Kamala Harris (56 años) ha venido a este mundo con una bendita costumbre: convertirse en la primera mujer negra en casi todo. De hecho, con la victoria de Joe Biden en las elecciones de EEUU se ha convertido en la primera mujer (y en la primera mujer negra) en ser vicepresidenta de su país (sólo dos mujeres lo habían intentado antes y fracasaron).
"Aunque puede que yo vaya a ser la primera mujer en este cargo, no seré la última. Cada niña pequeña que nos está viendo esta noche ve que este es un país de posibilidades", ha afirmado Harris en su primer discurso como vicepresidenta electa.
Vestida de blanco, como las sufragistas, el mismo año en el que se cumplió el centenario del derecho de las mujeres a votar en Estados Unidos, Harris aseguró que no habría llegado a donde está si no fuera por esas activistas, y por las millones de estadounidenses que participaron en las elecciones este año.
Ha conseguido llevar sus históricas 'converse' a la Casa Blanca, unas zapatillas que la han acompañado durante la campaña para demostrar que los tacones no son la única imagen que una mujer poderosa puede dar y que unas simples zapatillas que te hacen sentir cómoda, logran empatizar con un público que busca discurso, razones, motivos en sus políticos, no tanto una imagen estática y marcada por estereotipos.
Y es que Kamala Harris ha roto doblemente todos los estereotipos que pesaban sobre ella. Con un presidente como Biden de 77 años, todos los analistas la miran ya con los ojos de quien puede estar ante una imagen de futuro de un país que ya sabe lo que es tener a un presidente negro en la Casa Blanca, con Barack Obama, y que podrían estar preparando a su relevo como la primera presidenta mujer.
Seguro que ahora sólo quiere pensar en el presente. Pero el futuro la va a perseguir como una bendita oportunidad de volver a ser la primera. Nada ha sido fácil para esta mujer. Kamala es la hermana mayor de dos (ya fue la primera en eso) y nació, aunque muchos como Trump lo dudaron, en un hospital de Oakland (California), lo que no deja ninguna duda sobre su "americanidad".
Su padre, un economista jamaicano, y su madre, una investigadora de cáncer de La India, se conocieron en la universidad en EEUU y tuvieron a sus dos hijas en un país que mira con lupa (como le ocurrió a Obama) la partida de nacimiento de sus dirigentes.
Ella es, pues, afroamericana e indiamericana. Sin embargo, cuando se le pregunta por sus orígenes y sobre si es o se siente más asiática que negra o al contrario, ella dice que lo que en verdad la "describe es que es estadounidense".
Desde que era pequeña ha oído hablar en su casa de reivindicaciones sociales, derechos civiles y luchas por la igualdad, en todos los sentidos. Creció participando desde el coche, el salón o en la calle en campañas que hablaban de otro EEUU alejado del prototipo WASP (hombre blanco, anglosajón y protestante). Esa otra América que ha confiado en masa en ella, y en Biden, ahora para acabar con la era Trump.
Se graduó en Howard, la histórica universidad para negros de Washington, y volvió a California para obtener su título de abogada y unirse a la oficina del fiscal. En 2003, volvió a ser la bendita primera mujer negra en convertirse en fiscal de San Francisco. Siete años después volvía a ser la primera mujer negra en asumir el cargo de fiscal general del estado de California.
Se ha especializado en subir un escalón tras otro en la lucha colectiva por representar a las mujeres BIPC (negras, indígenas y gente de color). Su idea de justicia va unida siempre a la de igualdad por lo que no extrañó a nadie que se presentara a senadora, siendo la primera afroamericana en representar a este estado en la cámara, donde se ha convertido en un azote en el control al equipo de Trump.
Pero Kamala Harris no lo ha tenido sencillo ni siquiera dentro de la campaña de Biden. Muchos de sus asesores desaconsejaron al hoy presidente de EEUU que eligiera a Kamala como compañera de viaje alegando que era "desleal y demasiado ambiciosa". Exactamente los mismos argumentos que utilizaban para criticar a Hillary Clinton durante su campaña.
De nuevo la ambición como la mejor cualidad en un político hombre y un atributo cuestionable en una política mujer, que en el caso de Harris se unía a la imagen que han querido dar de ella de "mujer afroamericana enfadada". Sin éxito, eso sí. Trump dijo de ella que era "una mujer desagradable", las mismas palabras que usó para describir a Hillary Clinton.
Su debate con el ya exvicepresidente, Mike Pence, sus excelentes formas, y su educada expresión "por favor, estoy hablando yo", que se hizo viral, marcaron una imagen mucho más real de ella. Una de las mujeres más preparadas del país para el puesto que va a ocupar a partir de hoy en la Casa Blanca.
Kamala Harris, que está adscrita a la iglesia baptista, se casó hace seis años con Douglas Emhoff, un abogado blanco y judío, que tiene dos hijos mayores. Emhoff se ha convertido ya en el primer segundo caballero (el título oficial es segunda dama) de la historia de EEUU.
Pero podría tener que acostumbrarse a esa posición puesto que todos miran a Kamala Harris como la auténtica fuerza del cambio de Presidencia que ha votado EEUU pero sobre todo, la luz que ya alumbra al futuro del partido demócrata y de las esperanzas de muchos ciudadanos de tener por fin, aunque sea en 2024, una primera presidenta mujer en EEUU.
Seguro que hoy, más que nunca, recuerda el lema que repetía una y otra vez citando a su madre, en 2009, durante su carrera para ser fiscal general del Estado de California: "Puede que seas la primera, pero asegúrate de no ser la última".