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¿Puede el cambio climático acabar con el modelo de turismo de Málaga? “Será difícil vender un destino así”

Los expertos señalan el agua como el factor determinante y abogan la terapia verde: "Hay que poner árboles en las ciudades con una rapidez tremenda”. 

16 septiembre, 2023 05:00

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Recuerda el botánico y profesor de la Universidad de Málaga Enrique Salvo que en el año 1993, el diario The Sun, archiconocido por sus estridentes titulares, advirtió a la tanda de británicos que por entonces comenzaba a inundar en verano la Costa del Sol de que no vinieran porque no iban a poder siquiera ducharse a causa de los cortes de suministro que se estaban imponiendo por la sequía. “Y funcionó. Espanta saber que no va a haber agua”, apunta.

El dato apunta importancia. Reino Unido es el principal suministrador de turistas a la Costa del Sol. Un millón de viajeros llegaron el pasado año a Málaga desde el país británico, una cifra todavía inferior a las de prepandemia, pero que denota la competitividad de la provincia en este mercado. Pero, ahora, los ingleses ya tienen calor en sus playas.

Un informe reciente de la Diputación de Málaga advierte de que el sector turístico es uno de los “más vulnerable a los efectos del cambio climático”, ya que “depende casi en exclusividad de factores muy relacionados con los patrones climáticos y cualquier alteración de estos provoca servicios ambientales sobre los que se construye el atractivo de los destinos y que son el soporte de las actividades que consumen los turistas y residentes”.

Esto no es ningún futurible, es una realidad. Una encuesta reciente de la Comisión Europea de Viajes, que aglutina a 35 entidades nacionales de turismo como TurEspaña, apunta que el número de europeos dispuestos a viajar al área mediterránea entre junio a noviembre ha caído un 10% en el último año y que un 7,6% de los viajeros ven los fenómenos climáticos extremos como una preocupación. En esta línea señalan también las estadísticas de Datamania, que aseguran que, en España, la costa Atlántica viene registrando en los últimos años un significativo aumento de turistas frente a un descenso de la zona mediterránea: desde 2019, aseguran, en A Coruña los visitantes han crecido un 19%; en Málaga, han bajado un 20%

Ricardo Rubio / Europa Press

De hecho, hay sectores que ya comienzan a adoptar cambios ante esta perspectiva. Las compañías de seguros de EEUU, por ejemplo, están ofreciendo a sus clientes pólizas que cubren la cancelación de sus viajes en caso de que coincida con un periodo de altas temperaturas. “Hay una relación directa entre las olas de calor en el Mediterráneo y la redefinición de vacaciones en el Centroeuropa”, apunta Enrique Navarro, director del Instituto Universitario de Investigación en Inteligencia e Innovación Turística de la Universidad de Málaga.

“Desde hace una década, hemos observado que los veranos en Málaga están cada vez más marcados por olas de calor”, añade Salvo, también director de la Cátedra sobre Cambio Climático de la UMA. Desde 1991 hasta 2022, la provincia había sufrido 39 olas de calor, 21 de ellas en los últimos 10 años.

Ambos expertos aseguran que hay variables que afectan al confort climático, que se ciñe a una temperatura de entre 15 y 20 grados y una humedad relativa (25-40). Para Navarro, es más relevante si cabe la tropicalización de las noches, un fenómeno que este verano ha sido muy común en Málaga. Durante el pasado mes de julio, sin ir más lejos, la mitad de las noches fueron tórridas, es decir, los termómetros no bajaron de los 25 grados.

“Con esas condiciones de incomodidad no se puede dormir bien, nuestro organismo sufre tanto fisiológica como psicológicamente, e irremediablemente esto alterna nuestro día a día”, añade Salvo. Según los informes que los expertos manejan, en la Costa del Sol, hacia 2050, las temperaturas y las noches de calor habrán aumentado de tal forma que será “difícil vender un destino turístico con esas características”.

Una mujer llevando silla y sombrilla se dirige a la playa del Palo en Málaga.

Una mujer llevando silla y sombrilla se dirige a la playa del Palo en Málaga. EFE/Jorge Zapata

El botánico destaca cómo la configuración de las ciudades tiene mucho que ver en esto. Factores como la ausencia de vegetación hacen que la temperatura suba con firmeza en determinadas zonas, como el oeste de la capital o las barriadas de Carretera de Cádiz y Cruz de Humilladero, y también emergen las llamadas islas de calor en puntos con una alta concentración de aires acondicionados. “Para bajar unos grados en el interior, emiten al exterior el doble de temperatura y ponen en suspensión otras partículas alérgenas”, asegura. 

Pero no solo es la temperatura ambiental lo que preocupa a los expertos. “El Mediterráneo se han convertido en el punto central del calentamiento global. El agua del mar está llegando a los 30 grados y eso nos demuestra que no solo debemos estar atentos a la temperatura. Lo que ahora estamos viendo es una emergencia climática que trae de la mano catástrofes de diferentes tipos”, asegura Salvo.

Es decir, el tema no va solo de olas de calor y noches tropicales, también va de lluvias torrenciales como las que acaban de dejar más de 5.000 muertos en Libia o huracanes, “cuestiones que van a espantar al turismo como no sepamos poner coto”, añade Salvo.

Este experto aboga por diferenciar entre zonas: en la cornisa cercana a las Cordilleras Béticas y que alberga municipios como Ojén o Benahavís o Istán, “el confort climático es extraordinario y juega un papel fundamental la planificación territorial”. “No es baladí que muchos de estos pueblos se haya convertido en centros turísticos neurálgicos. Lo que debemos hacer es abrirnos a otros sectores productivos y extender el turismo a franjas como estas”, defiende.

Vista aérea del embarcadero del embalse de La Viñuela (Málaga).

Vista aérea del embarcadero del embalse de La Viñuela (Málaga). EFE/ Álvaro Cabrera

Sin embargo, hay una amenaza más: la sequía. Según las previsiones, el régimen de lluvia hasta 2050 “va a ser el mismo”: más torrenciales y en menos tiempo. “El problema aquí es cuánto podemos aguantar. El factor limitante va a ser el agua. El mayor consumidor es la agricultura y el segundo, el sector turístico. El agua va a ser un requisito básico y debemos plantearnos qué población podemos tener”, asegura Salvo. Según sus cálculos, los números apuntan a un millón y medio de residentes más las pernoctaciones, que rozan los dos millones. “Si lo superamos, estaremos ante nuestra perdición”, añade.

Pese a todo esto, hay quien ve la emergencia climática no como una amenaza sino como una oportunidad para desestacionalizar el turismo y que no se ciña únicamente a los meses de verano. Estos expertos, sin embargo, no son muy optimistas. 

Para Navarro, puede ser algo “beneficioso para la sociedad”, pero es “complicado” que un cambio en el calendario pueda sostener el mismo número de turistas que llegan ahora mismo durante el verano. Para ello, asegura, sería necesario un cambio en todo el sistema productivo que permita, por ejemplo, repartir las vacaciones que hoy se disfrutan en agosto durante todo el año.

Salvo es todavía más pesimista. En su opinión, el llamado veroño está desapareciendo progresivamente. "En Málaga, hemos empezado a visualizarlo con el olor de castañas mientras nos bañamos en la playa”, ironiza este experto, que recuerda además que es en esos meses cunado “más se producen fenómenos catastróficos como vendavales, huracanes o lluvias torrenciales”. 

¿Está el modelo turístico de la Costa del Sol abocado al fin entonces? El director del Instituto Universitario de Investigación en Inteligencia e Innovación Turística es precavido a la hora de hacer una quiniela sobre qué magnitud tendrá la transformación; en gran medida, razona, porque en el sector “las proyecciones son muy difíciles a largo plazo e inexactas a corto”.

No obstante, tiene la esperanza de que esta crisis desemboque en un cambio y aboga por alumbrar en los próximos años “alternativas concretas” y, con una visión más amplia, “un cambio en el consumo de recursos que tenemos”

Navarro rehúsa todo aquello que llame a la ecoansiedad, un término que se define como el “temor crónico de un cataclismo ambiental causado por escuchar las noticias catastrofistas sobre los impactos del cambio climático”, pero tampoco es amigo de la pasividad. Aboga por poner todos los esfuerzos en paliar los efectos a corto y medio plazo “con ciudades más verdes, un cambio de horario, la renaturalización del espacio o el uso de energía más limpia en medios de trasportes”.

“Cuando hacíamos las primeras previsiones, lo que está ocurriendo hoy lo situábamos en 2030-35, pero todo se está precipitando y eso nos alerta a que hay que hacer algo. La terapia más inminente es la verde: hay que poner árboles en las ciudades con una rapidez tremenda”, concluye Salvo.