La nieve se ha derretido, pero los muertos continúan apilándose en la morgue de Mykolaiv. El hedor de cuerpos despezados por la artillería rusa lleva días impregnando la ropa de trabajadores y víctimas. Hay lágrimas y llantos. Los familiares se descomponen en la puerta al encontrar una mirada o un objeto que identifica a sus seres queridos. La escena es dura, como lo es una guerra que continúa sumando cadáveres a la lista del olvido. Números sin rostro en una tierra fértil convertida ahora en el cementerio de Europa.
En esta ciudad portuaria del sur de Ucrania, los ojos miran al cielo decenas de veces al día. Protegerse de misiles lanzados a kilómetros de distancia no es fácil, por eso el gran miedo en este enclave es no ver a los rusos.
Da igual que el ejército recuperé terreno en el frente o que venciera al enemigo más al norte, en la batalla de Voznesensk. Los proyectiles vuelan por encima y han impactado varios días en el centro de Mykolaiv. Centenares de cadáveres se han rescatado ya bajo los escombros.
Las explosiones son constantes –más incluso que las alarmas antiaéreas destinadas a proteger a sus residentes— y rompen el silencio de una ciudad herida. El éxodo que acoge Europa ha diezmado una población cuya huida continúa cada mañana en diferentes puntos céntricos de la localidad.
Viernes negro
En un parking cuya ubicación y paisaje piden omitir, voluntarios y representantes políticos coordinan la marcha de autobuses que viajan hasta la frontera con Moldavia. Tan solo en este programa organizado por el ayuntamiento han escapado 20.000 personas. Otras muchas lo hicieron a través de organizaciones locales, Cruz Roja y el numeroso desplazamiento de vehículos privados.
“Cuando los fascistas acercaron la línea de fuego hasta las afueras de Mykolaiv, la gente entró en pánico y trataron de salir de cualquier manera”, recuerda Yuri Andriyenko, número dos del alcalde. Personas sin sitio golpeaban los cristales de vehículos repletos en una desesperación inicial que ha ido a menos. “Empezamos con 14 autobuses al día, la semana pasada eran siete y ahora el quinto no se llena”, suspira aliviado.
Lo desgrana tras la marcha del último autocar de la mañana del viernes. Un día negro para la ciudad: al menos seis misiles impactaron en una academia militar antes de levantarse el toque de queda.
Ni Zelenski ni el gobierno local se pronunciaron tras el ataque cuya operación de rescate no ha terminado y del que se desconoce la cifra total de fallecidos. Las primeras informaciones hablan de 100 soldados muertos, pero podrían ser muchos más.
En días pasados, los proyectiles cayeron en viviendas de civiles, dónde se reportó el uso de bombas de racimo prohibidas por la Convención de Ginebra. Se trata de municiones diseñadas para dispersar decenas –e incluso centenares—de submuniciones explosivas y causar el mayor daño posible entre la población.
Más de 100 estados firmaron en 2008 un pacto para no fabricar ni utilizar este tipo de armas, pero países como Estados Unidos, Rusia o Ucrania no se adhirieron al acuerdo.
Muro de defensa
Repletas de barricadas de neumáticos, el desplazamiento en coche por las calles de Mykolaiv es lento. El último ataque ha sustituido el optimismo de las jornadas previas por un encierro generalizado. Las aceras están desiertas.
Más allá de los soldados, sólo hay dos grupos de personas que salen de casa: jóvenes que acuden a cuarteles de voluntarios o jubiladas camino de la compra. Estas últimas entran a una iglesia ortodoxa del centro de la ciudad para santiguarse y pedir a Dios el final de la guerra.
El miedo a los boicoteadores dentro de la ciudad es real. Toda cámara se encuentra bajo sospecha y más si la sujeta un extranjero. Las imágenes compartidas de Járkov y Mariupol han logrado infundir temor. Cualquier edificio puede ser un objetivo y nadie quiere llamar la atención.
Hasta la directora del instituto forense se muestra nerviosa por las fotografías compartidas en días previos. Los hospitales cuentan con controles militares a la entrada y piden a los periodistas alejarse de sus edificios.
Va a hacer un mes desde que Ucrania celebrará cada amanecer como una victoria, pero algunos empiezan a preguntarse ahora si el tiempo ha dejado de correr a su favor. La nueva estrategia de desgaste que desliza el Kremlin con sus movimientos de tropas y cercos salvajes inquietan a más de un ucraniano.
Los medios hablan de Odesa, pero aquí saben que son un escudo. La última defensa que impide el acceso a la perla del Mar Negro, donde el sonido de cada explosión recuerda a sus habitantes que tienen números en la lotería de la guerra. En Mykolaiv ya conocen su olor.
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