La crisis venezolana tiene múltiples rostros. Todos dramáticos. En las esquinas del centro de Caracas se puede ver gente hurgar de las bolsas de basura; buscan algo de comida. Son jóvenes, niños y ancianos en el mismo plan, en distintos puntos de la ciudad. También abundan los rostros esqueléticos que piden “por el amor de Dios” algo de comer y cada vez se reportan más casos de gente que entra a las tiendas a robar comida.
Un comerciante cuenta que tan sólo la mañana del martes impidió tres hurtos en su abasto del barrio de La Candelaria. Los enlatados son el principal objeto de deseo en este tipo de establecimiento y por eso muchos dueños han optado por resguardarlos en vitrinas, como si de artículos de joyería se tratase. El salario base de un mes de trabajo equivale a 28 latas de atún. Todo un lujo en la Venezuela de estos tiempos.
El último mes ha servido para que en el país con la inflación más alta del planeta el deterioro económico crezca a un ritmo asfixiante. A principios de noviembre se podía conseguir una taza de café a 500 bolívares; en pocos días comenzó a venderse en 700 y a partir del lunes el precio marcaba 900 bolívares en diferentes cafetines. Si se le pregunta a los encargados qué está pasando, la respuesta brota fácil: es por el dólar.
En Venezuela no existe libertad cambiaria. Nadie puede ir a un banco a canjear sus bolívares por dólares o cualquier otra divisa, como es usual en la gran mayoría de los países. En la nación suramericana la compra y venta de moneda extranjera se realiza a través del Estado que asigna el valor del canje, decide quién puede comprar dólares y limita la cantidad de las divisas que se transfieren.
Pero el sistema es aún más complicado: existe un tipo de cambio exclusivo para importar medicinas y alimentos, que está a diez bolívares por dólar y otro para el resto de las importaciones, conocido como Simadi, que se cotiza a 663 bolívares. Ambos son oficiales, rígidos, y son regulados por el gobierno de Nicolás Maduro, encargado de asignar las divisas con discrecionalidad.
La gran queja de los sectores productivos es que esas asignaciones no llegan a las empresas, colapsando así el funcionamiento del aparato productivo, ya que no pueden importar materias primas para la elaboración de productos o comprar repuestos para las maquinarias, por ejemplo. Por eso optan por comprar dólares en el mercado negro donde se cotiza el llamado “dólar paralelo”.
El portal Dólar Today se ha encargado de divulgar el valor de las transacciones en esta área, convirtiéndose en enemigo público del Ejecutivo chavista. Muchos toman como referencia este índice para calcular sus costos y por eso el remarcaje de precios ha protagonizado los últimos días.
Nadie quiere bolívares
El 30 de octubre la moneda norteamericana se vendía a 1.417,23 bolívares en el mercado negro. Apenas un mes después este marcador, que es ilegal, ha superado los 3.986 bolívares, lo que representa que la moneda venezolana ha perdido 64,45% de su valor en apenas unas semanas, según Dólar Today. “Es difícil racionalizar lo que está pasando”, dice el economista Francisco Ibarra y comenta que para él está claro que el venezolano no quiere saber nada de los bolívares. “Se los quita de encima tan rápido como puede”.
Para entender la dimensión del problema basta con un poco de cotidianidad. El billete de 100 bolívares es el de mayor denominación desde que entró en vigencia la reconversión monetaria en el año 2008. Con él se puede pagar un pasaje de ida en autobús o cuatro caramelos de los que ofrecen vendedores ambulantes en el metro, pero poco más. El diputado José Guerra, presidente de la Subcomisión de Presupuesto de la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional, estima que el billete de 100 ha perdido en menos de una década el 99% de su valor y que el coste de imprimirlo es mucho mayor que su valor nominal.
Es difícil racionalizar lo que está pasando
Los expertos creen que la voracidad con la que ha crecido el dólar paralelo se debe a la expansión de la base monetaria a manos del Banco Central de Venezuela. El BCV ha aumentado la liquidez, ha impreso más billetes, y eso puede ayudar a comprender el fenómeno, pero es claro para los economistas que el Gobierno también pudo haber restringido aún más los dólares que asignaba a través de los mecanismos oficiales y parte de estos recursos ya no permean en el mercado paralelo.
“Eso es lo que podría explicar el comportamiento de un mercado que es negro. Además, la gente está un poco nerviosa por todo lo que está pasando en lo político y también puede tener algún tipo de efecto por el lado de la demanda, pero creo que principalmente es por el lado de la oferta”, explica el analista financiero Henkel García.
Comercios como el de Jesús, ubicado en la avenida San Martín de Caracas, una maderera que se dedica a la venta de formica, se ha visto perjudicado por la situación. Materiales importados hace unas semanas cuando el dólar paralelo rondaba los mil bolívares ya no pueden ser vendidos, porque su costo de reposición es muy elevado. Por eso prefiere cerrar la tienda o “lanzar todo al Guaire”, nombre del contaminado río que divide a la capital venezolana, antes de venderlo a precios que le generen pérdidas.
Vamos directo al desastre
Pero otros negocios, como el de Ricardo, que vende alimentos importados en el centro de Caracas, no se pueden dar el lujo de cerrar y guardar la mercancía, porque muchos de sus productos son perecederos. Él cuenta que aguantará todo lo que pueda, que venderá con un margen de ganancia mínimo o al costo y que sus ventas ya han caído hasta en un 70% en los últimos meses, porque la gente no tiene con qué pagar las exquisiteces que ofrece. “Antes vendía seis cajas de Nutella a la semana. Ahora apenas puedo vender un pote. Muy pocos tienen 30.000 bolívares para gastar en eso”, relata.
Las perspectivas no son alentadoras, según explica el economista Francisco Ibarra. Él prevé que en los próximos meses aumentarán aún más los precios y se incrementará la escasez de productos. Incluso estima que el sector de los servicios, que permanece regulado, tendrá que sufrir un ajuste. “Vamos directo al desastre”, advierte. Su colega Henkel García, por su parte, teme que se produzca el peor de los escenarios posibles: “Que el Gobierno siga sin hacer nada”.