El Kanka.

El Kanka.

Vivir

El Kanka o el miedo a la muerte que canta a la vida: "Yo seguiría aquí siempre"

El cantautor malagueño regresa al Teatro Cervantes después de unos meses desaparecido y con cuatro conciertos en los que ha colgado el cartel de 'no hay entradas.

14 abril, 2023 05:00

En diciembre de 2021, El Kanka se evaporó para dedicarse exclusivamente “a vivir”. “Después de tantos años, necesitaba parar”, afirma. Fue algo muy premeditado, cocinado a fuego lento y que quizá debía haber hecho antes porque ese punto y aparte no fue más que la respuesta “a un hartazgo” que venía de lejos. A muchos kilómetros de carreteras, decenas de aviones y cientos de conciertos. Fue un grito de auxilio velado para seguir viviendo y por eso es casi poético que ahora regrese ahora un nuevo trabajo bajo el brazo titulado ‘Cosas de los vivientes’.

P. ¿Te dio más miedo irte o volver?

R. Ni lo uno ni lo otro. El retiro no me dio miedo, lo estaba deseando y lo cogí con muchísimas ganas, igual que ahora la vuelta.

Cuenta que en algún momento se le pasó por la cabeza que la gente podía olvidarse de él, que era un error parar, pero en el fondo sabía que ninguna de las dos cosas iban a pasar. “Al principio me dije: ‘Voy a aprovechar para estudiar inglés, leer… Pero luego pensé que de lo que se trataba era de descansar y me dije: voy a parar, a aburrirme, que es una pequeña revolución. Voy a ver qué pasa si no hago nada”.

Y no pasó nada. Al menos, nada tan extraordinario de lo que podría esperarse en una sociedad que va acelerada, cuesta abajo y sin frenos. “La vida de un músico ya tiene algo de extraordinario: no paro de viajar, de ver sitios, de conocer a gente, de estar en un escenario delante de mil personas, de cantar mis canciones. Es todo una locura. Cuando paré, lo que quería era estar tranquilo, estar en mi casa, ver a mis amigos, lo más normal del mundo. Yo quería disfrutar justamente de lo que luego echaba de menos, disfrutar de todo eso que normalmente nosotros por nuestro tipo de vida no podemos”, explica.

P. ¿Y te aburriste?

R. No, qué va. Al principio hubo un par de días que eran las 12 de la mañana y ya había hecho ejercicio, había leído, había visto una serie, había cocinado y pensaba: ¿Qué carajo hago? Pero luego te acostumbras: igual que te acostumbras a no parar, te acostumbras a no hacer nada o a hacer las cosas más lentamente, que es una cosa muy bonita que vas descubriendo luego.

Fueron nueve meses para volver a ser su otro yo, aunque el otro y este sean el mismo. Juan Gómez y El Kanka reconocen la existencia del otro, pero se miran de cara y se sienten lo mismo.

“Todos tenemos varias caras. No somos iguales con nuestra pareja que cuando estamos solos o hablando en público. Somos personajes actuando ante nosotros y ante la soledad, pero yo intento que esa diferencia sea la menos posible. Intento conocerme a mí mismo lo más posible. Hago terapia hace muchísimos años y procuro no mentirme mucho”, explica.

De eso habla un poco Autorretrato, una letra en la que reivindica la capacidad de ser honesto y pretende deshacerte de personajes creados para abrazar su parte más vulnerable. “Soy un niño que creció / el hijo de mi mamá / que un día se hizo cantor /
cantando muy regular”, comienza la canción en la que plasma, cuenta, algo que ha descubierto hace pocos años: el valor artístico de la sinceridad.

“En las canciones intento elegir las palabras, que la melodía sea bonita, pero hay un valor artístico que emergen cuando un verso dice la verdad. Hay algo emocionante en eso. Cuando hablo del miedo a morir o del pendejo que se esconde detrás de la guitarra para que no le vean, me emociono porque estoy siendo muy sincero, estoy mostrándome vulnerable. El público me conoce en el escenario, cantando canciones, brillando en un sitio donde hay una luz bonita, bien vestido. Pero siempre hay una persona detrás con sus mierdas, sus miedos, sus vulnerabilidades, sus defectos y es bonito sacarlo”, asegura.

Y es que, de miedos, El Kanka sabe mucho. Tiene, dice, “a muchísimas cosas”. Para empezar, a la muerte. “En el fondo, me parece que todos los miedos tienen que ver con ese”, reflexiona.

La muerte es algo que ha tenido siempre muy presente, desde que a los 19 años murió su madre y también ahora, tras el fallecimiento de su padre hace poco más dos años. “Soy muy consciente de que esto se acaba y que se puede acabar ya. Si me muero a la edad de mi madre, me muero dentro de nueve años. Me da bastante miedo desaparecer. Me gusta vivir, joder, yo seguiría aquí siempre”, ironiza.

También le tiene miedo a los aviones, a las alturas y al miedo al propio miedo. Quizá por eso reivindica sin tapujos la importancia de prestar atención a la salud mental, un tema que ya es, a su juicio, “una conquista de la sociedad”. “Hace 10 años, cuando empecé, yo hablaba con mucha naturalidad de esto pero no era nada normal. Ahora creo que falta educación emocional, que entre Lengua, Matemáticas y ecuaciones se hable de la gestión de las emociones, que es una cosa muy básica. Se nos educa para trabajar, pero detrás de los trabajadores hay personitas que tienen un montón de problemas”, asevera.

Pese a todo, él le canta a la vida. “Para vivir / despréndase de todo lo que pesa / conságrese en vivir y que la muerte / nos pille cualquier día por sorpresa”, dice en otras de las letras de este disco, que es como una “fotografía” de sus últimos cinco años. “Son 14 canciones compuestas desde que cumplí 35. Con esa edad, uno tiene otra perspectiva de la vida que a los 18. Veo el disco y veo canciones de amor a mi pareja actual, por la que siento cosas que pueden de diferentes a lo que sentía con otras. Veo que llevo unos años reflexionando mucho sobre la vida y la muerte”.


P. ¿Qué queda entonces de ese malagueño que empezó a tocar en la desaparecida tetería El Harén, en Málaga?

R. Casi todo. Creo que una persona es siempre más o menos igual, que vamos aprendiendo y nos vamos matizando, pero la estructura, el carácter, los valores, las cosas importantes permanecen. Yo pienso en ese chico y me veo sabiendo muchas cosas menos que ahora, con más juventud, me dolía menos la espalda, dormía más fácilmente, tenía menos canas. Pero me reconozco bastante.

P. Te fuiste de Málaga dirección Madrid en 2007 sin más expectativas que dedicarse a la música. Lo has logrado y nunca has dejado de volver, ¿no?

R. Es que Málaga es la mejor ciudad que hay. Todo el mundo le tiene cariño a su ciudad porque es donde uno ha crecido, donde se ha enamorado por primera vez. Pero, al margen de eso, Málaga es la leche.

P. ¿Volverías?

R. Claro que sí, pero tengo un problema. Todo lo que te digo de Málaga, lo puedo decir de Madrid. Son ya 16 años en una ciudad en la que llegué con una mano delante y otra detrás y me he hecho un hombre. Es una ciudad donde ya tengo a otra familia, a mis amigos del alma. Estoy condenado a tener el corazón partido. Desde allí voy a echar de menos Málaga y desde aquí, Madrid. Lo sí me imagino es volver cuando me jubile, cuando el cuerpo me pida conciertitos más pequeñitos, menos carretera, aunque yo es que si me da el cuerpo, me veo con 70 años en el escenario.

De Málaga dice que le gustan “muchas cosas”, aunque el centro lo ve “muy turístico” y echa en falta “un sitio pequeñito para que los chavales puedan desarrollarse, un sitio para tocar con 100 personas”. A pesar de eso, cuando regresa a su casa, cerca de Misericordia, tiene la impresión de que la ciudad sigue rodando con proyectos que no solo son para el turista que viene a la playa.

P. ¿Y qué cosas del vivir te quedan?

R. Muchísima. Mi pretensión siempre ha sido vivir dignamente. Cuando llegué a Madrid, le decía a mi novia de entonces que lo que quería era que si se me rompía la lavadora pudiera arreglarla o comprarme, sin dramas y he conseguido mucho más. Vivo desahogado y haciéndolo todo a mi manera. Tengo una vida muy tranquila, aunque me paren por la calle un poco, pero no es un asedio constante. Me siento valorado y querido. Eso, para a un artesano, underground, de Málaga como soy yo, es una cosa muy bonita.

Y es que El Kanka se sabe todo un privilegiado. Por pasar de cancelar conciertos por no tener público a cantar ante 60.000 personas en Bogotá. Por vivir en underground, si salir en las radios, y colgar los carteles de no hay entradas en el Wizink Center de Madrid .Por haber podido parar y, ahora, por regresar y encontrarse a su público como la última vez. “Si no me considerara un privilegiado sería gilipollas. Claramente lo soy. Pero soy muy consciente también de que me he hartado de currar”, asegura.

El último lleno lo ha colgado en el Teatro Cervantes de su Málaga natal, donde, dice, los concierto “no son normales”. “Viene mi familia y amigos, la gente tiene el mismo acento que yo. Me emociona, me toca un poquito”. Llega con la esperanza de seguir emocionándose y emocionando a su público, porque tienen en el ordenador un archivo con cuarenta y pico ideas para escribir, porque se ve con 70 encima del escenario. Porque cuando uno tiene miedo a la muerte, solo le queda la opción de vivir.