Recorrer las calles del barrio de La Luz a su lado es suficiente para conocer la relación que Sabino Ginés tiene con sus clientes y vecinos. Este cuevacho, así se llama a los nacidos en Cuevas de San Marcos, llegó hace ya treinta años a la zona oeste de Málaga capital como comercial de Campofrío y El Pozo, pero ahora se ha convertido en todo un referente de los negocios locales: regenta cinco repartidos entre San Andrés y La Luz y ya da trabajo a 25 vecinos de la zona.
“Yo sé que cuando me muera, lo único que echaré de menos será el comercio. Yo nací para comercializar, comprar y vender. Es cierto que hubo un momento de mi vida que tuve que reinventarme porque veía que mis hijos no querían estudiar y me empeñé en darles un hueco en la vida laboral”, explica Sabino a EL ESPAÑOL desde una de las mesas que tiene en la cafetería que dirige en el hogar del jubilado de Virgen de Belén, mientras que su hijo recoge la cubertería tras la barra.
Aunque lleva treinta años en la ciudad, asegura que tiene pensamiento y cultura “de pueblo”. Ha visto a sus padres partirse “el lomo” trabajando para sacar una casa adelante y para que sus hijos tuvieran un buen futuro y él no podía hacer menos con los suyos. “Mi padre ha trabajado toda la vida en el norte para dejarle algo a sus hijos. Fue poquito, dos parejas de olivos, pero bueno es. Pues lo mismo me ha pasado a mí, he buscado la línea de negocio perfecta para integrar a mis hijos”, dice.
Desde hace más de dos décadas, asegura, no descansa ni un día de la semana con jornadas que alcanzan las 14 horas. Se desvive por sus negocios. La primera tienda que abrió en La Luz fue dentro de la urbanización Barceló, en la avenida de Europa. Corría el año 2009 y estaban en un local diminuto, de unos 40 metros cuadrados. “Apañaba productos baratitos de alimentación y los iba vendiendo allí. Era una época en la que no había tantos supermercados y me iba bien”, recuerda. Este pequeño negocio cerró en 2022.
En 2012, Sabino se enteró de que el local que ocupaba Komo Komo en la avenida de Bonaire, frente al centro de salud de Los Girasoles, se quedaba libre. “¿Cómo se iba a quedar Bonaire sin su supermercado?”, lanza al aire. Y allá que fue Sabino a mantener este pequeño supermercado abierto, esta vez en forma de Covirán.
Asegura que detesta ver cómo Málaga, y más concretamente sus barrios, se quedan sin esencia. “A mí me encanta el barrio de La Luz. Me gusta darle unas tiendas concretas a las personas mayores, las generaciones que nos lo han dado todo a nosotros, para que les sea sencillo ir a comprar”, continúa. Es por ello por lo que cuando se enteró que la droguería Hinojosa, un clásico de la avenida de La Luz, bajaba la persiana para siempre, decidió que daría el paso de abrir un negocio similar cerca,
“Tonisan, el videoclub de la avenida Isaac Peral anunció que cerraba y me obsesioné por el local. No tenía dinero para montar la droguería, pero decidí pasarme casi un año pagando el alquiler con la persiana bajada solo para que no me lo arrebataran hasta poder montarla”, expresa. Se hizo con el establecimiento en enero de 2017 y a finales de año ya estaba abriéndolo.
El siguiente paso en esta escalera de los negocios lo sacó del barrio. Montó un supermercado Covirán con un socio en la calle Martínez de la Rosa, pero no le fue bien. Lo tuvo que traspasar porque el socio buscaba “unas líneas” diferentes a las suyas. “Así que me volví a centrar en el barrio, que es donde me gusta estar realmente”, asevera.
Tanto es así que un día de 2018, acompañado de un representante, vio que la academia de estudios Isaac Peral estaba en alquiler. “Esa era la mía. Estaba en una esquina bendita, muy buena. No tenía ni idea de qué montar, pero sabía que tenía que ser mío, era un sitio estupendo”, dice con una sonrisa. Su entorno creía que estaba “loco”, pero llamó al teléfono que estaba en el cartel que colgaba de la fachada y lo reservó.
El propietario de la hamburguesería Los Piratas, buen amigo suyo, le dio la idea para poner en marcha el nuevo establecimiento. Era final de año y le dijo que los mantecados siempre son una buenísima opción. “Y así lo hicimos. Una vez pasó la época navideña, añadimos una charcutería y mantenemos ese híbrido todo el año adaptándonos a la temporada”, comenta.
Esta tienda se transforma por completo cada Navidad. Han llegado a vender 20.000 kilos de mantecados en una temporada. Todos ellos, incide Sabino, de origen local. “Trabajamos con mantecados de Antequera y todos los productos que hay en nuestras estanterías son nuestros, de Antequera, de Ronda, de Ardales… Tenemos las chacinas y la pastelería y ambas nos han funcionado de diez, van muy bien”, explica.
Después de que pasara lo peor de la pandemia, asociaciones de vecinos de la zona fueron a buscarle para contarle que el Centro Social de Virgen de Belén, el hogar del jubilado del barrio, se quedaba sin restaurante-cafetería. Consideraban que podía ser la persona idónea para hacer los trámites y gestionarlo. Y como él se debe a su público, lo hizo. En abril cumple dos años allí y asegura que no puede estar más contento.
“Ha sido la mejor decisión de todas. Es el negocio que más disfruto socialmente hablando. Aquí damos un menú de siete euros con una calidad tremendamente alta. Damos una media de 130 o 140 menús, lo que me satisface mucho. Hacemos que la gente pueda comer bien en la calle de lunes a domingo”, cuenta.
Y su último negocio, al menos hasta ahora, pues ya tiene en su mente varias ideas para poner en marcha en los próximos años, está en San Andrés, concretamente en la avenida Puerto Oncala. “No hay supermercados en la zona, solo el Mercadona de la avenida de Europa, y vi que poner allí un Covirán le vendría bien a la gente mayor cuando olvida algo, porque sé que las grandes compras se hacen en Mercadona. Y lo respeto. A mí me vienen clientes con bolsas de Mercadona, pero me compran una Coca-Cola y lo agradezco, es así”, subraya.
Ha nacido para tratar a la gente, para el negocio. Ahora mismo lidera un equipo de 25 personas y lo que más le preocupa, dice, son ellos, los empleados. “Sin ellos, no podría tener todos los negocios que tengo. Quiero que tengan sus descansos, que se encuentren bien trabajando… El capital más grande de una empresa es el capital humano”, dice.
Aunque la palabra ‘empresario’ normalmente se relacione con un hombre que lleva traje y corbata, Sabino siempre suele llevar camisas arremangadas y vaqueros, e igual lo puedes ver a las seis de la mañana comprando mercancía, que en uno de los supermercados reponiendo... o en el bar sirviendo un café. “Me gusta estar siempre en primera línea de batalla”, comenta.
Esa cercanía con el cliente que trabaja día a día, en ocasiones, le ha dado algún que otro dolor de cabeza. La pasada Navidad, una persona, cliente asidua de uno de sus establecimientos, le pidió dinero urgente. Se lo dio, dice, “con todo el corazón del mundo”. Nunca más volvió a verlo. “Sin embargo, yo siempre trato de ver lo positivo. Es un capítulo de un libro de muchas hojas. Yo lo saqué de donde no lo tenía por dárselo y, por una persona así, no voy a dejar de ayudar a los que verdaderamente lo necesitan”, añade.
“Mi mujer me dice que quiero más a la gente de la calle que a la de la casa”, espeta Sabino entre risas. Asegura que no es cierto, pero que le genera muchísima satisfacción recibir tanto cariño por parte de sus clientes allá por donde va. En la entrevista, José, un joven con discapacidad muy conocido en el barrio, se acerca con una bandeja para decirnos si necesitamos algo. Ante nuestra negativa, se marcha riendo.
“Esta es otra de las labores que hacemos, por ejemplo. Siempre estamos ahí, acompañando a José. Si se viene a desayunar o almorzar, por entretenerse, pues se viene. A él lo conoce todo el barrio e intentamos ayudar a la familia un poquito. Si lo podemos tener con nosotros, pues bienvenido es”, expresa con una sonrisa.
La vida de Sabino, escuchada desde su propio testimonio, parece sencilla. A las seis y media ya está camino de los almacenes, compra la mercancía y se va a las tiendas que tiene hasta el mediodía “a echar una mano en lo que haga falta”. “Como buen andaluz, me gusta echarme una pequeña siesta, aunque no siempre lo logro, pero a las cinco estamos otra vez en marcha, como mínimo hasta las nueve de la noche. Ahora con el verano empieza el calor y se hace más pesadito todo, pero bueno, qué le vamos a hacer”, se lamenta.
Sabino se complica aún más la vida cada vez que va a comprar porque trata de buscar siempre el proveedor que da la mejor calidad al menor precio. "Esto es muy sacrificado. Entiendo que cada vez haya menos negocios, porque cada vez hay un compromiso menor por parte de la gente joven. Cosa que respeto, porque esto requiere muchas horas y si no te gusta, entiendo que hagas unas oposiciones o prefieras trabajar para alguien. La gente mayor, la gente de antes, prefería sufrir", dice.
Su forma de pensar le lleva a admirar a dos hermanos malagueños que también se dedican al comercio, los Sánchez Moyano. "Quizá con el nombre nadie los conoce, pero si digo Samoy y Saymu, sí. Paco y Carlos son dos grandes luchadores de Los Corazones que están luchando contra los grandes imperios y con buenos precios", relata.
Es inevitable preguntarle qué piensa su familia de la vida totalmente volcada al trabajo que lleva. "No lo entienden. Pero creo que mi nieta se sentirá orgullosa del camino que ha labrado su abuelo", dice. La última vez que Sabino se fue de vacaciones fue hace cuatro años. Fueron a Torremolinos, a diez minutos en coche de su casa. "Teníamos el cachondeo de que parecían las de José Luis López Vázquez", apunta entre risas.
Sus jornadas maratonianas, pese a todo, han conseguido "encaminar" a sus hijos. Sabino, el pequeño, trabaja mano a mano con él y el mayor, José Mari, ha encontrado en la hostelería su terreno. Regenta los bares Carmela Bar Café y Mamuth Café, además de los tres locales de Burger Mi Barrio, una hamburguesería que es todo un éxito en la zona oeste de Málaga, que lidera junto a una prima. "Parece que el zagal, como decimos en el pueblo, ha encontrado lo que quiere y ojalá vaya tirando y todo le vaya muy bien", expresa.
De la palabra 'jubilación', Sabino no quiere saber absolutamente nada. "Todos los que se han jubilado en mi entorno acaban con una depresión de caballo. Yo no quiero saber nada de eso. El día que me muera, dejaré de comercializar. Soy muy feliz con mi vida. En 10 años espero tener tres o cuatro locales más y seguir pudiendo compaginar mi trabajo con mis ratitos, desde llevar al cole a mi nieta o vestirla, hasta tomarme algo en La Mariposa [un bar del barrio], porque no hace falta salir de La Luz para ser feliz", zanja.