La escena ocurre de noche. “¡Pequeño chupapollas! ¿Quieres grabar? ¡Ven aquí!¡Ven, negro! ¡Ah, ves, ahora corres para salvar tu vida, negrito!”. Eso le gritaba en junio de 2015 un desconocido a Mohamed Dahir Muse al poco de llegar a Alemania. Muse es un joven periodista de 31 años procedente de Somalilandia, una región del norte de Somalia declarada independiente en 1991. Pisó suelo alemán por primera vez el 5 de mayo de 2015. Logró grabar la escena en la que le insultaban y, manifiestamente, querían golpearle. Éste no es más que un ejemplo de las varias agresiones de las que ha sido objeto en Alemania. No fue, sin embargo, la peor. Hace poco más de un año, tres hombres le dieron una paliza. Pasó dos días en el hospital.
Aquello ocurrió en diciembre de 2015, en la pequeña localidad de Wusterhausen, situada al noroeste de Brandeburgo, la región germana que envuelve Berlín. A Muse todavía le cuesta hacerse entender. Le resulta difícil pronunciar. “Era de noche, tres hombres me pegaron, utilizaron algo metálico. Me rompieron huesos de la cara y dientes. Ahora sufro estrés postraumático, tengo problemas por la noche y he de tomarme unos medicamentos que me han recetado”, cuenta Mohamed a EL ESPAÑOL. Ahora vive en Neuruppin, una pequeña cuidad de Brandeburgo situada a 30 kilómetros al este de Wusterhausen.
A Mohamed le faltan varios dientes. Se muestra serio al hacerse una foto para este periódico. “Pasé dos días en el hospital, la parte de atrás de mi cráneo golpeó con fuerza el suelo. En la cara, mi hueso maxilar estaba roto por cinco sitios distintos, tuvieron que quitarme los dientes delanteros, porque el médico dijo que los dientes impedían la recuperación del hueso”, cuenta. “Todavía estoy esperando que el seguro médico me dé su visto bueno para poner implantes, me dijeron que tenía que esperar un año”, agrega.
La agresión a Mohamed es un caso cerrado. Los autores del ataque andan sueltos. La policía no pudo dar con ellos. “No sé quiénes son. Los policías dijeron que no pudieron encontrar a los autores y eso es todo”, afirma resignado el joven africano. “Yo siento que esto no está bien”, concede antes de ir a la clase de la autoescuela en la que estudia para sacarse el permiso de conducir. “No era la primera vez que me atacaban, antes había hecho el vídeo en el que me insultaban mientras corría”, comenta, aludiendo al video que grabó al poco de llegar a Alemania.
Agresiones como las que trata ahora de olvidar y evitar Mohamed son algo corriente en Alemania, el país de Europa al que más demandantes de asilo han llegado en el marco de la crisis de los refugiados. El número de solicitudes de asilo registradas por las autoridades germanas en 2015 y 2016 superó los 1,2 millones de personas. Paralelamente, el número de ataques xenófobos denunciados han “aumentado de forma dramática”, indican a este periódico desde la asociación Perspectiva de las Víctimas (Opferperspektive, su nombre en alemán), una organización de ayuda a las víctimas de ataques racistas con sede en Potsdam, la capital de Brandeburgo.
De esta realidad ya venían alertando organizaciones como Amnistía Internacional. El pasado mes de junio, desde la oficina en Alemania de Amnistía Internacional ya se apuntaba que en el país de la canciller Angela Merkel el número de ataques racistas nunca había sido tan alto. Tanto las autoridades como las organizaciones no gubernamentales solían dar cuenta como referencia de los ataques contra refugiados aquellos que tenían por objeto los hogares de acogida. Éstos en 2016 fueron menos numerosos que en 2015. A saber, se produjeron 988 el año pasado por 1.031 en 2015. Sin embargo, la mayoría de ataques contra los demandantes de asilo se producen fuera de los centros de acogida.
Esto ha podido saberse gracias a las preguntas al Gobierno realizadas por Ulla Jelpke, diputada del partido izquierdista Die Linke. En su respuesta a la diputada, se informaba de que, sólo en 2016, se registraron un total de 3.533 ataques contra refugiados y contra hogares de acogida. Hasta 2.545 ataques tuvieron lugar fuera de los centros donde viven los demandantes de asilo en primera instancia. De resultas, en Alemania hay al día casi una decena de este tipo de agresiones. Muchas de ellas, como la del vídeo grabado por Mohamed, sólo se quedaron en un susto. Otras, como la que sufrió el periodista somalí en diciembre de 2015, tuvieron peor final. En 2016 resultaron heridos 517 adultos y 43 niños en este tipo de ataques.
ASOCIACIONES HUMANITARIAS, TAMBIÉN OBJETO DE ATAQUES Y AMENAZAS
La amenaza no sólo pesa sobre los inmigrantes. También complica la vida de aquellas personas que han decidido hacer algo a favor de los recién llegados a Alemania. Diana Henniges, por ejemplo, es una de las caras mediáticas de la organización solidaria con los refugiados berlinesa Moabit Ayuda (Moabit Hilft en alemán). A estas alturas, ella ha puesto a título personal una docena de denuncias por intento de agresión, insultos, amenazas, vandalismo, entre otros delitos.
“Toda persona a la que se conozca en los medios de comunicación por trabajar a favor de los refugiados, humanismo y contra el racismo está amenazada”, dice Henniges a EL ESPAÑOL. “En Moabit Hilft hemos recibido amenazas de muerte por e-mail o con llamadas de teléfono, destinadas a nosotros o a personas de nuestra familia, también han amenazado a nuestros niños”, abunda. En alguna ocasión, a Henniges le han seguido varios hombres hasta su casa. “Se quedaban en la puerta de mi edificio y a toda persona que entraba o salía, le decían: 'saludos a la Señora Henniges de parte de éste o aquel'.
También se han presentado desconocidos en la escuela infantil de sus hijos, según cuenta, con “intención de recoger a los niños”. “Son gente de la escena de la extrema derecha de Berlín, que en algunos barrios está muy consolidada”, apunta. “Hemos tenido días en los que han llegado hasta nuestras oficinas cien taxis o pizzas, o costosos encargos valorados en varios miles de euros realizados por desconocidos a empresas como Amazon”, añade.
La propia asociación Moabit Hilft ha denunciado este tipo de abusos. En ocasiones, como como en el caso de la brutal agresión a Musa, ha ocurrido que nadie ha sido castigado por los ataques o amenazas sobre esta organización o miembros. “Ha habido alguna multa y algunas denuncian todavía están por decidirse en qué quedan”, precisa Henniges. Ella y su equipo en Moabit Hilft cuentan con protección policial. Sus direcciones físicas también están protegidas y no puede saberse dónde viven.
La política de puertas abiertas de la canciller Angela Merkel frente al drama de los refugiados, pese a que se ha transformado en una gestión crecientemente restrictiva tras los ataques reivindicados por “soldados” del Estado Islámico el pasado verano, no deja de tener consecuencias. La violencia contra los demandantes de asilo es, de hecho, una circunstancia surgida tras la decisión humanitaria de la canciller. “Los problemas asociados a la crisis de los refugiados no han terminado”, concluye Henniges.