Frente a frente se encontraron dos animales políticos. Por un lado Obama, más alto, de figura estilizada. De a ratos miraba al vacío. Asentía con la cabeza, como lo hace un tipo curtido, justo cuando su interlocutor acertaba, como empujándolo a que siguiera por ese camino. Por el otro lado estaba Raúl, el menor de los Castro, de rostro rígido, siempre mirando directo a su par. El presidente cubano respondía a la prensa con preguntas, como lo hace alguien con maña. Son los años, muchos de ellos en el poder. Si un periodista sacaba el tema de los presos políticos, el líder cubano aseguraba que no existían, no en su isla. Muéstrame una lista con los nombres y los libero esta misma noche. Su defensa es el ataque.
Castro, el pragmático, sabe cómo dejar mensajes claros. El embargo debe terminar, Guantánamo está ocupada ilegalmente, Venezuela sufre el asedio de otros. A los periodistas cubanos les reclamó que durante la rueda de prensa le interrogasen. “Es mejor preguntarle al presidente Obama que está aquí”. Una orden edulcorada con una sonrisa, un comentario que ninguno de los locales se atrevió a desafiar en aquella sala del Palacio de la Revolución que escenificó un poco de historia viva.
Cuando la prensa insistió en el tema de los derechos humanos, el mandatario caribeño lanzó otro zarpazo. Aceptó que en su país no se respetan todos los derechos humanos, pero preguntó si existe alguna nación en el mundo que lo haga. Habló del derecho a la salud, del derecho a la educación gratuita y universal, del derecho a las mujeres a recibir la misma remuneración que los hombres por igual trabajo, temas que son bandera para la revolución cubana y la pata coja del sistema norteamericano.
Castro golpeó en las costillas mientras Obama lo escuchaba. Pero Obama es una fiera que de visitante viste de cordero. Su cadencia al expresarse fue armónica, sin elevar el tono. Habló de internet y de la necesidad de abrir ese servicio. Un tema que es prioridad para la juventud, para el futuro, justo para donde apunta Obama. Resaltó que esa era la única forma de que un país pueda estar plenamente integrado al mundo del siglo XXI.
Mencionó los intercambios culturales como una vía para que ambos pueblos se pudiesen conocer mejor. Pero en el fondo luce más como una forma de que el “american way of life” se adentre aún más en la sociedad cubana. Obama quiere que los cubanos prueben en casa un poco del capitalismo que los empresarios del norte están dispuestos a traer.
Dio paso a las preguntas y con aparente inocencia ofreció la palabra a un periodista cubanoamericano y luego a una incisiva reportera. Obama habló de derechos humanos, de libertades, de que sea el propio pueblo cubano el que decida su futuro, como sabiendo que esa decisión le dará la espalda al sistema imperante en la isla desde hace 57 años.
Sus dentelladas no eran manifiestas, se ocultaban tras el rostro de un hombre simpático que hacía el esfuerzo de decir algunas cosas en español, que bromeó sobre lo difícil que es viajar con sus hijas adolescentes y que pidió poner fin a la rueda de prensa para no romper el acuerdo al que llegó con su nuevo amigo de no alargar mucho una modalidad con la que Castro no se encuentra muy a gusto. Eso sí, ambos han hecho el esfuerzo de dominar a sus instintos, ese impulso que por la naturaleza de ambos les impedía tan siquiera compartir el mismo espacio. Han comprendido que no es tiempo para bestias, es momento para negociar como buenos animales políticos.