El inicio de las primarias presidenciales en Estados Unidos ha arraigado una pelea que no es nueva para la política estadounidense, pero que este año ha encontrado un escenario más que propenso para reciclarse: outsiders contra el establishment.
El senador ultraconservador, Ted Cruz, y el magnate inmobiliario igualmente republicano, Donald Trump, se han cansado de hacer campaña en contra de Washington. Trump ha llegado incluso a llamar “estúpidos” a los políticos, sin caer en distinciones. Y el socialista demócrata Bernie Sanders, ignoto hasta hace unos meses, ha salido más que victorioso después de su “virtual empate” contra la maquinaria electoral de Hillary Clinton en Iowa. En el campo de la ex secretaria de Estado existe ahora más preocupación por el desafío del senador socialista.
La desigualdad social pone la batalla difícil a los políticos del establishment
Los estadounidenses revelan ansiedad y frustración. Seis de cada diez estadounidenses cree que el país marcha en la dirección equivocada, según un promedio de sondeos del sitio web RealClearPolitics, y sólo dos de cada diez confía en el trabajo de Washington, según el Centro de Investigación Pew, un nivel históricamente bajo.
La mejora de la economía no parece haber hecho mella en el ánimo del país. Estados Unidos crece a un ritmo que es la envidia de otras potencias. El desempleo, que subió al 10% tras la crisis financiera global, ha caído hasta el 5%. El déficit fiscal actual es el más bajo en casi una década. En 2015, la industria automotriz, ícono de la recuperación industrial, tuvo “su mejor año”, recordó Barack Obama en su último discurso ante el Congreso.
“Estados Unidos tiene la economía más fuerte del mundo”, proclamó el mandatario.
Pero Obama también reconoció otra realidad: muchos estadounidenses sienten ansiedad por lo que él llamó una “nueva economía”, en la que a muchos les cuesta progresar. La mayoría de los hogares de bajos ingresos siente que se está quedando atrás, y los jóvenes tienen que endeudarse cada vez más para poder estudiar. La desigualdad es un problema cada vez más palpable.
Los salarios han crecido mucho menos que las rentas del “1%” más rico del país, e incluso la recuperación de la Gran Recesión que dejó la crisis financiera global ha repetido el patrón de inequidad que ha caracterizado a las últimas décadas.
Este ambiente le ha dado vuelo a los outsiders políticos en la carrera hacia la Casa Blanca.
Thomas Mann, analista político de la Brookings Institution, un centro de estudios de Washington, dijo que la frustración es producto del estancamiento salarial, pero también de la polarización política y el deterioro en las oportunidades para ascender en la escala social. “Las élites políticas, los republicanos, en particular, han alentado este pesimismo y esta ira”, señaló.
Julian Zelizer, profesor de historia en la Universidad Princeton, escribió una columna para la revista The Atlantic en la cual recuerda que la irrupción de los estos políticos alejados del statu quo y la “guerra civil” en la que se encuentra envuelto el Partido Republicano no es nueva, y tiene un claro precursor: Ronald Reagan, quien en las primarias de 1976 intentó quitarle la candidatura presidencial al presidente, Gerald Ford.
“Lo que más molestó a la gente de Ford fue que los seguidores de Reagan parecían dispuestos a destruir al Partido tal y como el establishment lo conocía”, escribe Zelizer.
Años después, Donald Trump ha buscado capitalizar la frustración del electorado más que cualquier otro candidato. Lo mismo ha hecho con el miedo a un ataque terrorista.
En sus discursos, el magnate inmobiliario ultraconservador repite una y otra vez la misma frase, sin importar si habla sobre tratados comerciales, China, Rusia o la amenaza terrorista del grupo terrorista Estado Islámico: “¡Ya no ganamos!”. Luego, habla de cómo será su presidencia y da la vuelta al mensaje. “Vamos a ganar en todo”, promete. Trump y Cruz han hecho de la crítica a Washington mantras de sus campañas.
El mismo entorno permitió el ascenso de Bernie Sanders en la interna demócrata, otro outsider pese a su larga trayectoria en el Congreso. Sanders, un socialista confeso, ha devenido en sensación política en un país que aborrece el socialismo y ha denunciado que la economía está “arreglada para los de arriba”.
“Creo que la gente de Iowa ha enviado un mensaje muy profundo al establishment político, al establishment económico, y, de paso, al establishment mediático. Es demasiado tarde para la política y la economía del establishment”, bramó Sanders tras su gran noche de Iowa, cuando celebró como si fuera una victoria su “virtual empate” con Hillary Clinton, quien al final fue declarada ganadora por escasas décimas. “Iowa ha comenzado una revolución política”, ha sentenciado Sanders.
Suena a pronóstico exagerado. Las primarias presidenciales acaban de comenzar, y el establishment, prevén los analistas en EEUU, se recuperará aun cuando sume más derrotas similares a las de Iowa. Hillary Clinton aún es la favorita para quedarse con la nominación demócrata, y el senador Marco Rubio, tercero en Iowa, ha comenzado ya a recibir apoyos formales de figuras republicanas tradicionales, además de financiamiento de los principales donantes del Partido.
La batalla entre outsiders y el establishment no ha hecho más que comenzar.