Momento de la voladura controlada de un proyectil ruso sin detonar que había caído en una casa particular de Mikolaiv.

Momento de la voladura controlada de un proyectil ruso sin detonar que había caído en una casa particular de Mikolaiv. María Senovilla

Europa

Las minas antipersona desangran a Ucrania: así contribuirá a retirarlas una organización española

La invasión de Rusia ha convertido a este país en el más minado del mundo: cinco millones de personas viven en zonas de riesgo por explosivos.

8 julio, 2024 02:55
Kiev

“Una mina antipersona vale menos de 5 dólares y colocarla es muy sencillo; pero retirar uno de estos artefactos explosivos puede costar más de 800, requiere un especialista y mucho tiempo”, me contaba hace años un ingeniero militar de Hoyo de Manzanares, resumiendo así cuál era el principal problema para acabar con estas asesinas silenciosas. La situación no ha mejorado desde entonces: hay más de 110 millones de minas plantadas alrededor del mundo, y Ucrania ha batido el triste récord de convertirse en el país más minado del planeta por culpa de la invasión rusa.

Un tercio del territorio ucraniano llegó a estar contaminado con minas y restos de explosivos al comienzo de la invasión, y aunque los trabajos de desminado comenzaron muy pronto –sin esperar a que acabara la guerra– puede llevar décadas y miles de millones completar la limpieza de todas las zonas, porque se siguen plantando minas cada día de pasa.

“Hasta la fecha, nuestros zapadores han retirado 806.000 artefactos explosivos en los territorios que han sido desocupados. Nadie puede calcular cuántos quedan en los lugares que aún no han sido inspeccionados, y por supuesto en los que siguen ocupados por los rusos”, relata el capitán Oleksandr Vizghin, del Departamento de Acción Contra Minas de Ucrania.

Las tareas de limpieza comenzaron en abril de 2022, cuando las tropas rusas se retiraron del norte de Ucrania, dejando los alrededores de Kiev y la provincia de Cherniguiv sembrada de minas. A finales de ese mismo año, se empezaron a desminar también las regiones de Járkov y Jersón, tras conseguir liberarlas. Y fue entonces cuando vieron la dimensión real del problema: cuanto más tiempo pasaban las tropas rusas en suelo ucraniano, más minas colocaban.

Los rusos no escatiman en minas, hay áreas en las que descubrimos una densidad de varios artefactos por cada metro cuadrado”, añade el capitán. Las zonas de “alta densidad de minas” han proliferado a consecuencia de los trabajos de fortificación defensiva que Rusia ha llevado a cabo, durante los dos últimos años, en todos los frentes de combate –lugares como Zaporiyia son un ejemplo de esto–.

Para eliminar un sólo proyectil sin detonar, un equipo de cinco técnicos ucranianos trabaja durante varias horas.

Para eliminar un sólo proyectil sin detonar, un equipo de cinco técnicos ucranianos trabaja durante varias horas. María Senovilla

En estos momentos nadie sabe cómo se podrán limpiar las áreas más complicadas, qué recursos serán necesarios y cuánto tiempo llevará. Una auténtica catástrofe para los habitantes de esas zonas –muchos de los cuales tal vez no puedan volver a sus hogares en décadas–, para su fauna y para la actividad agrícola.

El granero de Europa

Aún lejos de las fortificaciones defensivas rusas, la situación es desesperante. “Cinco millones de ciudadanos ucranianos viven en la zona de riesgo por artefactos explosivos”, advierte el capitán Oleksandr, que también hace hincapié en cómo afecta el problema de las minas a la agricultura.

“Para limpiar zonas urbanas, basta con despejar las casas, las áreas comunes y las carreteras, pero cuando hablamos del sector agrícola, tenemos que pensar en campos enormes que se cultivan varias veces al año, así que si hay artefactos allí estallarán sin ningún tipo de dura. Por eso requieren de un reconocimiento muy exhaustivo, y son territorios enormes”.

Entre los territorios que están ocupados por Rusia en estos momentos –aproximadamente un 18% de Ucrania–, los campos de cultivo cercanos al frente de combate –que no se pueden cultivar, al estar a tiro de la artillería– y las enormes áreas que están contaminadas con minas y otros restos de explosivos, el “granero de Europa” podría dejar de serlo.

Un artificiero ucraniano prepara una voladura controlada de un proyectil ruso sin detonar en Mikolaiv.

Un artificiero ucraniano prepara una voladura controlada de un proyectil ruso sin detonar en Mikolaiv. Reuters

El año pasado, recorriendo varias poblaciones del norte de la provincia de Járkov junto a zapadores ucranianos que ya estaban desminando la zona, visité una cooperativa agrícola que intentaba retomar su actividad. La imagen era desalentadora: en el mejor de los casos, los graneros estaban perforados por los fragmentos de las bombas de racimo que lanzaba el Kremlin, al igual que los cristales y la carrocería de la maquinaria agrícola; en el peor, ya no había graneros ni maquinaría porque había sido bombardeada directamente.

Pero lo que más me sobrecogió fue ver, en un cobertizo, varias de esas municiones de racimo sin detonar, perfectamente alineadas y puestas ahí para que las recogieran los artificieros: los agricultores las habían retirado de la tierra con sus propias manos –y sin protección alguna– en un intento de limpiar sus campos y volver a cultivarlos.

Desminado humanitario

En Ucrania quedan 144.000 kilómetros cuadrados de tierra y otros 14.000 kilómetros cuadrados de agua contaminados con objetos explosivos –un 26% del país–. Se han limpiado ya 30.000 kilómetros cuadrados, de donde se han retirado minas –antipersonales y antitanque– y también proyectiles que no detonan al caer, y otras municiones que las tropas rusas dejaron abandonadas en sus antiguas posiciones.

En las provincias de Járkov, Donetsk, Jersón o Zaporiyia los teléfonos de los Servicios de Emergencias no paran de sonar: son civiles que dan avisos de que han encontrado restos de artefactos explosivos. O que les han bombardeado y el proyectil no ha detonado. Los encuentran en patios de casas particulares, en bosques cercanos por donde pasean o trabajan, incluso en zonas de playa donde la marea las arrastra.

Los servicios de emergencias de Ucrania ya han retirado más de 806.000 artefactos explosivos desde que comenzó la invasión rusa.

Los servicios de emergencias de Ucrania ya han retirado más de 806.000 artefactos explosivos desde que comenzó la invasión rusa. María Senovilla

Y aunque Ucrania cuenta cada vez con más zapadores y artificieros –que antes de la invasión rusa se dedicaban a retirar restos explosivos de la Segunda Guerra Mundial–, y éstos adquieren experiencia rápidamente debido a la enorme carga de trabajo que abarcan, es necesaria la cooperación internacional para agilizar los trabajos de desminado humanitario.

“Tenemos un sistema eficaz de lucha contra las minas, pero la magnitud de la contaminación es tan grande que no tiene precedentes en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Por eso necesitamos la ayuda de nuestros socios internacionales”, argumenta el capitán Alexsander. “Esto se aplica tanto a la ayuda material como a la técnica: detectores de minas, máquinas mecanizadas de desminado, equipos de protección para zapadores y ayuda para la formación del personal”, enumera.

Precisamente en las tareas de formación de personal para desminado humanitario va a trabajar la fundación española “Help to Ukraine”, que acaba de firmar un acuerdo con el Gobierno ucraniano. “Es importante que también haya organizaciones españolas implicadas en la reconstrucción de Ucrania”, afirma Miguel Gutiérrez, uno de los fundadores de esta ONG. “Y en materia de desminado tenemos muy buenos especialistas: los ingenieros militares retirados del Ejército, que por cierto se los rifan en otras fundaciones internacionales”, apostilla.

Evacuaciones 'made in Spain'

Los voluntarios de Help to Ukraine llevan haciendo trabajo humanitario en el país desde que comenzó la invasión, y se han ido adaptando a las áreas donde se les necesitaba más en cada momento de la guerra. “Durante los primeros meses, evacuamos a 66 españoles que vivían en los territorios que fueron ocupados por Rusia”, relata Miguel.

En aquellas primeras semanas, con la embajada española cerrada –al igual que las delegaciones diplomáticas de la mayoría de países–, muchas personas no sabían a quién acudir. Miguel y su compañero Carlos –que tenía una empresa de consultoría en Kiev antes de la guerra– organizaron operaciones de extracción de lo más variopintas: en pateras por ríos, camuflados en camiones de embutidos o sobornando a los soldados rusos en los check points.

Los voluntarios españoles de la ONG Help to Ukraine (de izq. a dcha.) Pepe Candón, Miguel Gutiérrez y Carlos Fernández en Kiev, después de firmar un acuerdo con el Gobierno ucraniano para realizar tareas de desminado humanitario.

Los voluntarios españoles de la ONG Help to Ukraine (de izq. a dcha.) Pepe Candón, Miguel Gutiérrez y Carlos Fernández en Kiev, después de firmar un acuerdo con el Gobierno ucraniano para realizar tareas de desminado humanitario. María Senovilla

Después de ayudar a todos los españoles que quisieron evacuar, empezaron a ayudar a los ucranianos. “Más de 700 personas”, apunta el fundador de la ONG. “Entonces fue cuando nos planteamos constituirnos formalmente como organización, para seguir ayudando”. “Además de las evacuaciones, llevábamos ayuda humanitaria hasta las zonas más próximas al frente de combate, y allí vimos que había mucha necesidad de asistencia médica para la gente que no quería evacuar, gente muy mayor en su mayoría. Así empezamos con nuestro primer gran proyecto”, recuerda.

Este proyecto consistía en dar teleasistencia médica, que se puede llevar a lugares donde los hospitales han sido bombardeados o donde ya no quedan doctores. Consiguieron traer a Ucrania 22 robots médicos, que donaron empresas españolas, y que permiten hacer un diagnóstico a distancia. Y sin abandonar esta iniciativa de carácter médico, ahora se embarcan en los trabajos de desminado.

No vivimos de esto, pero el salario emocional que nos genera tiene mucho valor, sobre todo en mi caso, que vengo de la absurda burbuja del mundo político”, asegura Miguel, que fue diputado hasta el año pasado.

Cerrar el círculo

Tras firmar los primeros acuerdos con el Gobierno ucraniano, Help to Ukrania tiene que conseguir la financiación necesaria para traer a un equipo de formadores. “Vamos a llamar a la puerta de las empresas españolas de Defensa; al fin y al cabo están produciendo más debido a la guerra en Ucrania, estaría bien que cierren el círculo ayudando a las víctimas aquí. Y creo que estarán dispuestas”, asegura.

Pepe Candón, militar retirado del cuerpo de ingenieros de Hoyo de Manzanares, también ha estado en Ucrania junto a Miguel y Carlos para evaluar las necesidades en materia de desminado. “Los zapadores ucranianos aún están un poco anclados en los protocolos soviéticos; es necesario actualizar y unificar técnicas”, explica.

“Pero ha sido una sorpresa –buena– ver que se entrenan con los mismos cuadrantes de minas que usamos en España y en otros países OTAN; es un buen principio”, apostilla. “Sin embargo, faltan robots, trajes y más especialistas”.

Un técnico prepara la carga explosiva para hacer una voladura controlada de un proyectil ruso sin detonar, caído en una casa particular en Mikolaiv.

Un técnico prepara la carga explosiva para hacer una voladura controlada de un proyectil ruso sin detonar, caído en una casa particular en Mikolaiv. María Senovilla

El trabajo de desminado humanitario incluye dar una certificación, al país donde se lleva a cabo, de que al menos el 99% del territorio está limpio –siempre hay un pequeño margen de error– con suficientes garantías. Es un trabajo muy especializado, y se lo reparten entre cuatro o cinco grandes fundaciones internacionales –como HALO Trust–. Pero desde Help to Ukraine creen que España puede abrirse un hueco en un futuro, porque el principal activo de estas fundaciones son los especialistas, y el Ejército español forma a algunos de los mejores.

A la pregunta de “¿Cuántos años calculan que se tardará en desminar Ucrania?”, el capitán Oleksandr Vizghin asegura que “es imposible dar una respuesta, porque dependerá de la duración de la guerra, de la intensidad de los combates y de los recursos que se destinen al desminado”.

“Por ejemplo, en Croacia hubo que inspeccionar 9.000 kilómetros cuadrados después de la guerra, de los cuales 205 kilómetros cuadrados tuvieron que ser desminados, ¡y este desminado llevó 35 años! Pero Ucrania no dispone de tanto tiempo. Por otro lado, es evidente que Ucrania dispone de más recursos, y de zapadores más experimentados, y esperamos recibir más apoyo de los socios internacionales, como ahora con España”, concluye.

Cada año mueren más de 20.000 personas en todo el mundo por estas minas, esparcidas a lo largo y ancho de más de 60 países. Se trata de uno de los lastres más dramáticos que perduran después de las guerras. Lugares como Colombia o Angola, pasando por Camboya o Myanmar, y países con conflictos aún activos como Siria o Yemen conforman este mapa de sufrimiento que dibuja la mano del hombre. Y en ninguno se acercan a la densidad de artefactos explosivos que hay en Ucrania ahora mismo.