Joe Biden, al ser preguntado el martes por una tregua en Gaza, respondió cruzando dedos.

Joe Biden, al ser preguntado el martes por una tregua en Gaza, respondió cruzando dedos. Nathan Howard Reuters

EEUU

Biden aprovecha su éxito en Líbano para conseguir una tregua entre Israel y Hamás en Gaza que seduzca a los saudíes

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Desde el inicio de las hostilidades en Oriente Próximo con la masacre del grupo terrorista Hamás el 7 de octubre de 2023, el objetivo de la administración Biden ha sido evitar que el conflicto derivara en una guerra total en la zona. Estados Unidos tiene intereses militares y económicos en la región e importantes alianzas tanto con Israel como con numerosos países árabes. La política del secretario de estado Antony Blinken y del consejero de seguridad nacional, Jake Sullivan, ha ido siempre en el sentido de buscar acuerdos y treguas. En general, con muy poco éxito.

El hecho de que, por fin, Benjamin Netanyahu y el gobierno israelí hayan cedido en Líbano y hayan aceptado un acuerdo, después de más de un año intentando algo parecido en Gaza, ha envalentonado a los máximos responsables de la política exterior estadounidense.

A menos de dos meses de la llegada de una nueva administración presidida por Donald Trump y con una serie de nombramientos que invitan a pensar en un fuerte apoyo a las políticas del Likud, Biden y sus subordinados buscan otros dos acuerdos por los que puedan pasar a la posteridad pese a su derrota electoral.

Ambos están ligados entre sí, como todo lo que sucede en Oriente Próximo. El primero, el más ambicioso sin duda, sería el reconocimiento de Israel por parte de Arabia Saudí. Es algo que se estuvo negociando durante años y que se vino abajo con la guerra entre el estado hebreo y Hamás. El príncipe saudí ha mostrado durante todo este tiempo en privado su voluntad de mantener las negociaciones abiertas, aunque en público, para satisfacer a su opinión pública, dijera lo contrario. Así lo afirma al menos el periodista Bob Woodward en su último libro, War.

Ahora bien, Mohammed bin Salman quiere garantías de que Israel trabajará en un futuro estado palestino, algo a lo que Netanyahu y sus aliados se niegan. Como mínimo, la guerra de Gaza tendría que parar y las tropas israelíes habrían de volver a su país, dejando paso a un gobierno de consenso en la Franja de figuras árabes independientes que puedan encargarse de la reconstrucción. La relación entre Arabia Saudí y Hamás siempre ha sido compleja, como lo ha sido, en general, con Irán y sus milicias asociadas.

Hamás no cede en Gaza

El asunto, por lo tanto, es Gaza. Fuentes de la Casa Blanca informaron este miércoles al New York Times de que el presidente Biden estaba haciendo todo tipo de esfuerzos para conseguir un alto el fuego similar al de Líbano. Si Israel aceptara la condición de Hamás de retirar sus tropas como las ha retirado de su vecino del norte a cambio de la liberación de los pocos rehenes que aún quedan con vida en manos de los terroristas, puede que el acuerdo con Arabia Saudí estuviera algo más cerca, una cuestión que Netanyahu siempre ha visto con muy buenos ojos.

Dicho esto, no solo aprieta el tiempo -dos meses parece muy poco para que pasen todas estas cosas-, sino las voluntades. De entrada, el primer ministro israelí ha afirmado sin tapujos que la tregua de Líbano es una manera de ganar tiempo y ha recordado que, en caso de que Hezbolá no cumpla con el acuerdo, las FDI volverán de nuevo a invadir el sur del país. Aparte, Gaza no es Líbano y Hamás no es Hezbolá. La guerrilla terrorista dirigida ahora por Naim Qassem y hasta su asesinato por Hasán Nasralá, siempre ha mostrado una mayor voluntad negociadora. Hezbolá es más poderosa que Hamás, pero, irónicamente, parece carecer de parte de su fanatismo.

Con o sin Yahya Sinwar, que parecía ser el principal obstáculo para el alto el fuego en la Franja, Hamás se ha mostrado irreductible e impermeable a cualquier acuerdo que no incluya la liberación de determinados terroristas y la retirada inmediata de las tropas israelíes para continuar ellos en el poder. No les importa el asesinato de sus líderes, no les importa la destrucción masiva del territorio que dicen proteger ni la muerte de decenas de miles de sus compatriotas. Su juego es al todo o nada: la destrucción de Israel o la muerte. Sin términos medios.

Hezbolá, por su parte, ha demostrado cierto sentido común a la hora de llegar a un acuerdo que le beneficia para reconstruir sus filas, muy diezmadas en los últimos meses, y no le ha importado desligarse del pacto de sangre con sus compañeros suníes del sur. Desde el mismo 7 de octubre, ambas guerrillas proiraníes habían jurado unión: Hezbolá no cesaría sus ataques sobre Israel hasta que Israel no dejara de atacar a Hamás. Esa alianza se ha roto, ya no existe, y, a ojos de Netanyahu, Hamás es, en consecuencia, aún más débil.

Reunión de Musk con el embajador iraní

Hay otra cuestión que ya se ha mencionado y que es decisiva en este momento: el gobierno israelí tiene motivos para sospechar que la nueva administración Trump no le pondrá tantas pegas como lo ha hecho la administración Biden. No habrá peticiones de corredores humanitarios, ni reprimendas públicas, ni abstenciones en el Consejo de Seguridad de la ONU, ni embargo de armas por miedo a que se utilicen contra la población civil. Trump, como en su primer mandato, parece decidido a enfrentarse a Irán con todas sus fuerzas… y Netanyahu es un aliado ideal en ese sentido.

Debilitada Hamás al extremo y aún grogui Hezbolá, Irán solo cuenta con las fuerzas del Eje de Resistencia desplegadas en Irak y Siria y con los desmanes puntuales de los hutíes en Yemen como recursos militares. En Tel Aviv se plantean si no es el momento de ir a por ellos antes de que desarrollen un arma nuclear que haga imposible el ataque y amenace la existencia misma de Israel. Trump ya se pronunció al respecto durante la campaña electoral, animando a Netanyahu a no hacer caso a Biden y “destrozar todo el programa nuclear iraní”.

La relación entre Estados Unidos e Irán va a ser uno de los puntos de máxima tensión de la próxima legislatura y Trump ha recurrido a su gran aliado, Elon Musk, para que vaya tanteando las aguas. Musk se reunió el 11 de noviembre, pocos días después de la victoria republicana en las urnas, con el embajador iraní en la ONU, Amir Saeid Iravani. Ambos tuvieron una charla que fuentes iraníes califican de “positiva”.

Elon Musk saluda al presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, en Brownsville (Texas) el pasado 19 de noviembre.

Elon Musk saluda al presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, en Brownsville (Texas) el pasado 19 de noviembre. Reuters

La elección de Musk para esta tarea -hay que recordar que el billonario ya estuvo presente en la llamada de Trump a Zelenski- puede parecer extraña, pero responde a la visión del presidente electo de las relaciones internacionales como una prolongación de las comerciales. Busca gente que pueda cerrar acuerdos y en eso Musk es un experto, pues ha vendido su tecnología por todo el mundo. Es de entender que, si las cosas se complican, la cosa ya quedará en manos de expertos, pero tampoco hay que descartar que Musk acabe quedándose en la administración como asesor externo en materia internacional, aparte de encargado de minimizar los gastos del estado reduciendo agencias y personal asociado.