Sira, la modista protagonista de la novela de María Dueñas El tiempo entre Costuras (2009) y su segunda parte, Sira (2021), se habría sentido reflejada en los objetos, documentos, vídeos y fotografías que se muestra en la exposición En Madrid. Una historia de la moda, 1940-1970.
Un gigantesco mapa del Madrid de hace más de 80 años da la bienvenida a los visitantes a la muestra. En él se recogen los lugares en los que abrieron sus puertas las míticas casas de costura, las boutiques, las tiendas de tejidos, los talleres de las modistas conocidas por su buen hacer, los grandes almacenes, las mercerías…
Todo un mundo que habla de diferentes oficios vinculados a la moda y los sueños, que movían la economía del Madrid de la posguerra. Eran los años 40, España había salido de su Guerra Civil y Europa había entrado en la II Guerra Mundial. Madrid es un hervidero de espías alemanes, miembros del Servicio Secreto británico y exiliados de lujo que huyen de la contienda europea, y que en Madrid serán recibidos en la cafetería Embassy por la señora Taylor.
Todos esos personajes internacionales que visitan nuestro país quieren conocer a Cristóbal Balenciaga, a quien los otros diseñadores conocen como el maestro, que vuelve de París al estallar la guerra. Viene precedido de una fama en Estados Unidos que le han dado las revistas Vogue y Harper's Bazaar.
Junto a los grandes nombres de la alta costura, la exposición visibiliza a las llamadas «obreras de la aguja», las modistas, y muestra el trabajo invisible de aquellas mujeres que cosían y bordaban, en talleres o en sus casas, para las firmas de moda.
Las fotos muestran esas caras anónimas y en muchas de las imágenes sonrientes, algunas jóvenes (a quienes ni el diminutivo “modistillas” les arrebataba la dignidad con la que miran a la cámara) y otras mayores, pero todas ellas parecen conscientes de que, a su modo, estaban haciendo historia.
Realizaban desde las prendas más populares (para que los madrileños fueran a celebrar San Isidro) hasta los modelos más exclusivos de Balenciaga. Pero la muestra homenajea también a otros oficios, como patronistas, planchadoras, sombrereras, sastres y demás trabajos relacionados con la moda.
En aquella época, las mujeres aprendían a coser en los cursos de la Sección Femenina (que hacían en lugar del servicio militar masculino) y hubo muchas que se dedicaron a lo que mejor sabían hacer, para poder sacar adelante a sus familias, en una época de profunda escasez.
Algunas se colocaron de aprendizas u oficialas en los talleres de los grandes nombres. Otras cosían desde casa encargos particulares para vecinas y otras clientas, que llegarían con el boca a boca. Y unas pocas se convirtieron en las primeras emprendedoras de Madrid, abriendo sus propios negocios en busca de una independencia económica que entonces era casi una utopía.
Muchas ellas eran de origen humilde, e intentaban aliviar la profunda crisis económica que sufre un país, arruinado tras la contienda civil: mientras cosían maravillosos trajes de noche, imaginaban a las afortunadas mujeres que los lucirían en las fiestas que se celebraban en la capital.
Como explica una frase de Javier Rioyo, al inicio del catálogo: «Madrid con la memoria de la ciudad sitiada, capital del dolor, de la gloria, de la golpeada República, de las noches del Pasapoga y del Barrio de las Injurias. Madrid quería salir del tiempo de silencio. Madrid tenía doble vida, la que callaba y la que bailaba, la que sufría y la que disfrutaba».
La exposición es un recorrido cronológico, en el Madrid de la posguerra, que comienza en los años 40, cuando las casas de alta costura que ya existían antes de la Guerra Civil se enfrentan a un panorama desolador, y los pequeños talleres de sastres, modistas y otros gremios del sector intentan mantenerse a flote, pese a la escasez de tejidos y otros materiales, con los que se confeccionan botones, hombreras o cremalleras.
Ajenos a ese esfuerzo añadido que vive la sociedad, de cartillas de racionamiento y la carencia de proveedores y materias primas, las revistas de moda muestran a las actrices de Hollywood y otros ídolos populares en sus portadas, y presentan un lujo inaccesible para la mayoría de la población.
Cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, vuelven a España algunos creadores españoles afincados en París como Julio Lafitte, Ana de Pombo y Cristóbal Balenciaga, quien será el más deseado, tanto entre los miembros de la aristocracia como entre los nuevos ricos afines a la dictadura.
A la sombra del maestro de Guetaria, que ya venía precedido por un gran éxito internacional, empiezan a destacar, en la llamada “alta modistería madrileña”, nombres como Flora Villareal, Isaura y Rosario, Natalio, Emanuel o Lino Martínez. "Todo un mundo, porque eran cientos de modistos los que había en Madrid en aquella época", comenta Esperanza García Claver, experta en exposiciones de moda y comisaria de esta muestra.
En sus casas de moda realizan encargos a medida para sus clientas, asesorándolas y sobre qué modelo elegir y qué tipo de tejido comprar pero, también, escuchando sus problemas y confidencias. "En ocasiones, los pequeños talleres o las modistas que trabajan en sus casa copian los modelos (a partir de los patrones y figurines de revistas como El Hogar, La Moda o Burda) para las clientas que no podían acceder a los originales", añade la comisaria de la exposición.
Cambio en los 50
En los Años 50 hay un cambio evidente: España se está abriendo, tímidamente, al turismo, y los medios de la época (principalmente la televisión y las revistas femeninas, pero sobre todo, el cine y la publicidad), empiezan a mostrar otra moda. "En estas primeras décadas, no hay fotografía de moda como tal: los fotógrafos de la época, como conocen a los diseñadores, los retratan en sus salones, pero eran fotorreporteros que hacían reportajes de cualquier cosa, desde el rodaje al estreno de una película, temas sociales, de política, etc. Es interesantísimo ver cómo, gracias a ellos, la fotografía de moda se va abriendo camino y evoluciona en España", añade García Claver.
Las revistas americanas también mandarán a sus fotógrafos y redactores y en una de las imágenes, podemos ver a unas mujeres leyendo en Madrid ejemplares del Harper's Bazaar. la capital y sus rincones se convierten en un decorado de lujo, en el que fotógrafos como Pando o Vicente Nieto inmortalizan modelos de Pedro Rodríguez, Asunción Bastida, Manuel Pertegaz o Marbel, nombres de la alta costura en Madrid (y también en Barcelona) que colocan a nuestro país en general y a la capital en particular en el mapa de las bien vestidas.
Madrid y sus alrededores se convierten, gracias al productor Samuel Bronston, en un gran plató de cine, en el que Hollywood rueda las películas que luego deslumbrarán a medio mundo. Y aquí también se confeccionará el vestuario para muchas de ellas, en sastrerías como Cornejo o Peris (que hoy siguen vistiendo a los actores de sagas tan como El Señor de los Anillos, Juego de Tronos, Downton Abbey, Los Bridgerton, Piratas del Caribe).
Esperanza García Claver, especialista también en cine y en los rodajes que se hicieron en Madrid, recalca la importancia del productor Samuel Bronston y del embajador de Estados Unidos en España, John Lodge, por dar a conocer Madrid, no solo como un sitio ideal para rodar, sino también como destino turístico. Ambos ayudaron a que nuestros diseñadores vendieran sus creaciones en los almacenes de Estados Unidos.
Muchas divas del celuloide eran ya clientas del gran Balenciaga, pero Ava Gardner se instala en Madrid, donde vivirá quince intensos años (como cuenta la serie Arde Madrid, de Paco León y Anna R. Costa) y se hará clienta del maestro vasco. Todas las mujeres de la época sueñan que las vista él. Una foto muestra a Carmen Franco y Polo, el día de su boda con el marqués de Villaverde, Cristóbal Martínez-Bordiú, el 10 de abril de 1950. Su vestido de novia era, por supuesto, de Balenciaga.
Expansión del prêt-a-porter
Con los años 60 y 70 llegará la expansión del prêt-a-porter, y con ella, la llamada “democratización de la moda”, que se hace más barata y accesible. Madrid se llena de nuevas boutiques y las firmas que habían impulsado la llamada Alta Costura española comienzan a cerrar sus tiendas y talleres: obligados, como dice el catálogo de la exposición, “por la alta presión fiscal y el avance imparable de la confección”, pero también porque las generaciones más jóvenes, las hijas de sus clientas de toda la vida, prefieren una moda más ligera y ponible, para una nueva mujer.
Todavía hay tiempo, hasta el 22 de mayo, para acercarse a verla, en la sala de exposiciones del centro El Águila. Organizada por la Subdirección General de Patrimonio Histórico de la Dirección General de Patrimonio Cultural de la Comunidad de Madrid, reúne 118 reproducciones fotográficas: imágenes, muchas de ellas inéditas que han salido de negativos de los fondos de los fotógrafos Santos Yubero, Portillo, Contreras y Muller que se conservan en el Archivo Regional, y de otros archivos y colecciones como los de Basabe, Campúa o José María Lara.
Además de fotografías, la exposición muestra 76 piezas museográficas entre las que destacan, especialmente, los fondos del Archivo Regional de la Comunidad de Madrid y del Museo del Traje. Se pueden contemplar piezas textiles de Christian Dior, Elio Berhanyer, Herrera y Ollero o Marbel, entre otras que, como dice en catálogo, “nos trasladan al Madrid que trataba de recuperar su vitalidad tras la guerra, donde se irán abriendo paso los nuevos nombres de la alta costura española y que llegará a ocupar un lugar destacado dentro del circuito de las capitales de la moda europea, impulsada por el creciente turismo y proyección internacional de España”.
Y para quienes prefieren el formato audiovisual, a lo largo de la exposición se muestran varios vídeos del Archivo Histórico del NO-DO, conservado en la Filmoteca Española, así como fragmentos de películas de Edgar Neville, Luis Marquina o Juan Antonio Bardem, que nos permiten contemplar aquella realidad en movimiento.
Cuenta también con el testimonio en primera persona de siete protagonistas que, famosos o anónimos, vivieron aquella época: "entre ellos, el vidente Rappel, cuyo padre tenía una tienda de tejidos que el mismísimo Cristóbal Balenciaga le ayudó a abrir, pues eran muy amigos. Y Rappel también conoció y trató al gran modisto", nos explica la comisaria.
Para la muestra, la comisaria general ha contado con la ayuda de los cocomisarios Lola Feijóo Alonso, Miquel Martínez Albero y Sonia Taravilla Gómez, que han realizado una investigación exhaustiva para enseñar a los madrileños el pasado más fashion de su ciudad.
Un grupo de alumnos de Moda de la Universidad Francisco de Vitoria se agolpa frente a los expositores, en los que hay herramientas de taller, facturas, peididos y otros documentos de archivo, revistas... A Marta, le sorprende "la cantidad de joyas que se llevaban y la elaboración de los peinados. Los accesorios eran de tanta calidad como las prendas".
Judith comenta con sus compañeras "el tamaño de los vestidos, ya que todos los trajes nos han parecido muy pequeños. Además me he dado cuenta de lo elegantes que eran los personajes públicos de la época. Todas las actrices, modelos y las personas desconocidas que aparecen en las fotografías... eran muy refinadas, a diferencia de como se visten hoy en día".
"Lo que más me llama la atención es cómo se lleva a cabo el comisariado de las exposiciones. Es interesante saber que a veces son particulares quienes prestan los materiales para exponer, así como la organización de la decoración para que todos los elementos armonicen", dice Anna.
Para Aracely, una cincuentañera con mucho estilo que acaba de terminar de ver la muestra, su contenido ha sido especialmente emocionante: “Mi madre era modista y cosía en casa para sus clientas: ha sido como volver a mi infancia”.
La exposición es la prueba de que también se puede contar la historia de Madrid, de otra manera, a través de la moda. Y concluye con un agradecimiento: “A todos los que contribuyeron con su arte y oficio a crear desde Madrid una moda con identidad propia y proyección internacional, construyendo un legado cultural que es patrimonio de todos”.