La semana pasada comentábamos la visibilidad internacional de Málaga, sus logros y carencias, y esa línea argumental conduce al tema de la diplomacia urbana, tan en boga y tan poco practicada en estas latitudes.
No se trata de una idea nueva, en absoluto: ya en el año 2007 un profesor holandés (Rogier van der Pluijm) proponía seis dimensiones de la diplomacia de las ciudades: seguridad, desarrollo, economía, cultura, redes y representación. Y un año más tarde, el muy activo Comité de las Regiones de la UE alumbraba el Dictamen de La Haya, que reconoce “el papel esencial y cada vez más importante de la diplomacia de las ciudades, que se define en sentido amplio como el instrumento a través del cual los gobiernos locales y sus órganos pueden fomentar a escala mundial la cohesión social, el medio ambiente sostenible, la prevención de crisis, la resolución de conflictos”, entre otras cuestiones.
Uno de los grandes referentes en España sobre este tema es el abogado alicantino Pablo Sánchez Chillón, que desde 2014 trabaja el tema, y cuyo blog (Urban360º) es de lectura obligatoria. Liberal en el adecuado sentido de la palabra -esto es: culto, viajado, leído, tolerante, políglota, profesional, bon vivant y mejor polemista- Pablo Sánchez Chillón impulsó con acierto y energía la iniciativa Alicante Futura, hasta que regresó a su despacho de abogados familiar el año pasado. En una de sus más recientes entradas, sostiene que “los líderes urbanos deben reunir un sólido equipo (team) de estrategias y habilidades para llevar a sus ciudades al éxito”, proponiendo un total de once medidas (número coincidente con los integrantes de un equipo de fútbol) para competir y ganar en esta “nueva era de ciudades globales”.
Para el caso que nos ocupa, que es el de Málaga, se trata de analizar qué factores de la diplomacia urbana pueden ser útiles para la ciudad y sus ambiciones. No estamos ante una metrópoli global capaz de marcar agenda propia, sino ante una ciudad que ha construido una historia de éxito y que puede y debe canalizar su energía interna hacia el exterior, de manera consensuada con sus sectores económicos y actores sociales.
En este sentido, llama la atención la experiencia de los Estados Unidos. Un artículo publicado en enero de 2022 por Benjamin Leffel en el Journal of International Affairs de la Universidad de Columbia describe la generación de una “política exterior municipal” como respuesta a ciertas medidas reaccionarias de la administración Trump, a partir de cuatro ejes: el respeto a los acuerdos alcanzados en la Cumbre del Clima de París; el desafío a la proyección global de las ciudades chinas, en completa sintonía con los dictados del gobierno; la declaración de ciudades como “santuarios” para la protección de inmigrantes amenazados por políticas masivas de detención y deportación; y finalmente la búsqueda de inversiones extranjeras y crecimiento económico, en un entorno de feroz competencia global.
Quizás como corolario a este activismo internacionalista municipal, la administración Biden creó en 2023 la Subnational Diplomacy Unit, al frente de la cual situó a la embajadora Nina Hachigian, para coordinar las iniciativas locales y estatales con la estrategia diplomática federal.
Más próximo en el tiempo y el espacio, la Oficina de Relaciones Internacionales de la Diputación de Barcelona organizó un evento en diciembre pasado sobre “el poder de la diplomacia de las ciudades”, donde la investigadora Jolie Guzmán expuso diversos planteamientos de interés en torno a esta cuestión.
Y, sin abandonar Barcelona, merece la pena mencionar los éxitos del CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs) en la proyección global de la ciudad condal. Precisamente, en uno de sus últimos monográficos la prestigiosa consultora Cathryn Clüver Ashbrook sostenía que “se están produciendo cambios tectónicos en el flujo de poder de las relaciones internacionales que obligan a los estados-nación a colaborar más que nunca con las empresas, los agentes no estatales y, cada vez más, con las ciudades –nacionales y extranjeras– como actores más empoderados y conectados internacionalmente”.
Sin embargo, no todo es color de rosa en este competitivo mundo de la diplomacia global, en el que es conveniente moverse con las ideas claras y pies de plomo. Los riesgos están ahí, tal y como recoge un recentísimo policy brief del City Diplomacy Lab (Cities at the crossroads. Understanding and Navigating City Diplomacy Risk), que propone una matriz de riesgos de la diplomacia de ciudades:
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Riesgo Geopolítico, derivado del uso de las inversiones directas internacionales por parte de Estados no democráticos, lo que puede llevar a conflictos entre los intereses locales de crecimiento económico y las estrategias diplomáticas nacionales y supranacionales.
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Riesgo Económico y de Propiedad Industrial: hay que tener prudencia con los socios institucionales y empresariales escogidos, que pueden tratar de soslayar la legislación vigente o intentar acceder a secretos industriales y comerciales.
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Riesgos Éticos y Reputacionales, derivados de la cooperación internacional con regímenes autoritarios, empresas no respetuosas con el medio ambiente o agentes y operadores económicos que obvian los más elementales derechos humanos.
Hay mucho que hablar, entonces, sobre las posibles líneas a seguir en el caso de la definición de una estrategia de diplomacia urbana para Málaga. En primer lugar, que es algo que va mucho más allá de la simple captación de empresas y atracción de inversiones.
En segundo lugar, que los intereses de la ciudad no son sólo los intereses de sus administraciones públicas, o de sus principales instituciones educativas, o de sus patronales más representativas, o de sus empresas de más tamaño y más solventes: también deben estar alineados con la sociedad civil, con las aspiraciones de la ciudadanía, con los valores comunes y compartidos y con las distintas estrategias regionales y nacionales.
En tercer lugar, que la dimensión económica debe tener un contrapeso ético: ¿no importa de dónde vengan el dinero y las inversiones, con tal de que lleguen? ¿No importa el impacto sobre la ciudad, no importan las externalidades? Y podríamos seguir.
Conciliar todo supone un ejercicio de la más fina diplomacia. Por eso, más que abarcar demasiado, quizás convendría fijar un conjunto finito de objetivos de consenso, capaces de dar valor a la ciudad y de generar el imprescindible acuerdo con todos los actores colectivos e individuales que han logrado que Málaga pueda hoy plantearse cómo quiere proyectarse internacionalmente. Hablemos, entonces, de diplomacia urbana inteligente, dialogada y sostenible. Aunque no lo diga ningún paper internacional.