Emmanuel Macron y Michel Barnier en un evento.

Emmanuel Macron y Michel Barnier en un evento.

Europa FRANCIA

Macron subleva a la izquierda con un primer ministro de derechas para que lo acepte Le Pen

El elegido es Michel Barnier, un político aureolado por haber negociado con éxito el Brexit en nombre de la Unión Europea y sus 27 estados.

6 septiembre, 2024 02:35
París (Francia)

Y tras más de 50 días con un gobierno en funciones, el presidente de la República, Emmanuel Macron, recurrió a un viejo rutero de la política francesa, un tipo del viejo mundo despreciado por la nueva política de los chicos jóvenes, de derechas de toda la vida, elegante, discreto y frío, para cerrar la crisis más larga de toda la V República y nombró primer ministro ayer a Michel Barnier.

Era él... o nadie. Y la crisis política provocada por el adelanto electoral decidido por Macron en una jugada mal calculada podría convertirse en una crisis de régimen. La Asamblea Nacional resultante tiene tres bloques principales: el Nuevo Frente Popular (socialistas,comunistas, ecologistas e insumisos) tiene 182 escaños. Los partidarios de Macron, 168, y la extrema derecha y sus aliados, 158. La derecha clásica, 45. La Constitución de la V República da muchos poderes al presidente, entre ellos, nombrar al primer ministro. El que quiera.

Pero el primer ministro puede ser derrocado por una moción de censura que, al contrario que en España, no es constructiva. Esto es, no lleva emparejada el nombre de un jefe de Gobierno alternativo. Por eso si la extrema derecha y la izquierda votan juntos pueden hacer caer a cualquier primer ministro.

La izquierda se proclamó vencedora pocos minutos después del cierre de las urnas por boca de su líder, el tribuno de la extrema izquierda insumisa, Jean-Luc Melénchon. Reclamaron gobernar, incluso consensuaron una candidata al puesto de primera ministra, Lucie Castets, una alta funcionaria del ayuntamiento parisino, socialista y virgen politicamente hablando. Inútil. La extrema derecha, la derecha clásica y los partidarios del presidente anticiparon su voluntad de censurarla conjuntamente.

Macron dejó pasar los Juegos Olímpicos de París, decretando una tregua política. Aprovechando que la Constitución no le marca plazo alguno, quiso dar tiempo a la coalición de izquierdas con la esperanza de romper su unidad. Y al centro y la derecha para ver si eran capaces de consensuar un nombre, capaz de romper la unanimidad de la izquierda o de ganarse la benevolencia de Marine Le Pen. No logró ni lo uno ni lo otro.



Desde el fin de los JJOO circularon dos nombres: Bernard Cazeneuve, último (y breve) primer ministro del presidente socialista François Hollande, socialista crítico con el Nuevo Frente Popular. Y el presidente de la región Altos del Sena, Xavier Bertrand, uno de los barones supervivientes de la derecha clásica. A los dos les sacó bola negra Le Pen. Las opciones de Cazeneuve se fueron por el sumidero al no contar ni con el respaldo de sus viejos compañeros socialistas. A Bertrand, por su animadversión declarada con Le Pen y su partido al que él llama siempre "Frente Nacional", hoy Reunión Nacional (RN),

Desde el Elíseo se sondeó la hipótesis de un gobierno técnico que se ocupara de gobernar livianamente hasta que en julio, Macron pueda volver a disolver la Asamblea, trasncurridos los doce meses mínimos que marca la ley. Pinchazo.

Y... quedó Barnier, un político con pinta de gestor, aureolado por haber negociado con éxito el Brexit en nombre de la Unión Europea y sus 27 estados. Esto es, haber mantenido unidos a los 27 mientras el Reino Unido se deshacía en crisis sucesivos de gobierno. ¿Su secreto? "No he sido agresivo en la negociación. No he puesto emoción. Ni pasión. Hechos, bases legales. Eso es todo", declaró él mismo a Le Figaro.

Atento, elegante, y un poco distante. Discreto y consensual. Ayer, asistió, imperturbable, con su pelo blanco que le da un aire de patricio de 73 años, al exhuberante discurso de despedida del joven primer ministro Gabriel Attal que ha durado en el cargo 8 meses. El contraste entre los dos hombres en el patio de Matignon, residencia del primer ministro, en el acto de traspaso de poderes, fue nítido.

Michel Barnier y Gabriel Attal, en la escenificación del traspaso de poderes.

Michel Barnier y Gabriel Attal, en la escenificación del traspaso de poderes. Stephane De Sakutin Reuters

Quiso presidir la Comisión pero la derecha prefirió a Jean-Claude Juncker. Cinco años después, Barnier no cumplía los requisitos que Angela Merkel y Emmanuel Macron tenían en la cabeza: alemán, mujer, joven. Se cuenta que a la canciller no le terminaba de gustar. Macron le rondó para que encabezará su lista europea en 2019 pero él permaneció fiel a la derecha, su partido, donde siempre fue visto con recelo. Demasiado consensual, demasiado verde, demasiado europeísta.

"Viejo mundo" decían en el entorno de Macron. Y en eso tienen razón. Barnier tenía en su despacho de Bruselas una foto del general De Gaulle y el canciller Adenauer firmando el Tratado del Elíseo, que da forma legal al eje franco alemán, en 1963. "Esa foto decidió mi compromiso político" declaró ‘Le Parisien’.

Barnier tenía 14 años cuando pegaba carteles de De Gaulle al que François Mitterrand disputaba la presidencia en 1965. A escondidas de su madre, una cristiana social de izquierdas. Y rivalizando con su profesor de Historia que pegaba encima los de Mitterrand. Desde entonces, Barnier es un gaullista social, una especie política en vías de extinción: patriota pero europeísta, de derechas pero con preocupación social. Ayer citó a De Gaulle en su toma de posesión.

Fue el diputado más joven de la Asamblea con 27 años. Licenciado en la Escuela Superior de Comercio, pasó por varios puestos menores en el Gobierno. Pero sobre todo, consiguió su primer cargo electo, consejero del cantón de Val de Isère, en su Saboya natal como recordó ayer.

A los 22 años, terminado el servicio militar, hizo campaña conduciendo un viejo Citroën 2 CV. Se ha hecho amigo de un mítico campeón de ski, Jean Claude Killy. Juntos se lanzan en 1981 a por los Juegos Olímpicos de invierno de 1992 para Albertville. "Lo esencial en política es llevar a cabo un proyecto, elevar la línea del horizonte" dirá Barnier. "Michel se dio cuenta que la vida no era sólo comunicar en los medios, sino una construcción metódica, como el montañero que sube, paso a paso", recuerda su amigo esquiador.

Ese éxito definó el estilo Barnier y capará su carrera. El joven gaullista supo ganarse el apoyo expreso del presidente, el socialista François Mitterrand. Pero eso le convirtió casi en un traidor a los ojos del patrón del partido, Jacques Chirac, alcalde de París, que quería los Juegos de verano de 1992, que se celebrarían en Barcelona, para la capital francesa.



Con Chirac en el Elíseo sólo será ministro delegado para Europa, comisario europeo de política regional y, al final, ministro de Exteriores. Él, que antes había sido ministro de Medio Ambiente en el gabinete de Balladur, supo que la adhesión al clan cuenta mucho.

De la reputada frialdad de Barnier, le previnieron a Rachida Dati, ahora ministra de Cultura en funciones, y sulfurosa estrella ascendiente de la derecha en los 90. "Barnier no es simpático ni divertido. Es rígido", decían en su entorno. Nicolas Sarkozy, que le había hecho ministro de Agricultura, tuvo la idea de proponer en las europeas de 2009 un inverosímil tándem Barnier-Dati. La cosa funcionó. La derecha tuvo el mejor resultado de su historia.

Tras esa victoria, será comisarIo del mercado interior en la Comisión que preside el portugués Durao Barroso. Sin pena ni gloria. Los medios pasan de él. El PPE prefiere a Juncker. Entonces llegará la oportunidad (y el éxito), negociar el Brexit.

Puso el estilo, la política, sobre la sólida base negociadora alimentada por un equipo de 55 personas, hombres y mujeres en paridad, 19 nacionalidades y 37 años de promedio. Logrado el acuerdo, demostró ante sus pares del PPE, su templanza: "Nunca hay que felicitarse en un divorcio". "Ha sorprendido a los ingleses. No ha esperado tieso, ha escuchado a todo el mundo. Así es, de una eficacia violenta", diseccionó Killy en Le Parisien.

"Directo y honesto, más europeo que francés" juzgó con tanta maldad como acierto David Davis con el que trató cuando era el ministro británico para el Brexit. Ayer, en el patio de Matignon, puso el acento en escuchar. Le va a hacer falta. De momento Le Pen se reserva su opinión hasta oir el discurso de política general que Barnier debería hacer ante la Asamblea Nacional. Pero para mí es evidente que no va a sumarse a la moción de censura que le prepara la izquierda, dolida de verse apartada de un poder que afirman que les pertenece por derecho.

Para Barnier es la oportunidad de oro para cerrar su vida política, tras la amargura que debió suponerle el fracaso en las primarias de la derecha para ser su candidato en las presidenciales de 2022. Quedó tercero, tras Éric Ciotti, hoy diputado de la derecha aliada a Le Pen y de la vencedora, Valérie Pécresse, quien, tras cosechar una derrota histórica en las presidenciales (por debajo del 5%) volvió a sus cuarteles de invierno, la presidencia de la región parisina.

Barnier hizo campaña por retrasar la jubilación a los 65 años y reducir costes el gasto social, limpiando ineficiencias para equilibrar las cuentas públicas y bajar los impuestos. Macron logró obligar a los franceses a jubilarse a los 64, bajó los impuestos y… disparó el gasto público, tras el covid. Por eso, la primera misión de Barnier es el presupuesto de 2025. Con Bruselas en la chepa, exigiendo recortes.

Con todo, lo más polémico del Barnier candiaato (una moratoria de tres años a cinco años en la llegada de nuevos inmigrantes) puede darle ahora una opportunidad. A Le Pen le gustaba esa música.