El típico compromiso/apaño europeo se construye de la siguiente manera. Al estallar cualquier crisis, el reflejo inicial de los Estados miembros es ir cada uno por su cuenta, compitiendo entre ellos, incluso perjudicándose mutuamente. Las divisiones entre los países (Norte contra Sur, Este contra Oeste) agravan los problemas y empujan a la Unión Europea al precipicio. Al borde del abismo, los líderes de Francia y Alemania, que normalmente representan posiciones contrapuestas, se reúnen y llegan a una solución de síntesis, arrastrando a sus respectivos bandos. En tiempo de descuento, la UE se salva.
De ahí que al eje París-Berlín se le considere el motor que dirige la integración europea, pese a sus más y sus menos. Sin embargo, desde la llegada al poder de Olaf Scholz, el motor se ha averiado. Alemania y Francia ya no se ponen de acuerdo en nada, ni siquiera en las cuestiones más urgentes como energía o defensa. El obstruccionismo del canciller ha alcanzado cotas tan altas que ha provocado un choque frontal con Emmanuel Macron. El presidente francés canceló una cumbre entre los dos Gobiernos prevista para esta semana en Fontainebleau.
"¿Son fáciles las cosas en estos momentos? No", admitía el ministro de Finanzas francés, Bruno Le Maire, germanófobo y germanófilo convencido, que reclama pulsar el botón de reset. "La guerra en Ucrania, la cuestión del gas y de la energía y la cuestión china deben conducirnos a una redefinición estratégica de las relaciones entre Francia y Alemania", sostiene Le Maire. "No es bueno ni para Alemania ni para Europa que Alemania se aísle", denunció Macron en el Consejo Europeo de la semana pasada.
A raíz de la alarma generada en Bruselas por la cancelación del encuentro de Fontainebleau, Macron y Scholz anunciaron un encuentro bilateral de emergencia que se ha celebrado este miércoles en el palacio del Elíseo, en París. Una reunión que ha durado tres horas y que las dos partes califican de "constructiva" y "amigable". Sin embargo, detrás de esta puesta en escena de sonrisas y apretón de manos, la tensión persiste: no ha habido ninguna declaración a la prensa o comunicado conjunto, como es habitual en este tipo de actos.
"El primer resultado de estas tensiones es que la unidad europea está mostrando grietas visibles. Desde que Rusia empezó su guerra de agresión contra Ucrania, la exhibición de unidad ha sido una prioridad tanto para la Comisión como para los Gobiernos. Ahora, los dos Estados miembros más importantes no son capaces de pactar una posición común en los dos temas más importantes y más afectados por el conflicto: energía y defensa", relata a EL ESPAÑOL Jacob Ross, investigador del German Council on Foreign Relations.
La lista de agravios es muy larga. Macron reprocha a Scholz su bloqueo persistente a cualquier solución europea a la crisis energética: ya sea el tope al precio del gas importado, la 'europeización' de la excepción ibérica para rebajar la luz o la creación de un nuevo fondo anticrisis similar a Next Generation. Al mismo tiempo, el Gobierno de Berlín ha aprobado un plan unilateral y masivo de 200.000 millones de ayudas para salir al rescate de las empresas alemanas, en detrimento de sus rivales europeas. París considera que esto podría destruir el mercado único.
En cuanto a la defensa, el presidente francés se queja de que Scholz destine el fondo extraordinario de 100.000 millones que anunció tras el estallido de la guerra a adquirir armamento estadounidense, en lugar de reforzar la cooperación militar europea. Tampoco ha sentado bien en París el escudo europeo antimisiles que promueve Alemania en la OTAN con países de la Europa Central y Oriental, sin la participación de Francia, Italia ni España.
[España se queda fuera del escudo antimisiles que promueve Alemania en la OTAN con otros 14 países]
"Al Gobierno francés le preocupa que la guerra en Ucrania esté desplazando el equilibrio de fuerzas dentro de la UE hacia el Este, ya que Ucrania y Moldavia han logrado el estatus de candidatos y otros países de los Balcanes ya lo tienen. Algunos en Francia temen que esto consolide el dominio de Alemania en la UE y que Francia y la relación franco-alemana se queden atrás", apunta Ross.
El canciller Scholz también tiene motivos de queja contra París. Entre ellos, el veto de Macron al gasoducto Midcat, que debía conectar Cataluña con Francia a través de los Pirineos. Berlín reclamaba acelerar su construcción con el fin de diversificar las rutas de suministro alternativas al gas ruso. Al final, el proyecto ha sido enterrado y sustituido por una tubería submarina entre Barcelona y Marsella. Scholz ha celebrado el acuerdo tripartito entre España, Francia y Portugal, pero está claro que el BarMar no llegará a tiempo para la actual crisis.
A la pelea entre París y Berlín hay que sumar la llegada al poder de Gobiernos euroescépticos en Italia o en Suecia, que se suman a los de Hungría o Polonia. "Estas tendencias, combinadas con la incapacidad de Francia y Alemania de alcanzar compromisos sustanciales, podrían generar una combinación explosiva justo cuando la UE se adentra en el invierno, la inflación sigue alta y Rusia hará todo lo que pueda para ahondar las divisiones entre Francia, Alemania y el resto de Estados miembros", avisa el investigador del German Council on Foreign Relations.
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