Cuando Nuru tiene miedo corre a cualquier esquina donde pestañea y tiembla sin parar. Le queda un mes para cumplir ocho años y, a pesar de su corta edad, es uno de los vecinos más famosos de Mykolaiv, un enclave del sur de Ucrania que sufrió el viernes pasado un ataque letal. Quizás el mayor desde el inicio de la invasión rusa. Las primeras informaciones hablan de 100 muertos, pero podría haber muchos más cadáveres bajo los escombros de la academia militar.
Nuru, al igual que la mayoría del país, dormía ajeno a las primeras huidas improvisadas la noche que Rusia lanzó el asalto sobre Kiev. Han pasado 25 días desde aquel fatídico jueves, y cuatro proyectiles lanzados por el Kremlim han podido terminar con su vida. Una existencia que preocupa más allá de las fronteras ucranianas porque sólo quedan 2.500 como él: Nuru es una jirafa de Rothschild de cinco metros de altura y 750 kilos de peso.
A su lado descansa Logan, otro ejemplar de esta especie en peligro de extinción, y 3.000 animales más que viven en el mejor zoológico del país. Al menos así lo consideran muchos por ser el único parque perteneciente la Asociación Mundial de Zoos y Acuarios (WAZA, por sus siglas en inglés).
Munición de racimo en el museo
En la entrada de este edificio de gran altura dedicado a las jirafas, un cartel pide no molestar ni utilizar flash. Pero ya da igual. Hace tres semanas que el recinto está cerrado y que las explosiones de fondo alteran la mayor colección de animales salvajes de Ucrania.
La pareja de hipopótamos, los elefantes, cebras, tigres, canguros o el oso polar son víctimas colaterales de un conflicto que a Rusia se le atraganta. La dificultad para conquistar las ciudades de gran tamaño, y la resistencia civil y militar han obligado a Putin a cambiar la estrategia. La guerra relámpago parece evolucionar a una pinza desde norte y sur donde prima el lanzamiento de misiles, los bombardeos y el cruel cerco de las principales urbes de cada región.
Así se explica también el uso de munición de racimo en diferentes puntos de la geografía ucraniana, entre ellos esta ciudad portuaria cercana a Odesa. El fin es claro: provocar el mayor daño posible en infraestructuras y vidas humanas.
Proyectiles que han caído en el interior del zoológico, dejando orificios de gran tamaño en el terreno. El primero les alcanzó el lunes 28 de febrero, y ya descansa en la exhibición de animales disecados. Los otros tres impactaron la tercera y cuarta semana de invasión y yacen en el exterior de las oficinas. Ninguno explotó.
Hambre y misión
“Todos los animales siguen aquí porque técnicamente es imposible trasladarlos fuera del país. Además, el frío de marzo provocaría muchas muertes en el trayecto”, explica Volodymyr Topchy, director de la institución.
Sin visitantes ni ingresos con los que mantener el parque centenario, a este ucraniano de 67 años, con gafas de cristal oscuro y anillos en los dedos, se le ocurrió sustituir sus reuniones por el activismo en internet. El objetivo, lograr financiación para alimentar a los animales.
Ejemplares como Nuru o Logan comen 54 kilos al día de noviembre a marzo. Con el inicio de abril, aumentan hasta los 84. Un volumen que obliga a tener grandes reservas, pero no tantas como exige la logística de la guerra. Por suerte, sus homónimos de Varsovia, Praga o Berlín han enviado ya dos toneladas de comida y podrán aguantar los próximos seis meses.
Personas individuales de todo el planeta también se han sumado a la campaña que lanzaron para ayudar económicamente al zoo con la venta de entradas, y los vecinos de Mykolaiv se acercan a entregar pienso de perros y gatos para los felinos.
“En estos momentos el mayor problema es que corten la electricidad. Las puertas, el aire del acuario, la calefacción… Si no hubiera electricidad empezaría a faltar agua y todo es una cadena”, insiste Topchy.
Fundador asesinado por Stalin
Un cargo que ostenta desde 2001 y que venera a Mykola Pavlovych Leontovych. Exmandatario de la ciudad, convirtió su colección privada de peces en uno de los mayores acuarios de Europa tras la revolución bolchevique.
Su buen hacer y popularidad le pusieron en la diana y tras los años más duros del Holodomor, la colectivización forzosa de Stalin que causó millones de muertos en Ucrania, fue detenido. Los cargos: propaganda antisoviética y conspiración. Fue condenado a 10 años de cárcel, pero nunca se supo más de él.
Casi un siglo más tarde, los empleados de la obra que arrancó también son objetivo de la madre patria rusa. Trabajadores como Oksana, con dos décadas de experiencia, cuya familia gira en torno al zoo. Conoció a su marido cuidando cebras. Su hija cuida cebras. Su nuera, también. Con tres vástagos y dos nietos, no piensa moverse de Mykolaiv.
Igual que Yuri Yevhenovych, director adjunto de 60 años, que ha dedicado los últimos 35 al parque. Personas que han visto en las noticias las consecuencias de cumplir con, lo que entienden, es su misión. No todos los cuidadores sobrevivieron a los bombardeos rusos en Járkov.
“Entiendo que podría pasar lo miso en Mykolaiv”, reconoce Yevhenovych. “Pero también entiendo que, sin nosotros, los animales no sobrevivirían. Por eso no nos iremos”. Hace días que la muerte sobrevuela la ciudad y la morgue está llena. Ellos, de momento, la han esquivado.
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