Metralletas por antivirales contra el VIH: la treta de Wagner para conseguir reclutas en las cárceles
En torno al 10% de los prisioneros rusos tienen el VIH. Algunos entraron con el virus y otros lo han contraído en la prisión.
23 abril, 2023 03:40El pasado 9 de febrero, Eugeni Prigozhin, propietario del Grupo Wagner, afirmaba a medios estatales rusos que el reclutamiento de presos a cambio de indultos había terminado. Se ponía fin así, teóricamente, a cuatro meses de intensa captación. Los cálculos de la organización independiente Russia Behind Bars hablan de 50.000 contratados en ese tiempo sobre un total de 500.000 reos, es decir, un 10% de la población penitenciaria. A estas alturas, prácticamente todos han muerto en Bakhmut y sus alrededores. Los que no, han sido capturados por el ejército ucraniano. Solo una ínfima minoría ha cumplido sus seis meses de servicio y ha regresado con su familia.
Las declaraciones de Prigozhin eran una queja más que otra cosa. Su íntimo amigo Sergei Surovikin acababa de ser apartado de sus funciones como jefe de la “operación militar especial” en Ucrania y sustituido por un fiel al Kremlin, Valeri Gerasimov. Prigozhin intuía que este cambio, junto a su continuo fracaso en la toma de Bakhmut, anticipaba su caída en desgracia, como así ha sido. Desde enero, el conflicto abierto entre el Grupo Wagner y el Ministerio de Defensa de Sergei Shoigú ha sido público y notorio. No cabe duda de que buena parte de los problemas rusos en esta guerra tienen que ver con su incapacidad para entenderse.
En principio, la decisión de impedir que Wagner siguiera reclutando prisioneros venía de arriba. Una operación, según Prigozhin, para estrangular a su ejército privado. La idea era que el propio ministerio u otras formaciones de mercenarios más dóciles a los deseos de Shoigú y Gerasimov tomaran el relevo en la movilización de prisioneros. Si así ha sido o si todo ha quedado en el enésimo acto de propaganda de Prigozhin lo desconocemos. Según apunta el New York Times, todo apunta a que Wagner sigue teniendo sus contactos en las prisiones y sigue pudiendo reclutar voluntarios. Solo que ahora que no puede ofrecer indultos -eso depende del gobierno-, ofrece otro tipo de incentivos.
“La muerte rápida y la muerte lenta”
En torno al 10% de los prisioneros rusos tienen el VIH. Algunos entraron con el virus y otros lo han contraído en la cárcel. Ni unos ni otros reciben el tratamiento antiviral que puede alargar su vida. Las autoridades se limitan a señalarlos y limitar su interacción con el resto de compañeros. Eso, en el mejor de los casos. En el peor, se hace tabla rasa y quien lo pille lo pilló. Tampoco le viene mal a Rusia reducir su número de reclusos.
Lo que han hecho durante este tiempo Prigozhin y los suyos, y no hay evidencias de que lo estén dejando de hacer, es proponer a estos enfermos la medicación adecuada a cambio de que firmen el contrato y se vayan al frente. De nuevo, en su mayor parte, a morir en Bakhmut. Es una elección, tal y como afirma uno de los entrevistados por el rotativo estadounidense, entre “la muerte rápida y la muerte lenta”. Una tiene escapatoria -te puede atrapar el ejército enemigo, puedes tener éxito en tu intento de deserción- pero la otra no. Eso explicaría que aproximadamente el 20% de los prisioneros reclutados por Wagner sean seropositivos. El doble de lo esperable.
Wagner promete y cumple sus promesas, básicamente porque sabe que habrá poco que cumplir. Los presidiarios van al frente sin apenas formación y hacen de carne de cañón. La mayoría no sobrevive ni a su primer día. Se dedican a hacer todo lo que los cuerpos de élite se niegan a hacer porque lo consideran demasiado peligroso.
Es probable que una de las razones por las que la toma completa de Bakhmut se sigue retrasando pese a que hace ya casi dos meses que los mercenarios entraron en la ciudad es la falta de remplazos. Cada vez llegan menos hombres y en peores condiciones. Eso es incompatible con una ofensiva urbana en condiciones.
¿Rumbo a Sudán?
Con todo, los avances siguen. Aproximadamente el 70% de la ciudad está en manos rusas y se habla constantemente de ofensivas y contraofensivas en el área que une los suburbios de Khromove e Ivanivske con Chasiv Yar, la ciudad desde la que Ucrania está organizando la resistencia. Ahora bien, mientras Rusia no cierre la carretera que une estas dos últimas ciudades, la rendición parece improbable. Y a este ritmo, puede tomarles un tiempo para el que necesitan más soldados a los que exponer, con la promesa que sea.
En cualquier caso, si el objetivo -como afirmó en su día el propio Prigozhin- era acabar con el Grupo Wagner, se puede decir que el Kremlin está cerca de cumplirlo. Conforme avanza la ocupación de Bakhmut, se ven menos mercenarios en los ataques. Todo apunta a que Gerasimov y Shoigú están preparándose para adjudicarse ellos el triunfo si este llega a producirse. Al fin y al cabo, llevamos rindiendo Bakhmut desde diciembre y ahí sigue, le pese a quien le pese.
De hecho, en los últimos días, Prigozhin parece más centrado en lo que está sucediendo en Sudán que en la situación en Ucrania. Sabe que ahí tiene carta blanca para hacer lo que le dé la gana sin rendir cuentas a nadie y su gran negocio siempre ha estado en el continente africano. Al parecer, ha mandado a una parte importante de sus hombres a ayudar a las llamadas Fuerzas de Apoyo Rápido, paramilitares que lucharon junto a Abderfatá al-Burhan para darle el poder de facto del país y que ahora le combaten para quitárselo.
En medio, las adjudicaciones de las minas de oro, con Rusia como uno de los principales compradores y muchos comisionistas de por medio, entre ellos, por supuesto, Prigozhin, su socio Dimitri Utkin y el Grupo Wagner en general. Aunque hayan negado su participación en el conflicto y el propio Prigozhin se haya postulado como mediador para poner paz, pocos creen a estas alturas en su altruismo. Viendo cómo le ha ido en Ucrania, es normal que prefiera dedicarse a sus negocios de toda la vida. Cuanto más se ha acercado a la política, más se ha quemado. Es la hora, tal vez, de volver a la guerra como empresa y no como ideología.