Volodímir Zelenski y Joe Biden, durante la última visita del ucraniano a la Casa Blanca.

Volodímir Zelenski y Joe Biden, durante la última visita del ucraniano a la Casa Blanca. Reuters

Europa UCRANIA

La incongruencia de EEUU: enviar más misiles a Ucrania sin permitir que los use contra Rusia

Después de los HIMARS y los ATACMS, EEUU parece dispuesto a vender misiles de alta tecnología JASSM a Ucrania. El problema es el uso que les puedan dar desde Kiev si no se les permite atacar territorio ruso.

6 septiembre, 2024 02:35

La Administración Biden ha hecho de la ambigüedad su política de preferencia durante estos casi cuatro años. Se vio en Afganistán, cuando se permitió la entrada antes de tiempo de los talibanes y hubo que sacar a las delegaciones occidentales en helicópteros por miedo a un mal mayor; se está viendo en Gaza, donde las críticas a Benjamin Netanyahu se alternan con las declaraciones de adhesión militar a Israel mientras se convoca reunión de paz tras reunión de paz sin éxito alguno… y se puede ver también en Ucrania, donde el miedo a molestar a Rusia y el compromiso a ayudar al régimen de Zelenski luchan entre sí desde hace dos años y medio.

Pese a las declaraciones públicas de apoyo a Kiev, lo cierto es que Estados Unidos se ha mostrado siempre reticente a cruzar cuantas líneas rojas le ha ido poniendo el propio Putin en el camino. La amenaza de utilizar armas nucleares tácticas durante la primavera de 2022, con el conflicto recién iniciado, ha condicionado todos los procesos posteriores. En Washington, hay quien cree que esas amenazas van en serio y que Rusia puede pasar de las palabras a los hechos (el ala encabezada por Jake Sullivan, Consejero Nacional de Seguridad) y quien cree que no son más que faroles que en ningún caso llevarán al apocalipsis (el secretario de Estado Antony Blinken está en este grupo).

Estas dos sensibilidades se enfrentan cada vez que Volodimir Zelenski pide una nueva ayuda. Pasó con los HIMARS, que tardaron meses en llegar a Ucrania y supusieron un cambio drástico en el equilibrio de fuerzas. Pasó con los ATACMS, que no llegaron hasta marzo de este mismo año por las reticencias del Departamento de Defensa. Pasó, incluso, con los sistemas de defensa antiaérea Patriot, que tampoco llegaron en tiempo y forma, o con los F16, cuya venta a Ucrania no fue autorizada por Washington hasta junio de 2023… y aún ha habido que esperar más de un año hasta ver a los cazas sobrevolar el Donbás.

Cada uno de estos pasos ha ido acompañado por la amenaza nuclear de turno por parte de Rusia. En cada una de las ocasiones, el envío militar se ha completado sin que sucediera absolutamente nada. Al parecer, el debate más reciente está en la venta de misiles de alta tecnología JASSM con un alcance de más de 300 kilómetros. Según informan medios estadounidenses, la Casa Blanca estaría a punto de llegar a un acuerdo con Kiev para la entrega inmediata de este armamento. Lo triste del caso es que, en la práctica, no servirán para casi nada.

Una guerra desigual

Porque lo cierto es que, mientras Washington mantenga la prohibición de utilizar sus armas sobre territorio ruso, Ucrania está muy limitada en el uso de estos misiles de larga distancia. Lo ideal sería poder lanzarlos contra refinerías, centrales eléctricas y fábricas de armamento dentro de Rusia. En otras palabras, lo mismo que sufre la propia Ucrania una y otra vez, puesto que Moscú, obviamente, no entiende de limitaciones.

Si Ucrania pudiera atacar estos centros de actividad militar rusa, siempre dentro de las reglas de una guerra justa y sin dañar a civiles, no solo reduciría la cantidad de tropas y de armas que llegan luego al frente del Donbás… sino que obligaría a Rusia a cambiar sus líneas de suministro con todo lo que eso implica. Gerasimov tendría que recolocar la retaguardia de su ejército cientos de kilómetros atrás. No podrían estar en Kursk, en Briansk, en Rostov, en Belgorod… sino más allá de la distancia que cubren los misiles estadounidenses. Eso supondría retrasos importantísimos en primera línea y perjudicaría gravemente cualquier intento de ofensiva.

De hecho, lo único bueno que se puede decir de la adquisición de estos misiles de larga distancia es precisamente que permiten a Ucrania colocar sus equipos lejos de la primera línea. Puede atacar Donetsk o Lugansk desde, pongamos, Dnipropetrovsk, algo que al principio de la guerra era impensable. El problema, a su vez, es que Dnipropetrovsk también está al alcance de los misiles rusos, con lo que el desequilibrio seguiría siendo palpable.

Otra opción es utilizar estos misiles para atacar Crimea, algo que Ucrania lleva haciendo meses. Crimea tiene un estatus peculiar, pues la comunidad internacional no reconoce la anexión rusa de 2015 y sigue considerándolo territorio ucraniano ocupado. Los ataques sobre Crimea son útiles en lo económico, pues golpean el destino favorito de los rusos en vacaciones y destruyen por lo tanto la industria turística; son útiles en lo que respecta al control del Mar Negro (los ataques sobre Sebastopol han obligado a la flota rusa a recluirse en Novorosiisk y olvidar sus delirios de bloqueo del otoño de 2022) y son útiles a la hora de ralentizar las vías de suministro desde la península al sur de Jersón y Zaporiyia.

Nueva amenaza nuclear

Ahora bien, eso no es suficiente para ganar la guerra… de ahí que entre los oficiales y los altos mandos políticos de Kiev se siga protestando entre dientes por las contradicciones de Washington. De hecho, la incursión en Kursk no fue siquiera consultada de antemano con la Casa Blanca: tanto Zelenski como el general Syrskyi sabían que les dirían que no se atreviesen y filtrarían la noticia para que los rusos se enteraran de una manera o de otra.

En Ucrania, piensan que no hay voluntad política de acabar con la invasión rusa. Sí de desgastar a su ejército, por supuesto, y de mostrar una cierta fortaleza ante las decisiones unilaterales, pero sin poner tampoco en excesivo peligro la estabilidad mundial. No es casualidad que justo estos días en los que el debate sobre el uso de armas en territorio ruso vuelve a estar de actualidad, el Kremlin se descuelgue con una revisión de su doctrina nuclear. Como si eso importara. Es decir, como si Rusia pudiera decidir no solo cuándo utilizar su armamento atómico, sino sus consecuencias, que ya conocemos todos.

Sin embargo, el Kremlin sabe que funciona y que algo dentro de Joe Biden temblará cuando le llegue el informe de turno. Y ahí volverán las dudas y la ambigüedad y las incongruencias. Armar a Ucrania para que no use las armas como debería, curiosa contradicción. De momento, lo que vemos cada día es lo que hay: ciudades ucranianas devastadas por misiles lanzados desde cualquier enclave ruso mientras en Moscú la vida sigue, prácticamente, igual. Como si no hubiera sido el propio Putin quien hubiera empezado todo esto.