Si te hacen daño para protegerte, no es amor sino maltrato. Y en el Donbás –la suma de Donetsk y Lugansk—cada amanecer bajo los proyectiles ayuda a desnudar la gran mentira de Putin. Son 76 días de guerra, millones de desplazados y misiles que no dejan de caer en poblaciones rusófonas que aplaudieron, en gran medida, la llegada de los rebeldes ocho años atrás. Pero los tiempos cambian como cambió la estrategia de la invasión: justo en la dirección opuesta a los deseos del Kremlin.
Lo refleja fielmente la mirada desviada de Natasha Mikhailova. Está sentada en el portal de su casa, mientras un vecino ayuda a retirar los escombros de las viviendas del interior. La semana pasada, la onda expansiva tras el impacto de un proyectil dañó estos bloques residenciales en el centro de Kramatorsk. Eran las cuatro de la mañana cuando los cristales y ladrillos golpearon la cabeza de esta jubilada mientras dormía. “¡Bum!”. Un despertador que llevaba evitando desde el 24 de febrero y que le sumergió en su verdadera pesadilla: sacar a su hijo de los escombros.
“Al principio me asomé al balcón y vi que no quedaban ventanas”, recuerda. Aturdida y muy asustada, arrastró sus pies los escasos metros que separan una habitación de la otra. Con la puerta impidiendo el paso y varios muebles sobre el cuerpo de su vástago, gritó desde el segundo piso de la calle Ostapa Vyshni. Y gritó. Y volvió a gritar hasta que los vecinos accedieron por una entrada que ya no necesitaba timbre para acceder.
Entre papeles, ordenadores, muebles y planchas de la pared, rescataron con vida el cuerpo ensangrentado de su hijo. Lo subieron a la primera ambulancia que llegó y ahora, varios días después, continúa ingresado en un hospital de Dnipro, a 250 kilómetros, donde envían a los heridos de gravedad.
Aviones y muertos
En aquel ataque, al menos 25 personas resultaron heridas, números que se suman a los 60 muertos en la cercana Bilohorivka este fin de semana o los 57 de hace un mes en la propia estación de tren de Kramatorsk. Como ellos, hay otros todavía más anónimos. Civiles que sufren la desgracia de formar parte de grupos de víctimas reducidos, en una Ucrania que se transforma con viajes oficiales a la capital y visitas de famosos a las zonas protegidas por el Gobierno. Sin embargo, los ojos de la guerra miran al sur y al este de un país que tiene ocupado el 20% de su territorio.
La contraofensiva en Járkov y las retiradas en los alrededores de Izium refuerzan la teoría de que Sievierodonetsk, Sloviansk y Kramatorsk son los principales objetivos en estos momentos para hacerse con una región que permitiría a la campaña de Vladimir Putin vender éxitos en el interior de sus fronteras.
El lunes, Día de la Victoria, las sirenas sonaron sin cesar y los aviones lanzaron bombas sobre el Donbás. Los misiles golpearon el centro de Sloviansk y las explosiones hicieron temblar de nuevo los cimientos de ciudades cada vez más vacías como Kramatorsk. De las 200.000 personas –si se añaden los pequeños pueblos colindantes— apenas quedan un supermercado de baldas vacías y 30.000 almas.
Putin, fascista
Una de ellas es Natasha, que no se ha marchado de su hogar en ruinas. Los calcetines y las diferentes capas de ropa que utiliza para combatir el frío tienen el mismo éxito que el blindaje ruso frente al armamento antitanque donado por Estados Unidos. Hay viento en Kramatorsk y cuando el sol primaveral se esconde, el frío aprieta. La falta de gas, paredes y ventanas tampoco ayuda.
Es fácil encontrar en la urbe otros resultados de la “defensa” que prometió Putin a los rusoparlantes y que les tiene, precisamente a ellos, como las principales víctimas de este conflicto. En su discurso de ayer en la Plaza Roja, remarcó la importancia de “liberar” el Donbás y enumeró una serie de batallas históricas para señalar que del mismo modo se combate en la actualidad en el Donbás “por la seguridad de la patria”. Pero las imágenes de Mariupol reducida a sus cimientos no mienten, tampoco el desgarro de familias que perdieron a sus hijos, y las mujeres que han sufrido la barbarie de la guerra en su propio cuerpo.
“¡Bastardo! ¡Fascista!”, escupe Natasha al ser preguntada por sus sentimientos hacia Rusia. “Que le jodan a Putin, ojalá se muera”. Las sirenas y algunas explosiones suenan de fondo, mientras regresa al interior del portal. Por su rostro se deslizan lágrimas que limpia con un pañuelo roto y sucio, como el albornoz que viste desde el día del ataque.
No hay peor maltratador que aquel que promete hacerlo por tu bien.
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