Se dice de ella que fue la primera filósofa feminista de la historia. También se le conoce como la madre del feminismo. O, por qué no, como la abuela del Prometeo moderno –pues dio vida a la creadora de Frankestein–. Mary Wollstonecraft (Spitalfields, 1759) es una figura clave del movimiento feminista que, durante demasiado tiempo, quedó relegada a un segundo plano.
Fue a finales del siglo XX cuando esta británica volvió a ocupar un espacio central en el pensamiento feminista moderno. Y es que su texto más polémico en su momento, Vindicación de los derechos de la mujer (1792), exponía ya muchos de los planteamientos que el movimiento reivindicaba desde sus inicios.
Como explican María Luisa Setién y María Silvestre en Problemas de las mujeres, problemas de la sociedad (Universidad de Deusto, 2003), cuando se publicó por primera vez, Wollstonecraft provocó "un gran escándalo" y "debido a su reputación escandalosa permaneció prácticamente silenciada durante más de un siglo y medio".
La escritora, en un impulso que bebía de la Ilustración, ponía especial énfasis político en la igualdad, algo que pedía, según Setién y Silvestre, "en un tono decididamente revolucionario". De ahí que se ganase demasiados críticos.
Una infancia desdichada
Sus inicios no fueron sencillos. Y se dice que de ellos manó el ímpetu que sentó las bases del feminismo de Wollstonecraft. Su padre, Edward, era un hombre violento que, pronto, vio cómo su hija pequeña, Mary, le hacía frente. Se cuenta incluso que, de niña, Wollstonecraft llegaba a interponerse entre él y su madre para protegerla de las constantes palizas a las que era sometida. Incluso llegó a dormir en el umbral de la puerta de su madre para cerrarle el paso a su padre y evitar más violencia.
Pronto, la joven Wollstonecraft llegó a la conclusión de que la mayoría de los problemas de su madre –por ejemplo, que había permitido que su esposo se gastase toda su herencia familiar– se debían a su falta de educación. Y fue por este motivo por el que tomó las riendas de su vida y de su formación. Como autodidacta que fue, la escritora británica dedicó su vida a fomentar la educación de las mujeres en todos los ámbitos.
Sin embargo, nunca olvidó algo que le marcó de por vida. "Lo que se llama espíritu e inteligencia en él, en mí se intentaba reprimir cruelmente", escribió sobre su hermano mayor y la relación que su progenitora tenía con ambos. Cuando en 1780 su madre falleció, fue Wollstonecraft la que tuvo que hacerse cargo –financieramente– de su familia.
Una feminista en el siglo XVIII
Como ejemplo de su firme apuesta por la educación de sus congéneres, en 1783, Wollstonecraft fundó una escuela para chicas en la comunidad disidente al Gobierno británico de la época de Newington Green en Londres. Junto a sus hermanas y su amiga Fanny Blood, dio cobijo a 12 jóvenes que pensaban que el papel de la mujer en la sociedad iba mucho más allá de los roles preestablecidos.
A los 24 años, se topó con el doctor Richard Price y su círculo de unitarios, personas con una fuerte creencia religiosa, pero que destacaban el poder del racionalismo en sus vidas. En un momento en el que ni las mujeres, ni los pobres, ni los católicos ni los disidentes –o unitarios– podían participar en la democracia británica, Mary Wollstonecraft descubrió a un grupo de personas que reforzaron una idea básica en su pensamiento: el sentimentalismo no tenía cabida en la vida de las mujeres si querían ser libres.
Durante su vida, la escritora recorrió varios países de Europa. Pero fue en Irlanda, en 1787, donde tuvo su primer acercamiento a Rousseau y su Emilio o de la educación, un tratado sobre la educación que le inspiró en su búsqueda por la igualdad y su rechazo por el elitismo y el sentimentalismo.
Sin embargo, la profunda misoginia del filósofo suizo también plantó la semilla de lo que sería la Vindicación de los derechos de la mujer. En su texto, Wollstonecraft ataca esa descripción que Rousseau hacía de su género: abnegadas, sumisas y gobernadas enteramente por las necesidades y los deseos de los hombres. No es de extrañar, por tanto, que su crítica fuese sumamente popular entre sus coetáneas.
Que se haga la revolución
En el mismo año que descubrió el Emilio de Rousseau, Wollstonecraft se convirtió en una de las primeras mujeres en ganarse la vida como escritora. Además, se asoció a un grupo de pensadores radicales entre los que se encontraban el filósofo político Thomas Paine, el poeta William Wordsworth o una de las primeras comentaristas feministas, Mary Hays.
Todos ellos cuestionaban la esclavitud, el antisemitismo, el trabajo infantil, la violencia contra los animales y la pobreza. Y Wollstonecraft puso sobre la mesa –o, más bien, las páginas del The Analytical Review, revista en la que este grupo publicaba periódicamente– una nueva lucha: la de las mujeres. Para ella, no había ninguna diferencia entre la desigualdad de género y la esclavitud.
Y es en este contexto, en pleno auge de la nueva filosofía política radical burguesa, en el que escribe su vindicación en 1792. Su reivindicación de los derechos de las mujeres no pasó desapercibida, y llegó a recibir una respuesta satírica y anónima –Vindicación de los derechos de los brutos– en la que se proponía que los animales tuviesen derechos también.
Desafortunada en el amor
Mary Wollstonecraft decidió visitar Francia en 1792 para ver la Revolución Francesa con sus propios ojos. Allí, conoció al aventurero estadounidense Gilbert Imlay, con el que vivió una relación más bien tormentosa. Por motivos de seguridad durante la revolución, se inscribió en la embajada de Estados Unidos como esposa de Imlay, con quien tuvo una hija, Fanny, dos años después de conocerse.
Sin embargo, a su regreso a Londres, Imlay la rechazó como pareja, a lo que ella respondió intentando quitarse la vida. Pues había dejado a un lado todos sus ideales políticos y de emancipación por él.
Poco más de un año después, tras un viaje a Escandinavia, cuando descubrió que Imlay estaba viviendo con una actriz, intentó suicidarse lanzándose al Támesis, pero unos transeúntes le salvaron. No obstante, sus viajes y desventuras sirvieron como inspiración para sus Cartas escritas en Suecia, Noruega y Dinamarca (1976).
En 1797, Wollstonecraft se quedó embarazada del anarquista William Godwin, con quien se casó por el bien de la criatura. De esa unión nació Mary Wollstonecraft Godwin, que pasaría a conocerse en todo el mundo como Mary Shelley.
Por desgracia, la madre del feminismo murió por complicaciones en el parto a los 38 años. En los círculos literarios expertos se rumorea que su prematura muerte podría haberse evitado. Pues cuando ella mandó a buscar a su comadrona, un médico que no supo manejar la situación la asistió en su lugar. Quién sabe si la genialidad de Mary Shelley hubiese sido aún mayor de tener a su madre a su lado.