Una simple taza de té. Algo tan cotidiano fue lo que puso fin a la vida del expía del KGB Alexander Litvinenko hace cerca de diez años en un hospital de Londres, a unos 3.000 kilómetros de su ciudad natal, Vorónezh, según la investigación pública dirigida por el juez Robert Owen en el Reino Unido. No era, sin embargo, un té cualquiera. Estaba aderezado con polonio-210, una sustancia muy radiactiva y prácticamente indetectable, tan indetectable que sólo tres semanas después de que Litvinenko lo consumiera se descubrió que esa fue la causa de su inexorable fallecimiento. Lo hicieron con la "probable" aprobación del presidente ruso, Vladimir Putin, concluye la investigación.
Litvinenko comenzó a morirse el 1 de noviembre de 2006. Por aquel entonces llevaba ya seis años en tierras británicas y había adquirido la nacionalidad. Llegó a Reino Unido en el año 2000 tras huir de Rusia con su familia. Antes de dejar su país, el exespía pasó cerca de un año en prisión después de desvelar un plan del FSB -la agencia de inteligencia sucesora del KGB soviético- para matar a Boris Berezovsky, un influyente oligarca. Litvinenko pidió asilo a las autoridades británicas y se lo concedieron.
En su nuevo hogar, Litvinenko colaboraba con el servicio secreto británico como experto en crimen organizado ruso proporcionando, por ejemplo, información sobre la mafia rusa en España. Además, el expía se dedicaba a aconsejar a compañías occidentales que querían invertir en Rusia. Su compañero en este negocio era Andrei Lugovoi, quien también era un espía retirado.
Aquel 1 de noviembre en el que empezó a perecer, Litvinenko se encontró con Lugovoi y con otro exespía ruso, Dmitri Kovtun. La investigación de por probada que ambos son los responsables en la muerte de Litvinenko, pero Rusia se ha negado a extraditarlos con el argumento de que la Constitución lo impide.
Lugovoi y Litvinenko quedaron en el hotel Millennium, en pleno centro de la capital británica para una charla de negocios. Las cámaras muestran cómo Kovtun y Lugovoi llegaron antes que el fallecido al hotel. En el edificio, Lugovoi le ofreció beber el poco té que quedaba en una tetera. “Tragué varias veces, pero era té verde sin azúcar y, a propósito, ya estaba frío”, dijo la víctima en una entrevista con detectives en el hospital. “Por alguna razón no me gustó”. Se cree que el polonio entró en el cuerpo de Litvinenko a través del té.
No era la primera vez que el dúo intentaba envenenar al colaborador de la inteligencia británica, sino que dos semanas antes -el 16 de octubre- hubo un intento fallido de quitarle la vida también con polonio.
El rastro
El asesinato de Litvinenko dejó un largo rastro de material radioactivo que lleva a los sospechosos. Se ha encontrado radiactividad en la habitación de Kovtun, en el hotel, la tetera, el aeropuerto londinense de Heathrow e incluso en un piso vinculado a Kovtun en Hamburgo. La BBC informa que, en total, se tuvo que examinar a 700 personas por contacto con el polonio, pero ninguna de ellas estaba severamente envenenada.
Kovtun, que trabajó en un restaurante en Hamburgo, dijo incluso a un antiguo compañero de trabajo que tenía “un veneno muy caro” y que estaba buscando a un cocinero que se lo administrase a un antiguo miembro del KGB. Kovtun llamó a Litvinenko “traidor” con “sangre en las manos”.
En su lecho de muerte, Litvinenko acusó directamente al presidente de Rusia, Vladimir Putin, de haber ordenado su ejecución.
El fallecido se había convertido en un duro crítico del líder ruso. Lo hizo primero al denunciar actividades ilícitas del FBS, que Putin dirigía por aquel entonces, antes de su huida a Reino Unido. En 2002, acusó a los servicios secretos rusos de haber cometido un terrible atentado, contra varios edificios en Rusia en 1999 que provocaron cerca de 200 muertos, para poder atribuirlo a terroristas chechenos. En un artículo publicado en 2006, acusó al presidente ruso de ser pederasta.
El Gobierno ruso siempre ha negado tener cualquier tipo de relación con la muerte de su exagente.