Xi saca músculo en la cumbre de la OCS en Astaná con Putin como segundo plato
Kazajistán reunió en su capital a los líderes de China, Rusia, Pakistán o Irán en la bienvenida a la organización de su décimo miembro: Bielorrusia.
5 julio, 2024 02:30En los últimos dos días, la capital de Kazajistán se ha convertido en una ciudad de avenidas cerradas con tanquetas y agentes de seguridad en cada esquina. El despliegue ha colapsado por unas horas más las vías acostumbradas al colapso, y ha dejado el camino libre a las flotas kilométricas de las delegaciones internacionales. El aire de excepcionalidad es fiel al discurso oficial. “Queremos ser una de las organizaciones más influyentes del mundo”, afirmó ayer el presidente kazajo, Kassym-Jomart Tokayev, al comienzo de esta cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), unas siglas todavía extrañas para los europeos, pero valiosas para la primera economía de Asia Central, Kazajistán, y la segunda potencia del mundo, China.
Bastó con abrir los ojos para verlo. La cumbre reunió a unos 10.000 invitados y la mitad de ellos, sonrió un diplomático kazajo, fueron chinos. El diplomático kazajo sonreía, pero no bromeaba. La delegación china ha sido la más poblada de Astaná, y da cuenta de la apuesta de Xi Jinping por esta organización y esta cumbre sin apellidos occidentales. El anfitrión es Kazajistán. El asistente de honor es China. Los pocos cronistas europeos en la cumbre, aislados en un centro de prensa alejado del palacio donde se celebraba, aguardaban ante la pantalla a la recepción presidencial.
—¿Quién entrará el último? ¿Por quién esperará el resto?
La duda rondaba entre Putin y Xi. En 2001, Rusia fundó esta organización con China y las repúblicas centroasiáticas de Kazajistán, Kirguistán, Takiyistán y Uzbekistán. Pero la jerarquía es clara. No cambió con la ampliación de 2017 y la entrada de dos rivales irreconciliables, India y Pakistán; tampoco con la incorporación de Irán en 2022, y no es probable que lo haga con el ingreso de la Bielorrusia de Lukashenko, firmado en esta cumbre. Pasaron los nueve dirigentes, uno por uno, y la realidad se ajustó a las expectativas. Xi entró el último y estrechó la mano de Tokayev con la cordialidad del miércoles, cuando el presidente kazajo recibió a su colega chino —sólo a su colega chino— en el aeropuerto.
—¿Es importante esta visita para su país?
—¡Claro! —respondió una compañera china—. Vengo de la televisión nacional. El año que viene organizaremos la cumbre allí.
De modo que la próxima cumbre será en Tsingtao y las agencias chinas, en sus ediciones internacionales, abrían con fotografías de Xi y Tokayev, sin la compañía de Putin. La idea original de la organización consistía en la lucha contra el terrorismo y la promesa de seguridad para la región.
Con el paso del tiempo, la OCS avanzó hacia una herramienta de influencia para China, en mayor medida; como un club alternativo a la hegemonía estadounidense. En su discurso en Astaná, Xi leyó: “Debemos abogar conjuntamente por un mundo multipolar equitativo y ordenado, y por una globalización económica inclusiva y beneficiosa para todos. Debemos practicar un verdadero multilateralismo y lograr una gobernanza global más justa y equitativa. La OCS debe hacer su importante contribución a la eliminación de los déficits en materia de paz, desarrollo, seguridad y gobernanza”.
Durante años, muchos analistas europeos estudiaron las repúblicas centroasiáticas como “el patio trasero de Rusia”, como una herencia de la Unión Soviética. Ahora se preguntan si China está disputándole la medalla a su aliado.
Es fácil encontrar un punto de rebelión a esta idea entre los kazajos. Recuerdan su independencia desde principios de los noventa y un crecimiento sostenido sobre una riqueza de recursos naturales inusual: petróleo, gas, litio, uranio. Reclaman el respeto como una potencia media y marcan su propia agenda. Sacan partido de la OCS y esperan entrar en los BRICS en 2025. Buscan las mejores relaciones con sus dos vecinos poderosos, incluso con el Afganistán de los talibanes, sin prescindir de la amistad con Europa y el resto de Occidente. Por Kazajistán, por ejemplo, viaja el 80% de las mercancías chinas hacia nuestro continente. Somos un puente entre este y oeste, insisten, no necesitamos tutores y no queremos caer en una lógica de bloques.
Algunos especialistas matizan que, incluso si China quisiera disputar la posición a Rusia, la tarea requeriría más tiempo. La influencia de Moscú va de la palabra —el ruso es la lengua oficial del país— a los negocios, y muchos kazajos todavía guardan recelo a los chinos por la eficacia de la propaganda soviética, en tiempos, y por ciertas disputas de territorio. Nada de esto impide que los compromisos bilaterales entre Astaná y Beijing sean año a año más sólidos, y que los documentos firmados en paralelo a la cumbre regalen pistas a quien quiera seguirlas. La nueva Ruta de la seda es inexplicable sin el paso kazajo, entre otros asuntos compartidos, y los diplomáticos kazajos nadan en una incómoda ambigüedad cuando se trata de la guerra en Ucrania, pero apoyan sin fisuras el plan de una sola China, sólo posible para Xi si anexiona Taiwán.
A decir verdad, apenas tres líderes hablaron abiertamente de Ucrania en Astaná. El primero fue el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres. Dedicó un bloque a las guerras, se extendió sobre Israel y Gaza, criticó al primer ministro Netanyahu y promovió la solución de los dos Estados. Mencionó Ucrania de pasada, junto a Sudán, el Sahel o Somalia. El segundo fue el debutante bielorruso Aleksandr Lukashenko. Acusó a Occidente de “fundar su primacía sobre la piratería” y exclamó que “el conflicto ucraniano” fue instigado por “Londres y Washington”, y “como consecuencia el mundo se resiente”. El tercero fue Putin. “Queremos paz”, afirmó. “Es Ucrania quien la rechaza por directrices de Londres y Washington”.
Durante la intervención rusa, Xi quedó fuera de plano. Cuando la cámara lo buscó, dio con Zhang Xiao, embajador en Kazajistán, en el asiento de China. Xi reapareció en la intervención de Erdogan, presidente de Turquía y socio de la OCS. No hubo noticias del primer ministro de la India, Narendra Modi. El ministro de Asuntos Exteriores, Subrahmanyam Jaishankar, leyó una declaración en su nombre. En China, especulan sobre el mensaje que envía con su incomparecencia.