La euforia hace días que se fue, hoy es puro convencimiento. Lo dicen los números y las palabras, pero especialmente sus rostros. Unos ojos que ahora muchos ocultan entre torniquetes y fusiles descargados. No hay miedo a los rusos, aunque en Odesa corre el rumor de que varias personas han sufrido ataques tras acudir al centro de entrenamiento para civiles. La culpa, dicen, es de los “boicoteadores” que buscan fotos en la misma prensa que ha ocultado el asalto a un instructor para no infundir el miedo en la población.
Ciudadanos que hace tres semanas despertaron con el bombardeo sobre Ucrania y cuyas vidas han dado un vuelvo por completo. Son abogados, profesores, mecánicos… y no forman parte del ejército ni de las Defensas Territoriales (voluntarios militares) de la región. Sin embargo, han decidido aprender primeros auxilios y el manejo de armas de gran calibre por si llegara el momento de una lucha de guerrillas casa por casa.
“No quiero ver a los invasores aquí. Tampoco huir. Quiero quedarme en mi hogar”, dice Natalia en los pasillos de la Universidad Politécnica de Odesa. Trabajadora en el centro de cultura de la institución, tiene un hijo de nueve años que proteger. En los primeros días lo llevó a casa de su hermana cerca de la frontera bielorrusa. Aterrorizada por un asalto que ya se ha cobrado miles de víctimas, la tía del pequeño huyó a Europa y ellos regresaron a la ‘capital del sur’.
“Confío en nuestra preparación y en nuestra victoria, nunca pensé en escapar”, exclama enfundada en un chaleco antibalas antes de tomar un fusil que no sabe empuñar.
-¿Pelearás si llegan los rusos?
-Me ves entrenar, ¿no? - contesta con una sonrisa mirando de reojo al instructor.
Soldados y pasamontañas
Las formaciones arrancan cada mañana a las nueve y se alargan durante todo el día hasta las cinco de la tarde. Son jornadas en las que un mismo grupo se divide en unidades de diez personas para rotar entre las diferentes estaciones. Desde desmontar un fusil, hasta clases de primeros auxilios enfocadas al combate.
La presencia de periodistas y los cuchicheos sobre agresiones en la calle han enrarecido el ambiente. La entrada del edificio está bloqueada por una barra de metal, un improvisado vigilante comprueba los nuevos ingresos y el secretario se encarga de registrar pasaportes y acreditaciones en un cuaderno desgastado. No parece una universidad, aunque antes de la guerra sirviera de academia militar para estudiantes de los diferentes grados. Ahora la mayoría superan los cuarenta.
Oleg, de 24 años, es una de las excepciones. También por ser integrante de las fuerzas territoriales, pero ofrece una rápida explicación: “Mi comandante me ha pedido viajar a Kiev. Soy mecánico y jamás he disparado un arma. Mi trabajo era arreglar motos”, confiesa mostrando gran pericia con el Kalashnikov. Su futuro está lejos de Odesa, exactamente a 422 kilómetros. Más lejos aún se encuentra su familia, por fin a resguardo en Europa. Quizás nunca les vuelva a ver.
No entrar en pánico
Para tratar de evitarlo están tipos como Vadym e Inés. Cardiólogo el primero, imparte tres veces por semana cursos de “medicina de combate”. Por las mañanas acude al hospital y cada dos tardes se acerca al complejo deportivo de este campus para explicar durante tres horas los elementos más básicos de seguridad.
“Es vital que aprendan a frenar un sangrado, hacer torniquetes o reanimaciones cardiopulmonares (RCP), pero lo más importante es que llegado el momento recuerden algo y no entren en pánico”, reconoce.
A una de estas clases atiende Dimitri, un abogado de 38 años sin experiencia militar que descarta coger las armas, salvo por obligación. Su propósito es salvar vidas llegado el momento. Sonríe, ya ha empezado con las de su mujer e hijos. Desde hace días descansan en Moldavia.
Inés le corrige en una clase de primeros auxilios. No apretar bien la goma alrededor de una pierna puede costar una vida. Ucraniana, veterinaria y patriota, por ese orden, se encarga de repasar los elementos más básicos de supervivencia. Ella decidió no huir y quedarse con su familia en una población que lleva semanas preparándose para resistir: “Somos viejos y sin experiencia, pero no tengo duda de que venceremos”.
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