Las mil veces que Málaga ha querido domesticar el Guadalmedina: río de grandes desastres

Las mil veces que Málaga ha querido domesticar el Guadalmedina: río de grandes desastres

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Las mil veces que Málaga ha querido domesticar el Guadalmedina: río de grandes desastres

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La catástrofe de Valencia, por donde la DANA ha pasado dejando ya 219 víctimas mortales (algunas de ellas en Castilla-La Mancha) y enormes daños materiales, pone de nuevo el foco sobre la histórica pretensión de Málaga de conquistar el río Guadalmedina, generando sobre su encauzamiento urbano espacios de ocio y disfrute para los ciudadanos. 

La iniciativa, que por más planes que se han adjudicado y redactado nunca ha superado el escenario del papel y de las infografías, es de nuevo objeto de discusión tras la enorme riada de tierras valencianas. Y ello, en buena medida, porque pese a los incontables reveses que ha recibido la aspiración de intervenir sobre el río, el alcalde, Francisco de la Torre, sigue sin abandonar la idea.

Aunque los planteamientos más recientes distan de la ambición con la que hace ahora casi 25 años se proyectaba la operación sobre el Guadalmedina, dibujando un embovedado completo, el interrogante sobre sus capacidad real en caso de un aguacero semejante al de tierras valencianas se mantiene intacto. Hasta el propio regidor ha solicitado simulaciones de cómo Málaga sería capaz de responder a una tromba de 400 litros por metro cuadrado en cuatro horas.

El análisis de lo ocurrido en Valencia ha puesto, además, el foco sobre el valor de la histórica obra que permitió desviar el cauce del Turia antes de su llegada a la capital levantina. A ojos de los expertos, esa intervención mayúscula ha sido clave para evitar que la catástrofe de la DANA fuese mayor sobre la ciudad.

Si bien las diferencias entre el Turia y el Guadalmedina son enormes, sirva la experiencia para recordar cómo en el caso de la capital de la Costa del Sol son muchas las ocasiones en las que se ha puesto sobre la mesa una intervención parecida. De hecho, son más de veinte las ocasiones en las que, desde mediados del siglo XVI, se ha planteado esa opción.

Para encontrar la primera hay que remontarse al año 1559, cuando El Cabildo contempló ese desvío por encima del barrio del Perchel. El objetivo era evitar la acumulación de barro y las inundaciones.

La reflexión tomó cuerpo apenas diez años después de que Málaga sufriera la primera anegación por la crecida del Guadalmedina. En 1548 otra inundación extraordinaria provocó la destrucción de muchos edificios y la muerte de 20 personas.

En 1597, según se recoge en los cuadernos sobre el Guadalmedina de la Fundación Ciedes, tiene lugar otra gran avenida de agua. "Con la furia de las aguas, encalló junto a la torre de dicho río una tortuga tan grande que, sobre su concha, se sentaban cómodamente cuatro hombres. Su cuello tenía una vara de largo; su cabeza, muy parecida a la de un limón real; sus pies, media vara de longitud”, escriben los autores de la época.

Inundaciones del Guadalmedina en el año 1959.

Inundaciones del Guadalmedina en el año 1959. Archivo Municipal de Málaga

La relación de desastres en aquellos años es continua. Las crónicas sentencia que en 1624 una "gran avenida" provocó la muerte de 600 personas y de más de 300 cabezas de ganado perecieron. Apenas cuatro años después, otros "601 muertos, 1.800 cabezas de ganado desaparecidas y pérdidas de dos millones de reales". 

Un millar de muertos en el siglo XVII

La cifra de fallecidos fue incluso superior en el año 1661, cuando fueron 1.000 las personas afectadas. También se enumeraron 481 casas destruidas, a las que sumar 400 inhabitables y más de 1.500 inundadas. Las pérdidas económicas supusieron, según crónica de Narciso Díaz de Escovar, más de 30 millones de reales. El Cabildo remitió esta relación de pérdidas al rey, el cual, en respuesta, desembolsó en la ciudad más de 16.000 ducados y los daños se evaluaron por Real Orden.

En el año 1722, el ingeniero militar Próspero Verboom estudió los proyectos anteriores y el cauce y llegó a una conclusión que, hasta el día de hoy, se mantiene: "El proyecto no es de una ciudad, si no de un rey". 

Ante la gravedad de la situación, puso sobre la mesa una nueva iniciativa, que consistía en crear un canal que desde las montañas, más allá del convento de la Trinidad, llevaría las aguas del Guadalmedina hasta "el mar, a cosa de un cuarto de legua de la desembocadura del río Guadajoz". 

Con el año 1861, el Ayuntamiento encargó otro proyecto a Pedro Antonio de Mesa, ingeniero al frente de las obras del ferrocarril Málaga-Córdoba, quien presentó dos propuestas: canalización directa o desviación. La opción del desvio fue aprobada en 1864, siendo declarada de utilidad pública esta obra en 1866. Pese a estos avances, en 1874 se consideró inviable ir adelante con esta actuación.

En 1887 toma forma un nuevo proyecto para, además de desviar el río, afrontar la urbanización del cauce. Tampoco fue adelante. Lo mismo ocurriño con otro que se puso sobre la mesa once años más tarde, que planteaba la desviación hacia el este (por el arroyo de la Caleta).

Año 1828. "Por Real Orden se dispuso que las obras de desviación del río Guadalmedina, que habían estado a cargo de la Junta de Reales Obras, pasasen a ser de la exclusiva competencia del Ayuntamiento, pero no contando éste con recursos, pues el impuesto de dos cuartos de libra de aceite que se creara con este fin había sido traspasado al Hospicio, vino en necesidad de arbitrar medios, vendiendo solares", se dice.

Imagen de las graves inundaciones de 1907.

Imagen de las graves inundaciones de 1907. Archivo Municipal de Málaga

En 1907 se produce una de las grandes catástrofes sufridas como consecuencia de la crecida del río. En concreto, durante la noche del 23 al 24 de septiembre, "sin que hubiera caído una sola gota de agua en Málaga, una asoladora riada se precipitó sobre la ciudad". 

Las precipitaciones se habían registrado en toda la cuenca del Guadalmedina, causando su desbordamiento. El agua inundó los barrios del Perchel, la Trinidad y las restantes zonas bajas de la ciudad (alcanzó alturas de hasta cinco metros), al tiempo que las campanas de la Catedral repicaban para alertar del peligro. 

La fuerza de la riada fue tal que derribó el puente de la Aurora y obstruyó el de Santo Domingo, impidiendo su paso y haciendo crecer el nivel. El puente cedió y la avalancha de materiales obstruyó después el de Tetuán, que aguantó el embate, y el del ferrocarril, que no pudo resistir la presión de la avenida. 

Ante la gravedad de la catástrofe, Alfonso XIII ordenó obras que impidieran las inundaciones. El balance fue de 21 personas muertas, decenas de heridos, además de numerosas casas, comercios e industrias destrozados. Los daños materiales se evaluaron en torno a los cinco millones y medio de pesetas. Se necesitaron dos meses para limpiar las calles.

En los años siguientes, el ingeniero de Caminos Julián Dorao presentó un proyecto de desviación del Guadalmedina. El mismo quedó en nada tras la construcción de viviendas en Ciudad Jardín. Y en los años 1964 y 1967 el Ayuntamiento volvió a encargar estudios para la desviación del Guadalmedina, descartados poco después.

1989, la última gran riada

Imagen del Guadalmedina en las inundaciones de 1989 en Málaga.

Imagen del Guadalmedina en las inundaciones de 1989 en Málaga. Archivo Municipal de Málaga

La última gran riada que se recuerda data de 1989, cuando cayeron 150 litros por metro cuadrado, diez más que el 1978, cuando el Guadalmedina quedó al borde de sus muros, pero no llegó a desbordarse.

La secuencia histórica nos lleva a los momentos más actuales. En 1999, la Gerencia de Urbanismo encargó un estudio a Urbaconsult para analizar la viabilidad de construir una avenida norte-sur sobre el Guadalmedina y otro a la consultora Ayesa-Acusur. 

Ambos fueron la base del bautizado Plan Guadalmedina, que consistía en cubrir el tramo urbano del río y desviar su cauce a través de dos grandes túneles a través de los cuales derivar al mar avenidas extraordinarias, haciéndolas desembocar en el Peñón del Cuervo y el embalse de La Viñuela. A esta intervención se sumaba la apuesta por reforestar la parte alta de la cuenca, lo que motivó la expropiación de casi 400 hectáreas de la margen derecha. 

Abandonada la idea, la Fundación Ciedes puso en marcha un concurso ganado por José Seguí, que planteaba la intervención sobre el río, aunque sin plantear desvío alguno en la parte alta. Una propuesta que, como el resto, quedó en nada.

La última versión que maneja el Consistorio incluye la construcción de varios puentes plaza a lo largo del cauce, generando embovedados parciales. Aunque De la Torre insiste en ello, a ojos de algunos expertos lo ocurrido en Valencia obliga a revisar cualquier intervención.

La UMA ya trabaja en una simulación del río

José Damián Ruiz Sinoga momentos después de la entrevista con este diario.

José Damián Ruiz Sinoga momentos después de la entrevista con este diario.

Es el caso de José Damián Ruiz Sinoga, catedrático de la Universidad de Málaga, quien informa de que, partiendo del aguacero de Valencia, se ha puesto en marcha una iniciativa para estudiar los efectos que tendría aguas arriba y aguas abajo de la presa del Limonero y, por tanto, “la incidencia en los famosos puentes-plaza”. 

A modo de referencia, recuerda que en las famosas inundaciones del 1989, con la presa ya en funcionamiento, el caudal de avenida ante una precipitación de 150 metros cúbicos por segundo "casi desbordó el agua en el último puente del cauce". Un parámetro muy alejado de lo caído en Valencia, si bien en el año 1956 se registraron en el aeropuerto de Málaga 320 litros por metro cuadrado en un solo día.

"Sorprende la convicción con la que se dice que es difícil que se reproduzca algo similar a lo de Valencia en Málaga", expone Ruiz Sinoga, quien afirma que en lo que va de siglo XXI "ya hemos violado en siete oportunidades el umbral de la precipitación de los 100 años en las proximidades de Málaga; y en los últimos 50 años, se ha violado el umbral de los 250 l/día en nueve ocasiones".

Por eso resulta relevante el trabajo de simulación que está haciendo su grupo de investigación para conocer el comportamiento del Guadalmedina ante grandes aguaceros. Ello permitirá, remarca, "ver qué niveles de riesgo tiene que asumir la ciudadanía y si resulta prudente reconducir el tema".