Herbert, el sintecho que vende libros en Amazon y pide en un súper de La Luz: "España no te da la mano, este barrio sí"
- Conocido en la zona como 'el hombre del cartel', guarda una impresionante vida a sus espaldas. Pasó más de 20 años trabajando en una farmacia y escribe sobre el clima.
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En el barrio de La Luz de Málaga todos lo conocen como 'el hombre del cartel', pero pocos conocen su historia. Desde que el Mercadona de la calle Carril del Conde abre, hasta que cierra, cerca de las diez de la noche, Herbert se mantiene firme junto a un carro de la compra y un trozo de cartón donde va escribiendo, a lo largo del día, diferentes alimentos. Desde manzanas amarillas hasta batido de chocolate o una pizza --que se calienta con un camping-gas--. Detrás de este simple gesto, hay un trasfondo muy profundo.
Herbert llegó a España hace diez años. Proveniente de Buenos Aires, dejó su carrera en el mundo farmacéutico tras 20 años de experiencia y su vida en Argentina debido a razones que prefiere guardar en la intimidad. "Tomé una serie de decisiones y es algo que quiero dejar ahí", explica con cierta melancolía. El motivo de su viaje a España estuvo ligado a una familia de Málaga a la que conoció por Internet y que afrontaba problemas de salud. Dejó todo para ayudarles. Durante unos años convivió con ellos, aportando lo mejor de sí, hasta que las dificultades de la convivencia marcaron un punto final.
Tras su marcha, uno de sus hermanos, en una mejor circunstancia económica, pudo pagarle una habitación en un piso compartido tras la pandemia que, también tuvo que dejar debido a los altos gastos como el agua o la luz que provocaban sus acompañantes. Tampoco le gustaban, dice, los aires de sus compañeros. Así que para él, "lo mejor" que pudo pasarle es irse a la calle. "Cuando me fui, cargué mi bicicleta con todo lo que tenía, pero me caía hasta 18 veces al día por el peso", relata con una sonrisa amarga.
Aunque reconoce que en las idas y venidas en España llegó a pasar un mes en la calle, fue tras dejar el piso cuando llegó, realmente, el período más difícil. Pero la experiencia y conocer bien "las reglas de la calle" le han permitido salir adelante. Ya lleva un año y medio viviendo al aire libre.
En este tiempo ha pasado por varios supermercados, pero ha sido en el Mercadona de La Luz donde ha encontrado su familia. Vecinos que le ayudan siempre que pueden, ya sea con comida o con un simple rato de charla. "España no te da una mano, pero la gente de este barrio sí", dice con gratitud.
Asegura que a estas alturas, no quiere ayuda institucional y, desde la calle, señala a las instituciones de dar la espalda a personas muy necesitadas. "No digo que nos ayuden a los extranjeros. El problema de España está en que no ayudan a los suyos. Yo he visto en la familia que ayudé una situación muy difícil y veo a gente que aquí me dice que no llega para pagar el alquiler y dar de comer a sus hijos", lamenta.
La Cruz Roja ha sido su único respaldo oficial, ayudándole a renovar su pasaporte. También señala que admira a los agentes de la Policía Nacional y la Policía Local, que le han protegido mucho en su tiempo en la calle. "Creo que saben que no bebo ni me drogo. Saben de mi situación y que soy buena persona. Siempre que he tenido algo de miedo, sus luces han estado ahí en sus coches", narra.
Sus libros
A sus 20 años de carrera como farmacéutico, hay que sumar que Herbert es escritor. Tiene muchísimos libros en Amazon. Algunos son cuentos y en otros habla sobre aspectos que cree que uno solo investiga cuando está en la calle. En uno escribe sobre el calor de una ciudad de Sevilla y en otro sobre como "acorralar" al terral en las ciudades. "Son ideas que nacen de mi experiencia en la calle y gracias a mis estudios como analista en contaminación ambiental, que no llegué a acabar por tres asignaturas", sostiene.
Sus libros son muy baratos. Dice que no le importa ganar poco dinero. Le enorgullece que su nombre esté ahí, entre otros autores. "Los puse baratos también para comprar varios y venderlos yo mismo por mi cuenta. Pero casi no lo hago. Los tengo en un trastero que me paga mi hermano, guardados junto a las cosas que yo tenía en mi casa", declara.
Fresia, una vecina que vive justo al lado del Mercadona, le ayudó a conseguir un remolque del que tirar cuando va de allá para acá en bici. "Me puso su domicilio para recibirlo. Lo compré gracias al dinero de mis libros. Siempre voy progresando, aunque esté aquí", dice.
"No me gustan las redes sociales, y para vender libros necesitas propaganda", dice con resignación. Pese a esto, ha logrado vender algunos ejemplares y sigue escribiendo desde su teléfono móvil. Tiene muchas ideas en mente.
Sobre por qué no trabaja, cuenta que el no tener su documentación pertinente le dificulta muchísimo un contrato. "Y sé cómo se las gastan en negro. Llegando a un abuso tremendo del trabajador", confiesa, aunque se mantiene positivo sobre un futuro cercano. Es posible que alguien le ayude esta Navidad a encontrar algo, pero "no es seguro".
Su meta no es otra que regresar a Argentina, donde tiene un terreno en las montañas de Córdoba. "En ello gasté gran parte de mis ahorros del pasado. Ahora quiero conseguir lo necesario para volver, creo que en España me pondrán fácil el irme, pero necesito solo lo justo para irme allí, es la vida que quiero", afirma.
La calle
A sus 58 años, reconoce que la calle es muy peligrosa. No frecuenta albergues porque, en sus propias palabras, "allí está lo peor de cada casa". "No me gusta rodearme de delincuentes", dice con rotundidad. Aunque ha tenido algunos altercados en la calle, con personas que le intentaron robar, sobre todo por la noche, en su situación vulnerable también ha hecho amigos.
Amigos a los que ahora ayuda. En ocasiones, en su cartel de cartón pone alimentos que le piden sus conocidos. Él es el escaparate de ayuda para todos ellos. "La historia del cartón es curiosa. Cuando yo estaba con la familia a la que intenté ayudar, decidí pedir alimentos en un supermercado para ellos, pero todos me daban cosas que ellos, por su enfermedad, no podían comer. Me acordé de los aeropuertos, cuando se recibe a gente con un cartel, y probé a pedir cosas sanas. Así empezó esa idea", sostiene.
Lo que le daban y no podían consumir, normalmente, pasta blanca, solía donarlo a Corazones Malagueños, una asociación cuya labor pone en valor, pues ayuda a un amplio número de personas que están en una situación muy complicada.
Hace un año, Herbert también cayó enfermo. "Creía que no iba a superar aquella gripe. Fueron tres meses muy difíciles", dice. Por ello, en cuanto mejoró, comenzó a preparar su cuerpo. Ha pasado todo el verano muy abrigado para preparar su cuerpo para el invierno. Igualmente, ahora ha invertido algo del dinero que ha conseguido en unos buenos guantes forrados.
"Me encantaría poder irme antes de verano. No aguanto este calor tan tremendo", dice. Sin embargo, reconoce que es complicado ante "la pared" que tiene delante. "Todos son trabas. Encima me encuentro con personas que me miran por encima del hombro, me dicen vago, me tiran palos. Son personas que luego se van a su casa a ver la tele. Yo siempre que he podido, aún en mi situación, he ayudado a la gente", expresa con indignación.
Es inevitable tener que preguntarle a Herbert si se arrepiente de haber tomado aquel avión para ayudar a una familia en España y dejar su vida atrás. "No, para nada. Pero me quiero ir porque tengo la espinita clavada de no haber podido ayudar lo suficiente a esta familia de Málaga", dice, algo triste. Así, reconoce que estaba muy cansado en la farmacia, "saturado".
Amigas
Justo al acabar la conversación, dos señoras se unen a la charla. Una es ucraniana, residente en Málaga y trabajadora del ámbito jurídico. Alaba los pensamientos tan firmes de Herbert y trata de convencer que aproveche la presencia de EL ESPAÑOL de Málaga para pedir ayuda. "Que te haga un vídeo, que la gente en Málaga es muy buena. Te van a ayudar igual que al pueblo ucraniano, tú eres muy culto, buena persona y no bebes nada", dice con una sonrisa.
Herbert no quiere campañas de crowfunding ni publicidad en redes sociales, las odia. "Yo con que la gente sepa mi opinión y conozcan mi nombre, me vale", dice. La otra mujer aguarda con su carro de la compra cargado de botellas de agua. "Amigo, ¿vamos a regar?", le dice.
Es una señora vecina del barrio de toda la vida que es viuda y no tiene hijos. Cada ciertos días, queda con Herbert a última hora de la tarde para poner a punto las flores que hay junto a un mosaico de la Virgen del Carmen y el Cautivo, justo al lado de Mercadona. "Yo no quiero que se vaya. Ya es como un amigo. Yo paso mucho tiempo sola y a mí me ayuda mucho pasarme unas horas aquí hablando con él. Encima le digo que ya quisiera yo tantos 'regalitos' como le hacen a él en forma de comida", zanja con una sonrisa.