Uno de los grandes nombres de la semana en la política estadounidense ha sido el de Madison Cawthorn. Cawthorn, elegido por Carolina del Norte para la Cámara de Representantes en las elecciones de 2020, tomó posesión de su cargo a los 25 años y 155 días, convirtiéndose en el congresista más joven desde Jed Johnson Jr. en 1965.
Cawthorn lleva toda una vida haciendo méritos. Una vida difícil, por otro lado: aspirante a una carrera militar, un accidente le condenó en 2014, con apenas dieciocho años, a vivir postrado en una silla de ruedas. Eso no le ha acomplejado de ninguna manera, no le ha hecho más débil y desde luego no ha matizado su arrolladora personalidad.
Desde su adolescencia, Cawthorn fue el protegido de Mark Meadows, precisamente su antecesor en el cargo. Meadows renunció a su escaño cuando fue elegido Jefe de Gabinete del gobierno Trump en 2020. El último de una larga lista. Tal vez por su lealtad hacia Meadows y, por extensión, hacia Trump, Cawthorn fue de los más insistentes a la hora de denunciar los supuestos fraudes de las elecciones presenciales que acabaron con la victoria de Joe Biden. Desde un inicio, consideró que se había tratado de "un robo" y, aunque en alguna ocasión posterior ha matizado esas afirmaciones, de vez en cuando se le calienta la boca ante sus votantes y vuelve a las andadas.
De hecho, ha sido un calentón de boca lo que ha llevado al joven Cawthorn a primera plana de los periódicos estadounidenses esta semana: en un mitin celebrado en Asheville, Carolina del Norte, Cawthorn se posicionó respecto a la guerra entre Rusia y Ucrania en los siguientes términos: "Recordad que Zelenski es un matón. Recordad que el gobierno ucraniano es increíblemente corrupto y malvado y que ha estado impulsando medidas basadas en la ideología woke". Son declaraciones sorprendentes, condenadas por el resto de congresistas republicanos, pero que nos dejan varios puntos interesantes por su relevancia.
Primero, el uso de la palabra "matón" ("thug"), idéntico al que utilizaría días después Joe Biden para referirse a Vladimir Putin. En segundo lugar, el propio ataque a Zelenski, que puede deberse a su insistencia en culpabilizar a Occidente de su destino -una insistencia que ha menguado claramente en las últimas semanas- o, directamente, puede remitir a su negativa a filtrar información sobre Hunter Biden, el hijo del presidente, cuando Trump se lo pidió en 2019. Recordemos que dicha negativa no solo supuso el retraso del envío de armamento previsto para la defensa de Ucrania, sino que fue la causa del primer “impeachment” de Trump, del que acabó librándose por los pelos.
Vínculo con Bannon y Breitbart
Con todo, esto no es lo que más llama la atención, sino la referencia a las políticas "woke". En principio, "woke" no es un término despectivo. Hace referencia al despertar de las conciencias ante los problemas del racismo, las desigualdades de género y otras injusticias sociales. En la práctica, los distintos populismos -y aquí tenemos que incluir al ala trumpista del Partido Republicano- lo utilizan como un menosprecio. Como dice Liz Cheney, la hija del exvicepresidente de los Estados Unidos, "en el Partido Republicano hay gente con una verdadera fascinación por los autócratas".
No sé si hay que ir tan lejos, pero, desde luego, empezando por el propio Trump, al que le faltó tiempo para alabar la "inteligencia" del presidente ruso al lanzar sus tropas contra Ucrania y solventar por las bravas sus conflictos de política exterior –"podríamos hacerlo con México", llegó a decir el expresidente-, en el Partido Republicano hay verdadera fascinación con Vladimir Putin. O la había hasta que se ha convertido en un arma que utilizar contra la supuesta debilidad del presidente Biden.
Las relaciones entre el trumpismo y Rusia han sido comentadas varias veces. Sabemos, porque se demostró en el propio Congreso, que Rusia colaboró activamente en diversos ciberataques y campañas de desinformación destinadas a que Donald Trump ganara a Hillary Clinton las elecciones de 2016. Sabemos, además, que la relación entre el expresidente estadounidense y el dictador ruso es excelente, por los motivos que sean.
En ello, sin duda tienen mucho que ver los vínculos entre la administración rusa y la alt-right estadounidense, encabezada por el complejo informativo Breitbart y su fundador, Steve Bannon. Bannon es un entusiasta de la superioridad cultural rusa, último baluarte, en su opinión, de una manera sobria y tradicionalista de entender el mundo. Justo coincidiendo con el inicio de la invasión, Bannon, quien fuera asesor de Trump en los inicios de su administración, no dudó en tomar partido por Rusia: "Ellos no llevan banderas del Orgullo", dijo, para después añadir: "En Rusia solo hay dos géneros". Es decir, Zelenski es "woke". Putin, todo lo contrario.
Conquistando a la extrema derecha
Durante la última década, Putin ha puesto toda la carne en el asador para destruir las democracias liberales desde dentro. Al fin y al cabo, Putin odia las democracias liberales. Son débiles, viven amordazadas por la corrección política y su ejemplo es dañino para los países vecinos. Su empeño en las garantías y los derechos, le resulta molesto, irritante…
Pudiendo envenenar a tu adversario, ¿por qué molestarte en rebatirle en un debate? Pudiendo acabar una contienda territorial con misiles sobre maternidades, ¿por qué seguir dándole vueltas y vueltas a la cuestión en interminables reuniones? Las democracias liberales, en definitiva, son poco eficaces. Pasan mucho tiempo preocupadas de las minorías y poco tiempo del interés de las mayorías. Todo en ellas es decadencia, en un sentido casi nietzscheano.
Este discurso, regado con millones y millones de euros en redes sociales y en préstamos a partidos de extrema derecha, ha triunfado en Europa tanto como lo está haciendo en Estados Unidos. Se basa, no ya en el nacionalismo, sino en la exaltación de la fuerza. Del torso desnudo cabalgando sobre la estepa. El poder de la mayoría como expresión de la razón del pueblo. En pocas palabras, el fascismo. Las relaciones de Putin con los partidos de extrema derecha europea, todos contrarios a la Unión Europea -por su debilidad y su ineficacia-, son excelentes.
Bancos rusos financiaron la campaña que puso en el mapa de nuevo al Frente Nacional cuando Marine Le Pen tomó las riendas. Tanto Putin como Bannon se han desvivido por proteger y publicitar el régimen homófobo y autoritario de Viktor Orbán en Hungría.
Este sábado, EL ESPAÑOL publicó las relaciones de VOX en sus inicios con determinados oligarcas rusos a través de las plataformas Citizen Go y HazteOir y sus ofertas de financiación económica. En 2014, Nigel Farage, el gran artífice del Brexit, declaraba que Putin "era su líder mundial favorito" y citaba su gestión de la crisis de Siria como ejemplo, cuando el presidente ruso hizo con Alepo y otras ciudades lo mismo que está haciendo ahora con Mariúpol. Ese mismo año, Matteo Salvini posaba en Roma con una camiseta con la cara del dictador.
La nostalgia de la izquierda
Para cuadrar el círculo de esta lucha contra los valores del diálogo, la concordia y el respeto, Putin también supo mimar a los aliados tradicionales de la Unión Soviética. Como se sigue viendo incluso en nuestro país, Putin no ha sido nunca un hombre mal visto por parte de determinada izquierda y, desde luego, no es el nuestro el único país donde esto pasa, tanto en Europa como en Latinoamérica.
Pese a que sus políticas pretenden pasar por encima de cualquier derecho conquistado por las minorías e imponer la ley del más fuerte, muchos siguen viendo a Putin como un heredero de la lucha contra el imperialismo americano de las cuatro décadas de guerra fría.
Rusia es un paraíso de corrupción, terror y dinero fácil. El imperio de los ricos sobre los pobres. La oposición, o está en la cárcel o está enterrada. Las leyes imposibilitan la libertad de expresión. Sin embargo, para muchos nostálgicos sigue siendo un referente. Basta con haber estado atento a lo que han dicho unos y otros en las últimas semanas.
En definitiva, Rusia ha conseguido introducir "la teoría de la sospecha" en las democracias liberales por los dos extremos: la extrema derecha, en su gran mayoría financiada, ha hecho suyos los ideales varoniles de la fuerza bruta; la extrema izquierda, financiada también en Latinoamérica, quién sabe si en Europa, sigue enamorada de un pasado que nunca existió pero que dio sentido a sus vidas y a las de sus padres. Escuchar a algunos líderes de Podemos en 2022 es como escuchar un mitin de las Fiestas del PCE de 1988.
El asunto es qué va a pasar con todos estos movimientos extremos si Putin cae o se ve debilitado por la guerra. Qué va a pasar, para empezar, si el dinero deja de llegar y los "hackers" tienen otros objetivos. Aparte, la emergencia de esa denostada democracia liberal como una potencia, como una unión capaz de hacer frente e incluso derrotar al malote de turno, pone contra las cuerdas políticamente a estos movimientos.
La Unión Europea ha demostrado que no es solo un montón de burócratas vagos y acomplejados movidos por el dinero. La OTAN no es la personificación del mal sino la que ayuda en las fronteras a que los refugiados ucranianos tengan qué comer y dónde dormir.
Si algo podemos sacar de esta guerra en el terreno positivo es que la democracia liberal ha vuelto a resultar atractiva. Se ha rebelado a los prejuicios después de décadas asumiendo críticas desmesuradas. Muchos decían que Europa se estaba convirtiendo en una enorme república de Weimar y puede que tuvieran parte de razón.
El caso es que Weimar ha despertado y es más fuerte de lo que parecía, más organizada, más ordenada y tiene menos miedo. Después de todo, ese ha podido ser uno de los tantos cálculos equivocados de Putin: pensar que había destrozado la resistencia de las democracias occidentales. Ha estado muy cerca, pero aún resisten. Habrá que ver ahora con qué salen todos los que han luchado por acabar con ellas. De momento, renegando y borrando tuits. Tienen para un rato.
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