
Acampada en el campus de la Universidad de Columbia en la primavera de 2024.
La ofensiva de Trump contra las universidades de EEUU pone en jaque el futuro de centenares de estudiantes extranjeros
Los alumnos foráneos que cursan estudios de posgrado en el país temen ver sus becas y otras ayudas anuladas por la Casa Blanca.
Esta semana, poco después de que un estudiante llamado Mahmoud Khalil fuese arrestado en la Universidad de Columbia por su rol durante las protestas pro-palestinas que han tenido lugar en su campus durante los dos últimos años, los responsables de la institución académica reunieron a los alumnos y profesores de su prestigiosa Escuela de Periodismo para lanzar una advertencia: si no sois ciudadanos estadounidenses lo mejor que podéis hacer es adoptar un perfil bajo y no publicar –ni en medios ni en redes sociales– nada que tenga que ver con Gaza, con Ucrania o, incluso, con el propio Donald Trump.
"Si tenéis una página en redes sociales aseguraos de que no está llena de según qué comentarios", sugirió el abogado Stuart Karle a los reunidos. Y cuando, según el New York Times, un estudiante protestó ante lo que consideraba un atentado contra la libertad de expresión fue el propio decano de la facultad, un periodista llamado Jelani Cobb que ha construido su carrera trabajando en medios progresistas, quien espetó: "Vivimos tiempos peligrosos y nadie os puede proteger".
La detención de Khalil –un palestino que completó su máster en la Escuela de Asuntos Internacionales de Columbia el pasado diciembre– está directamente relacionada con la iniciativa que puso en marcha hace varias semanas Marco Rubio, la persona que dirige el Departamento de Estado, con el fin de identificar a todos aquellos universitarios extranjeros "que muestren simpatía por Hamás o por otros grupos terroristas" y cancelar sus visados. "Vemos a gente que se manifiesta en nuestras universidades y en nuestras calles haciendo llamamientos a la Intifada y celebrando lo que Hamás hizo el 7 de octubre", explicó. "Y esa gente se tiene que marchar".

Protesta tras la detención de Mahmoud Khalil. Reuters
Dicho así, Rubio estaría actuando amparado por la Ley de Nacionalidad e Inmigración. Desde los años cincuenta, cuando fue aprobada, esta ley permite revocar visados de extranjeros que sean considerados una amenaza.
Sin embargo, no son pocos los expertos que han cuestionado la detención de Khalil argumentando, en primer lugar, que hoy por hoy las autoridades no han presentado ninguna evidencia que indique algún tipo de actividad ilícita relacionada con el grupo terrorista y, en segundo lugar, que precisamente por eso no existen razones de peso para considerarlo una amenaza. Khalil, por cierto, no tiene un visado de estudiante sino el permiso de residencia permanente –la famosa green card– dado que está casado con una ciudadana estadounidense.
"El Departamento de Seguridad Nacional puede arrestar e iniciar procedimientos de deportación contra quienes tengan una green card por una amplia gama de presuntas actividades delictivas, incluyendo el apoyo a un grupo terrorista", explicaba un texto de Associated Press emitido esta semana. "Sin embargo, la detención de un residente permanente legal que no ha sido acusado de ningún delito representa una medida extraordinaria con un fundamento legal incierto".
"Esto parece una represalia contra alguien que ha expresado opiniones que no le han gustado a Trump", ha dicho Camille Mackler, fundadora de una coalición de proveedores de servicios legales llamada Immigrant ARC. "Nada de lo que se ha dicho hasta ahora parece respaldar la acusación", le contaba por su parte Lindsay Nash, profesora de Derecho en la Universidad Yeshiva –una institución educativa judía de Nueva York– a la revista The New Yorker.
Pero no todos han criticado la decisión. Mark Wallace, el máximo responsable de Counter Extremism Project, una organización que combate la influencia de grupos extremistas, ha felicitado a Trump y a Marco Rubio por el apresamiento de Khalil.
"Según la ley de inmigración estadounidense, un extranjero puede ser deportado por participar en actividades terroristas", decía Wallace en un comunicado publicado hace tres días. Y esto incluye –añadía– apoyar a organizaciones terroristas o persuadir a otros para apoyarlas. "Si bien todas las personas en Estados Unidos están amparadas por la Primera Enmienda y el derecho a la libertad de expresión, un extranjero no puede usar eso como escudo contra la deportación", sentenciaba Wallace antes de finalizar diciendo que quienes "celebran y alientan atrocidades como las del 7 de octubre no deben esperar sino que el gobierno intente prohibirles seguir viviendo en Estados Unidos".

Protestas en la Universidad de Columbia en la primavera de 2024. Reuters
"Un precedente muy peligroso"
En cualquier caso, independientemente del affaire Khalil y teniendo en cuenta las palabras de Rubio, hay quien puede llegar a preguntarse por qué, entonces, se ha recomendado a los estudiantes extranjeros de la Escuela de Periodismo de Columbia volar bajo, en general, y evitar no solo opinar sobre la cuestión gazatí sino también mantenerse al margen de la guerra de Ucrania, de lo que haga o deje de hacer Trump y, en general, de cualquier asunto mínimamente controvertido. ¿No bastaría con obviar únicamente el conflicto palestino-israelí para evitar ser definido como simpatizante de Hamás?
La respuesta a esa pregunta se encuentra en una orden ejecutiva firmada por el nuevo inquilino de la Casa Blanca el pasado 20 de enero que pone en el punto de mira a los extranjeros poseedores de un visado que puedan incurrir en actividades consideradas "una amenaza para nuestra seguridad nacional" o que "abracen una ideología odiosa". Dos conceptos que aterran a muchos estudiantes extranjeros debido a su falta de concreción. ¿A partir de cuándo se amenaza la seguridad nacional estadounidense? ¿Cuáles son esas ideologías odiosas? ¿Quién decide qué?
O como explica Nash, la profesora de Derecho: "Esto crea un precedente verdaderamente peligroso que podría llegar a permitir la persecución de personas que critican a Trump o que hacen cualquier cosa que él perciba como un desaire contra él o sus objetivos políticos". Es decir: "Si a Trump se le permite tomar este tipo de medidas con fundamentos tan vagos, no veo por qué habría un límite claro a lo que podría hacer".
En línea con esto, el nerviosismo que envuelve a la comunidad de estudiantes extranjeros también se ha visto alimentado por lo que declaró Trump el pasado lunes, cuando tras enterarse de lo ocurrido con Khalil proclamó en sus redes sociales que su detención sería "la primera de muchas".
"La presencia de agentes de Inmigración en los campus preocupa, y mucho, a los estudiantes extranjeros", explican fuentes familiarizadas con la situación de las universidades norteamericanas en una conversación con EL ESPAÑOL. A Khalil –continúan diciendo– no le detuvieron en un control rutinario o en una manifestación; le esperaron por la noche en la puerta de su residencia de estudiantes.
Según contó hace unos días la mujer del estudiante, Noor Abdalla, cuando comprendió lo que estaba pasando Khalil llamó a su abogada, Amy Greer, desde el vestíbulo del edificio y le pasó el teléfono a uno de los agentes de Inmigración. Éste dijo estar siguiendo una orden del Departamento de Estado que dictaba la retirada del visado de estudiante de Khalil. Cuando escuchó eso, Greer contestó que Khalil no tenía visado de estudiante sino un permiso de residencia permanente, a lo que el agente respondió que entonces eso es lo que revocarían: la green card. Acto seguido, al pedir Greer ver la orden judicial pertinente, el agente colgó bruscamente el teléfono.
Una vez esposado, los agentes informaron a Noor Abdalla del lugar al que se llevaban a su marido: un centro de detención en Elizabeth, una localidad de Nueva Jersey situada a una hora de Nueva York. Sin embargo, cuando Abdalla se presentó en el sitio fue informada de que allí no había ningún Khalil. Dos días después se supo que éste se encontraba en un centro de detención de Luisiana, donde continúa a día de hoy a la espera de que un juez dictamine su suerte.
Recortes a la financiación: gran problema
Con todo, y al margen de la preocupación en torno a lo que conviene o no conviene decir sobre toda una serie de asuntos a partir de ahora, son los recortes a la financiación de las universidades lo que más inquieta a muchos estudiantes extranjeros.
Una medida que ya adelantó Trump durante la campaña electoral, cuando dijo que había que "rescatar de las manos de la izquierda radical nuestras otrora grandes instituciones educativas" y que pensaba hacerlo a base de tijeretazos a los fondos federales destinados a la educación superior.
En otras palabras: si las universidades no eliminan toda una serie de asignaturas, seminarios e incluso planes de estudios basados en las políticas de la identidad, si no prescinden de la discriminación positiva en sus filtros de entrada o no hacen lo suficiente por combatir el antisemitismo –vino a decir Trump en campaña– que se olviden de las subvenciones.
El aviso sirvió para que algunas universidades –entre ellas la propia Columbia, la Universidad de Florida o la Universidad de Virginia– comenzaran a realizar cambios en esas direcciones antes incluso de la victoria electoral de Trump. "A lo largo del año pasado las autoridades universitarias comenzaron a ser mucho más restrictivas con las protestas y también se empezaron a eliminar asignaturas tipo Colonialismo y Feminismo; Raza, Economía y Poscapitalismo...", cuentan las fuentes familiarizadas con la situación. "Pero ahora ese proceso se ha intensificado".
No obstante, y pese a ese cambio en lo que estas fuentes llaman "cultura universitaria", la Casa Blanca considera que en algunos casos todavía no se ha hecho lo suficiente. De ahí que en los últimos días se hayan anunciado recortes como el que ha sufrido Columbia; un tijeretazo valorado en 400 millones de dólares que según Katrina Armstrong, la presidenta interina de la institución, golpeará gravemente a los estudiantes, al profesorado y al personal.
"Esos recortes ya están afectando a muchas investigaciones", confirman las fuentes conocedoras de la situación a EL ESPAÑOL. "Y se empiezan a dar casos en los que los profesores a cargo de ellas tienen que despedir a los alumnos de posgrado que ejercen de asistentes al quedarse sin el presupuesto que tenían".
Más allá de los efectos a medio y largo plazo que eso puede tener en el currículum vitae de los alumnos, hay un efecto inmediato: la pérdida del sueldo que se gana con ello. Un sueldo que, para muchos de los estudiantes extranjeros que desempeñan esas labores, supone la diferencia entre poder costearse la estancia en la universidad de turno... o no.
Luego están las becas, claro. "Hay bastante gente haciendo un máster de dos años gracias a una beca y que ahora mismo no sabe si va a poder cursar su segundo año", cuentan estas mismas personas. Asimismo, hay muchos doctorandos que solo pueden vivir en ciudades como Boston, Nueva York, Washington, San Francisco o Austin gracias a las ayudas que otorga la propia universidad que les acoge.
Según ha informado el Departamento de Educación, actualmente hay medio centenar de universidades que están siendo investigadas por continuar ejerciendo la discriminación positiva en sus filtros de admisión y por continuar fomentando las políticas de la identidad.
Entre las investigadas se encuentran centros tan prominentes como la Universidad Estatal de Arizona, la Universidad de Rutgers, la Universidad de Yale y el famosísimo Instituto Tecnológico de Massachusetts (más conocido como MIT). Incluso Harvard habría recibido una notificación al respecto. Allí, según las fuentes consultadas por EL ESPAÑOL, "tampoco están contratando a ningún asistente de cara al verano".
Libertad de expresión
Pese a la pérdida de talento internacional que la actitud de la Casa Blanca podría conllevar, hay una parte de la sociedad estadounidense que percibe lo que está sucediendo como una suerte de recogida de cosecha por parte de unas universidades que durante años han sido vistas como instituciones demasiado escoradas hacia la izquierda.
No han sido pocos los campus donde a partir del año 2016, tras la primera victoria electoral de Trump, los alumnos de ideología conservadora eran incluidos en listas que circulaban no sólo entre el alumnado sino también entre parte del profesorado. Aunque no consta que en la mayoría de casos figurar en esos listados tuviese consecuencias concretas o graves desde el punto académico, algunos de los afectados sostienen que el mero hecho de saber que se estaba en ellas encerraba intimidación y la sensación de estar siendo objeto de bullying solo por su forma de pensar.
Tal fue la presión que, según contó en su momento la revista conservadora The Spectator, un grupo de estudiantes de la Universidad de Nueva York decidió pasar a la clandestinidad su grupo de lectura para poder comentar y debatir con tranquilidad los libros propuestos. Y es que, por lo visto, algunos rozaban la categoría de prohibidos por parte de sus compañeros. Entre ellos los del intelectual conservador británico Douglas Murray, el ensayo The Trouble with Diversity, del académico marxista –pero no obstante crítico con las políticas de la identidad– Walter Senn Michaels y el libro Unwanted Advances, en donde la profesora Laura Kipnis argumenta que "el neo-sentimentalismo sobre la vulnerabilidad femenina" no solo no empodera a la mujer sino que estorba en la lucha por la igualdad.
Otro caso sería el de Bia Castanho, una estudiante que al comenzar sus estudios en la Universidad de Florida, hace ahora tres años, solía mantenerse en silencio cada vez que las conversaciones de clase entraban en el terreno político. "Cuando algún estudiante de ideología conservadora participaba en ese tipo de debates las consecuencias para ese estudiante no solían ser buenas", le explicaba hace unos días Castanho a Douglas Belkin, un periodista especializado en temas de educación que escribe para el Wall Street Journal.
Castanho, que hoy cursa su último año de universidad, decidió romper por primera vez ese silencio el pasado otoño. Fue en un debate en torno a la cuestión agrícola. Cuenta que se sintió lo suficientemente segura como para decir abiertamente que, en su opinión, Trump tiene razón, que la inmigración ilegal no es algo positivo y que los trabajadores del campo que no tengan la documentación adecuada no deberían poder trabajar en él.
"Las cosas están cambiando", dice Castanho. "Antes si eras una persona conservadora la gente pensaba que eras alguien lleno de odio, racista y homófobo, pero ahora algunos dejan hablar y escuchan tus ideas".
Las suyas quizás, pero no las de quienes hasta ahora pregonaban las contrarias sin prácticamente oposición. Un cambio de registro que ha llevado a intelectuales conservadores como Andrew Sullivan a criticar la nueva situación. "Para quienes hemos estado preocupados por la erosión de la libertad de expresión en las universidades estadounidenses es complicado pensar en una escena más escalofriante", escribió este viernes en su newsletter refiriéndose al caso de Khalil.
Sullivan decidió titular su texto como sigue: "El regreso del escalofrío macartista". Una alusión a los procesos irregulares impulsados por el senador republicano Joseph McCarthy en la década de los cincuenta contra los sospechosos de simpatizar con el comunismo. Y lo terminaba con una pregunta: "¿Dónde están ahora todos esos valientes conservadores que tanto han defendido la libertad de expresión en los campus estos últimos años? Solo hay que ver si condenan lo que está sucediendo y, si no lo hacen, no volváis a tomarlos en serio nunca más".