Sorprende la enorme diferencia entre el tono de la propaganda rusa -exageraciones constantes, amenazas atómicas, loas a los héroes invencibles…- y el del presidente Vladimir Putin este lunes en la celebración del Día de la Victoria. En rigor, es difícil encontrar diferencias significativas entre el discurso de ayer en la Plaza Roja de Moscú y cualquiera de los emitidos en febrero para justificar la invasión de Ucrania: los nazis están de vuelta, hay que liberar a los hermanos del Donbás y lo que se está haciendo no es sino una continuación de la Gran Guerra Patriótica de los años cuarenta.
Nada nuevo. Ni una referencia a la anexión de ninguna región ucraniana, ni una mención a Mariúpol, ni un recuerdo a Jersón, Melitopol, Lugansk o Donetsk, donde también se celebraron distintos desfiles y celebraciones. Putin no se sacó de la manga ninguna victoria inexistente, no hizo alarde alguno de su armamento nuclear, no utilizó un tono especialmente amenazante -más bien, de nuevo, victimista- y lo único que dejó claro fue que esto iba para largo: "Ningún precio es demasiado alto" para liberar la Novarossiya, es decir, las zonas del este y el sur de Ucrania de influencia cultural rusa, afirmó.
Putin tampoco formalizó una declaración de guerra como tal -seguimos, por lo tanto, con la retórica de la "operación militar especial"- ni quiso confirmar las palabras del líder de la autoproclamada República Popular de Donetsk, que anunció en Mariúpol la inminencia de una reconstrucción absoluta de la ciudad y la apertura del puerto comercial para integrarlo en la golpeada estructura económica rusa. En realidad, todo fueron referencias al pasado, tanto a la II Guerra Mundial como a la muerte el 2 de mayo de 2014 de 42 activistas prorrusos en un edificio sindical de Odesa, una de las grandes heridas abiertas en la relación entre ambos países desde entonces.
Al no haber declaración de guerra, no pudo haber tampoco movilización general. Era algo con lo que se había especulado tanto en medios occidentales como en medios rusos. Una medida arriesgada, pero que podría haber provocado un giro en los acontecimientos bélicos con la llegada de cientos de miles, incluso millones, de nuevos combatientes. Si en algún momento se contempló de verdad la idea, Putin y su estado mayor la desestimaron: de nada sirve acumular tropas en un frente si no tienen armas ni recursos suficientes para subsistir.
Alarmante falta de recursos
En ese sentido se había pronunciado recientemente en una televisión rusa, Mijaíl Jodarionok, coronel retirado y analista militar. En un baño de realidad poco habitual en los medios afines al Kremlin, Jodarionok afirmó que Rusia tenía un problema grave de armamento y abastecimiento… y que la movilización general no ayudaría a solucionarlo sino más bien al contrario. “No tenemos reservas, pilotos ni aviones”, afirmó Jodarionok, quien también se quejó de que las armas rusas fueran más propias del siglo XX que de una guerra moderna. “Habría que construir nuevos tanques, nuevos buques de guerra y nuevos aviones… y todo eso tomaría meses, incluso años”, apuntilló el experto.
En esas condiciones, la movilización de millones de adultos y su envío al frente solo les convertiría en carne de cañón para las defensas ucranianas -el ministerio de defensa de este país calcula en 25.000 los fallecidos rusos en la guerra, una cifra exagerada, pero indicativa- y aumentaría el caos que hemos visto muy a menudo en la estrategia y en la disposición de las tropas rusas, una de las principales causas de su incapacidad para avanzar prácticamente en ninguno de los frentes abiertos después de las dos primeras semanas de la invasión.
Esta falta de recursos se puede ver en la situación actual que se vive en el frente. La concentración de esfuerzos rusos en el sudeste de Járkov (Izium y Limán) y el noroeste de Lugansk (Severodonetsk y Popanska), con pequeños avances, aunque ninguno decisivo, ha provocado un boquete enorme en la defensa de las posiciones de acoso a la capital de Járkov, la ciudad rusófona con mayor población del país. Desde allí, las tropas ucranianas que antes se defendían han pasado al ataque, abriendo camino hacia Izium por el sur y hacia la frontera con Belgorod por el este.
Ahora mismo, el ejército ruso tiene que decidir dónde manda sus tropas y dónde manda sus armas, porque no hay para cubrir con eficacia ambos frentes. Si se protegen las posiciones alrededor de Járkov, no hay para seguir atacando con éxito Severodonetsk. Si se pretende una ofensiva sobre Severodonetsk -Kramatorsk y Sloviansk han pasado a un segundo plano ante la incapacidad de avanzar sobre ambas ciudades-, no hay recursos para frenar las contraofensivas que pretenden devolver al ejército ruso a sus posiciones anteriores al 24 de febrero en el noreste de Járkov.
Todo o nada en Lugansk
De hecho, en su intento de conquistar por completo la provincia de Lugansk, ocupada en un 85% por las milicias prorrusas, el ejército invasor podría haber conseguido cruzar el rio Donetsk por Bilohorivka. Sería un movimiento importante, pero arriesgado, casi desesperado. Aunque sabemos que los puentes de pontones se han desplegado sobre el río, no sabemos aún al cien por cien si los tanques han conseguido pasar o si, al contario, han sido repelidos por la artillería ucraniana.
En el primer caso, la toma de Bilohorivka supondría el camino directo por autopista hacia Lisichansk, ciudad vecina a Severodonetsk, de la que solo le separa el propio río en otro giro de su recorrido. Las tropas ucranianas entre ambas partes del río quedarían rodeadas y en una situación muy compleja. Al contrario, si Ucrania ha estado atenta y ha sabido bombardear el acceso en plena operación, las pérdidas rusas tanto en Bilohorivka como en Dronivka, el otro posible punto de cruce, podrían ser inmensas. No solo en vidas humanas sino en recursos militares.
El desenlace de esta maniobra puede determinar la evolución de la batalla por el control de Lugansk. Si Rusia consigue su objetivo, la provincia puede ser suya por completo a lo largo de la semana, dependiendo de la capacidad de resistencia de su capital administrativa. Por el contrario, si pierden aún más recursos, les va a costar muchísimo avanzar, aparte del golpe enorme que supondría para su moral. Cruzar un río en plena batalla suele estar desaconsejado en cualquier manual militar. Si ha sido una genialidad o un desastre, lo sabremos en breve.
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