El ejercicio de comparar a Cuba con Venezuela puede parecer ocioso. Si se parte de las evidentes diferencias que deben separar a una isla que por décadas ha sido embargada económicamente por los Estados Unidos con un país que produce millones de barriles de petróleo que a diario abastecen a Norteamérica, cualquier intento de poner a ambas economías en una lucha de 'tú a tú' puede ser una pérdida de tiempo. Venezuela tiene el cuarto PIB más alto de Latinoamérica, según cifras del Banco Mundial, mientras que Cuba ocupa el puesto 62 a nivel global.
Lo que resalta es que la isla, que ha recibido en la última década petróleo venezolano a cambio de misiones de médicos e instructores de deporte, esté en un rumbo ascendente, palpable cuando se percata la cantidad de turistas que caminan por el centro de su capital y las restauraciones que se hacen a los edificios cerca del Parque Central. Cuba está de moda y los inversionistas hacen fila por llegar. En Venezuela, el país petrolero, son pocos los que quieren invertir y muchos menos los que se atreven a visitar la nación cuya capital es una de las más peligrosas del mundo, según estimaciones de la ONG Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia Penal.
Cuba parece terreno fértil, un sitio de oportunidades que después de años y años de desastre económico hoy muestra un panorama despejado, esperanzador. Y ese es el punto. Al día de hoy los cubanos tienen la esperanza de que las cosas van a mejorar. Es un punto de partida que, por lo menos, alivia la dureza de la cotidianidad en una nación donde la pobreza está a la vista. El venezolano, en cambio, está resignado, porque el país parece tierra arrasada. La inestabilidad política hace imposible poder avanzar, mientras la peor de las crisis económicas que ha conocido la nación suramericana sigue azotando a la población.
Es la corrupción
Si bien los sistemas de Venezuela y Cuba se denominan socialistas, el gobierno de Nicolás Maduro no tiene argumentos para defender su modelo. En Cuba la salud y la educación son un orgullo para sus pobladores, derechos reconocidos hasta por el presidente Barack Obama. La situación del sistema de salud venezolano es precaria. Los ciudadanos no tiene acceso a las medicinas, la planta física de los hospitales está deteriorada, como en estado de abandono, y los médicos cada vez emigran más. Algo similar ocurre con el sistema de educación pública.
Pareciera que en Venezuela confluyen los males del capitalismo y el socialismo, lo peor de los dos mundos. Por una parte, la desigualdad social es evidente. La acumulación de riquezas de un sector muy reducido, con privilegios ligados al poder económico, militar y político, no tiene nada que ver con la pobreza de los barrios que componen el cordón de miseria que rodea a Caracas, por ejemplo. Por otro lado, la burocracia de un Estado hipertrofiado hace de la ineficiencia y baja productividad algo común todos los días. Venezuela vive así uno de los peores momentos de su historia democrática.
Antes, los venezolanos enviaban pasta dental, jabones y productos básicos a los cubanos que en la década de 1990 atravesaban por el llamado “período especial”, una serie de medidas de austeridad que tomó el gobierno de Fidel Castro después de la caída de la Unión Soviética, principal socio y proveedor energético de los caribeños. Ahora los venezolanos viajan a Cuba para revender productos de higiene y llevarse los dólares de vuelta a su país, para luego cambiarlos en el mercado negro.
Pero ¿cómo se explica que un país que hasta hace nada recibía diariamente más de 100 dólares por cada uno de los dos millones de barriles que produce esté peor que Cuba? La respuesta tiene diez letras: corrupción.
Exministros venezolanos, como Jorge Giordani o Héctor Navarro, han denunciado públicamente que en el país se han evaporado 300 mil millones de dólares en los últimos tiempos por corrupción o mal manejo de los recursos. Es una cifra contundente que explica la dimensión del latrocinio. Las arcas del Estado han servido para alimentar mafias que en tiempos de crisis siguen devorando los recursos.
Derechos ciudadanos
Las libertades políticas y ciudadanas que tienen los venezolanos inclinan la balanza a su favor cuando se comparan con Cuba. El limitado acceso a internet, la negación de la libertad de prensa y la imposibilidad de expresar a viva voz las diferencias con la revolución sin temor a represalias son grandes lastres para una nación en pleno siglo XXI.
Si bien es cierto que en Venezuela existe libertad de expresión, también es un hecho que el gobierno ha utilizado diferentes formas para presionar a la prensa independiente, que van desde controlar el monopolio de la importación de papel para los periódicos hasta negar la renovación de las concesiones para que operen televisoras o emisoras de radio críticas con el gobierno.
La participación política en elecciones libres y directas es otro punto a favor de Venezuela, que de esa forma ha conseguido que el Parlamento sea de oposición, algo impensable en Cuba, donde solo un partido participa en los comicios. “Es el único país del mundo donde los resultados de las elecciones siempre son unánimes”, bromea un cubano al ser consultado.
La tradición democrática de Venezuela suma casi seis décadas, una de las más longevas de la región.
El 23 de enero de 1958 fue derrocada la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela. Un año después, el primero de enero de 1959, Fidel Castro entró triunfante junto al Ejército Guerrillero en La Habana para comenzar con su revolución.
Sesenta años después de aquellos sucesos que marcaron para siempre el rumbo de ambos países, justo en 2019, se prevé el fin de una época.
Cuba, que ha visto cómo Raúl Castro ha flexibilizado algunas normas en un ejercicio del poder más pragmático que su hermano Fidel, tiene previsto cambiar de presidente ese año, con Miguel Mario Díaz-Canel, actual vicepresidente y exministro de Educación, como principal candidato a suceder a los Castro.
Venezuela, por su parte, tendrá un nuevo mandatario en 2019, según estipula la Constitución. Nicolás Maduro luce muy debilitado políticamente a poco más de dos años de los comicios que podrían poner fin al chavismo en el poder, si los acontecimientos no se precipitan por la delicada situación institucional y económica del país suramericano.
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