La empresaria Luisa Orlando cuenta que tiene abuelos de cuatros reinos de España y los dice de seguido: “Navarra, Guipuzcoa, Aragón y Sicilia”. Esta donostiarra, procedente de vetustas familias de empresarios, les asigna además rápidamente sustantivos, la “inteligencia, la belleza, la alegría y el liderazgo”, en referencia a cada rama familiar.
“Es que mis abuelas y abuelos han sido muy relevantes en mi vida”, continúa Orlando, “los cuatro han sido personas muy peculiares. Es un objetivo parecerte a personas importantes con las que has compartido una parte de tu vida, ¿no es cierto?”, pregunta retóricamente.
Habla de la impronta que dejan nuestros modelos y referentes pasados, pero lo hace con un énfasis especial: más adelante, de hecho, en este relato aparecerá el término "presencia" con una connotación incluso sobrenatural.
Emprendiendo desde los 16
El primer recuerdo de sí misma como emprendedora es a los 16 años: “Con unas camisas que pintaba mi hermana a mano y las vendíamos en algunas tiendas de Madrid, y recuerdo que hicimos nuestro pequeño proyecto. Si lo pienso, es gracioso, porque me veo siendo una enana y paseándome por Madrid con ella y aquellas camisas que había pintado con flores”.
“Me gustaba la moda”, describe, “porque tenía el poder de marcar algo diferente, y empresarialmente desde pequeña empecé a montar desfiles con una amiga mía, en Oh Madrid, ¿lo recuerdas?... Con 18 y 20 años… Algunas de las chicas que desfilaron, luego se hicieron modelos profesionales muy importantes”.
Sus antepasados hicieron en vida que su infancia fuera diferente. “Recuerdo invitar a todas mis amigas con ocho años a hacer pizza en casa pero, de verdad, con la masa y los ingredientes, eso, a finales de los ochenta, íbamos a casa y hacíamos la pizza italiana vera vera. La cocina ha sido una parte de mi vida y eso me ha encantado. Al haber distintas culturas en casa, cuando se tomaba la pasta se hacía la carbonara de verdad, con huevo y parmesano, el pesto casero o el tomate”.
Su familia ha sido conocida por comercializar el famosísimo tomate Orlando. "Era algo gracioso porque vivíamos todas las campañas. Imagina para una niña ir a una tienda de pequeña y ver tu producto y tener esa componente de verlo en la tele, de comentar los anuncios, de pedirle a tu padre que cambien un anuncio y que él te explique que no, y las razones para hacerlo”.
En esta dinámica de alta actividad empresarial, recuerda “cambios de ciudades precipitados por situaciones difíciles, momentos en los que mantener la calma”.
Respecto a su apellido, Orlando, describe cómo “mi padre ha sido un gran empresario: lo que me ha enseñado es a saber manejarte en la marejada o en los momentos complejos, a mirar al horizonte y no dejarte zozobrar por las olas, tienes que mantener el timón y saber mirar lejos”, explica, y se puede adivinar que le gusta especialmente la náutica.
¿Esa virtud emprendedora, se aprende o nace uno con ella?
Yo ahí coincido con los que hablan de la pasión, un empresario es alguien que se apasiona con su trabajo, hay algo más allá, que lo llevas dentro y te hace empujar y apostar y arriesgar y pasártelo bien incluso en ese momento de inseguridad, hay una parte que es profesional y que es vital, no es un juego… Pero en parte sí.
¿Y qué es lo que más diferencia para usted un proyecto empresarial de un trabajo?
Yo he tenido las dos y son en realidad dos vidas distintas, aunque en muchos puestos también estés al 100% implicado, no es lo mismo. Cuando tú eres empresaria, es la sensación del capitán del barco de la que hablábamos… aunque sea una tienda pequeña.
¿Echa de menos el mar? Se refiere mucho a él...
Sí, me encanta y lo echo en falta. Si hay algo que echo en falta en mi vida en Madrid es el mar, lo necesito. Los que hemos nacido en una ciudad con mar y lo hemos vivido mucho, sabemos qué es eso.
Pero se siente muy madrileña…
Madrid es mi ciudad de acogida, y es una ciudad con una vida que no cambiaría: el dinamismo, la posibilidad de montar lo que quieras, el cruce con gente tan diferente...
¿Cuándo llegó a Madrid?
Aquí llegué con 14, soy más madrileña que donostiarra.
Sus momentos clave
Cuatro momentos concretos que resuman su carrera profesional.
El primer momento sería cuando empecé a trabajar en consultoría en PwC, un momento es presentar un proyecto a toda la directiva de un banco, con 26 años, sin apenas dormir por la entrega, pensando ‘¿qué hago yo aquí?’.
¿Un segundo momento?
Cuando doy un paso atrás al tener a mis hijos, ahí tomé una posición de dirección de capital humano en Price, más tranquila, con menos viajes, y en ese momento luché por desarrollar políticas de conciliación para las empresas. También en mi siguiente posición, en la editorial SM, donde me incorporé luego.
Ahí llevé la parte de internacional en Latinoamérica, todo el día subida en el avión, y eso me permitió conocer gastronomías muy diferentes y ahí también contraté a las primeras mujeres directoras en esos países. Yo era la única directora de 22 directores y, cuando me fui, un tercio de la empresa a nivel de dirección eran mujeres.
¿Un tercer momento?
Cuando llega el Club Allard, un restaurante con dos estrellas Michelin.
¿Impulsó el que fuera el restaurante más importante de Madrid?
Sí [sonríe] porque la gastronomía ha sido parte de mi vida. Me casé además con un francés y desde jovencita he estado visitando restaurantes de tres estrellas [describe una visita, en los 90, al restaurante de Marc Veyrat, y la cierra con un “fue mágico… fue uno de los más importantes restaurantes de Francia, de una creatividad insólita”]. Poder entrar como socia del Club Allard, y desarrollar un proyecto gastronómico así, fue un giro en mi carrera y me permitió poder desarrollar mi faceta como empresaria.
Nunca volvió a lo corporativo, ¿le gusta más tener su proyecto?
En el mundo muy corporativo estaba bien, pero siempre estaba buscando algo más, había un punto de insatisfacción. Desde que tengo proyecto empresarial eso no lo siento, puedo sentir tensión o dormir mal, pero no siento eso.
Vivió con éxito incluso un cambio de chef, algo insólito en ese ámbito.
Sí, a los seis meses de entrar. Cuando se fue Diego, el pilar sobre el que el Club Allard se sustentaba, aposté por María, y conseguimos mantener las dos estrellas con cambio de chef, algo que era la primera vez que ocurría en España.
¿Fue complicado?
Sí, pero en esos momentos tienes que mirar lejos, mantener el timón y tuvimos nuestro resultado… [vuelve a la náutica]. La marca creció y se potenció de una manera muy fuerte, para sorpresa de mucha gente
Después de aquel proyecto, ha decidido lanzar un club en Madrid, LECLAB, que está en boca de mucha gente… ¿Puede contarnos más?
Siempre, cuando me preguntaban cuál era mi proyecto soñado, yo decía que sería volver a crear un club en el que se viviera la magia de los años 20 y 30, que no existía en Madrid. Finalmente hicimos LECLAB en un edificio modernista emblemático en la plaza de España.
LECLAB
El proyecto de decoración de la nueva iniciativa de Luisa Orlando, LECLAB, ha involucrado, entre otros, a interioristas como Teresa Sapey y directores de escena cinematográfica como Jaime Anduiza para “crear ese ambiente que fuera una experiencia diferente”. La clave: la huella del tiempo.
“En este espacio vivía una señora cubana durante noventa años, y no tocó una pared, algo muy extraño de encontrar en una casa señorial de principios de siglo y en el centro de la ciudad, bajo techos de cuatro metros y escayolas, con la profundidad que ha dejado la huella del reloj en la pared o el recuerdo de un tapiz”.
Nada fácil ha sido conservar esa atmósfera, ni recrearla más aún, “todo lo contrario, una obra complicadísima, con un trabajo impresionante. Una locura, pero que vi clarísima desde el principio”, explica la empresaria.
Cierto que en la capital existen otros espacios inspirados en ese estilo decadente, pero “la magia aquí no es fake ni fingida, aquí la huella del tiempo es auténtica, entonces la magia que sientes es única porque nada es impostado, todo es real”.
Más incluso, al existir una “carga emocional que es positiva y que sientes inmediatamente”, han tomado una decisión: “Hemos hecho sesiones de sentir”. ¿El resultado? “Nos aseguraron que se sentía la presencia de Candidina, la señora que vivió allí los 90 años”, y explica cómo seguramente le encante el proyecto que han realizado, “porque ella era muy social, estaba muy vinculada a la moda y le hubiera encantado vivirlo”.
En este espacio, más fácil de visitar que de describir, es lugar habitual de encuentro de directores de cine, fotógrafos y actores de series como Juego de Tronos o The Good Doctor y en él se pueden encontrar “personas que interactúan con el espacio”.
En concreto, la empresaria Luisa Orlando destaca una de ellas, que al igual que ocurre con la estancia, resulta más interesante ir a conocer que describir de ningún modo inexacto: “Con Patricia, que es una de las personas que está en mi equipo, estoy fascinada, una mujer que transmite esa capacidad de hacer lo que uno quiera sin tener miedo de lo que piensen los demás”.