Ser original para sorprender a tu novia o novio siendo un adolescente, en la actualidad, puede resultar bastante complicado. Un storie con una canción romántica, un fueguito como respuesta a esa foto en la que sale tan guapa o guapo... las redes sociales han hecho mucho daño y ya los chavales no se atreven a hacer las declaraciones de amor a la vieja usanza. Se ven pocos ramos de flores, pocas citas en el cine, ¡y ya ni siquiera quedan para comer pipas en el parque!
Si hay una sorpresa fruto del romance adolescente que persiste en la historia de la ciudad de Málaga, esa es, sin duda, la que José Carlos Selva, un niño de quince años por aquel entonces, hizo a Mónica Vallejo en el año 1993. Para él, reconciliarse con un ramito de flores era algo demasiado sencillo y, tras una pequeña pelea, vio más lógico subirse a la chimenea de Los Guindos, de 96 metros de altura, a pintar el nombre de su novia.
Más allá de lo humorístico, en septiembre van a cumplir 30 años juntos, aunque la hazaña que los hizo populares en la provincia sucedió hace 29. Mónica y José Carlos, el niño más romántico de Bonaire en los 90, siguen juntos en la actualidad. Viven al sur de Tenerife y tienen tres hijos en común (Yaiza, Yeray y Carlos Eiram).
En aquel entonces, solo eran dos chavalitos de quince años que, "como todos, tenían sus peleas y sus tonterías", tal y como cuenta Mónica a EL ESPAÑOL de Málaga en una conversación telefónica desde su actual hogar. Pese a que muchos dudaron de la relación al principio, aún siguen muy enamorados.
Tiene acento y usa muletillas canarias. Lo de llevar desde los 18 años en Tenerife va pasando factura. Ahora trabaja en un restaurante como camarera y su marido es cocinero en un hotel. "Antes teníamos una tienda, Serendipity, pero en el mundo de la hostelería estamos mejor. Sales del trabajo y descansas, a la tienda le dedicabas las 24 horas y te pasabas el día trabajando", expresa.
Como decíamos, corría el año 1993 y José Carlos y Mónica llevaban un año juntos cuando tuvieron la típica pelea tonta que les mantuvo enemistados unas horas. Una tarde de sábado, Mónica estaba por el entorno del paseo marítimo cuando vio a José Carlos en la chimenea, que ellos llamaban "el tubo". "Ahora está muy bonito, pero antes era un descampado, una fábrica muy antigua", recuerda.
No le extrañó porque es un apasionado de los deportes de riesgo, "un adicto a la adrenalina", en sus propias palabras. Le saludó y le propuso quedar esa misma noche, pero José Carlos declinó su invitación ya que iba a preparar la sorpresa. "A mí me extrañó por lo tarde que era, pero no vi nada de pintura ni me esperaba que iba a hacer lo que hizo", explica Mónica.
Tras marcharse ella, José Carlos y su amigo Roberto se pusieron manos a la obra. Serían las diez de la noche. El plan estaba trazado a la perfección, contaban con cuerdas, dos cubos de pintura de cinco kilos y un boceto del diseño que iban a hacer en la torre. "En principio solo iba a poner 'Mónica TQ', pero decidió que podían ser demasiadas letras y optó por solo pintar mi nombre. ¡Cómo si fuera poco!", cuenta Mónica riendo.
El domingo por la mañana la recogió con su Vespino, orgulloso, tras la noche de trabajo que había tenido junto a su colega. Por el arte y la maña que tenía con el puenting y el rápel, creía que todo iba a ser más sencillo, pero terminó su trabajo de madrugada, totalmente agotado, tras una noche difícil. "Subió por la escalerita hasta arriba y, cuando llegó fue descolgándose poco a poco con las cuerdas", cuenta su mujer, agobiada solo de recordarlo.
Cuando Mónica lo vio, se quedó petrificada. No daba crédito a lo que estaba viendo. "Casi treinta años más tarde lo pienso... ¡y es que podría haberse matado!", pronuncia Mónica, siendo consciente del peligro de lo que hizo su novio en aquel entonces. Mónica alucinaba porque su nombre se veía desde todos lados. "José Carlos no le dijo nada a sus padres hasta pasado mucho tiempo. Le daba miedo que le regañaran, porque la torre estaba muy deteriorada en aquel entonces. Era solo un niño", recuerda.
Aquel día Mónica se dio cuenta de que José Carlos la quería, y mucho. Lo suyo era para toda la vida. La pareja se conocía del instituto. Tenían amigos en común, pero no fue allí donde comenzaron a tener conversación. "A veces no me acordaba ni de su nombre, le decía "el del culo", porque tenía un buen culo, ¿sabes?", recuerda entre risas. La primera cita en cuestión fue en la discoteca Oscar's de Torremolinos donde coincidieron y por fin consiguieron hablar un rato.
"Por casualidad surgió el amor, pero se declaró unas semanas después bajo la escalera del Bajondillo, en el poyete del paseo marítimo, el 12 de septiembre de 1992. Desde entonces estamos juntos. Nos aguantamos hasta en la difícil adolescencia", dice.
Deseando seguir evolucionando como pareja comenzaron a buscar trabajo, pero "en Málaga solo encontrábamos contratos basura, una porquería". Así que, a recomendación de una tía suya, que aseguraba que en Canarias no les iba a faltar oportunidades, se marcharon a Tenerife para iniciar una vida juntos.
"Llegamos y me salieron tres trabajos del tirón, así que no le faltaba razón", expresa Mónica. Allí han visto nacer a sus hijos, de 20, 18 y 7 años. "Mi mayor está en Inglaterra estudiando y mi niña es una viajera y va de aquí para allá con su novio. Es la que más va a ver a sus abuelos a Málaga, no duda nunca en coger un avión", cuenta.
Pese a que están acostumbrados al estilo de vida de Canarias, "donde siempre es verano", Mónica asegura que siempre se echa de menos Málaga. "¡Es el lugar donde mejor se desayuna!", bromea. Suele veranear siempre que puede en Torremolinos, donde pasó mucho tiempo de joven porque era donde residían sus abuelos. Sin embargo, nunca falta a su cita con la Torre Mónica.
"Es un cachito de nosotros. Hasta cuando van mis niños se hacen su foto reglamentaria. A los dos mayores les encanta la historia. El pequeño ahora empieza a comprenderla, así que intentaremos que la vea de nuevo este verano y se lo cuento bien", cuenta con ilusión. La última vez que la visitaron fue en el año 2019, coincidiendo con la Feria de Málaga. "Luego llegó la Covid e imposible", añade.
En su último viaje a Málaga realizaron un estudio cuando estaban a los pies de la torre. Junto con una pareja de amigos, José Carlos y Mónica se acercaban a los perfiles más jóvenes que caminaban por el paseo y les preguntaban si conocían la historia del nombre de la torre. "¡Todos la sabían! Fue algo muy emocionante para nosotros, porque creemos que va a ser algo que no se va a perder nunca", exclama.
Cuando se percataron de que la restauración eliminaría la pintada, les dio mucha pena. "Yo lo hubiera dejado por lo que significa", alega Mónica, que lamenta que el alcalde "no pusiera la placa que prometió" contando su historia. "Se llegó a decir que 'esos dos niñatos ya no estarían juntos'. Fue entonces cuando dije que seguíamos, que yo era la verdadera Mónica y que el autor era José Carlos".
Sin embargo, con el paso del tiempo, ya no están tan apenados. No tienen la original, pero José Carlos y sus hijos se las han averiguado para que Mónica tenga su torre hasta en Canarias. Cuando estaba embarazada de Carlos, José Carlos pintó su nombre en la chimenea de la barbacoa que tienen en el jardín, como regalo del Día de la Madre.. "Me dijo que como nos la habían quitado, ahora íbamos a tener la nuestra", relata.
Muchos de sus amigos canarios, ajenos a las historias malagueñas, no terminan de entender por qué habían puesto su nombre en la chimenea. "Cuando me preguntan los mando a la escalera, donde tengo colgados muchos cuadros con recortes de periódico donde cuentan nuestra historia. Se quedan alucinados", explica.
Lo mejor de todo es que no solo cuentan con la chimenea original y la del jardín. Ahora también la tienen en el metaverso, con todo lujo de detalles y frente al mar. La tienen en Earncraft, "un metaverso donde todo el que quiera puede jugar gratis y ver información de la Torre Mónica en diferentes idiomas". Los jugadores pueden incluso acceder a la torre por un ascensor y ver un museo sobre ella. "Es ideal para mantener la historia en los más jóvenes", zanja.
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