La escritora, nacida en Bielorrusia.

La escritora, nacida en Bielorrusia. © Alejandra López

Protagonistas

Natalia Litvinova, la revelación literaria que sobrevivió a Chernóbil: "Nos hicieron creer que era algo normal"

Nacida en Bielorrusia y criada en Argentina desde los 10 años, ha ganado el Premio Lumen de novela con su obra más personal: 'Luciérnaga'. 

19 septiembre, 2024 08:05

Llego apresurada a la cita en el centro de Madrid y me indican que la entrevistada aún está reunida. Esto me da margen a recomponerme y repasar la larga lista de preguntas que con minuciosidad y ayuda he perfilado sobre Natalia Litvinova (Gómel, Bielorrusia, 1986). No todos los días te pones delante de una mujer que, no solo ha sobrevivido al accidente de Chernóbil, sino que también lo hizo a una migración medio mundo a través con solo 10 años. 

Afincada en Argentina desde 1996,su historia es la prueba de que la realidad llega a superar la ficción. Es escritora, poeta, editora y galardonada con el Premio Lumen de novela por su última obra publicada: Luciérnaga. 

En él narra la historia como superviviente de la tragedia de Chernóbil, y pese al drama que podría significar tal acontecimiento, "es un libro luminoso" como confiesa la propia autora. Anécdotas de vidas comunes se confunden con la fantasía para crear una novela que acerca los dolores de las personas en un marco de naturalidad y anhelo. Una terapia en forma de letras para una sociedad a la que le tocó vivir el silencio y el desconocimiento. 

Pero Litvinova es mucho más. Es intensidad, es poesía, es feminismo e inspiración para otras mujeres dentro y fuera de la literatura. Abrimos la puerta de la sala donde espera la escritora, nos acoge con adrenalina en la mirada y afán de seguir charlando sobre la obra que desnuda su alma. 

Hablar de Luciérnaga es sinónimo de hablar de usted, ¿cómo es sobrevivir un acontecimiento histórico y terrible como el accidente de Chernóbil? 

En algo así también hay momentos luminosos, de ahí en parte que mi obra se llame luciérnaga. No es solo por el apelativo que se usaba con los niños radiactivos, es también una metáfora con la radiación. 

Sí, hablo de los sobrevivientes de algo terrible que conoce todo el mundo, Chernóbil existió y hay muchísimas historias sobre el hecho en sí, pero no hay registros de vidas y personas comunes. Siempre me interesó esta otra parte, la de escribir un libro donde apareciesen historias comunes. 

Más allá de eso, yo no lo viví como algo terrible cuando era una niña. Era lo único que conocía, Chernóbil había ocurrido y en nuestras vidas era lo natural. Había rumores, habladuría y desconocimiento, nadie tenía la información completa porque el Estado lo quería ocultar. 

La novela está escrita desde esa niña que vive cómo la radiación iba penetrando todos los lugares de la vida cotidiana; lo describe con asombro como quien vive una nevada. Le encanta. La radiación la va moldeando, naturaliza que exista, y esto sí es algo terrible. 

¿Sobreviví a algo terrible? Sí, pero lo viví como algo normal o eso me hicieron creer en mi propio país. No fue hasta que llegué a Argentina cuando vi que lo vivido de niña no era natural y el trabajo de desnaturalizarlo fue abrir grietas donde parecía que todo estaba bien. 

'Luciérnaga', de Natalia Litvinova

'Luciérnaga', de Natalia Litvinova Cedida null

¿Le hubiera gustado que aquella niña supiera la realidad, pese a perder la inocencia? 

Sí. Los niños preguntan cosas, yo preguntaba, pero mis padres no podían responder porque no sabían qué responder. 

Del tema no se hablaba, a no ser que saliese a flote en una charla más animada, y con alcohol de por medio, entre los amigos de mi padre. Ahí perdían el miedo. Aquella es una sociedad muy cerrada que no quiere hablar de sus penas. Ellos vivieron la Unión Soviética, guerras y represión, y es doloroso rememorar el pasado. 

La niña empieza a darse cuenta y, al no tener respuesta, se vuelca en la escritura. Abordé mi pasado cosiendo esos retazos que están sueltos en mi vida, algo que se hace metáfora en la novela a través de las telas. 

"En Bielorrusia era una niña radiactiva, pero en Argentina, tan solo era una niña"

¿Qué papel juega Argentina en esa toma de conciencia sobre la realidad de la infancia? 

Al migrar, la niña se da cuenta de que allí a nadie le importa ese tema de la radiación. En Bielorrusia era una niña radiactiva, pero en Argentina tan solo era una niña y pasa por una crisis de identidad. Se da cuenta de que la radiación la moldeó demasiado. 

Ha tenido que revisitar todo su pasado, ¿fue duro recordar y sentarse a escribir? ¿Es Luciérnaga su libro más difícil? 

Escribir es difícil. Una cosa es tener una idea y otra darle una voz, bajarla a tierra. Sufrí mucho escribiendo mis poemarios donde trabajo la infancia, la migración, la vida en el campo, la pobreza tras la guerra, la pérdida de los seres queridos, la mudanza… Todos son temas que están en la novela y que ya se venían gestando. 

Lo más doloroso fue abordar la tristeza de mi madre en este libro. Me costó revisitar la tragedia familiar, porque no era mía. Una cree que sabe lidiar con sus propios dolores, pero no sabe hacerlo con los de su mamá cuando una era chiquita. Ahí sí me costó mucho trabajar Luciérnaga, porque sufría. 

Cada vez que mi madre me contaba algo, yo lloraba por ella. Me imaginaba a mi madre siendo una nenita pasando por todo aquello, quería darle una vida mejor, pero había una imposibilidad. Quería ser la mamá de mi mamá y darle lo que no tuvo. 

"Quería ser la mamá de mi mamá y darle lo que no tuvo"

Su historia es dramática, pero no su lenguaje, de alguna manera recurre al humor para contarla, ¿es su vía de escape? 

No podía estar sufriendo cada cinco minutos, el humor me ayudó a no sufrir tanto. Creo que es un libro luminoso en el sentido de que hay chistes, hay humor, la gente celebra y se equivoca. Son comunes. También tienen sus grandes y pequeños dolores y sus incertidumbres que les acompañan. 

Cuando me di cuenta de que podía trabajar los dolores humanos y olvidarme de que son de mi familia y pensar que todos tenemos esto, se me facilitó un poco. 

¿Qué fue lo que más disfrutó del proceso creativo? 

Empecé a disfrutar cuando empecé a pensar el pantano y esas partes de realismo mágico. Me pareció bello imaginar una conversación con la abuela, que nunca tuve porque no llegué a conocerla. Era un acto poético dentro de la ficción. 

La poesía y crear capas y recursos me ayudó a que fuera menos doloroso todo, pero yo sufro cuando escribo. Soy una persona dramática e intensa.

Menciona a su madre, le dedica el libro, ¿cómo ha sido su relación? 

Pasé por varias instancias con mi madre, ahora representa una mujer luchadora que se atrevió a dejar su patria y pensar en sus hijos. Irse de Bielorrusia a Argentina es un viaje muy largo y, aunque todos vivimos constantes migraciones, no cualquiera se anima a tanto. 

Es una mujer fuerte, decidida y luchadora. Sufrió, pero nos hizo conocer un país democrático. Crecí con esa imagen de la madre que pudo con todo, pero mi mamá viene de una generación que no habla y que le cuesta mostrar amor y cariño, como pasaba con nuestros abuelos. Ahí tuve un alejamiento con ella. 

Mi madre, y mi padre, tenían que trabajar mucho, mi hermano y yo estábamos muy solos. Llegaron a olvidar nuestros cumpleaños porque tenían la cabeza en otro lugar. Eso me alejó entonces, pero ahora de grande la entendí, la vi como una mujer con sus errores y aciertos, y no solo como una madre. 

¿Cuál ha sido su influencia en esta novela? 

En esta novela los hombres son otra cosa. No aparecen tanto, el padre llora y es el más inocente. La madre es la que habla cuando nadie espera que una mujer lo haga. 

Mi madre es una precursora de muchos temas con su fuerza avasallante y una belleza que de niña siempre me atraía. Los hombres iban hacia ella, y yo pensaba 'qué exposición', solo porque es bella atrae tanto la mirada de todos. Ahí entendí que la belleza en el mundo que vivimos es maravillosa, pero también peligrosa.

Con Luciérnaga, mi madre se ha convertido también en una poeta y escritora, porque este libro de alguna manera lo hicimos las dos. Sin sus relatos, sin sus testimonios, no existiría. Es un libro que tejimos juntas. 

Mi madre es una tejedora de historias, una guardiana de nuestro pasado y una gran compañera.   

"Mi madre es una tejedora de historias, una guardiana de nuestro pasado y una gran compañera"

También tienes un hermano, adolescente cuando os fuisteis a Argentina. ¿Su figura fue un apoyo?

Él se encontró viviendo la adolescencia en un país que no entendía nada, donde no tenía amigos y para él fue algo mucho más terrible. No podía ser un apoyo para mí, pero nos cuidábamos.

Hicimos un pacto de silencio: lo que pasa en el colegio, queda entre nosotros. Nuestros padres no iban a entender y no iban a ser capaces de ir a hablar al colegio, así que las cosas terribles que nos ocurrían en el colegio tratábamos de sobrellevarlas juntos. 

Él se cerró mucho, por nuestro pasado, y a mí me hizo tener ganas de conocer gente nueva, hacer amigos y pasarla bien. Me fui volviendo más comunicativa y él lo vivió a la inversa. 

Ahora sí somos muy compañeros, es muy sensible, con la edad asumimos nuestro pasado. Nos dimos cuenta de que ya somos señor y señora, que la adolescencia quedó atrás, que nos pesó y que atravesamos la adversidad como pudimos, ni bien ni mal, nos salió así. 

"La adolescencia quedó atrás (...). Atravesamos la adversidad como pudimos"

¿Han leído los suyos la obra? ¿Qué opinan de Luciérnaga?

¡Ahora es cuando lo están haciendo! El libro salió el pasado dos de septiembre, no les había dado a mis amigas los capítulos antes, ni tampoco a mi hermano ni a mi mamá. 

Muchos se han sorprendido por los diálogos, otros no sabían que había un pantano, y otros ni siquiera sabían que estaba escribiendo una novela o que gané un premio. Ayer una amiga muy querida me dice "compré tu libro, es espectacular". Se preguntan qué es verdad y qué es mentira. Me gustó que fuera una sorpresa. 

Ha sido reconocida con el Premio Lumen de novela…

Quería trabajar la novela tranquilamente, no sabía si iba a salir ganadora, entonces no hice barullo. Trabajé, me gustó cómo quedó, la presenté al concurso y lo gané. Tuve muy poco tiempo para corregirla porque tenía que viajar a España a presentarla. 

Poetas y escritores cercanos, cuando gané lo vivieron como si Argentina hubiera ganado el Mundial, ya sabes cómo son con el fútbol. ¡Es un premio para los escritores argentinos! Luciérnaga no es un libro solitario. Está hecho de charlas con amigos, profesores de poesía, talleres, mi trabajo como editora… Eso es lo más lindo. 

¿Destino? Argentina 

Usted y su familia llegaron a Argentina cuando solo era una niña porque "la ouija" le dijo a su madre que aquel era el país al que debían ir. ¿Es esto así de cierto? ¿Tenían algún vínculo o conocimiento previo sobre Argentina? 

Tan cierto como que me lo cuenta mi mamá. Solo queda creer su palabra. Mi mamá es un poco bruja, esotérica, pero hasta ahí llegaba, no creía en esos rituales. Sin embargo, unas amigas la invitaron a participar en 'el plato de porcelana' y contó lo ocurrido así.

Estamos hablando de la década de los 90. No había internet, no llegaban noticias de Latinoamérica a Bielorrusia. Mi padre solo conocía a Maradona como el mejor jugador del mundo, y era argentino… 

A mis diez años no tenía ni idea ni de dónde quedaba en el mapa Argentina, agarré el globo terráqueo del colegio y cuando lo encontré dije "¿ahí vamos a ir? Queda relejos, ¿qué idioma se habla?". Mi mamá fue a una biblioteca y alquiló un libro para leer sobre el país. 

"Era una niña extranjera que hablaba un español muy raro"

¿Cómo es para una niña de apenas 10 años llegar a un país tan radicalmente diferente? 

Fue abrumador porque sabíamos cuatro palabras cada uno. Además, llegamos con un diccionario que era del ruso al español, pero era un español de España. Empecé a hablar como una española, pero sin acento. Los niños se burlaban, era una niña extranjera que hablaba un español raro. 

Lo viví con angustia porque me daba cuenta de que a mis padres les costaba mucho aprender el castellano y nos mandaron al colegio a los 10 días de aterrizar. Yo no entendía una palabra pero no quería repetir cuarto curso y empecé a memorizar todo, así empezó mi relación con el castellano: aprendiendo de memoria cómo sonaba fonéticamente. 

Tuve una vecina muy linda, Florencia. Era una niña de seis años, yo tenía 10, un día le dije "juguemos a la maestra, enséñame lo que te enseñan a vos".  Yo tuve una maestra de seis años y fue lo más bonito que me pasó, porque ella aprendía gramática, geografía y me lo enseñaba a mí. 

Aprendí muy rápido porque los niños son esponjas y lo hice jugando, así que fue espectacular. Con suma rapidez pude rendir bien los exámenes de memoria, pasé de grado que era lo único que me importaba en ese momento. 

En tres meses hablábamos, mal, pero hablábamos. Sin embargo, mis padres no entendían nada. Nos tocó enseñarles a ellos, pero fue bello. Tuve relación con una niña que no era mi familia y que fue generosa enseñándome a leer y escribir. Esto no está en el libro, pero fue así. 

"Tuve una maestra de seis años y fue lo más lindo que me pasó. Esto no está en el libro, pero fue así"

Habitar la poesía 

De una profesora de seis años a ganar un premio de novela, ser poeta, editora… ¿En qué momento se enamora del español y deja de memorizarlo para vivirlo? 

A los 13 o 14 años, cuando me encuentro con la poesía. Comencé a extrañar la poesía porque en Bielorrusia la enseñaban como una materia obligatoria, es muy importante allí y yo la daba por sentada. 

Cuando llegué a Buenos Aires, no era obligatoria, no es una materia. No se enseña poesía, entonces empecé a buscar libros de poesía, a hablar con el bibliotecario de mi colegio y fue hermoso porque empecé a leer a Neruda, a Lorca… 

Lorca me llamó poderosamente la atención. Yo creo que es profético, porque ahora estoy en España y gané este premio. No conocía su historia ni lo que le había pasado, pero quería escribir poemas como él. De una nena de seis años doy el salto y me acompaña Lorca como guía, escribiendo pequeños sonetos rimados. 

"Ya no quiero escribir en ruso. Ahora quiero sentir en castellano, quiero ser como Lorca"

Escribe en español, en ruso…

¡Dejé el ruso a los 14 años, y no he vuelto! Es mi lengua materna, pero el español es mi lengua literaria, la que decido para la escritura. Era tan novedosa, sonaba tan distinto. Es ir tropezando, aprendiendo.

La poeta rusa Marina Tsvietáieva, que le escribe cartas casi de amor al alemán Rainer Maria Rilke, le decía "me encanta escribirte en alemán porque escribo más lento y voy tropezando hacia vos. Es más seductor escribir así porque tengo que pensar cada palabra dos veces". A mí me pasó lo mismo. 

Natalia Litvinova es escritora, poeta y editora.

Natalia Litvinova es escritora, poeta y editora. © Alejandra López

Acaba enamorándose del español, de la poesía y la escritura, ¿qué papel jugaron ahí sus maestros de la escuela? 

La integración fue difícil, no sabían qué hacer conmigo y sucede un desfase. Voy creciendo, aprendiendo el idioma en la casa y en el colegio gracias a Florencia y siento que mis profesores no evolucionaban ni sabían cómo abordarme. 

Antes no había internet ni traductores online, casi no tenían idea de qué era un niño bielorruso. No estaban preparados, no había maldad. 

Mi integración llegó más adelante, en la secundaria. Con la adolescencia conocí a mis amigos y el grupo de poesía. Habitábamos la ciudad poéticamente. Andábamos en manada por todos lados. Fueron los talleres de poesía donde más aprendí, Argentina debe ser el país donde más talleres hay, estoy segura. Es magnífico poder trabajar tu obra con un montón de poetas increíbles. Es súper democrático poder aprender de los mejores. 

La raíz bielorrusa

Relata en Luciérnaga que "sentía tristeza todos los días", ¿aún la siente? ¿Qué es lo más duro de la vida de un inmigrante? 

Siento un poco de nostalgia, pero estoy muy contenta de vivir en Argentina. En ese momento sentía tristeza porque no entendía lo que era el país, no entendía nada, solo extrañaba. El bosque, la danza, las ardillas que perseguía cuando era niña, a mi abuela y las fresas que pisaba en el huerto…

No tenía nada. Ni idioma, ni casa, esa tristeza que sentía por todo lo que había perdido se fue disipando cuando aprendí el idioma, empecé a escribir poesía y me enamoré.

"Solo hacía el recuento de lo que no tenía porque no podía hacer la lista de lo que había ganado"

Instagram es su ventana a la Bielorrusia actual, a su pueblo. ¿Ha llegado a visitarlo tras su éxodo?

En el año 2017 Bielorrusia se abrió al turismo y pude ir. Visité el edificio donde crecí, mi colegio; todo estaba igual. Al ser verano, la ciudad estaba vacía y recorrí los lugares a los que iba siendo niña. Era demasiada emoción, no me permitía procesar lo que estaba viviendo... Tardé dos años en hacer consciente aquella vuelta. 

¿Cómo fue la visita? ¿Qué hizo? 

Fue un viaje solitario, no tanto de hablar con la gente sino de recorrer y de comer los mismos dulces y helados de la infancia. Fue abrumador y maravilloso. También raro. 

Aproveché en visitar la tumba de mi padre. Él regresó a Bielorrusia y tiempo después falleció, no pudimos ir al funeral porque no teníamos dinero para el avión. Su tumba está en un cementerio rural con caballos pastando, lagos y flores por todos lados. Era triste estar allí, pero qué lindo lugar para papá.

Si tuviera que definirse, ¿se considera más bielorrusa o argentina? 

Estoy entre las dos orillas tocando ambas. Yo ya soy latinoamericana, tengo los gestos y la forma de hablar. Crecí en Argentina y me encanta cómo la gente de acá vive su identidad. Dejé las costumbres bielorrusas a una edad muy temprana, pero no olvido mi origen. Soy bielorruso-argentina. 

Pero ojo, que España es mi tercera casa y quizás dentro de poco también sea un poquito de acá. 

Ahora mismo estamos viviendo como un momento en el que hay muchísima gente que tiene que salir de su país, como migrante, ¿qué le diría a aquellos países que se están cerrando ante la necesidad de estas personas que abandonan sus hogares? 

Yo llego a Argentina que es un país que recibe a todo el mundo, la pisas y ya eres parte solo por haber llegado allá.  Si a mí me recibió un país que no tenía nada que ver con mi cultura, ¿cómo no voy a esperar eso de los demás países? 

Las guerras no cesan y hay una crisis de migración grande y los Estados ya no se quieren hacer cargo. Y una cosa es no poder hacerte cargo y otra es dejar a la gente flotando en un mar o dejar niños en jaulas como ocurrió en Estados Unidos no hace tanto con Trump. Nadie podría estar a favor de esas prácticas. 

Que no haya ternura y no haya cobijo con respecto a esas personas es desolador. Quien deja su país no lo hace por gusto, no vienen para pasarlo bien. Son personas que parten de un lugar que también los violentó, vienen heridas, y son rechazadas, maltratadas. 

No sé cómo se soluciona esto. No creo que la escritura pueda solucionarlo. Yo creo en el cobijo, creo que tenemos que hacer algo nosotros por alguien, ahí está la salvación: hacer algo por alguien, cada uno de nosotros. 

Fuerza femenina 

Rescatar la humanidad, tener buen corazón y agradecer, como hace al final de su libro, a sus amigas "poetas, editoras, tatuadoras" ¿qué le inspiran estas mujeres a su alrededor?

Todo. Además, qué linda la época que estamos viviendo gracias a las olas feministas, porque no solo hablamos con chicas de nuestra edad, sino de todas. 

Tengo 38 años y tengo amigas tanto de 20 como de 60. Tenemos un montón de diferencias generacionales, pero nos escuchamos de una manera que marca la piel (señala su tatuaje del brazo izquierdo). De manera literal. No era amante de los tatuajes, pero quería tener una marca de ellas, son mi sostén y una familia para mí. 

Nunca viví la competencia entre mujeres y estamos rompiendo esa idea falsa. Compartimos el mismo idioma que es el de la amistad y nos sostenemos todo el tiempo.

La literatura está viviendo una crisis, el papel también. Se lanzó con una editorial que publica autores desconocidos, ¿es difícil triunfar en la literatura como mujer? 

Se está hablando del boom de las escritoras mujeres. La parte comercial quiere generar etiquetas para vender y es injusto porque nosotras escribimos siempre, no es que un día salimos y de pronto los editores dijeron "cuántas chicas están escribiendo, vengan". No, es solo que ahora nos están mirando. 

El feminismo es esto. Las olas del feminismo generan escritoras, pero también lectoras, periodistas como usted. En otra época, solo me habrían entrevistado hombres. Las mujeres quieren leer las historias de las mujeres, quieren escribir para mujeres, quieren ser editadas por mujeres.

Somos la mitad de la población, ¿cómo no nos van a publicar? Nos estamos dando cuenta de que fue muy injusto lo que ocurrió con las mujeres. Esto tiene que ver con usted, con sus amigas, con las bibliotecarias, tiene que ver con todas las mujeres que estamos diciendo que existimos. Ahora el lugar es nuestro y punto, no es una etiqueta,