Bernard-Henri Lévy interviene en la cumbre europea contra el antisemitismo celebrada este lunes en París.

Bernard-Henri Lévy interviene en la cumbre europea contra el antisemitismo celebrada este lunes en París.

Europa

En la cumbre europea contra el antisemitismo: 800 personas en un teatro blindado por la policía

Bernard-Henri Lévy congrega en París a las principales autoridades de Francia, a numerosos intelectuales y a directores de medios de la UE.

4 junio, 2024 02:37
París

No es fácil pelear contra el antisemitismo en Francia. O por lo menos no tiene nada que ver con lo que supone hacerlo en España. Entramos a la velada organizada por Bernard-Henri Lévy en el Teatro Antoine de París por una puerta que franquean policías armados con metralletas. Después de identificarnos, atravesamos un laberinto de camerinos vigilado a cada esquina por personal de seguridad. Atisbamos también agentes camuflados, armas escondidas. Lo vemos en sus miradas, en sus espaldas.

En la entrada del público corriente –nosotros hemos accedido por la puerta de los privilegiados porque tenemos que leer unas palabras en nombre de este periódico–, registra bolsos y mochilas un contingente de la policía. La cumbre se titula “Europa contra el antisemitismo”.

Somos, en total, unos ochocientos. No se ven, desde el escenario, butacas vacías ni en el patio ni en ninguno de los cuatro pisos de este teatro de asientos granates y palcos dorados construido a mediados del XIX.

En realidad, es un secuestro. Todavía no lo sabemos, pero son las siete de la tarde y no vamos a salir de aquí hasta pasadas las doce. Los franceses no tienen próstata. Los franceses no madrugan. Los franceses están rematadamente locos. Cuando llevemos cuatro horas de audiencia ininterrumpida, ante la amenaza de una escritora de acortar su discurso, parte del público gritará: “¡Siga! ¡Hemos venido a escuchar!”.

Por lo menos, cuando salgamos, las ametralladoras habrán tenido la deferencia de esperarnos.

Lévy ha reunido en un momento clave y a pocos días de las elecciones europeas una riada de personalidades políticas y culturales que van a ir defendiendo la lucha contra el antisemitismo desde el escenario. Están el centro, la derecha y la izquierda. Ausentes los extremos.

Dicho más concreto: están los de Macron, la derecha republicana gaullista y el Partido Socialista. Aunque por motivos que no sabemos especificar, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, paisana nuestra, recibe una pitada tremenda al ser presentada. Lévy intenta frenar los abucheos enviándole un beso por el aire.

El acto lo organiza Lévy, pero lleva el nombre de la revista La regle du jeu, fundada en 1990 por distintos intelectuales entre los que se contaban también Salman Rushdie, Mario Vargas Llosa, David Grossman, Jorge Semprún, Susan Sontag o Amos Oz.

Abre Lévy el show con un micrófono en la mano y nada más. Bueno, con su mítica camisa blanca, siempre la misma, siempre el mismo sastre. Agradece, además de a la alcaldesa de París, la presencia de la presidenta de la Asamblea Nacional, Yaël Brun-Privet (macronista), y del presidente del Senado, Gerard Larcher (derecha conservadora), además de ex primeros ministros como Manuel Valls.

De camino al escenario, se ha parado Lévy a saludar a algunos hombres ancianos, de piel arrugada y ojos claros, a los que imaginamos supervivientes del Holocausto y que se sientan en palcos laterales por desplazarse con mucha dificultad.

Empieza el discurso de Lévy, que seguimos con cierta tensión, poco acostumbrados a que un acto político se celebre en un teatro y amurallado por ametralladoras. También lo seguimos, para qué negarlo, algo seducidos por este París donde se puede reunir a ochocientas personas para un evento donde no hay nada más que la palabra desnuda… durante cinco horas.

En España, esto no es un evento, lo llamamos secuestro. Hemos leído antes de venir un poema de Baudelaire que dice: “Se fue el viejo París. La forma de una ciudad cambia más de prisa que el corazón mortal”. Pero este es el París de las películas. Vivo, viejo y literario, como si no existieran los móviles. ¿Por qué la gente no mira el móvil? ¿Por qué casi nadie va al baño?

Lévy sitúa como marco general que los judíos “dieron el libro a Europa”. Tal y como ha venido haciendo en sus últimos artículos publicados en este periódico, refiere con vehemencia que el continente “intentó suicidarse” con el Holocausto. Pero “un puñado de justos”, por fortuna, “salvó los jirones de Europa”.

“Fue el asesinato de sus judíos lo que hizo que Europa se perdiese y fue gracias a los actos de reparación que se hicieron con los supervivientes la manera en la que consiguió darse una última oportunidad de salvación”, dice subiendo la voz. Una ovación.

Ochenta años después, arenga Lévy, el odio antisemita, que estaba latente, recorre las calles “histriónico y vociferante”. A través de un recorrido por la cultura europea, el polémico ensayista va mencionando las referencias más emocionantes de la cultura judía europea. Cita el Si esto es un hombre, de Primo Levy; la “premonición de la soledad de Israel”, de Kafka; y recuerda a Simon Veil, superviviente de Auschwitz, primera mujer en presidir el Parlamento Europeo.

Lévy desliza una trampa para detectar ese “antisemitismo camuflado”. Lo practican aquellos que piden el cese de los bombardeos de Gaza, pero que se “olvidan de reclamar al mismo tiempo la liberación de los rehenes en manos de Hamás”. Esa es también la tesis del actor y caballero de la orden nacional del mérito Yvan Attal, que relata lo difícil que es para sus compañeros de gremio hoy posicionarse sobre este asunto. Habla en la misma línea Philippe Val, que dirigió Charlie Hebdo pero que, al combinar periodismo y cine, no tiene ese problema.

Sube al escenario la presidenta de la Asamblea Nacional. Vamos a tener la misma sensación con el presidente del Senado y con la alcaldesa de París. Ocurre, por tanto, con la izquierda, el centro y la derecha. Son políticos de otro nivel. Hablan sin papeles, con cierto carisma, se les ve leídos. Nos acordamos de Francina Armengol o Pedro Rollán y, automáticamente, nos declaramos rendidos a la “grandeur”. Mañana iremos a la tumba de José Bonaparte, que está junto a la de su hermano en Les Invalides, para recordar la guerra de la independencia y desafrancesarnos.

La presidenta de la Asamblea es judía. Va vestida toda de negro y relata los ataques que ha sufrido por su procedencia judía. Enumera algunos de los insultos para luego barrerlos al grito de “soy la cuarta autoridad del Estado y tengo a toda la República detrás”. Ovación. “Nunca me dejaré intimidar por el antisemitismo”.

La presidenta del Parlamento francés enumera un dato escalofriante: en 2023, hubo 1.676 actos contra el antisemitismo. “Una explosión de un 1.000% en un año”. El origen: el atentado de Hamás del 7 de octubre que dio inicio a la guerra. La abuela de la presidenta era una gran campeona de natación cuyo futuro profesional se vio frustrado por el Holocausto. Su abuelo combatió en Francia contra los nazis hasta el armisticio vergonzoso de Petain y después lo siguió haciendo en las filas de la Resistencia.

Madame Brun-Privet deja sobre la mesa un guante que van a coger el presidente del Senado y la alcaldesa de París. Al antisemitismo tradicional francés de extrema derecha se le ha sumado “un antisemitismo camuflado de extrema izquierda”. Son los que piden paz en Palestina, “pero no la liberación de los rehenes”. Son los que piden “presión internacional contra Israel”, pero no contra Hamás.

El presidente del Senado nos da un mitin tremendo. Es un hombre que disfruta enardeciendo a la masa. Lo vemos desatado, encantado de abandonar sus labores de moderación de la Cámara Alta. Parece un tipo afable. Se ha hecho unas fotos muy cordiales, lejos de toda institucionalidad, con las otras autoridades en el teatro. Las de izquierdas, también. ¿Se lo imaginan en España? O mejor: ¿se imaginan en España el Teatro Real lleno de políticos en amistad posicionándose contra los dos extremos? Pero nos acordamos de las metralletas y celebramos que pelear contra el antisemitismo hoy, en España, es mucho más sencillo que aquí.

Larcher recuerda que esta unión de partidos ocurrió también en una gran manifestación contra el antisemitismo por las calles de París. Centra sus palabras –un poco cojea, porque no es de centro, es de derechas– en criticar a la extrema izquierda de Melénchon: “Están perdiendo sus valores republicanos por puro interés electoral”.

Contesta con estas palabras a quienes presionan internacionalmente al gobierno de Netanyahu: “¿Están presionando también a la banda terrorista Hamás? No nos olvidemos de los rehenes”. Igual que la derecha en España, Larcher no niega el reconocimiento del Estado palestino, pero sí el momento: “Debe hacerse mediante una negociación; no tras un atentado terrorista”.

Anne Hidalgo, como alcaldesa, nos dice que el antisemitismo es real, que existe y que se traduce en insultos y agresiones detectados por la policía de la ciudad. Añade que en las venas de la Historia de París está la culpabilidad de la Ocupación y que no conviene olvidarlo para no volver a repetirlo. “Hoy, la alegría de estar todos juntos es muy mayoritaria y forma parte de ese ADN que se construyó tras el final de la guerra”, dice.

Hidalgo critica así a la extrema derecha porque también quiere dar su parte de mitin. Sus predecesores lo han hecho y se nota que, en cinco días, hay elecciones europeas. “Hoy algunos políticos de extrema derecha quieren rehabilitar a Petain falsificando la Historia”. Luego añade, para no perder voto por el otro lado: “No aceptamos ninguna lección de la extrema izquierda”.

Nos cuenta sus orígenes, que nosotros ya conocemos: es nieta de republicanos españoles. “Para nosotros, la República francesa era el mito inalcanzable”, dice. Hidalgo se reivindica continuamente mujer de la “izquierda democrática”, que está en contra de Netanyahu e igualmente contra el “antisemitismo”.

Esa es, a grandes rasgos, la línea que van defendiendo los miembros del cine, el teatro y la literatura. Con contadas excepciones, piden que no se identifica a Israel con Netanyahu, y tampoco a los judíos con Israel. Señalan que esa carambola que mete a todos en el mismo saco es la pátina de antisemitismo que recubre el debate hoy.

Después de, efectivamente, cinco horas de audiencia, con un BHL que, casi todo el tiempo de pie, va invitando a los intervinientes a subir al estrado, le toca cerrar a Manuel Valls. Dice el ex primer ministro: “¿Concluyo o no concluyo? ¿Seguro que esto va a concluir?”. ¡Y la gente está encantada! Tienen que ser figurantes. Si non, pas possible ça!

Valls apela a la esperanza, a dar las batallas justas, y señala, como Lévy, que la guerra contra Rusia es, en el fondo, la misma que contra los terroristas de Hamás. Toca salir al exterior para coger un taxi. No estamos para analizar demasiadas reflexiones geopolíticas. Los taxis están al otro lado de la valla donde no hay ametralladoras ni esta patrulla de seguridad privada.