Decir Asperones en Málaga es como mentar al averno en la Tierra. Sobreviene una imagen desenfocada de la realidad ante la que tendemos a volver la mirada. Su pasado es de sobra conocido. Junto a Castañeta se construyeron otros dos poblados de transición para familias desfavorecidas, bautizados con el nombre que derivaba de las extracciones de una roca arenisca que tanto sirvió para la construcción de deslumbrantes villas y cortijos.
Aún hay quienes se cuestionan que significaba aquel concepto de transición. Lejos de aludir a un destino efímero, de lo que se trataba era de que familias en su mayoría de etnia gitana, que vivían como nómadas, dedicadas a la venta ambulante o a la chatarrería, tuvieran donde asentarse y así poder gozar también de los servicios básicos del bienestar, y en especial que sus hijos accedieran a una educación que les permitiera integrarse en una sociedad cuyas reglas debían cumplir.
Recuerdo que visité por primera vez Asperones hace veinte años, acompañado por una persona extraordinaria, el por entonces delegado especial de la Junta para la integración. El motivo era de alegría. De allí iba a salir su primer joven para acceder a la formación en la Universidad. Pongamos que se llamaba Ángel, y por tanto él y su familia consagraban el destino de poder integrarse.
Tocaba buscar entonces una vivienda pública que acogiera a unas personas que habían demostrado que estaban en condiciones de convivir en comunidad, según las reglas vigentes de nuestra sociedad. Había otras en parecidas condiciones, pero no querían renunciar a sus peculiares necesidades de residencia, como era disponer de un patio para acumular la chatarra o donde tener la furgoneta que les servía para transportar sus artículos de venta ambulante. Pero para Ángel la cuesta de la integración se le hizo demasiado empinada. Cada vivienda que se le encontraba le era negada por las comunidades de vecinos, en cuanto alguien soplaba de donde procedían.
Hace unos días volví a Asperones, en esta ocasión a hablarles a los alumnos del Colegio Ciudad de los Niños, del pasado y futuro de nuestra naturaleza y de nuestra especie. Me encantó ver el grado de implicación de un profesorado cuyo esfuerzo va más allá de la docencia en el aula, extendiéndose a una labor de educación que incorpora los condicionantes sociales y familiares de unos jóvenes que han tenido un pasado en muchos casos difícil.
Una juventud que percibí poderosa, ya que como demuestra la evolución los más desfavorecidos son a veces los protagonistas de los mayores cambios. Ahora ellos ven con gran expectación un futuro que modelarán los diferentes frentes urbanísticos que ya se desarrollan en la zona. El crecimiento de la Universidad, las necesidades residenciales del PTA o la deseada Expo, suponen el aliciente para un gran cambio hacia la verdadera integración. El éxito de aquel Ángel que conocí posiblemente sea el determinante de la importante transformación de esa otra Málaga, que también es la nuestra y debe compartir ese éxito del que tantos se vanaglorian. Entonces el nombre Asperones será importante.