Cuba es un raro país: las leyes no recogen lo que no se puede hacer, sino lo que se puede. Curiosamente, los legajos son muy breves. Entre las actividades lícitas por cuenta propia que el Estado publicó en septiembre de 2013 no incluye la de tatuar.
En la parte más antigua de La Habana, atravesada por turistas medio perdidos y adoquines, existe desde hace dos años el estudio La Marca. Un cartel vistoso lo identifica y su líder, Leo Canosa, da declaraciones en varios medios sin el habitual temblor de los prohibidos. Un documental de la joven realizadora Yaima Pardo puso a La Marca en los cines.
Marta María Ramírez lleva la estrategia de comunicación del estudio. Sobre el manejo cuasi exhibicionista que ha planeado en medio de un marco regulatorio que desconoce su actividad económica, ella tiene ideas bien claras:
"La estrategia de publicidad nuestra se pactó desde un inicio para que primara la transparencia en un país donde las cosas no son tan transparentes como quisiéramos. Todo lo que ideamos, queremos hacer y nos ocurre lo vamos publicitando a través de redes sociales". La actitud de los marqueros con su negocio es la de la naturalidad. Nada de secretismo. "Por dos razones básicas –explica Ramírez mientras prepara la cena en la cocina de su casa-: el espacio que tenemos en La Habana Vieja es muy céntrico, sería difícil permanecer escondidos; y, por otra parte, porque creemos que la ley no ha sido actualizada respecto a lo que hacemos".
Marta María no habla del tatuaje como ilegal, prefiere llamarlo alegal: "No estamos de acuerdo con referirnos a nosotros mismos así, porque no somos delincuentes".
El Ministerio de Salud Pública y la higiene
Mario Bahr, 25 años, ha escrito sobre rasgarse la piel en su diario, usando palabras como estas: "Me controlo. Le pido a Dios que todo salga bien. Las paredes están llenas de bocetos de calaveras. ¿Por qué ese afan calavero entre los tatuadores? Quizá debí aceptar que Evelyn me acompañara. Llega el tatuador. Nos agarramos las manos. Pide que suba al sillón. Parece que voy al dentista; es la misma sensación, la del metal colchonado, la de alguien que sabe algo que tú no y simplemente te entregas. Le digo que no se ofenda, pero quiero que abra las agujas frente a mí. Me muestra cómo arma la máquina, comprueba la presión, las tintas que he pedido y rompe el nylon, al final".
Mario deja de escribir y va hacia un cuerpo en la cama. Roza la piel de Evelyn. Mariposas en el costillar. Tres. Impar, que da buena suerte. Mario nunca le ha creído, dice que es superstición embustera, y los únicos que ganan son los tatuadores.
"El tatuador me niega abrir las cortinas. Yo quiero ver el sol, y él dice que también, por eso la deja cerrada. Cualquiera da el chivatazo, me dice, y luego va detenido y le decomisan hasta el gel antiséptico. Ni siquiera tener la casa-estudio en la periferia de la ciudad garantiza la tranquilidad. Muy cerca está el Hospital Frank País, famoso amputador y restaurador de extremidades rotas. Alzo una pata del short hasta dejar el muslo a la vista. Pensé mucho en el sitio donde entintarme la piel. Este es bueno. Por bueno entiendan discreto. Le explico al tatuador y me mira con un desprecio amable: él no se haría un tatuaje si nadie pudiera verlo. Calaveras tricolor llenan sus hombros y devuelven cóncavas miradas. Si algo sale mal, al menos el Hospital está cruzando la calle".
El mismo Estado que considera delito económico tatuar, permite, bajo sus propias instituciones, una sociedad de tatuadores. En Cuba ocurre, y la sección gremial pertenece a la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Directivos de esa organización que reúne a los tatuadores han mediado con las autoridades de la capital para evitar el cierre de varios estudios.
Yantser Fraga, del alto mando de la AHS, estuvo al frente de las negociaciones que pusieron fin a la embestida del verano de 2015, cuando agentes del Departamento de Inspectores Supervisores clausuraron varios locales. En ese momento el Ministerio de Cultura y las autoridades del gobierno capitalino realizaban una consulta que Yantser aseguraba que debía traer una solución definitiva al problema.
Todavía tatuar no es aceptado por el Estado, y por consiguiente por ninguna de sus instituciones. De manera que el Ministerio de Salud Pública no puede velar por el cumplimiento de normas higiénico-sanitarias en los mayormente precarios estudios. En el extranjero las personas interesadas en ejercer el oficio reciben cursos básicos de enfermería, esterilización. Sólo aprobándolos es posible obtener las licencias necesarias. La doctora Cristina Fernández recuerda que los riesgos dermatológicos y hematológicos son incuestionables. Los tipos B y C de la Hepatitis o el VIH, por ejemplo, cuentan en la lista.
Marta María recuerda que desde los 90, cuando estrenó su piel como lienzo, "era la idea de un montón de frikis crear un espacio para trabajar con buena higiene". Y ahora que en Cuba la población de personas tatuadas está creciendo exponencialmente, es casi una necesidad. "Cada día te enteras de que se abren más lugares para tatuar, que está picando fulano que no había picado en mucho tiempo –asevera Marta María-. Pero generalmente los estudios son un cuarto con una bobina".
Mario Bahr retoma el bolígrafo antes de irse a dormir: "Cuando mojó el papel cebolla sobre mi muslo y empezó a retocar la figura preguntó si significaba algo para mí. La Estrella de David es en verdad dos triángulos entrelazados, imposibles de separar; y le hablé de un verso bíblico en que Dios dice que ama a su pueblo. El tatuador no tenía, tenía todas las estrellas, pero esa no. Yo llevaba una en el celular, de Internet. La copió. Ahora ha completado su constelación. Comienza. Apenas duele. Quizá mi anestesia primera es el temor de Evelyn con su experiencia personal. Ella se lo hizo en las costillas que, según explica el tatuador, es, con la cabeza, los pies y las manos, donde duele más".
"Siento más cuando bordea la estrella con la aguja de línea. La de relleno de nueve (cuatro delante, cinco atrás) es un paseo. Hormigueo profundo que deja tinta en mí. La primera marca es la más impactante, luego, hacia el final, la piel está anestesiada de tanta perforación. Casi viéndome, con el muslo envuelto en nylon, el tatuador se confiesa: le asombró que supiera de qué iba mi figura, ya nadie sabe por qué se tatúa. Porque está bonito, me dice que le dicen. Y entorna los ojos. Cada vez más gente, más jóvenes cada vez. No se mete en la decisión de nadie. Es práctico: se le jode el negocio. La cosa cada día está más dura en la aduana. Restringen el número de unidades por entrar. Lo único que se niega a hacer es nombres de novias. Dice que trae mala suerte, que ya ha tatuado a varios que a la semana se pelean y quieren cortarse el pedazo".