Amparo Rubiales, histórica feminista del PSOE: "Nadie se hace trans para violarnos en el váter"
"Tenemos un ministro de Interior homosexual pero las políticas lesbianas que conozco siguen sin decirlo: eso también es patriarcado” /“No creo que las trans tengan que operarse ni hormonarse para ser mujeres” / “Las prostitutas venían a mi despacho de diputada a discutir: decían que preferían abrirse de piernas que limpiarle el pañal a un viejo” / “El amor romántico somete a la mujer al varón, como la pornografía”.
6 marzo, 2021 00:26Noticias relacionadas
“Mi vida es ya tan larga que ningún recuerdo es corto”, sonríe la histórica feminista del PSOE Amparo Rubiales. 75 años dando quebraderos de cabeza al “patriarcado” -ella lo dice así, con todas sus letras, a pesar de que hoy los ignorantes sientan que es un concepto exagerado y moderno traído al debate por la rabia histriónica y juvenil-. 75 años esquivando la vida que se esperaba de ella, que fue niña bien nacida en Madrid pero criada en Sevilla, de madre conservadora y padre juez, jovencísima militante antifranquista, afiliada al PCE del 72 hasta el 82, donde ingresó en el PSOE, su hogar y su patria para siempre.
Casada por lo civil, separada en el 81, abolicionista de la prostitución, impasible a la mirada severa del Cristo colgado en la cruz: sorda a los tambores solemnes de las Semanas Santas que veneraban las virginidades imposibles. Y, sobre todo, irrelevantes. Para teatro, prefería otro: el de sus amadas tablas. Ficciones donde emular las libertades que en la vida real los personajes femeninos no tenían.
Porque tiene Rubiales un no sé qué de diva cinematográfica, una fortaleza en la voz, un desparpajo en las formas, un aura de folclórica bellísima, cercana y sabia, mujer anfibia entre la Academia y la calle, prestando siempre el oído a los dolores del pueblo. Especialmente, a los de las mujeres: sus grandes amigas, compañeras de anchas filas que ocupan más de la mitad de la humanidad entera.
Amparo fue la primera mujer que formó parte del Gobierno andaluz. Ha sido concejala y vicepresidenta de la Diputación, senadora, diputada; delegada del Gobierno -también la primera mujer en ostentar este cargo- y vicepresidenta segunda del Congreso. Doctora en Derecho. El feminismo siempre ha sido su vocación. Su pasión. El trabajo de su vida y su vida misma. A Rubiales tenemos tanto que agradecerle. Por ella y por mujeres como ella estamos hoy aquí, conquistando nuevas formas de libertad, de igualdad y de autonomía. Por ella y por mujeres como ella podemos elegir, en el sentido profundo de la palabra, y revocar las reglas -a veces finísimas, invisibles, subterráneas- que la cultura había diseñado para mover los hilos de nuestras vidas.
Ahora publica Al amparo del feminismo (Renacimiento), una larga y estimulante conversación con el autor Octavio Salazar que presentan el día 15 con Carmen Calvo: un ejercicio de memoria, de fraternidad, de lucha inquebrantable. Un ejercicio de historia de España, de referentes, de comadres que jamás conocimos pero que nos tendieron sus redes de apoyo y compasión, pero también un libro de presente y de futuro. Sobre todo, de futuro. Allá vamos.
¿Cómo recuerdas tu infancia, cómo marcó tu vida el hecho de haber nacido mujer? ¿Qué educación recibiste, qué cosas te dijeron que no podías hacer?
En mi infancia no era consciente de nada, yo crecí sin ningún tipo de problema. Incluso hice carrera universitaria. Era la mayor de cinco hermanos, mi padre era juez. Yo me di cuenta de la diferencia que existía por el hecho de ser mujer cuando estudié en la Universidad y estudié Derecho, no Filosofía y Letras, que era lo que hacían las mujeres de mi generación. Las que hacíamos estudios universitarios éramos poquísimas. Se entendía como un paréntesis en nuestras vidas antes de casarnos. Nuestro destino era casarnos y tener hijos.
Yo ahí ya rompí y dije que quería hacer Derecho, que entonces parecía menos femenina, tú me entiendes (ríe). No sé si tuvo que ver con que mi padre era un gran juez. Éramos tan pocas… Me fui a Madrid a empezar la carrera y luego me volví a Sevilla en tercero. En Sevilla éramos seis mujeres de cincuenta y tantos alumnos, y ahí empecé a entender algo. Recuerdo mi conciencia feminista como de ir andando de mi casa hasta cerca de la fábrica de tabaco, donde la facultad de Derecho… me preguntaba por qué éramos tan residuales y por qué no podíamos elegir lo que queríamos hacer en la vida. Ahí quise ser una más, una más como lo eran todos los hombres.
Fuiste siempre una rupturista de forma natural.
Sí, yo tenía novio y hacía todo lo demás. No me resignaba a nada. Hice teatro, algo que era muy rompedor con respecto a lo que hacían las mujeres, y a partir de ahí empezó el jaleo. Hice mi primera conferencia sobre feminismo en el año 68, fíjate tú, ¡nada menos! Se llamaba ‘Situación jurídica de la mujer en España’. Era un ciclo donde intervenía Carlos Castillo del Pino y otro hombre más. Supe más tarde que a partir de esa conferencia me fichó la policía franquista. Me ponían problemas para todo.
Por ejemplo, me daban un pasaporte para un solo viaje, volvía a pedirlo y me lo daban sólo para otro viaje… cuando murió Franco, el director de mi departamento, Clavero Arévalo, rector de la Universidad de Sevilla, tuvimos acceso a ¡mis antecedentes penales! La Brigada político-social acudía a esas reuniones y tomaban nota, hacían un informe, y habían registrado que yo había dicho que “el Estado tenía que criar a los niños como en Rusia”. Evidentemente no dije eso: dije que el Estado tenía que educarlos, que tenía que haber servicios públicos, guarderías e infraestructuras para que la madre también pudiera estudiar y trabajar y hubiese quien cuidase de los niños. Pues esa interpretación le dieron.
Flipante.
Sí, hija. ¡Antecedentes penales con el franquismo…! Me marcó también a la hora de dedicarme al feminismo y desde entonces no lo he dejado nunca. Es lo más importante de mi vida. Me han preguntado muchas veces “¿por qué te dedicas a esto, si tú no lo necesitas?”. Y digo: mira, a lo mejor yo no, pero muchas mujeres sí. El 52% de la humanidad, nada menos.
Dices en el libro que siempre fuiste una privilegiada pero que a pesar de ello el feminismo siempre fue tu vocación.
Sí, fui privilegiada porque tuve acceso a la formación, que es el único ascensor social que existe, más que el económico, sin duda. La educación. La cultura. Si yo no hubiera tenido acceso a esa educación, no hubiera podido haber hecho nada. Por eso me siento tan privilegiada y por eso puse mis conocimientos y mis capacidades al servicio de las demás mujeres, para que pudieran tener las mismas posibilidades que yo. Yo no quería ser mujer excepción, mujer cuota. Estaba harta de ser la excepción que confirmaba la regla.
¿Te costó imponerte en un mundo de hombres?
A mí no me ha costado nada (ríe). Está dicho y lo siento así. He tenido una coraza de defensa que me puse desde el principio para aguantar todo lo que me vino encima. Me han venido muchas cosas. Muchas risas por detrás, mucho darse con el codo, mucho “cuidado, que viene Amparo”. Muchos querían ligar conmigo, y está mal decirlo, pero no he sido fea.
Perdona: una mujer bellísima.
He sido guapa, sí, pero no sé si ha sido bueno o malo. Eso les molestaba porque no podían decir de mí que era un “marimacho”, que era lo que se decía entonces de las feministas.
Ahora siguen diciendo que las feministas somos feas.
Para que tú veas. Yo siempre he tenido voz de tío, hoy me han llamado por teléfono y me han dicho “oiga, caballero…” (ríe). Hice un programa con Concha García Campoy y Juan Cruz sobre los estereotipos de la voz. Pero no he tenido nada más de masculino. La fuerza ha sido mi mecanismo de defensa. Conmigo no se atrevían. Para ellos lo importante es el agrado, que las mujeres les gusten… nuestra función es cuidar y agradar. Lo de agradarles físicamente lo cumplía, pero no les cuidé nunca. No sabían lo que se les venía encima, pobres. Éramos muy jóvenes. Esa coraza me permitió ser dura frente a ellos. Muy inexpugnable. He tenido mucha coraza frente a las miles de maldades que han dicho de mí, nunca me han afectado y he salido pa’lante.
Muchos cortes habrás tenido que meter.
No sabes tú cuántos.
¿Te inculcaron una sexualidad castradora? ¿Cómo era entonces tu mirada hacia el sexo y cómo ha cambiado después?
Bueno, es que era inexistente. La sexualidad no existía en mi generación. Fíjate, que he llegado yo a discutir para defender que ser virgen o no era lo de menos. ¡La virginidad! Siempre se ensalzó tanto. Y los hombres terminaban preguntándome: “¿Pero tú eres virgen?”. ¡Y a ti qué te importa! Esto no es un argumento personal, no es ad hominem… hasta eso he tenido que discutir. Un momento muy importante en la vida de las mujeres y en la mía propia fue la aparición de los anticonceptivos. Eso nos cambió la vida. Sin ellos no hubiera podido pasar nada de lo que pasó. No sabes cómo se abortaba antes en los pueblos de Andalucía. Se te ponen los pelos de punta. La gran revolución fue la píldora, pero conseguirla nos costaba la misma vida: teníamos que tener amigos médicos que nos dieran la receta, la llevábamos a escondidas…
Yo tenía un novio y me la guardaba en la moto (ríe). En ese momento a cualquier cosa se le llamaba “novio”, claro, no era ni rollo ni ná’. Fue un grandísimo cambio, pero luego de sexualidad no hemos hablado nunca, hasta el Me Too. Nunca ha sido algo de lo que a las mujeres nos hayan dejado hablar: de acoso, de derribo, de abusos, de violaciones. Hemos estado ocupadas en la maternidad, en cómo cuidar a los hijos, en la puñetera lactancia materna, que cómo nos han machacado con ella… todo eso que hizo que olvidáramos nuestra sexualidad. Llegaba la menopausia y ya está, ahí terminaba nuestra vida, no sólo la sexual, sino nuestra vida entera, a ojos de ellos.
La liberación sexual fue un poco trampa para las mujeres, ¿no, Amparo? Enseguida se nos cosificó Pasamos de la censura nacionalcatólica más terrible a los años del ‘Destape’. A que monetizaran nuestra sexualidad.
Sí. Eso es el patriarcado. El patriarcado son reglas de organización de sociedad que marcan los hombres, y ellos las establecen desde el comienzo de los siglos al otorgarnos como única función la reproductora. Nuestra función es reproducir la especie. ¡Hasta lo creía Rousseau, el del contrato social, que lo público es masculino y lo privado femenino! Y llega a decir que no puede haber libertad sin igualdad. Pero claro, lo dice pensando en los hombres. Nunca pensó que pudiésemos ser realmente libres e iguales. La Revolución Francesa es libertad, igualdad y fraternidad, sí, pero sin derecho a voto para las mujeres. Puro patriarcado. Normal que nos cosifiquen: nosotras no somos más que objetos del deseo de los hombres, por eso dicen que la prostitución es el oficio más antiguo del mundo.
Siempre hemos estado destinadas a darles placer y a cuidarlos. El patriarcado nos asigna unas funciones y afortunadamente las hemos ido revocando, pero ese control ha ido evolucionando y sofisticándose. Ganamos el voto, vamos por la cuarta ola del feminismo… pero el patriarcado no se ha roto.
Es un libro dedicado a las mujeres de tu vida, a tus compañeras y amigas, a las que te inspiraron. Pero, ¿qué hay de los hombres: qué sabes de ellos ahora que no sabías con veinte años?
Yo nunca he sido contraria a los hombres, de hecho, este libro es una conversación con un hombre feminista, no con un hombre cualquiera. Hay hombres buenos, los hay, y ellos han sido víctimas también del patriarcado, pero no tanto como nosotras. Ellos han tenido el privilegio de ser hombres pero han sufrido mucho. Los hombres deben tener muchísimas ganas de llorar y no han podido. Los hombres no se pueden arreglar porque les dicen “mariquita” y cosas de esas, y hay hombres a los que les hubiera gustado hacerlo.
Hay hombres tiernos, pero les han dicho que la ternura no es propia de los hombres. Quiero que estén con nosotras. Me gustan muchísimo los hombres, pero tengo claro que el sujeto político del feminismo somos las mujeres, aunque ellos vengan de nuestra mano. Este libro es casi más de Octavio que mío. Queríamos poner de manifiesto aquí que la relación entre hombres y mujeres puede ser diferente, igual y libre, como queremos que sea. Los hombres no son nuestros enemigos. Ni los trans, ni los homosexuales, ni nadie. No tenemos enemigos más que las malas personas.
¿Por qué este país no ha tenido aún una presidenta del Gobierno? Hay puestos importantes copados por mujeres, pero nunca llegan a la primera fila.
En política todo va corriendo más de lo que creemos. Es verdad que no hay ninguna líder, excepto Arrimadas con Ciudadanos, que le ha llegado un poco de rebote. Yo creo que sí podemos tener a una mujer presidenta del Gobierno. Hay mujeres con enormes capacidades. Puede pasar aquí y en cualquier país europeo. Fíjate en Alemania. Yo te confieso que no daba un duro por Merkel y que ha resultado ser una política fuera de serie. Hay mujeres que lideran países nórdicos y están llevando mucho mejor la pandemia, todavía son países pequeños, no son los grandes, pero están llevando mejor las cosas que ellos.
¿Cuál es la mujer que te gustaría que dirigiese nuestro país?
Carmen Calvo, no tengo ninguna duda, sería una gran presidenta del Gobierno. Es andaluza, es mi amiga, es doctora en Derecho Constitucional, está demostrando su gran capacidad para llevar u Gobierno en unas circunstancias tan durísimas y lo está aguantando todo sobre sus hombros, a sus espaldas.
Has cuidado mucho tu relación con las mujeres.
Sí, lo he procurado siempre, y con los hombres menos, pero también (ríe). Con las mujeres que me interesan, claro, las que no me resultan interesantes no. Pero la amistad que tenemos las mujeres no la tienen jamás los hombres entre ellos. Nosotras nos decimos “qué guapa estás, qué bien vestida estás, qué bien te sienta esto”… aunque nos decían que éramos muy malas y envidiosas y no es verdad. Ellos no son capaces. Ellos han perdido la ternura, el mundo de los afectos, la exteriorización de la afectividad.
¿Cuál ha sido el presidente del Gobierno más feminista que hemos tenido en la historia de nuestra democracia?
Yo estoy arrimando el ascua a mi sardina, porque siempre digo que soy muy patriota de partido. Otros patriotismos los entiendo menos, pero mi patriotismo de partido lo respeto porque es mi elección. Nadie elige dónde nace, pero sí elige lo que cree. Yo ahora ya no tengo responsabilidad ahí ni quiero nada, ni voy a obtener nada, pero creo que el Partido Socialista ha hecho las cosas más importantes por el feminismo. Bueno, Felipe fue relativamente poco feminista, tardó mucho en tener mujeres ministras, fue una pena.
Pero Zapatero sacó adelante las leyes más importantes que podía haber hecho: la ley de igualdad, la de violencia de género, la del matrimonio entre personas del mismo sexo, la de dependencia… y creó el ministerio de Igualdad, aunque se equivocó y lo quitó con la crisis dichosa.
¿Sánchez qué; te convence?
Pedro Sánchez es un hombre profundamente feminista. Estoy muy conforme con el presidente y la vicepresidenta de mi partido. Adriana Lastra me gusta mucho también.
Dices que el feminismo “es radical o no lo es”. ¿Qué piensas del llamado “feminismo liberal” que reivindican desde Ciudadanos y el PP?
El feminismo es plural y diverso, no hay un solo feminismo. Anna Caballé tiene un libro precioso y cortito que es La historia del feminismo en España, y lo recomiendo siempre porque es maravilloso y recoge todas su s corrientes. Yo he peleado por el feminismo de la igualdad o de la diferencia, el de la doble militancia o el de la única, el radical, el socialista, el anarquista… he peleado porque existiera todos y todo eso lo hemos debatido mucho las feministas.
Todos quieren lo mismo, que es alcanzar la igualdad real entre mujeres y hombres, pero ese camino puede hacerse de muchas maneras. Yo soy feminista radical porque voy a la raíz del problema, que es el patriarcado. El feminismo liberal no es nada, hija. El liberalismo es una corriente económica, ni siquiera es filosófica. Y el feminismo es más que una corriente filosófica y más que una corriente política, porque las mujeres somos la mitad de la humanidad y somos plurales y diversas, de distintas razas y religiones. Fíjate tú el problema de las musulmanas, la que tienen encima con el Corán. Una losa. Hay que ser radical.
Entiendo que eres abolicionista de la prostitución.
Sí, sin duda, sin ningún género de duda.
Y por qué nadie mete mano aquí, Amparo. Esto no hay quien lo mueva.
Porque es dificilísimo. He discutido mucho con mujeres prostitutas. Me venían al despacho cuando era diputada a decirme que por favor, las dejara en paz (ríe). Que las dejásemos que ejerciesen su oficio. Recuerdo que me dijeron que preferían abrirse de piernas a limpiarle el pañal a un viejo. Nos preguntaban por qué no queríamos que la prostitución fuera un oficio. Bueno, porque es degradante. ¿Por qué tienes que ser tú la que se abra de piernas para darle placer al otro?
En una sociedad igualitaria se podría contemplar la prostitución como algo legítimo, quizá, pero es que eso no existe. ¿A qué ha conducido la prostitución? A la mayor explotación de mujeres que existe. A la trata. Conozco a señores absolutamente de derechas y de orden que dicen “ay, me molesta el sexo”, se iban, “descargaban”, y volvían.
Qué imagen.
Es así. Si viviéramos en una sociedad donde fuéramos libres e iguales… pues mira, pero esto es explotación sexual. Si no hubiera trata, podríamos hablar, pero es imposible. Hay que acabar con la prostitución ya.
Te voy a hacer una pregunta que parece de perogrullo pero ahora, en medio del debate por la Ley Trans, no lo es. ¿Qué es ser mujer, en qué consiste? ¿Se nace mujer, se hace?
Ser mujer u hombre es un sentimiento: sé que si digo esto puedo organizarla, pero mira. ¿No basta con tener un sentimiento? Yo creo que sí. ¿De qué va esto entonces, de tener solamente unos órganos masculinos o femeninos? Si estas personas no se sienten cómodas con eso yo las apoyo y creo que tienen derechos que deben ser regulados como los de todas las minorías que son diversas: como a los gitanos que por raza tienen sus costumbres y sus hábitos, ¡y sus derechos!
Es importante que estos derechos se regulen con seguridad jurídica. A mí me parece una estupidez el debate de que alguien se va a hacer trans para ir a un váter a violarnos. No va a pasar. No me cabe en la cabeza. Es un debate muy serio y se está devaluando haciéndonos creer que hay una minoría de locos que vienen a por nosotras. Yo creo que no vienen a por nosotras. Creo que las personas trans están ahí, que siempre han existido y que han sufrido muchísimo.
¿Que a qué edad? Bueno, pues lo vamos hablando, como con el aborto. ¿A los 16 o a los 18? Es un debate que debe hacerse en el Parlamento. ¿Cuántas veces te puedes cambiar de sexo? Pues cuantas se regule. Lo más gracioso es que todo esto ya está regulado, en España ya hay ley trans, pero la cosa es sacar el debate de madre y de quicio. No estamos inventando la pólvora.
¿Una mujer trans es igual de mujer que una mujer cis?
Sí, son mujeres igualmente. Son mujeres las personas que se sientan mujeres y que tengan su registro civil. Mira, antes ponía en el DNI “profesión”, ¿sabes? Y las mujeres, no las de mi generación, pero sí las de la de mi madre, siempre ponían “sus labores”. Porque no tenían profesión. Pues se quitó al final la profesión del DNI, ¿qué más da si se quita el sexo? Yo estoy a favor. En serio, ¿qué más da? Si hay mujeres que han nacido hombre y se inscriben en el registro civil como hombres y después viven su transición y son mujeres, ¿cómo van a ir a un aeropuerto o por una aduana y sacar un papel que digan que es hombre? Quitemos el sexo del DNI. Regulemos. En los sentimientos no se manda. Los sentimientos son los de cada uno y cada una tenga.
El problema es las ganas de enredarnos con estos debates dentro del feminismo, que hacen tanto daño a las más débiles.
Sí. Ahora están con ‘lo queer’. Parece que los queer son extraterrestres que van a venir a invadirnos, vaya estupidez. Estoy leyendo la biografía de Obama y él pone “LGTBIQ”, añade la ‘q’ con absoluta normalidad y no creo que Obama sea sospechoso de nada. Aún hay también que pelear por la visibilidad de las lesbianas. Es curioso, porque es otra muestra del patriarcado que haya hombres homosexuales muy potentes en la esfera pública -conocidos, famosos, políticos-, pero haya muchísimas menos mujeres lesbianas y mediáticas. Es verdad que antes no pasaba nada porque dos mujeres vivieran juntas…
Se decía toda la vida que eran “amigas” mientras llevaban décadas amándose.
Total (ríe). Si los hombres vivían juntos, sí se creaban problemas. ¡Hasta para eso eran las lesbianas invisibles! Recuerdo haber ido a manifestaciones por la visibilidad lésbica con Carmen Alborch. Fíjate tú en política. Tenemos un ministro de Interior homosexual, nada más y nada menos, que con mucho esfuerzo y mucho trabajo ha llegado ahí, pero no hay ninguna mujer. ¿Por qué? Hay mujeres que son políticas y lesbianas: yo las conozco y lo sé, pero nunca lo han dicho, no salen del armario. Y yo, por supuesto, no lo diré.
Tienen miedo a la reacción.
Sí, aún sí. Eso es el patriarcado. También se habla mucho más de mujeres trans que de hombres trans, ¿por qué? Lo de los váteres… de verdad, hija (ríe). Yo cuando voy a un servicio y el de la mujer tiene cola y el del hombre no, entro al del hombre, no pasa nada. ¿Y te piensas alguna vez que te va a violar un hombre que está allí? No, no te va a violar nadie. La vida es mucho más normal.
¿Qué opinas de la cuestión de la hormonación y la operación, a menudo tan nocivas para la salud? ¿Por qué hace falta pasar por esos trámites para ser considerada socialmente como ‘mujer’ a partir de una apariencia física muy concreta?
No creo que las trans tengan que hormonarse ni operarse para ser mujeres. Pueden necesitar ayuda psicológica y hay que tener cuidado con la hormonación, con qué época empiezas, porque alguna se equivoca… tiene que haber un control médico, no sé lo que tiene que haber porque no soy experta en esto, pero tendrá que ser con consenso social y con consenso médico. No quiero ser Victoria Abril hablando de la vacuna, ¿sabes? Estamos todas opinando y muchas sin saber. Pero si ellas dicen que no quieren hormonarse ni operarse, a mí me parece normal. Lo explicaba muy bien hoy en el programa de Angels Barceló. Ella decía que no se sentía identificada del todo ni con la postura de Carmen Calvo ni con la de Irene Montero.
¿Crees en la figura del ‘aliado’, que se ha vuelto un poco sospechosa? El hombre que se hace pasar por feminista y acaba haciéndonos mansplaining u ocupando nuestros espacios o dando carnés de igualdad o incluso, y esto es lo más loco, creyendo que eso les ayudará a ligar.
Al hombre que no es feminista las feministas lo vemos de lejos. Una feminista no se dejaría engañar por un hombre machista que intenta ligar con ella. Se les nota. Es imposible de ocultar, los pillamos enseguida. Más que el aliado me preocupa el hombre que insufla amor romántico. Me preocupa el amor romántico que sufren las jóvenes, que creen que su novio les controla el móvil porque las quieren mucho, y les dicen que no se ponga esa minifalda… luego rompen con él y las mata.
¿Cómo se desactiva este mecanismo tan avalado, además, por la ficción?
Mira, nos han hablado del hombre de nuestra vida y eso no existe. A nosotras nos han educado para enamorarnos perdidamente y para dejar que controlen nuestra vida. Y a ellos les han educado en la pornografía. Se les enseñan imágenes donde el sexo es violencia. Una cosa y la otra, nuestra educación junto a la de ellos, deviene en explotación. El amor romántico es el sometimiento de la mujer al varón, igual que la pornografía. Tengo nietos de quince años y pienso, horrorizada, qué podrán estar haciendo con ellos. No tenemos más mecanismo que educar, educar, educar. En igualdad y en libertad, no sólo en igualdad. Ese es el único ascensor social.