El 'chamán' que mantiene vivos a los francotiradores de Ucrania: "Tienes que salvarles con tus manos"
Relato de un médico en una unidad especial desplegada en los alrededores de Bakhmut. Su padre y su hermano también combaten en el frente.
5 marzo, 2023 02:33Asegura que faltan médicos en el Ejército de Ucrania, y que muchas unidades están ahora combatiendo sin tener un sanitario cerca. Él ha llegado a atender a siete soldados heridos a la vez, con extremidades arrancadas, mientras las tropas rusas seguían atacando a su alrededor. Pero lo más duro es ver cuando uno de ellos se rompe emocionalmente, porque "una hemorragia se puede parar, pero por un hombre roto emocionalmente no se puede hacer nada".
"Yo mismo me he roto en tres ocasiones este último año", confiesa, "la primera vez fue tras una contusión en la cabeza que me dejó problemas auditivos durante un tiempo; no imaginas lo duras que pueden ser las secuelas tras resultar herido".
Su nombre de guerra es Chamán porque, "al igual que los chamanes indios", en la mayoría de los casos sólo tiene sus manos para atender a los soldados heridos, dice. Pero, a diferencia de aquellos curanderos tradicionales, él lleva casi 30 kilos encima cuando tiene que correr para atender a sus compañeros.
"Sólo el chaleco pesa seis kilos, el casco otros dos, llevo ocho cargadores y cuatro granadas, mi botiquín individual y por supuesto la bolsa con el material sanitario”, enumera. El enorme macuto con material sanitario que carga a su espalda pesa otros 12. En realidad, aclara, "hay tres bolsas diferentes: una con material más general, es la más ligera, pero hay dos más grandes en las que también llevo munición y material específico para tratar otro tipo de heridas".
"Al menos aquí trabajo con cierta tranquilidad, somos sólo 12 personas en nuestro grupo. Antes de venir a Bakhmut yo era el único médico para atender a 100 combatientes desplegados en el frente de Kharkiv”. "Por desgracia, el otro médico murió en acto de servicio, y me tuve que ocupar de cuatro compañías yo solo. Conducía de una otra bajo el fuego cada vez que había una llamada, era muy complicado", relata.
Los 'wild ducks'
No es fácil acceder a una unidad de francotiradores. Ninguno quiere hablar de lo que supone matar a otro hombre, aunque sea el enemigo. Normalmente responden con subterfugios del tipo "o yo lo mato, o él me mata a mí". Pero nadie confiesa lo que siente realmente; tal vez ni ellos mismos se paran a pensarlo, para no romperse emocionalmente, como explicaba Chamán.
Los francotiradores que trabajan con él no son una excepción. El nombre de esta unidad es Wild Duck (pato salvaje, en inglés) y sorprende lo férrea que es su disciplina. Se levantan a las cinco de la mañana cada día para acudir a su posición y trabajan una media de seis días por semana. El comandante es extremadamente meticuloso con la preparación de las misiones y el estudio de los planos del terreno. "Es una suerte tener un comandante así, que prepare todo de forma tan profesional", apunta uno de ellos.
Además de trabajar juntos, se cuidan como si fueran una familia. Y, aunque en mitad de una guerra nada es normal, ellos intentan mantener la cotidianeidad cuando no están en la posición. Cosas como hacer la compra o cocinar les hace desconectar del trabajo -el trabajo de matar-.
Pero ninguno de ellos quiere hablar de lo que se siente al apretar el gatillo del enorme rifle de precisión -pesa casi seis kilos- que utilizan. Lo que sí reconocen, en cambio, es la tranquilidad que les da tener a su lado a una persona que puede salvarles la vida si son heridos. "Hasta ahora no le hemos dado mucho trabajo", dice uno de los tiradores, cuyo nombre de combate es Jarl. "Pero estamos muy contentos por tenerle al lado, no siempre se tiene un médico durante la misión".
Detener la hemorragia y correr
Mientras mantenemos esta entrevista, llegan noticias de que el Kremlin está bombardeando en esta zona del Dombás con fósforo. Es una munición prohibida en los Convenios de Ginebra, los acuerdos internacionales que se firmaron tras la Segunda Guerra Mundial para salvaguardar los Derechos Humanos de los combatientes durante un conflicto.
Chamán me muestra un vídeo que él mismo grabó meses atrás, durante otro bombardeo ruso con munición de fósforo en la provincia de Kharkiv. "Es muy bonito, ¿verdad? Parecen fuegos artificiales... Pero es altamente dañino, no sólo si te cae encima, también si estás cerca y lo respiras".
Cuando esta sustancia blanca y brillante entra en contacto con una persona, la quema por dentro exactamente igual que si fuera un cigarrillo y aspirasen una calada larga. Escuchar los detalles pone los pelos de punta.
"No hay llamas, sólo brasas incandescentes que agujerean la ropa y llegan a la carne. Por eso lo primero que hay que hacer es cortar la ropa, y eso en invierno es muy complicado porque vamos muy bien pertrechados; luego hay que 'apagar' al herido con tierra, y después tratar la quemadura con pantenol para poder estabilizarlo rápido y proceder a la evacuación".
Le pregunto si poner tierra en una quemadura no puede provocar una infección, y rompe a reír. En el campo de batalla una infección no es prioritaria, ni siquiera es importante. La prioridad es estabilizar las heridas, luego efectuar la evacuación sin que te maten, después devolver el fuego al enemigo –que normalmente sigue atacando mientras atienden a los heridos–, etcétera. La lista continúa y una posible infección ocupa el lugar número 10. En el frente de combate las prioridades médicas cambian.
Chamán resume en qué cosiste practicar la medicina en el frente: Stop the blood and go -detén la hemorragia y evacúa al herido, sería la traducción más precisa-. "En la guerra no se piensa, se actúa. Colocar un torniquete tiene que ser algo mecánico; estabilizar una herida, igual".
También hay que parar el dolor en la medida de lo posible, aunque con la adrenalina del combate los soldados a veces ni siquiera sienten dolor. "De los viales que hay en mi bolsa", aclara, "el 90% son analgésicos; el resto, antibióticos y alguna cosa más. Pero como te comentaba, las prioridades médicas en el frente son diferentes".
No mires a los ojos a los heridos
Abordamos una cuestión muy delicada. Le pregunto a Chamán cómo están realmente los hombres que han visto la muerte en el campo de batalla; soldados que han visto a compañeros partidos por la mitad o desangrados. Los que han combatido en el Donbás tienen más trastornos de estrés postraumático que el resto de combatientes.
"La mayoría interpreta la muerte de sus compañeros como algo que les puede suceder a ellos en cualquier momento, y por eso pueden empezar a tener ciertos problemas con la moral de combate. Si estás en plena batalla, que hay adrenalina y estás luchando por tu vida, no puedes parar; pero después, cuando la adrenalina pasa y entiendes que tu compañero se ha ido, puedes tener un gran desgaste emocional. Algunos hombres incluso se niegan temporalmente a ir a la próxima batalla", detalla.
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"Ahora la moral de combate es alta incluso en Bakhmut, pero sí que se nota los que llevan más tiempo aquí. Se intenta que roten, que sean relevados al cabo de un mes, pero no siempre es posible". Pregunto cómo aguanta él viendo la muerte cada día, luchando por salvar cada vida. "No puedes mirar a los ojos a los heridos, si lo haces, no harás bien tu trabajo", sentencia.
Del estudio fotográfico al frente
Chamán se reclutó voluntario cuando empezó la guerra, y lo llamaron en marzo para incorporarse al Ejército ucraniano. "Me llamaron el día de mi cumpleaños, ese fue mi regalo", comenta divertido. Pero lo más sorprendente es que su padre también dejó el trabajo para alistarse, igual que su único hermano de 23 años.
Le comento que seguro que su madre -sola en casa y pendiente de ellos tres al otro lado del teléfono- piensa a menudo en por qué no tuvo hijas... "Si hubiera tenido hermanas, estoy seguro de que también estarían en el frente", responde sin dudar.
El padre de Chamán, que también está combatiendo cerca de Bakhmut, ya sirvió en la guerra del Dombás entre 2014 y 2016. Precisamente en esa época, Chamán leyó un libro sobre medicina de combate -escrito por el Regimiento Azov, con sus experiencias en el campo de batalla- que despertó su interés por esta especialidad tan dura.
"Fui médico de ambulancias durante años”, recuerda, pero cuando comenzó la invasión Chamán trabajaba como fotógrafo. Tenía un estudio y una vida tranquila, que no duró demasiado. "Tenía la formación necesaria y estaban invadiendo mi país, simplemente tenía que ayudar", concluye.