Las 14 carreras electorales en las que Joe Biden se juega mantener el control del Congreso de EEUU
Todo apunta a que los republicanos conseguirán repetir en sus feudos tradicionales y aún pueden "rascar" en algunos de los demócratas.
7 noviembre, 2022 01:34Tras un comienzo plácido, octubre ha terminado y da comienzo a un noviembre con negros nubarrones para el Partido Demócrata de cara a las elecciones legislativas a celebrarse el próximo martes 8 de noviembre. Para quien no esté demasiado acostumbrado al proceso, las dos Cámaras del Congreso -Cámara de Representantes y Senado- se van renovando cada dos años, aunque de manera independiente. La Cámara elige a sus representantes en los años pares entre elecciones presidenciales (2010, 2014, 2018, 2022…), mientras que el Senado se renueva parcialmente cada dos años: un porcentaje de senadores se elige a la vez que el presidente y el otro, a la vez que los representantes.
En 2020, más allá de la victoria de Joe Biden, los estadounidenses dieron a los demócratas el control absoluto de las dos Cámaras: la de Representantes ya estaba en su poder desde 2018, pero la de senadores fue una auténtica sorpresa que requirió de una victoria milagrosa en Georgia para conseguir el empate a cincuenta. Con dicho empate, el voto de calidad de la vicepresidenta Kamala Harris les da ventaja en todas las decisiones… aunque tampoco hay que pensar que los congresistas estadounidenses votan como los españoles, todos a una. Quien haya visto House of cards ya sabrá lo difícil que es lograr esa unanimidad dentro del propio partido y lo importante de tener como negociador a alguien con amistades en el partido contrario.
Ese dominio total del Partido Demócrata -Casa Blanca, Cámara y Senado- no se daba desde la primera legislatura de Barack Obama y duró apenas dos años. En las primeras midterms tras su histórico triunfo de 2008, el electorado dio la mayoría a los republicanos en la Cámara de Representantes y obligó al presidente a negociar una por una todas sus medidas, sobre todo las más sociales y discutidas por el Partido Republicano, como la reforma de la Seguridad Social conocida popularmente bajo el nombre de Obamacare.
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Doce años después, todo apunta a que la situación se va a repetir, puede incluso que de manera más drástica. La polarización en la sociedad estadounidense es absoluta y lo único que puede "salvar" a los demócratas es el hecho de que la mayoría de sus asientos en el Senado no salen a disputa ahora, sino en 2024. Aun así, todo apunta a que los republicanos conseguirán repetir en sus feudos tradicionales y aún pueden "rascar" en algunos de los demócratas. Vamos a ver qué carreras electorales son clave en cada cámara valiéndonos de los análisis de encuestas que hace Nate Silver en su página Fivethirtyeight.com.
La Cámara, republicana
En los veintiocho años que separan estas elecciones de las de 1994, los demócratas solo han tenido mayoría en la Cámara durante seis. ¿Cómo es eso posible teniendo en cuenta que en medio ha habido tres presidentes "azules" en la Casa Blanca -Clinton, Obama y Biden- y el voto popular casi siempre ha dado la espalda a los republicanos? La cuestión radica en la división de circunscripciones. Los votos demócratas se centran en zonas urbanas muy pobladas, donde ganan con cierta holgura. La Cámara no tiene como objetivo sobrerrepresentar esas áreas, sino al contrario: dar ventaja a las pequeñas circunscripciones en estados rurales.
Ahora mismo, los demócratas tienen una exigua mayoría: 222 a 213. Eso quiere decir que pueden permitirse perder hasta cuatro elecciones que ganaron en 2018 aunque no recuperaran ninguna de las perdidas. Ese es el saldo neto que hay que vigilar: en cuanto los republicanos recuperen cinco circunscripciones más que sus rivales, la Cámara pasaría a sus manos. Según el modelo de Silver, hay un 82% de posibilidades de que esto suceda. El 1 de octubre era tan solo del 68%. La tendencia está clara.
Si jugamos con las probabilidades, podemos decir que los candidatos republicanos parten con una ventaja sólida -por encima del 66%- en cuatro feudos demócratas. Por su parte, los demócratas no son tan favoritos para ganar ningún asiento ocupado por un republicano. Eso ya los coloca al límite: justo las cuatro carreras que podían perder. Quedan, por tanto, catorce circunscripciones más o menos igualadas: de esas catorce, solo tres están en manos republicanas. En otras palabras, los demócratas necesitan ganar al menos once de esas elecciones… y Silver les da favoritos, aunque sea por los pelos, solo en ocho.
¿Por dónde pasan las opciones de una remontada demócrata? Tendrían que ganar esas once elecciones ajustadas -especialmente en Alaska, Iowa y Oregón, donde lo tienen especialmente complicado- y confiar en que no haya sorpresas en otros lados más seguros. Con una ventaja en el voto popular del 4% para los republicanos, Silver no descarta ni mucho menos esta opción. Su última previsión les da 230 escaños a los republicanos y 205 a los demócratas. En otras palabras, una ganancia neta de diecisiete representantes, muy por encima de lo necesario.
El Senado, en el aire
Durante todo este tiempo, dio la sensación de que los demócratas al menos compensarían imponiéndose en el Senado. Recordemos una vez más que, para ello, les vale el empate vigente a cincuenta senadores. En estas elecciones, hay treinta y cinco escaños en juego: veintiuno pertenecen a los republicanos y catorce a los demócratas. En principio, esa debería ser una gran ventaja para los segundos y, de hecho, el 17 de septiembre, Silver les daba un 71% de posibilidades de retener esta Cámara.
Aquí, los cálculos son fáciles: si ambos partidos repiten victoria en sus feudos, se repetirá el empate. En cuanto uno gane una elección más en territorio rival, se llevará el control del Senado. Ahora mismo, Silver considera muy probable (por encima del 65% de posibilidades, es decir, en dos de cada tres escenarios) que eso sea así en treinta y dos de las treinta y cinco carreras electorales. Ahora bien, hay tres donde es imposible pronunciarse… y de esas tres, dos son demócratas y una republicana.
La disputa más igualada, a priori, parece precisamente la de Georgia, donde se dio la sorpresa en 2020. Ahí, el republicano Herschel Walker y el demócrata Raphael Warnock llegan absolutamente empatados. Walker mantuvo una cierta ventaja durante mucho tiempo, pero los escándalos relacionados con abortos pagados a mujeres con las que había mantenido relaciones extramatrimoniales le han complicado mucho la vida entre un electorado muy conservador. Walker, antiabortista y cristiano de base, ha tenido que negar todas las acusaciones, quién sabe si con éxito. La deriva general del país hacia el GOP puede beneficiarle más que de su propia campaña a la hora de imponerse al senador Warnock.
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Si lo hace, los demócratas necesitarán imponerse en las otras dos carreras cruciales: Nevada, donde la senadora Cortez Masto también está prácticamente empatada con Adam Laxalt, y Pennsylvania, donde John Fetterman parece tener una cierta ventaja sobre el republicano Mehmet Oz. Los tres estados vieron ajustadísimas victorias de Joe Biden en las presidenciales de 2020; con que dos de ellos le den la espalda dos años después, los republicanos conseguirían el control del Senado.
¿Una victoria republicana?
¿Qué querría decir esto? Una doble victoria Cámara-Senado implicaría vía libre para legislar a gusto al menos durante los próximos dos años. La cohabitación con Joe Biden promete ser un tema peliagudo, puesto que la mayoría de los candidatos republicanos a la Cámara ni siquiera reconocen su triunfo en las elecciones de 2020. Aunque nunca haya sido fácil llegar a acuerdos más allá de la ideología de cada partido, ahora lo será aún más, puesto que hay un problema de base: los republicanos no creen que Biden sea un mal presidente, simplemente creen que es un impostor.
En cuanto a medidas concretas, se entiende que un Congreso republicano tendrá una agenda tremendamente conservadora en lo social, intentando llevar al terreno federal las legislaciones estatales más duras contra el aborto, la universalidad de la seguridad social o la inmigración. También vigilará de cerca la política internacional del presidente Biden. Aunque él sea el comandante en jefe de las fuerzas armadas, necesita del apoyo del legislativo para, por ejemplo, continuar financiando a los ucranianos en su guerra contra Rusia.
Este es un tema peliagudo. Entre determinados sectores conservadores, el gasto en una guerra que, según ellos, ni le va ni le viene al país es totalmente superfluo. A eso hay que añadirle la extraña simpatía que Putin despierta entre algunos políticos del ala más radical por su autoritarismo. El propio Donald Trump siempre ha presumido de tener una excelente relación con el presidente ruso. Para muchos, es un héroe que está combatiendo la decadencia de las democracias woke infantilizadas y no tienen problema en unirse a su campaña.
En ese sentido, el líder de la (todavía) minoría republicana en la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, declaró recientemente que no estaba dispuesto a "emitir un cheque en blanco" para ayudar a Ucrania, algo que fue recibido como un mazazo en Kiev. Sin embargo, días después, Mitch McConnell, líder del partido en el Senado -y enemigo visceral de Trump- defendía justamente la posición contraria: darle a Ucrania todo lo que necesitara para detener el imperialismo ruso.
Aunque las agendas de ambos partidos son más o menos las de siempre -aislacionismo conservador en el republicano, foco en los problemas de la América urbana en el demócrata-, este año se han radicalizado más que nunca. Al fin y al cabo, hablamos de un Congreso que vivió un golpe de estado el 6 de enero de 2021, con congresistas evacuados por pasillos secretos mientras los guardias de seguridad disparaban a manifestantes descontrolados. Que dicho golpe se vea ahora legitimado en las urnas, obviamente tendrá consecuencias. ¿Cuáles? Difícil aún saberlo.