abrirla. Y por más que el adiós definitivo ya no pilla por sorpresa a nadie, los propietarios del popular negocio no terminan de creérselo. La locura desatada después de que anunciara su drástica medida el pasado 26 de mayo ha sido total.

"Ha sido un estrés constante, pero parece que ya hemos pasado lo peor. Nos queda terminar de liquidar algunas cosillas y ajustar las cuentas, pagar algún sueldo... Y poco más. En mi caso ahora me toca preparar papeles para ver si me puedo prejubilar porque aún no tengo la edad para la jubilación completa", declara uno de los actuales propietarios, Javier. Lleva desde 1984 trabajando mano a mano con su hermano Alberto.

Las paredes de Calzados Hinojosa en estos momentos. A.R

La aventura la inició su padre, José Hinojosa Ruiz. Llegó a Málaga capital procedente de Alhama de Granada, de donde era natural, para ser aprendiz en una zapatería que, tres años más tarde, acabaría regentando. La convirtió en el buque insignia del sector en la capital, sobre todo en la venta de espartos, las zapatillas que muchas mujeres utilizan para las ferias andaluzas y que este año, precisamente, son tendencia entre las influencers.

Cuando el dueño original del local comenzó a envejecer, le ofreció a José seguir el camino. Solo tenía una hija y nadie de su familia quería ‘heredar’ un negocio tan sacrificado, así que junto a otro socio, su padre se puso al frente.

Una imagen del comercio con el anterior dueño. C. H.

Alberto y Javier tuvieron que esperar a 1984 para tomar las riendas de un negocio que su padre bautizó como Hermanos Hinojosa en los años veinte. Aunque José falleció solo tres años después de que sus hijos tomaran el timón del barco, estuvo cuidando del local hasta que pudo, salvo los últimos seis meses de vida.

Era tal la pasión que la familia tenía en el negocio, que Alberto y Javier solo eran unos chiquillos cuando ya se movían con pericia por los pasillos de la zapatería. "Esto es un gran negocio familiar. El pilar ha sido ese", reconoce Carmen, la mujer de uno de ellos.

A apenas 24 horas de su cierre definitivo, a Javier le brillan los ojos hablando del negocio de su vida, aunque da la impresión que trata de hacerse el duro. La anécdota que recuerda con más cariño es la del momento en el que su hermano y él pudieron dar el paso de comprar el local para no tener que hacer frente a los demoledores alquileres del centro de la ciudad.

Corría 2005 y reconoce que, con esa inversión, respiraron mucho más aliviados. "Este negocio ha hecho que yo pueda ver cómo mis hijos estudian, cómo he podido vivir dignamente y bien... No puedo pedirle mucho más, se ha portado bien", reconoce.

I. V.

Como el propio Javier explicaba a este periódico hace un año, su padre sufrió los estragos de la Guerra Civil al frente del negocio; la crisis del petróleo de 1973, la crisis posterior a 1992, al año de los grandes fastos... Y luego llegó la Covid. Pese a que no pudieron celebrar su centenario en 2020 como ellos deseaban, se muestran orgullosos porque cierran por una cuestión de edad y no porque la guerra, la inflación o alguna enfermedad les haya vencido. "Nos ha venido mucha gente dándonos el pésame. No nos morimos, simplemente nos vamos a descansar por jubilación. ¿A quién no le gusta jubilarse?", dice Javier esbozando una sonrisa, a la par que reconoce alegrarse de que muchos hayan querido visitarles para tener su último par de zapatos de Hinojosa de recuerdo antes del cierre.

"Hay mucha gente que nos tiene cariño a nosotros y a nuestros zapatos, al final llevamos muchos años aquí, y nos han ayudado a vender mucho y liquidar rápido", reconoce. 

Si algo caracteriza a Calzados Hinojosa es la apuesta por el calzado made in Spain. "Hay quien ha venido diciéndonos que por qué cerramos. Que en otros sitios está todo muy caro. Ya no digo que sean los productos de peor calidad, que puede ser que tengan los mismos que nosotros, pero nosotros no estábamos en calle Larios o Nueva y podíamos permitirnos poner esos precios competitivos pese a que yo sé que mis espartos se hacen a mano", declara Carmen mientras despacha unas chanclas de niña de color lila.

La caja registradora de 1904. I. V.

Mientras habla, Javier termina de romper algunos documentos que ya no sirven en la oficina de la zapatería. Se queda callado observando a su alrededor. "Todo sigue igual que al principio", pronuncia. Hasta mantienen una máquina registradora de 1804 que se quedará alguno de los miembros de la familia de recuerdo por su gran valor.

Cuando se le pregunta por el futuro uso que tendrá el local, el copropietario no sabe qué decir. Antes de ser una zapatería, fue tienda de chocolates y, en palabras del propio Javier, "todo apunta a que lo que vendrá será un local de hostelería, como se lleva ahora".

Mientras retira los toldos por penúltima vez para preparar la tienda para la tarde del martes, sus compañeros de La Recova bromean con él. "Ya estáis locos porque me vaya", dice entre risas. La respuesta que recibe es la expresión de muchos malagueños: “De eso nada, que os vayáis es perder identidad y seguro que nos acabarán poniendo lo de siempre".

Una imagen de Javier recogiendo el toldo. A.R

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