Hace poco más de un año, Maha Vajiralongkorn era solo un hombre. Hoy, es un rey dios. Bajo el nombre de Rama X, el actual rey de Tailandia lleva una existencia acorde con su estatus de jefe absoluto del Estado, del Ejército y de ser además la encarnación de la divinidad. Es tan reverenciado que los generales deben arrastrarse por el suelo ante su presencia y cuando viaja en coche se corta el tráfico en todos los puentes de su ruta: nadie puede circular por encima del rey.
Además, insultar, parodiar o simplemente hablar mal del rey, sus antepasados o cualquiera de sus mascotas -sobre todo de Fufu, el perro que ostenta el título de mariscal de la Fuerza Aérea- puede acarrear hasta 35 años de cárcel.
Rama X es intocable, invulnerable y casi innombrable: tiene 23 nombres, alguno de ellos de 19 letras, y su poder está tan alejado del mundo real que incluso se le coronó con carácter retroactivo. Al morir su padre en 2016, Rama X pidió guardar luto privado durante 50 días, y tras ese período, tal como dicta la Constitución tailandesa, la Asamblea Nacional de ese país le invitó a ocupar el trono y convertirse en rey. Rama X aceptó “por el bien de los tailandeses” y comenzó a ejercer un reinado que, oficialmente, el gobierno declaró efectivo desde 50 días antes.
En un país heredero del mítico reino de Siam, donde la dinastía Chakri reina en tierra y cielo desde hace 238 años, todo lo terrenal, incluido el tiempo, está sujeto a la voluntad del rey. El padre de Rama X, que se mantuvo en el trono durante más de 70 años, fue el jefe de Estado con un mandato más largo de todo el mundo.
Cuando Rama X era sólo Maha Vajiralongkorn, vivía en Alemania mezclando sus muchas obligaciones con sus muchísimos privilegios: se entrenó como piloto de combate con los ejércitos británico y australiano, pasó un breve período como monje budista, se casó tres veces, tuvo siete hijos y a pesar de su obsesión por pasar desapercibido fue visto en situaciones más propias de un plebeyo que de alguien destinado a convertirse dios en la tierra.
Según unas leyes de 1936, la corona tailandesa es beneficiaria de un fondo económico a donde van a parar parte de los impuestos y comercio del país. La cuantía de ese fondo real es incalculable, pero según algunas fuentes ronda los 2.000 millones de euros. Cuando Rama X cambió los antiguos billetes de bhats -la moneda tailandesa- por otros con su efigie, el chiste parecía fácil: todo el dinero de Tailandia es suyo, y el rey sólo le presta al pueblo sus billetes para que los usen. Pero nadie se atrevió a hacer ni esta ni ninguna otra broma.
Humor y corona
Mezclar el sentido del humor con la corona es muy peligroso, como bien han comprobado muchos. No ya escribir, sino simplemente darle like en una publicación en línea que sea crítica con el rey es un delito de lesa majestad que “pone en peligro al Estado”. Desde la BBC hasta prominentes hombres de negocios, pasando por varios periodistas, artistas, académicos, youtubers o simples estudiantes han tenido problemas por tocar con sus palabras al intocable rey de Tailandia.
Decir que el vestido de la reina es feo, compartir noticias de medios extranjeros por internet o hacer observaciones sobre alguna de las mascotas del rey han provocado sentencias de decenas de años de cárcel (algunas todavía en cumplimiento), expulsiones del país e incluso las desapariciones de varias personas.
Rama X, ¿Voldemort?
El caso Ah Kong, que fue condenado a 20 años por mandar mensajes de móvil sobre la reina, y que murió de cáncer en la cárcel tras negársele la libertad bajo fianza 8 veces es uno de los más conocidos, y aunque cada vez es más frecuente que el rey indulte a los condenados, la ley de seguridad informática los sigue persiguiendo y condenando. El último recurso que han encontrado los tailandeses para poder ser irreverentes sin acabar en la cárcel es referirse en sus bromas a Voldemort, el personaje de Harry Potter con el que algunos comparan al rey por su físico.
En los últimos 70 años Tailandia ha pasado de ser una nación anclada en el siglo XII a convertirse en uno de los Tigres de Asia. Su fascinante cultura y sus encantos turísticos hacen que la mayoría de la gente tenga una imagen idílica de un país cuya realidad es complicada. Dos golpes de estado, una vida política en manos de los militares, relaciones no siempre fáciles con sus vecinos o con minorías como los Rohingya y una monarquía ajena que vive de espaldas a sus 70 millones de súbditos son obstáculos que muchos esperaban que un rey educado en países democráticos fuese capaz de aliviar.
Tailandia es conocida por ser un lugar donde conviven las tradiciones de Siam con muchas costumbres modernas y occidentales. Y eso es precisamente lo que hace Maha Vajiralongkorn, elegir lo más confortable de ambos mundos y comportarse como un dios enamorado de las comodidades y vicios terrenales. A pesar de todo, la figura del rey es fervorosamente reverenciada por muchos tailandeses que prefieren ver en la monarquía un concepto o un ideal incorruptible, algo tal vez demasiado perfecto para ser detentado por simples humanos.
Desde 2017 existe en Tailandia el Espíritu Voluntario, un movimiento civil seguido por cuatro millones de personas que visten solo de azul y amarillo -colores del rey y la reina, respectivamente- y que solo obedecen al rey. La voluntad real está para ellos por encima de cualquier ley o institución, y si por ejemplo hay una catástrofe natural y el rey reclama la ayuda de sus hijos (como ellos se autodenominan), acudirán sin dudarlo para trabajar gratis en lo que se les pida. En Bangkok se puede ver a muchos de estos espíritus con su camiseta amarilla, que muchos turistas compran como recuerdo sin saber que ello les convierte, al menos en teoría, en seguidores de un dios rey.
Divinidad del rey
El heredero del trono de Tailandia se transformó en Devaraja, dios rajá, o señor dios, en una ceremonia que se celebró el año pasado y que duró varios días. Y es que, a pesar de ser rey nominalmente, Rama X no adquirió su condición divina hasta completar la coronación simbólica.
Ocho personas: sacerdotes budistas e hindúes, además de su hermana la princesa y el propio primer ministro, rociaron al rey con el agua extraída de más de cien manantiales de todo el país recogida entre las 11:52 y las 12:38 horas, por ser el momento más auspicioso según los astrólogos.
Tras la purificación, él mismo se puso la corona de más de 7 kilos de oro y diamantes que desde hace 238 años simboliza el poder y la responsabilidad de ser rey de Siam. Tras una procesión de seis kilómetros bajo una sombrilla de nueve pisos, llegó al impresionante palacio real seguido de las mujeres de la familia, un gato, un gallo blanco y varios portadores de ofrendas en forma de semillas y frutas. Aceptó, leyendo en sánscrito, tailandés y Pali, los 10 compromisos sagrados de su mandato. Después, las campanas de los 40.000 templos budistas del país sonaron al unísono.
Junto a su por ahora última esposa, la joven general que era jefe de su guardia personal y a la que ascendió para luego repudiar a los pocos meses, Rama X miró y aún contempla al resto de los mortales de una manera que el resto de los humanos sólo podemos intentar describir. Su parte divina le ha concedido a su parte humana todas las condecoraciones y honores que existen en el reino.
España le ha distinguido con la Gran Cruz de la Orden de Carlos III. Tiene el mando directo de varios cuerpos especiales dedicados a su defensa, incluida una “guardia de dormitorio”. El zoo de Bangkok y uno de sus hipódromos han sido cerrados para que el rey construya en sus terrenos.
Cuando fallezca -o cuando su parte física complete el ciclo de reencarnaciones-, su cuerpo será cremado en un doble catafalco, puesto de pie, y si el funeral se parece al que honró a su padre, doce millones de personas, elefantes blancos y monarcas de todo el mundo le ofrecerán sus respetos en una ceremonia de cuatro días. Su corona y la máscara de oro macizo colocada sobre su rostro serán retiradas en el último momento antes de la cremación para que las use el próximo rey.
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