Agatha mira a ambos lados cuando le piden mostrar lo que queda de su casa. Hace un año quedó seriamente dañada, las escaleras apenas se sostienen, ladeadas como un acordeón en el que aún se mantienen las piedras que las dejaron inhabitables. Después de comprobar que no se aproxima nadie, la señora accede a abrir una de las puertas traseras, sujeta con un tronco. En el suelo todo son cascotes, polvo y restos de vida congelada un año después. Ella, que ha vivido siempre en Amatrice, no piensa mudarse a estas alturas.
Pasa los 70 años y se encuentra sola. Su marido murió, sus hijos dejaron el pueblo y a ella le proporcionaron una habitación en uno de los hoteles que las autoridades dispusieron para alojar a los evacuados. Permaneció allí diez meses, pero no aguantó más. Pese a que a su vetusto edificio aún le quedan muchos exámenes por pasar, se hizo un hueco en uno de los garajes colindantes, donde vivía antes su hijo. “No tengo demasiado, pero al menos estoy cerca de mis cosas”, señala.
Es lo primero que solicitaron el alcalde y todos los vecinos, de los 2.600 habitantes que tiene el pueblo, que se quisieron quedar tras el terremoto que hace un año dejó 299 víctimas mortales en el centro de Italia. Casi 250 aquí, en Amatrice, donde todavía hay quien quiere vivir. Repiten sus vecinos que se trata de uno de los pueblos más bonitos de Italia, con los Apeninos de fondo y el lago de Camposto en el valle. Aunque ese paisaje haya sido sustituido por un montón de escombros que componen ahora lo que era un borgo medieval.
La llaman la “zona roja”. Sólo una autorización del ayuntamiento y los bomberos permite el paso. Un año después aún es necesario entrar con casco por riesgo de desprendimientos, aunque realmente poco queda por venirse abajo. Un paseo por aquí permite disfrutar de los silencios de la montaña, ya que es día de luto y las grúas se encuentran paradas. Todo está congelado. Todo igual que hace un año. Incluso la famosa torre del siglo XIII, aquella en la que el reloj se quedó fijado en las 3:36 de la madrugada cuando empezó a moverse el suelo. Un estudio de la asociación italiana Legambiente desvela que en todo este tiempo sólo se han retirado el 8% de los escombros.
Dice el alcalde de Amatrice, Sergio Pirozzi, que “por aquí ha pasado la Segunda Guerra Mundial”. “Es verdad que aún hay que retirar todos los restos, que queda mucho trabajo por hacer, pero el pueblo sigue luchando para volver a ser lo que era”, insiste. Sin embargo, él mismo aseguró que no volvería a pisar esa zona cero hasta que no desaparecieran los cascotes y así ha hecho hasta ahora. Su sobrexposición en los medios de comunicación lo han convertido en un personaje, símbolo de otro símbolo como es Amatrice. Algo que le ha permitido conseguir lo poco que va recuperando ahora el municipio.
Hace mes y medio que llegaron las últimas casetas provisionales para sus habitantes. Aquí se encuentran la mayor parte de los 7.500 de quienes residían en la zona y ahora tienen que vivir a la fuerza fuera de sus casas. Los primeros habitáculos provisionales tenían que haber sido instalados en Navidad y no lo hicieron hasta marzo. Los más nuevos también llegan con meses de retraso. “La espera para cualquier persona es una cosa distinta a la nuestra, para nosotros un día es un mundo”, asegura Inma, una de las voluntarias que acompañan al alcalde. “Y paradójicamente hay momentos en los que parece que ha pasado una vida y otros en los que da la sensación que ocurrió ayer”, sigue reflexionando.
“Para nosotras ese día lo es todo”, aseguran otras dos señoras sentadas en el porche de sus nuevas casas provisionales. Dicen poder contar ahora con lo básico: una cocina, una ducha, una cama… pero que durante meses han estado esperando las promesas de un Gobierno que no terminaban de llegar. Según la prensa italiana, sólo se han invertido 200 millones de los 5.000 prometidos en su momento por Matteo Renzi, entonces primer ministro.
Esas informaciones revelan que los informes técnicos aconsejan la inversión de otros 20.000 millones para dotar a las casas de las medidas de seguridad necesarias. Hace un año se especuló con la corrupción en el sector inmobiliario como causa de los destrozos. Y esta misma semana Protección Civil apuntaba de nuevo a la escasa calidad de los materiales en una zona con cientos de casas construidas de forma ilegal en Ischia, donde un terremoto de magnitud 4 –frente a los 6 del que se produjo hace un año en Amatrice- dejó dos víctimas mortales y varias decenas de heridos.
“Salir adelante después de ver morir a tus amigos y venirse abajo el lugar en el que siempre has vivido es duro, pero no nos queda otra alternativa”, responde alegre Sergio, otro vecino que se encuentra más contento con la casa que le han proporcionado. Invita incluso a pasar al salón. No pasa de 40 metros, aunque es “suficiente” para él y su mujer. Su principal preocupación es que los materiales prefabricados soporten el frío del invierno, que “llega a 12 o 15 grados bajo cero”.
Como si un castigo pesara sobre sus habitantes, Amatrice tuvo que soportar el pasado año las mayores nevadas que han visto en los últimos 60 años. Mientras algunos, como Marco, vivían todavía en caravanas. Por eso, “los trabajos a contrarreloj para hacer del aniversario algo más presentable” no son suficientes.
A conmemorar la efeméride acudieron entre otros el primer ministro, Paolo Gentiloni, quien días antes había prometido asistencia para todos los afectados. No son estos días de reivindicaciones en el pueblo, sino de recuerdo y melancolía. Los fallecidos eran el tema de conversación en los cafés mientras pasaban por televisión las imágenes de hace un año. Aunque es cierto que esos corrillos que se arremolinaban en los bares no eran precisamente reducidos. En otros pueblos cercanos como Arquata del Tronto o Accumoli, también golpeados, hubo alguna que otra misa, pero la sensación de sus calles era la de una zona derrotada.
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