El hito de la 'princesa' Sofía: nombró un teorema y fue la primera profesora universitaria sin cobrar
La matemática Rusa tuvo que pedir clases particulares para poder estudiar y logró un puesto como profesora en la Universidad de Estocolmo.
15 diciembre, 2020 01:04Noticias relacionadas
Durante muchos siglos, las mujeres han tenido que luchar para ser aceptadas en las aulas y poder desarrollar una profesión académica. Derribando los muros que se ponían en su camino, lograron su sitio en los círculos intelectuales y, en muchas ocasiones, su lugar en la historia. Es el caso de Sofía Kovalévskaya, la primera mujer profesora universitaria que demostró su talento para las matemáticas rompiendo las normas de la sociedad del siglo XIX, empezando por las que le impuso su padre.
Nacida en Moscú en 1850, en el seno de una familia perteneciente a la nobleza rusa, Sofía Kovalévskaya tuvo una vida corta, pero muy fructífera. Consiguió numerosos galardones gracias a sus investigaciones matemáticas sobre las integrales abelianas, su trabajo sobre los anillos de Saturno y la mejora y resolución de lo que ahora se conoce como Teorema de Cauchy-Kovaléskaya. Todo ello lo unió a sus incursiones en el mundo literario, donde llegó a publicar una gran variedad de artículos así como su autobiografía.
Su figura ha sido recuperada por Sol Antolín Guerrero, que publica El don de imaginar las matemáticas. La novela, editada por AGALIR, cuenta la vida de esta ingeniosa e innovadora científica que "creía en la transformación de la sociedad a través de la ciencia".
No es la primera vez que Sol Antolín, licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Deusto y profesora asociada en la UNED, escribe sobre la vida de una mujer fascinante. Como ya hizo en otras de sus obras, véase Antología de Mujeres de la Historia, cuenta la vida de Kovalévskaya con humanidad, pero sin dejar de destacar sus importantes aportaciones a la ciencia.
Y es que, apasionada por las matemáticas y la cultura, Sofía Kovalévskaya no pensó jamás en dejar de estudiar, ni siquiera cuando su padre, un general de artillería, intentó frenar sus estudios. Con solo trece años, Sofía consiguió una copia de Eléments d’Algèbre de Bourdon y la leía a escondidas mientras su familia dormía.
Finalmente, su padre le permitió continuar con su educación gracias a Nikolái Nikanorovich Tyrtov, un vecino profesor de Física que dejó a la familia una copia de su libro. Sofía lo comenzó estudió y cuando Tyrtov escuchó sus explicaciones y deducciones quedó estupefacto y recomendó a los progenitores que le facilitaran clases.
En 1868, con 18 años, Sofía contrajo un matrimonio de conveniencia con Vladimir Kovalevski (de quien adoptó el apellido), un editor y traductor aficionado a la biología. En aquella época era relativamente habitual el matrimonio de conveniencia como medio para poder continuar estudiando, ya que las mujeres necesitaban el permiso de sus maridos o padres.
Como parte del movimiento nihilista, que defendía la ciencia y la educación, se formaban matrimonios en los que el hombre apoyaría a su mujer para que esta continuase su camino. Así, Sofía logró convencer a su padre para que le dejase casarse con Vladimir y ambos se mudaron a Alemania.
Investigaciones y doctorado
En el país germano fue donde Sofía desarrolló gran parte de su carrera matemática. Pese a que las mujeres no podían apuntarse oficialmente a las clases, sí podían acudir como oyentes con el permiso de los profesores. En 1870 consiguió que le diese clases particulares el hombre que se acabaría convirtiendo en su mentor y gran apoyo profesional: el catedrático Karl Weierstrass.
En 1874, y después de años de investigación, Weierstrass consideró que los trabajos de Sofía eran suficientes para obtener el doctorado. Como en Berlín una mujer no podía acceder a esta titulación, el catedrático habló con un antiguo alumno suyo de la Universidad de Gotinga, para que se le concediera el doctorado sin examen oral, sólo con los trabajos entregados.
Tras muchas gestiones la Universidad aceptó y Sofía presentó tres trabajos de investigación: Suplementos y observaciones a las investigaciones de Laplace sobre la forma de los anillos de Saturno; Sobre la reducción de una determinada clase de integrales abelianas de tercer orden a integrales elípticas; y Sobre la teoría de ecuaciones en derivadas parciales.
Por este último obtuvo su tesis doctoral y se le concedió el grado de Doctora Cum Laude. Pero como era una mujer no conseguía trabajo en ninguna universidad, volvió a Rusia con su marido para probar suerte en su país natal. Tampoco lo logró. El Ministerio de Educación denegó su solicitud para que pudiese presentarse a una prueba que le permitiera enseñar en una universidad.
Los inpedimentos para progresar en su carrera junto a la muerte de su padre, hicieron que Sofía se alejase de las investigaciones matemáticas y se dedicase a escribir artículos de prensa sobre ciencia y críticas de teatro.
La "princesa de la ciencia"
En 1880 fue invitada a dar una conferencia para el Sexto Congreso de Ciencias Naturales y su disertación sobre las integrales abelianas causó sensación y otros colegas la convencieron de que reanudara sus investigaciones. Volvió a Berlín y más tarde se trasladó a París dónde conoció a ilustres matemáticos como Charles Hermite, Henri Poincaré y Charles Émile Picard. Además, fue elegida miembro de la Sociedad Matemática de París.
En noviembre de 1883, unos meses después de que falleciese su marido, logró el objetivo por el que tanto había trabajado: una plaza como profesora en la Universidad de Estocolmo. En todos los medios se dio la noticia de que llegaría la primera profesora universitaria y en Suecia fue conocida como "la princesa de la ciencia".
Sin embargo, durante el primer año no tuvo un sueldo. Ganaba lo que le pagaban sus alumnos y a través de una suscripción popular. Por eso, al conocer su apodo, Sofía respondió: "¡Una princesa! Si tan sólo me asignaran un salario". Tras ese curso fue nombrada oficialmente profesora (con una remuneración oficial) por un periodo de cinco años. En 1889, fue nombrada profesora vitalicia.
Un año consiguió uno de los mayores premios científicos: el Premio Bordín. Lo ganó gracias a su trabajo Sobre el problema de la rotación de un cuerpo alrededor de un punto fijo. Con este trabajo resolvía un problema que llevaba en el aire desde 1850, cuando la Academia de Ciencias de Berlín propuso un premio a quien lo solucionase.
La Academia de París escogió su trabajo entre 15 presentaciones anónimas y anunció que el trabajo ganador era tan elegante, que se había añadido al premio un suplemento de dos mil francos.
Gracias a este premio Sofía Kovalévskaya fue reconocida en toda Europa, pero su triunfo duró poco, pues en 1891 murió en Estocolmo por una neumonía. Lo que no murió fue su legado y su obra, y es que Sofía todavía permanece en los libros de historia como una de las grandes de las matemáticas, que abrió el camino y sirvió de inspiración para las que llegaron detrás.