Le duela a quién le duela, el botellón juega una parte importante en el folclore de nuestras fiestas populares desde hace más años de los que a muchos les gustaría reconocer. Amado y odiado a partes iguales, sobrevive pese a los continuos intentos por erradicarlo. De hecho, en la Feria de Málaga permanece, con evidente popularidad.
Es una forma distinta de relacionarse que llegó como un vendaval que arrasa con la pulcritud de los feriales. Una masa de cuerpos sudorosos y embriagados que busca divertirse con sus amigos y ocasionalmente, porque no decirlo, ligar.
Polémicos a la vez que divertidos, los botellones son la pesadilla de los ayuntamientos y la gran alegría de las juventudes. En multitudes, decenas y cientos de personas se reúnen para beber barato, conversar y, en el caso de Málaga, escuchar música en el escenario que ponen, que es un gran plus.
Cada pandilla viene por un motivo al botellón, pero normalmente el objetivo más o menos suele ser el mismo: hacer la previa y alcanzar un buen grado de borrachera antes de entrar a las casetas.
La subida del precio de las copas, que cada año va en aumento, empuja gradualmente a los jóvenes al spanish botellón, porque de otra forma, "nos arruinaríamos cada vez que viniéramos a la Feria", comenta un grupo de malagueños con ganas de pasarlo bien.
A pesar de que en algunas ciudades cercanas, caso de Granada y Ronda, el botellón fue prohibido hace varios años, en Málaga resiste a pesar de suponer un dolor de cabeza para muchos. Genera toneladas de suciedad, es un foco de peleas y alimenta las adicciones. Sin embargo, su efecto atractor entre los jóvenes es innegable, hasta el punto de que cada noche las concentraciones son masivas.
Óscar y Eric han venido desde Terrassa, Barcelona, a pasar la Feria con sus amigos. Los catalanes dicen que el botellón es uno de los motivos por los que han decido venir hasta la capital de la Costa del Sol a vivir sus festejos y no a la de Sevilla. Notablemente cómodos y en su salsa, descamisados como muchos otros chicos en el botellón, coinciden en que esa libertad solo la tienen en una festividad como esta.
Además, Óscar muestra su sorpresa por el buen rollo que han encontrado. "Nos habían pintado la Feria de Málaga como un sitio donde había muchas peleas y un ambiente hostil. Sin embargo, llevamos aquí cuatro días y no hemos visto absolutamente nada; es más, mira cómo vamos y no hay ningún problema".
Lo cierto es que una de las características que más llama la atención del botellón malagueño es la convivencia que hay entre perfiles de personas tan diferentes. "Nosotros la verdad que somos un poco cayetanos, pero es que aquí hay de todo, pijos, canis, otakus, rastafaris, flamenquitos. En pocos sitios te encuentras esta mezcla en un mismo espacio", admite David, que es la tercera vez que viene de Madrid con sus amigos a disfrutar de la Feria.
Cada uno lo vive a su manera, pero en esencia todos coinciden en lo mismo: el ambiente es lo mejor del botellón. Para los malagueños este tiene un sentido añadido. Y es que además de ser un sitio divertido, donde hacer la previa, la explanada del parking del recinto ferial es un lugar perfecto para el reencuentro.
Difícil es darte una vuelta y no coincidir con ese amigo que tenías en el colegio al que hace que no ves 10 años o volver a fijarte en la chica que estaba contigo en la academia de inglés que tanto te gustaba. Todo lado gamberro tiene su historia romántica.
Con todo lo bueno que dice la gente que trae el botellón parece que el beber barato pasa a un segundo plano, pero tampoco hay que olvidarse de ello. Un grupo de chicas de apenas 18 años, que confiesa que no es su primer ni su segundo botellón, asegura que "emborracharse aquí para no tener que consumir dentro de las casetas" es el fin último de esta reunión.
También es interesante añadir lo que mucha gente clama a voces, el dresscode que brilla por su ausencia en la Feria de Málaga. Lejos de ser una informalidad, demuestra un grado de naturalidad y acogida popular que no tienen otros festejos del sur de España.
Asier y su grupo, que vienen de Valencia capital, coinciden en que venir vestidos como a ellos les gusta y poder entrar en cualquier sitio es un reflejo de la Feria tan abierta y poco clasista que tenemos en la capital de la Costa del Sol.
Historias y experiencias hay tantas como combinados posibles. Para muchos, el botellón no es solo una manera de ahorrar dinero, sino una experiencia social que trasciende al mero ritual de aturdirse a copas. Una especie de selva que se autorregula y va funcionando a su modo con los problemas que tienen todos los ecosistemas.