La Rigaer Straße, en el céntrico distrito berlinés de Friedrichshein-Kreuzberg, es escenario desde hace un par de semanas de violentos choques entre la policía e integrantes del movimiento okupa. Están enfrentados por la voluntad manifiesta del propietario del inmueble de recuperar un edificio ocupado que se ha convertido en el denominado “corazón del anarquismo” de la capital germana. Se trata de la Rigaer Straße 94, cuyo nombre designa la ubicación de esta célebre casa okupa.
Al hilo de una manifestación convocada el sábado en apoyo a la causa de los ocupantes del edificio, hubo 123 policías heridos y 86 detenciones. Las imágenes que dejaron los disturbios fueron de auténtica batalla campal. El democristiano Frank Henkel, responsable de Interior de la ciudad-estado de Berlín, calificó lo ocurrido este fin de semana como “una orgía de violencia izquierdista”.
Contra los agentes se lanzaron piedras, botellas y artefactos pirotécnicos. La Policía habla de la “manifestación más agresiva y violenta de los últimos cinco años”. De ahí que el lunes, el mayor titular de la portada del Tagesspiegel, el diario generalista más leído de la capital germana, rezara: “La violencia izquierdista deja en estado de shock a Berlín”.
Tras el fin de semana, en la Rigaer Straße poco o nada hace pensar al mediodía del lunes que ésta sea actualmente una de las calles más conflictivas de Berlín. No hay rastro de la ahora habitual quema de coches o de los ataques contra sucursales bancarias en los 1,2 kilómetros de esta calle de un sólo sentido de circulación. Al menos, no se observan en las inmediaciones del número 94. Sin embargo, a esta zona las autoridades berlinesas le han puesto la etiqueta de “lugar de criminalidad agravada”.
Eso sí, queda claro que algo no va bien en esta calle al llegar al número 94, un antiguo edificio con una impecable fachada pintada de azul y cuyos bajos, por fuera, lucen infinidad de grafitis, pintadas y carteles de todo tipo. Allí hay aparcadas sobre la acera tres grandes furgonetas de policía. Una buena docena de agentes vigilan e impiden, junto a una pequeña valla, que los curiosos se acerquen al edificio. Sólo pueden entrar y salir los vecinos y los responsables de unas obras recientemente iniciadas en el inmueble.
“Estamos aquí para garantizar la seguridad de los obreros que trabajan dentro”, dice uno de los policías a este periódico. Alude el agente al equipo de trabajadores que desde hace dos semanas condicionan, por voluntad del propietario del edificio, algunos espacios del mismo para convertirlos en hogares para familias de refugiados. En esa intervención, que ha significado para los okupas perder el espacio que tenían para aparcar bicicletas y como lavandería, entre otras cosas, está el germen del actual conflicto.
“Si me pregunta sobre el motivo del conflicto, ¿Le suena la palabra gentrificación?”, dice a este periódico uno de los policías que vigila frente Rigaer Straße 94. El agente alude a una problemática que está sufriendo Berlín desde hace años y por el cual los barrios, al ser renovados, se revalorizan y hacen prácticamente imposible a los habitantes tradicionales permanecer en los que fueron sus hogares. Es una cuestión de precio del suelo y nivel adquisitivo. Esta alteración acabó en 2012 con Tacheles, una mítica casa okupa de Berlín que ahora está en vías de convertirse en urbanización de lujo.
UN LUGAR POTENCIALMENTE PELIGROSO
“El sitio ahora no es peligroso, pero puede serlo, como pudo verse este fin de semana”, afirma el agente que vigila junto a otros dos compañeros quién entra y quién sale del edificio. Con él está de acuerdo una joven okupa que vive precisamente en la Rigaer Straße 94. “Por las mañanas todo está más o menos tranquilo, pero por la noche es otra cosa”, explica a EL ESPAÑOL esta habitante del edificio, que prefiere mantenerse en el anonimato.
Lola, una joven española que no quiere dar su auténtico nombre y que también vive en esta casa okupa, reconoce que hay “mucha tensión” en el ambiente. “La gente está muy quemada, muy cansada”, dice. De ese hartazgo da buena cuenta también el mensaje de la pancarta que cuelga sobre la fechada del edificio que está al lado del número 94. En ella se lee: “queremos recuperar nuestra calle”. “Hace una semana la Policía no estaba sólo delante de nuestra casa, sino que tenía cortado el acceso a toda la calle”, recuerda Lola.
Pese a la violencia desatada estos días, los inquilinos anarquistas de la Rigaer Straße 94 no se sienten en modo alguno aislados. La calle en la que están es un bastión del movimiento okupa en Berlín. Hay al menos otras cuatro casas okupas en las proximidades, por ejemplo en el número 77. De hecho, a un escaso medio centenar de metros del portal de donde vive Lola hay otro inmueble ocupado por mujeres que está prestando apoyo logístico. “Nos han cedido en esta otra casa un espacio para lavar la ropa, porque nos hemos quedado sin sitio para hacerlo”, comenta la española. En ese edificio también cuelga de la fachada una pancarta que alude a sus vecinos bajo presión. “Estamos unidos”, se lee.
Unas 3.500 personas, habitantes de esas casas okupas y simpatizantes de sus causas, desfilaron en el barrio en la manifestación que degeneró en los disturbios de la noche del sábado al domingo. “Todas las noches, a las nueve, hay caceroladas de la gente de la calle, que sale a los balcones para apoyarnos”, afirma Lola. Ella, como muchos de los habitantes de la casa ocupada del número 94, está obligada a ir siempre con su hoja de empadronamiento para demostrar que vive ahí. Tiene que mostrarla ante quienes velan por la seguridad del lugar.
UN DESALOJO POCO A POCO
“Están intentando un desalojo poco a poco, dejándonos sin electricidad para ver cuánto aguantamos” y “la excusa que tienen es que quieren meter aquí refugiados, cuando las asociaciones de ayuda a los refugiados han dicho que no sabían que aquí se podía meter gente”, explica esta vasca que trabaja como enfermera en Berlín. “Nos tachan de radicales de izquierda y cosas así, pero aquí dentro vivimos, además de las familias que viven en la parte frontal del edificio, trabajadores y estudiantes, eso sí con una ideología marcada”, abunda Lola, que lleva cuatro meses viviendo en la Rigaer Straße 94.
Una de las cosas que ella lamenta del conflicto en el que se ha visto envuelta es la imagen de “racistas” o “antirefugiados” que se está dando a los habitantes de su edificio. “Aquí sí que había refugiados políticos, pero de los que no podían obtener los papeles”, asegura.
Esta semana, los ocupantes de la Rigaer Straße 94, que han denunciado la entrada que se ha hecho en el edificio para hacer las obras porque se llevó a cabo sin orden de desalojo, se verán las caras ante el juez con el propietario del inmueble. Esa cita debería contribuir a aclarar la situación.
En lo político, Henkel, el responsable de Interior de Berlín, se quiere mostrar inflexible. “El Estado de derecho no es negociable”, se le ha escuchado decir tras los graves disturbios de estos días. Por su parte, el alcalde de la capital, el socialdemócrata Michael Müller, ha invitado a Henkel y a la Policía a rebajar el conflicto a través del diálogo.
Sin embargo, como hacía ver Hakan Taş, diputado del partido de izquierdas Die Linke en el Parlamento del Land de Berlín, en las redes sociales este fin de semana: “la Policía no ha desescalado tampoco hoy (por el sábado)”. En modo alguno lo hicieron quienes dicen “defender la Rigaer Straße 94”.