Hay personas que tienen misterio. Que lo despliegan en su caminar mientras te esperan al final de una calle o hacen cola en el súper. Personas que demuestran su misterio en la escritura de un WhatsApp, en una conversación de altos vuelos, o en una charla epidérmica que sólo busca el territorio de la risa. Hay personas que tienen misterio por cómo piensan y por cómo comparten ese pensamiento con otros. También por cómo deciden relacionarse con otras personas, por cómo desempeñan sus trabajos, por cómo habitan sus hogares. Personas con misterio por la manera de preservar lealtades y vínculos. Esas personas misterio saben mucho de conquistas y resistencias, también de renuncias.
Esas personas misterio saben mucho sobre el silencio y su estrategia. De su elogio y alimento. De la necesidad de mantenerlo vivo para que ese silencio crezca y se haga poderoso en su propio silencio. Esas personas misterio se esfuerzan por ser gentiles con otras personas, por comprender aquello que lo distancia del otro, por crecer en el disenso. Por alimentar la comprensión. Esas personas misterio son personas elegantes, de pensamiento elegante, de comportamiento elegante, elegantes en su lenguaje y en su silencio. Personas que no se construyen desde lo obvio ni desde lo explícito.
Lo mejor de cumplir años es aquello que brota de las heridas. No hablo de rasguños, ni cicatrices, hablo de heridas, aquello con lo que se debe convivir a pesar del dolor y del doler. Que obliga a compromisos jamás imaginados ni deseados. Lo que brota de las heridas te permite tener una vida consciente y te concede una manera de mirar más audaz. El documental, Paul Auster, what if?, de Sabine Lidl, nos acerca a uno de los referentes de esas personas misterio, el escritor estadounidense Paul Auster quien reflexiona, en este metraje, sobre los pilares narrativos de 4321 (Seix Barral, 2017). Gracias a la conversación con Auster, esta cinta sirve de ensayo visual sobre los principales elementos que han hecho de este escritor uno de los autores más celebrados y vendidos del pasado y presente siglo, al tiempo que sirve de cuaderno de bitácora sobre las ideas en torno a las cuales ha pivotado su obra, ideas que, con una técnica trabajada hasta el delirio, han pasado a convertirse en obsesiones.
El documental nos acerca a un Auster envejecido, que nos recibe en su casa, una persona misterio que potencia el silencio ante el abismo que es toda respuesta que nos expone. Un Auster que nos coge de la mano para hablar de la familia como elemento que distorsiona y deforma, fuente de dolor y desarraigo. Que nos coge de la mano para comentar los problemas que tenemos por cómo decidimos vivir cuando no somos conscientes de la vida. Por cómo nos relacionamos sin exponernos ni comprometernos. La vida es algo profundamente complejo, es un animal salvaje e indómito, con un destino inesperado, que golpea y busca ser golpeada, porque es en el movimiento donde la vida se hace, surge y brota. Nace. Apela a la necesidad de que seamos conscientes de ella.
Este horizonte hacia el que señala Auster, el cómo queremos estar en el mundo, lo convierte en un escritor de dimensión política. Es curioso. En este mismo documental, rechaza serlo. He encontrado más ambición política en muchas de las novelas de Auster que en escritores que se presentan como creadores con ese afán transformador. La preocupación de Auster por cómo queremos habitar este presente, siempre en relación al otro, lo convierte en un novelista político. Cuando cabalga calmado por la historia reciente de su país, un país que proviene de la esclavitud y del exterminio de la población indígena, cuando lo presenta como un país desautorizado moralmente desde la guerra de Vietnam, es un escritor político. Cuando presenta a su mujer, la pensadora Siri Hustvedt, como una creadora más inteligente e interesante que él, por los terrenos que explora, por las ideas que atesora y cultiva, es un escritor político. Cuando huye de lo evidente, es un escritor político. Cuando afirma estar profundamente enamorado de su mujer, es un escritor político. Y lo es porque vincula la política a aquello para lo que está pensada: la vida.